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Mundo :: 25/07/2005

Perú: Servicios privatizados, populismo e izquierdismo

Raúl Wiener
La historia del gas licuado que se resiste a bajar de precio, tiene antecedentes fácilmente reconocibles. Es lo mismo que pasó con la renta básica, el minuto telefónico que se cobraba por conexión, las tarifas de celulares, etc.

Ha tomado once años de intentos de tratar de convencer a Telefónica que ya estaba bueno de monopolio y abuso. Y seguimos con la competencia bloqueada y supertarifas para el público. Lo mismo con las eléctricas que, fuera de no querer pagar impuestos, se han esmerado en subir sus facturas cada vez que el desafortunado presidente que tenemos, decía que iban a bajar. La última gracia de estas empresas fue conseguir que OSINERG, su supuesto regulador, acepte que la llegada del gas de Camisea a Lima, no creaba un superávit energético, que aplicando la tabla de regulación hubiera implicado un descenso en los precios, porque simultáneamente se había producido un oportuno tendido de cables hacia la frontera del Ecuador, incrementando supuestamente la demanda en forma explosiva (toda la población del Ecuador), y por tanto las tarifas en vez de ir para abajo se fueron para arriba.

Es lo que pasa también en los peajes privatizados para circular en el país y en los costos de servicios en el aeropuerto de Lima. Se discuten, hay denuncias, hay pataleo, pero no pasa nada. Y seguramente se repetirá como un reloj con las nuevas privatizaciones en que está embarcado el gobierno, principalmente en el caso del agua. Y como en el gas, vamos a dar lo que es nuestro a un operador foráneo y después vamos a ser testigos de cómo resiste los titulares de prensa, las invocaciones de presidente, vicepresidente y ministros, la intervención del Congreso y la protesta de todo el país, escudándose en el mercado, la libertad de empresa y en porque les da la gana, para mantener sistemas de sobreexplotación reflejados en tarifas, calidad del servicios, inversión y trato a los peruanos.

Cuando todos creíamos, por ejemplo, que el abuso de Pluspetrol era cobrarnos el precio internacional, es decir tratarnos como extranjeros en nuestro propio país, y vendernos el producto sacado de tierra peruana como se lo venderían a un mexicano o a un chileno, descubrimos de pronto que era peor que eso. Que a nosotros nos lo vendían aún más caro, porque lo que pasó es que cuando la empresa del gas se sumó a la producción del GLP, reemplazando las importaciones que se venían haciendo para completar la oferta de Petroperú que no cubría el mercado, monda y lironda continuó vendiendo al precio como si estuviera pagando aranceles, fletes y demás costos de importador. Nos tomó el pelo y se burló del gobierno varios meses. Cuando se supo, por denuncia periodística, lo que estaba pasando, todos entendimos nuevamente que el tema era Pluspetrol. Y que lo que se le estaba pidiendo en el momento no era ni siquiera un precio justo, sino una injusticia más racional, menos escandalosa: vender a las familias peruanas el balón de gas, al mismo precio que obtienen si colocan ese producto sobre la plataforma de un barco. Nada más.

No era un tema sobre si el impuesto selectivo al consumo que impone el Estado es alto, que lo es. Y si fuera el caso de reducirlo, debería haber sido por separado, sin confundir las cosas y sin convertirlo en una "ayuda", para que la tarifa de Pluspetrol se acerque a la de exportaciones; y extenderlo a los demás combustibles, ¿por qué no?. Es decir, como siempre, y como lo hacen Toledo-PPK a cada rato, se sacrifica la parte del Estado para que la ganancia de la trasnacional se afecte lo menos posible. Tampoco era un tema sobre el margen de envasadoras (la más grande es Repsol-Sol Gas, asociada con Pluspetrol a nivel internacional) o distribuidoras, que igualmente si era alto, habría que achicarlo, pero no como otra "ayuda" a Pluspetrol, que era la única responsable de colocar un producto peruano a precios de importación. Pero ya se sabe que a pesar de que la cosa era al principio muy clara, al final por obra de Toledo, Wasiman, Del Castillo, Aldo M. y otros quedó totalmente enredada, y con el resultado práctico que el GLP se está vendiendo con una rebaja mucho menor de la que fue ofrecida después de sonados anuncios de Palacio, impactantes reuniones de concertación en el Congreso, titulares triunfalistas de "Correo" y otros diarios. Si nos preguntáramos ahora: ¿cuánto de los tres o cuatro soles en que se ha ajustado el gas licuado corresponden al "sacrificio" de Pluspetrol?, encontraremos que está entre un sol o un sol cincuenta, lo que es bastante inferior al diferencial importación-exportación, que han venido embolsicándose.

Reflexionando sobre esta frustración, a la que se agregan otras arbitrariedades recientes de las empresas de servicios privatizadas (por ejemplo el plan para rebajar el cargo de conexión de los celulares a cuatro años), Aldo M. ha dicho en su columna editorial que "la avaricia cortoplacista (se supone que de las trasnacionales) y la cobardía de otros (se supone que la del gobierno) impiden que la economía de mercado funcione", para bajar los precios, se entiende, que es lo que daría origen a la vigencia del populismo (Alan García) y el izquierdismo (Javier Diez Canseco). Su amargura es tan intensa que uno hasta podría pensar que el buen hombre está preocupado que de seguir con este asunto de los servicios abusadores, no tenga más remedio él mismo que escoger entre las dos opciones que más odia. Porque a decir verdad, mirando retrospectivamente quince años de privatización, liberalización, desregulación y reino de las trasnacionales, a los que ha contribuido con su microgramo de arena el actual director "Correo", no ha habido un solo caso en que las concesionarias o propietarias de los servicios no actúen con "avaricia cortoplacistas", que los gobiernos sucesivos de Fujimori, Paniagua y Toledo, el duro, el distraído y el blando, no funciones con absoluta "cobardía" ante el poder del dinero. Tampoco ha habido un momento en que "el mercado" funcione como un protector de los consumidores, o que las supuestas reguladoras sirvan de algo que no sea para cobrar sueldos excepcionales que se pagan también de las ganancias de las grandes empresas.

Y, claro, el problema de fondo no es que subsista tal o cual ideología política (dicho sea de paso, García no ha hecho sino callarse frente a los abusos trasnacionales y no será distinto a sus precedentes si llega nuevamente al gobierno, aunque Aldo M. no le crea), sino que las familias, las empresas nacionales y el país en su conjunto están siendo frenados y esquilmados por servicios sobreencarecidos que nos hacen menos competitivos en el mundo y más pobres dentro del Perú. Y sin embargo se sigue pidiendo más privatizaciones, o sea más avaricia de gran capital, instalada, sobre la base no sólo de cobardía, sino de falta de sentido común para entender que los servicios privatizados y monopolizados siempre dan este resultado. Que cuando se dice que una empresa extranjera hará los milagros que nosotros no podemos, y termina haciéndolos con nuestra plata y nuestra pobreza, es porque no hemos comprendido aún qué clase de milagros produce el capitalismo globalizado en esta época.

 

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