Perú: La amoralidad del período toledista
Comparando nuestra suerte con la de países vecinos, abundan políticos, hombres de dinero y analistas de los medios, que dicen que estuvieron acertados en apuntalar la continuidad de Toledo lo que nos habría salvado de la inestabilidad que sufren Bolivia y Ecuador.
Con esto quieren dejar sentado que hay asuntos superiores a la supuesta obligación de esclarecer y sancionar las graves denuncias de corrupción e ilegitimidad que pesan sobre el gobierno, y específicamente el presidente de la república.
Se puede vivir con firmas falsas, con arreglos tramposos para controlar la televisión y los diarios, con casos de coimas y extorsión que comprometen a la presidencia bajo interminable investigación, con el descubrimiento de vínculos directos con la antigua mafia a través de su asesor principal, con la hermana bajo arresto domiciliario y el hermano acusado de favorecerse con la relación familiar para lograr una concesión telefónica, etc.; pero no se puede cargar el baldón de un presidente destituido.
Y, que conste, si seriamente se quería evitar los extremos de Bolivia y Ecuador, tenían recursos legales para proceder limpiamente a resolver el problema y marcar el hito de que la corrupción, por fin, se sanciona.
Ahora ya sabemos que no se sanciona, porque hay cosas más importantes que la autoridad moral del poder. Así la imagen que está en al retina de los peruanos es que después de luchar con las banderas de la anticorrupción las elites políticas, empresariales y periodísticas se reacomodan para volver a lo mismo.
Toledo puede ser el mayor dilapidador de la historia: gozó del más alto nivel de consenso político y social para enfrentar a la dictadura y crear una democracia con la participación de todos; fue premiado por el período más dilatado de buenos precios de las materias primas, que le permitió alcanzar cifras excepcionales de exportación; ha empleado todo el crédito externo e interno que le ha sido posible, que le ha ayudado a mantener el crecimiento de la economía; etc.
Con todo esto a su favor y apuntalado por los agentes principales del sistema, Toledo ha navegado con un promedio de 7% de aprobación social. Más aún ha conseguido que las demás instituciones del Estado, empezando por el Congreso queden aún más abajo. El costo del apuntalamiento ha sido la indignación general y la desconfianza hacia todos.
La estabilidad que algunos creen haber comprado a costa de hacernos aguantar a Toledo, está produciendo una grieta mucho más profunda, que ya no toca solamente a la persona del presidente o a su partido, sino a las reglas de gobierno.
Esto es lo que se expresa como cascada en los conflictos sociales que se tornan cada vez más duros; en la insistencia de amplios sectores para que Toledo se vaya del gobierno antes de las elecciones; en la falta de fervor hacia los principales candidatos, ninguno de los cuales pasa de 20% de intención de voto; en el renacimiento fujimorista y la tendencia a buscar opciones antisistema.
¿Hacia dónde apunta todo esto?
Justamente hacia una profunda grieta institucional. No hay forma de que un próximo gobierno saliendo de las actuales condiciones pueda conseguir evitar que todo el malestar social del toledismo se le venga en avalancha. Con el agravante de que las corrientes políticas y económicas que jugaron a favor del actual régimen, empezarán a debilitarse y a desaparecer en corto tiempo.
La posibilidad de un nuevo consenso político se ha agotado. Y el acuerdo implícito para hacer durar al presidente ya no podrá aplicarse después de julio de 2006. Los precios de materias primas están perdiendo impulso, mientras las tasas internacionales apuntan hacia arriba. ¿Cómo se hará entonces con el nuevo paquete de deuda?
La teoría de cierro los ojos al corrupto, para que la economía de los negocios siga funcionando y las expectativas de los políticos en un nuevo reparto del poder no se altere, nos está entregando un Estado extraordinariamente vulnerable. Es decir evadiendo la inestabilidad política se va a llegar a la inestabilidad general, queriendo sostener el gobierno se les va a caer el Estado.
El juego 2001-2006 no ha concluido todavía. Pero es imposible que los sectores que le han dado su sello a esta etapa, reconsideren su política de apuntalar a Toledo, mantener la Constitución de 1993 y no apartarse de los marcos de la política neoliberal. Pero para la población en todo el país los problemas y la necesidad de soluciones, es ahora. Esto quiere decir que estamos en un choque entre el "tempo" de unos y el de los otros. No hay que pensar demasiado para comprender la mecánica de las rebeliones prolongadas que se están manifestando en el sur del país y que están apareciendo también en zonas de la macroregión centro y el oriente, y no tardarán en extenderse al resto del país.
La enorme mayoría de los peruanos no participa de una "gobernabilidad’ amoral y antipopular.
13.07.05