lahaine.org
Europa :: 10/12/2006

Portugal: La autocracia de Sócrates

Miguel Urbano Rodrigues
La lucha debe ser desarrollada contra el sistema y no dentro del sistema. Portugal no vive una situación pre-revolucionaria. Lejos de eso. La existencia de una relación de fuerzas marcada por una concentración de poder enorme en la clase dominante (hecha más arrogante por el apoyo externo del imperialismo) tiende a favorecer a las concepciones reformistas (y capituladoras) entre aquellos que rechazan el neoliberalismo globalizado, sobre todo entre los intelectuales

"El cuadro post electoral trae una certeza: en el horizonte inmediato se esbozan los contornos de uno de los peores gobiernos de los últimos 30 años"

Retiré este epígrafe de un artículo que publiqué en febrero del año pasado después de las elecciones legislativas portuguesas que dieron al Partido Socialista mayoría absoluta.

Ese texto, publicado por Avante! y divulgado en español e ingles en sitios web progresistas, fue entonces criticado por algunos amigos y camaradas. Entendían que a Sócrates debía ser concedido "el beneficio de la duda".

Transcurridos 22 meses, releyendo lo que entonces escribí, soy llevado a concluir que fui insuficiente en la previsión. El actual gobierno me aparece como el peor desde el derrumbamiento del fascismo.

El Partido Socialista se presenta como partido de izquierda -mentira repetida diariamente por la prensa- más sus direcciones, a partir de la contrarrevolución del 25 de noviembre de 1975, actuaron como aliadas del gran capital y del imperialismo. Seria entretanto inexacto afirmar que todos los gobiernos del PS fueron iguales en la aplicación de políticas neoliberales incompatibles con los compromisos asumidos durante las campañas electorales.

La mayoría absoluta permitió a José Sócrates gobernar más a la derecha de lo que propio gobierno jefaturado por Sá Carneiro. Esa realidad no es aún, entretanto, evidente para amplios sectores de la sociedad portuguesa. La comunicación social, hoy, difiere mucho de lo que había en Portugal en el inicio de los años 50. Existe, sin embargo entre ambas una extraña afinidad.

La actitud frente al poder de muchos epígonos del gobierno de Sócrates me trae a la memoria la que adoptaban en la época intelectuales que, sin alinearse ostensiblemente con el fascismo, contribuían por su silencio y vacilaciones para que corriese por el mundo la imagen de un Salazar que, situándose encima de los partidos y las pasiones, emergía como un patriota, insensible a presiones, mal comprendido más incorruptible, que pusiera fin al caos financiero y usaba la autoridad del Estado en beneficio de la nación como colectivo.

Sócrates salió prácticamente del anonimato -era un diputado oscuro en el Parlamento donde durante años permaneció casi invisible - para el liderazgo de su partido. Millones de portugueses preguntaban quien era aquel hombre y lo que iría a hacer cuando asumió el gobierno después del intermezzo hilarante de Santana Lopes. Su discurso gris de campaña permitirá, además, entrever un pensamiento reaccionario, que refleja la ausencia de una cultura sedimentada y la astucia de un político que asimilara bien las técnicas suaristas de maniobrar el aparato partidario. Fue eximio en la utilización de los media para incutir en amplias capas de la pequeña burguesía la idea de que, finalmente, surgía un primer ministro diferente, austero, desambicioso, empeñado en dar una respuesta rápida a aspiraciones compartidas por la mayoría de los portugueses.

Equipos especializados en manipular la opinión pública esbozaron el perfil de un reformador con características inéditas. Los analistas con columnas fijas - , enjambre de avispas que envenena las conciencias- entraron al juego, con pocas excepciones.

Gradualmente fue impuesta la gran mentira: Sócrates era el reformador que el país necesitaba. La palabra fue exhaustivamente utilizada.

Un gobernante providencial, pétreo en firmeza, destemido, iría a reformar Portugal, de arriba para abajo. Fue anunciada la creación de 150,000 empleos. Sócrates atacó simultáneamente en múltiples frentes como estratega consumado.

Un huracán de medidas "reformadoras" fustigó las áreas de la Administración Pública, de la Justicia, de los Transportes, de las Fuerzas Armadas. Un nuevo concepto de las Relaciones Internacionales fue alabado como demostración de una comprensión profunda de la complejidad de un mundo en crisis. En realidad nunca el vasallaje de Portugal frente al imperialismo fue llevado tan lejos.

Proyectos megalómanos fueron anunciados por diferentes ministros. La función pública, la Educación, la Salud merecerán una atención especial en la ofensiva "modernizadora".

El slogan de que nadie como Sócrates osara enfrentar el privilegio y erradicarlo de la sociedad portuguesa recorrió el país con estruendo. Sondeos con resultados de encomienda garantizaban que la popularidad del Primer Ministro aumentara cada semana.

La irracionalidad invadió lo cotidiano con tal ímpetu que un Presupuesto de pesadilla -agresión al mundo del trabajo orientada por el refuerzo de los privilegios de la clase dominante- fue encarado por un jurista de renombre como expresión de la única política de izquierda susceptible de garantizar la sustentabilidad financiera del estado social.

La comprensión de lo que estaba por ocurrir tardó.

Hoy, en este final de un otoño diluviano, millones de portugueses percibieron, con mucho atraso, de que, al final, el Gobierno de Sócrates trata de imponer una política que puede ser definida como un flagelo nacional.

Profesores, enfermeros, médicos, trabajadores de casi todos los sectores de la Función Pública, militares, Guardia Republicaba, Policía, periodistas fueron blanco de medidas que los afectaban brutalmente. El poder de compra de los asalariados entro en caída ininterrumpida. En tanto, la banca, las grandes empresas y las trasnacionales acumulan lucros fabulosos.

La protesta popular comenzó a adquirir consistencia en Octubre cuando los trabajadores, respondiendo el llamado de la CGTP, en una manifestación en que participaron más de 150 000 personas, desfilando a través de las calles de Lisboa fue hasta el parlamento para condenar las medidas peligrosamente reaccionarias del gobierno.

La marea de contestación alcanzo entonces un nivel alto. Un poco por todo el país las luchas sociales se intensificaron, surgiendo como consecuencia natural de una estrategia de la patronal que promueve y defiende despidos masivos, presentándolos como fenómeno natural, inseparable de la modernización. Ministros cuya arrogancia recuerda la de los procónsules de Salazar hacen, con cinismo, la apología de los cortes presupuestales en las áreas de Cultura, Educación, de Seguridad Social . En piruetas retóricas de recorte surrealista no dudan en definir esas decisiones como benéficas para el pueblo. Serian etapas en la construcción del Estado Social, así como cerrar escuelas, hospitales y centros de salud.

El discurso socrático (antitesis del creado por el filosofo griego) de la modernidad no se limita a ser una agresión al pueblo. Es simultáneamente un insulto a la inteligencia. El Primer Ministro transforma el país en un palco de tragedia con escenas de teatro del absurdo.

La más reciente iniciativa en la ofensiva "reformadora" del Gobierno de un partido cuya dirección reniega por la práctica el nombre (Socialista) es el diploma concebido para extinguir la Caja de Previsión y Abono de la Familia de los Periodistas.

La indignación fue tanta que el secretario de Estado que tutela el área, al recibir a los dirigentes de una organización que ni el fascismo habia osado suprimir, afirmó que la medida no tiene motivación financiera, teniendo por único objetivo poner fin "a un privilegio". ¡Santa hipocresía! Los argumentos de los periodistas son convincentes, irrespondibles.

Ampliamente difundidos, no cabe aquí retomarlos. Pero no basta que hayan sensibilizado a la opinión pública.

Los periodistas, miembros de una "clase" en la cual las fragmentaciones ideológicas dificultan posiciones unitarias, se presentan en esta vez en un frente común, con disponibilidad aparente para una lucha dura y de larga duración.

Siendo una realidad que las direcciones de los mass media y la mayoría de las jefaturas representan a los propietarios de las empresas, trazando la línea editorial, los periodistas disponen de una capacidad de intervención que no debe ser subestimada.

Recordando las luchas en que participe, aquí y en Brasil, como profesional de la prensa, espero que, tratados como ganado por un gobierno que no los respeta, los periodistas portugueses sepan asumir colectivamente el desafió.

***

La crisis portuguesa se inserta en una crisis de amplitud mundial, la crisis estructural que afecta al capitalismo y que se manifiesta de maneras diferentes en los países de la Unión Europea.

Sufren de miopía política los que contemplan a la Unión Europea como construcción sólida en la cual el crecimiento del PIB en Alemania y en Francia anuncia una firme retomada de expansión. Es miopía mayor la de los que en la política de Sócrates identifican un camino correcto que acercará a Portugal a los países más desarrollados de la Unión. Ocurre precisamente al contrario. La aplicación de las recetas de la ortodoxia neoliberal en este país imperializado está por seguir el modelo que en América Latina produjo efectos tan nefastos que los pueblos de aquella región las repudian hoy de México a la Patagónia, atribuyendo al imperialismo la responsabilidad por su empobrecimiento y por la profundización de la desigualdad social.

En Portugal la destrucción de lo que resta de la herencia de Abril prosigue a un ritmo acelerado. Para que se invierta ese proceso,una tarea complementaria de la lucha de masas es el total desenmascaramiento del Gobierno cuya base de sustentación social es mucho más frágil de lo que afirma una comunicación social controlada por los grandes grupos económicos.

Nunca es excesivo repetir que la ideología de la clase dominante marca decisivamente al conjunto de la sociedad.

De ahí la necesidad de una interacción permanente entre la lucha ideológica y las luchas populares.

El Partido Comunista Portugués en su último Congreso colocó como objetivo prioritario en la estrategia indispensable para frenar y derrotar la política de la derecha la intensificación de la lucha de masas. Como organización revolucionaria que se bate hace más de 80 años por una autentica democracia, apuntó en un camino que exigirá enormes sacrificios a los portugueses que en las calles y frente a São Bento gritaron el ¡BASTA! dirigido a Sócrates y a las fuerzas que lo sustentan y el representa.

El gran desafío consiste en la transformación de las palabras en actos, o para ser más preciso, en la praxis de una estrategia que responda a las exigencias de la Historia.

La lucha debe ser desarrollada contra el sistema y no dentro del sistema. Portugal no vive una situación pre-revolucionaria. Lejos de eso. La existencia de una relación de fuerzas marcada por una concentración de poder enorme en la clase dominante (hecha más arrogante por el apoyo externo del imperialismo) tiende a favorecer a las concepciones reformistas (y capituladoras) entre aquellos que rechazan el neoliberalismo globalizado, sobre todo entre los intelectuales.

No divisando en el horizonte una alternativa, concluyen que la única opción realista es la lucha orientada contra los excesos del sistema. Por otras palabras combatir por la humanización del capitalismo, conducido en el respeto de las reglas por el impuestas.

Transformar la lucha de masas contra el engranaje de opresión es para los que así piensan una imposibilidad, una utopía romántica.

Estamos frente a una cuestión estratégica de fondo.

El capitalismo no es humanizable. La utilización de los instrumentos creados por la burguesía para enmascarar de democracia el poder hegemónico que ejerce la rebelión del pueblo es muy importante. No la subestimo. Más ella debe ser colocada al servicio del objetivo principal, la movilización de las masas y su combate. Es un error gravísimo, pero común, invertir las cosas e identificar en las luchas reivindicativas unas simples formas de presión destinadas a facilitar la defensa de sus derechos por la vía institucional. El principal frente de batalla no está en el Parlamento, más si en las fabricas, en las escuelas, en todos los lugares de trabajo, en las calles.

Sócrates, como símbolo y alabanza del sistema, intenta gradualmente imponer al país un régimen de contornos autocráticos. Su Gobierno se comporta ya como enemigo del pueblo.

En Portugal los trabajadores, rechazando su política, dejan percibir una disponibilidad creciente para la lucha.

Las condiciones objetivas son, a cada semana, más favorables para la movilización de las masas. Falta estimular el desenvolvimiento de las subjetivas para que el pueblo se asuma como sujeto de la Historia.

Serpa, 30 de Noviembre de 2006.

ón: Pável Blanco Cabrera
El original portugues de este articulo se encuentra en www.odiario.info

 

Contactar con La Haine

 

Este sitio web utiliza 'cookies'. Si continúas navegando estás dando tu consentimiento para la aceptación de las mencionadas 'cookies' y la aceptación de nuestra política de 'cookies'.
o

La Haine - Proyecto de desobediencia informativa, acción directa y revolución social

::  [ Acerca de La Haine ]    [ Nota legal ]    Creative Commons License ::

Principal