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Mundo :: 13/05/2005

RASD: Combatientes saharauis descreen de las promesas de Naciones Unidas

Blanche Petrich
La amargura de esta parálisis, esta situación de "no guerra, no paz" que se prolonga desde hace 14 años: "Nuestros dirigentes fueron engañados con el ofrecimiento de un referendo"

Territorios Liberados, Sahara Occidental. El muro de contención que el ejército marroquí construyó a partir de 1981 -diseño israelí, financiamiento saudita, tecnología estadunidense y francesa- se perfila a 800 metros de distancia. Pequeñas siluetas se distinguen en la parte más alta. Con binoculares y un potente zoom se puede precisar que son dos, al inicio. Después de varios minutos se asoman más: hasta 11, que se mueven nerviosos. Portan armas. Desde allá arriba también ellos observan. Son los soldados del reino de Marruecos, que desde hace 30 años ocupan ilegalmente el territorio más fértil y productivo del Sáhara Occidental.

Entre los militares y un grupo de mexicanos guiados por un pastor de cabras que vive cerca de este olvidado polvorín de una guerra latente, serpentea un río. O lo que se entiende por río en la vasta hamada del Sáhara: un rastro de matorrales en un cauce seco que resisten los largos periodos que median entre una lluvia y otra. Aquí cayó agua durante dos o tres días hace dos años.

Excelente sitio para tomar el té, decide Muley Mohamed Fadel, el joven anfitrión. El atardecer es tibio y poco le preocupa a este dinámico beduino -que vivió sus primeros seis años la vida nómada de su familia, siempre persiguiendo pastos para sus camellos- que a menos de un kilómetro se extienda la ominosa sombra del muro fortificado y las siluetas del enemigo. Vista por muy pocos extranjeros, esta enorme obra de ingeniería militar tiene casi 2 mil 500 kilómetros de largo sembrados con más de 4 millones de minas. Se levantó para contener los acertados embates de los combatientes del Frente Polisario a principios de los 80. Divide en dos la patria de los saharauis.

Mientras Muley enciende algunas ramas secas para preparar el té, los visitantes nos dispersamos entre la fascinante vegetación desértica. De pronto se escucha un grito de alarma de Víctor, el camarógrafo. A flor de tierra, a pocos metros del improvisado picnic, aparece una mina antipersonal, de ésas que en El Salvador, en los años de guerra, llamaban la quitapata.

El pastor, Ahmed Selk Hamadi Busoula se llama, procede con rapidez. Rodea el explosivo con montículos de piedra y saca del bolsillo del pantalón un aparato parecido a un teléfono celular. Es un Sistema de Posición Global, que le permite determinar la ubicación exacta del lugar. Apunta las coordenadas en un trozo de papel. Por la noche irá al cuartel de los cascos azules de la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum en el Sáhara Occidental (Minurso), la fuerza de paz de la ONU, para reportar la mina. Ellos se encargarán de desactivarla.

Supone que el artefacto llegó hasta el lecho del río arrastrado por las últimas aguas desde las estribaciones del muro. Suele suceder. Apenas el año pasado se documentan cerca de 10 víctimas de estas minas en ambos lados del muro, la mayoría beduinos, muchos de ellos niños. Estas son algunas de las penurias que ocasiona la barrera militarizada. También ha dividido a miles de familias, ha cortado rutas de caravanas de camellos que dejaron su huella milenaria en los caminos de roca. Y ha cercenado a los saharauis de la parte más rica y fértil de su territorio.

La mina, pequeño artefacto apenas del tamaño de una lata de atún, hace pensar en el latente conflicto del Sáhara; una mina explosiva que puede reventar en cualquier momento y desestabilizar el Magreb, zona vecina a Medio Oriente (donde arden Palestina, Israel e Irak) y a tiro de piedra de Europa.

Morir de sed cerca del pozo

Ahmed Selk fue una aparición inesperada. El chofer del grupo, Abdhum Areibelat, buscaba un punto donde fuera posible aproximarse mejor a la sombra del muro cuando entre las reverberaciones del horizonte se asomó una jaima (carpa, la vivienda tradicional del desierto). Un grupo de hombres se disponía a comer, cada uno tomando con la mano un puño de arroz de un cazo común. Abdhum, gobernado por un hambre insaciable, fue el primero en acomodarse en el círculo. Los demás fueron invitados a hacer lo mismo. Mientras se daba cuenta del arroz y por supuesto del té, con Muley como intérprete, se habló de la salud de las cabras. Ahmed Selk y sus parientes platican que, hartos de su condición de refugiados en tierra ajena, retornaron a los territorios liberados con sus rebaños.

El extremo occidental del Sáhara argelino es totalmente estéril. Lo llaman tanezfout, tierras de la sed. Pero en territorios liberados, las estribaciones de las cordilleras de poca altura que se desprenden hacia el sur de los Montes Atlas, hay cauces de ríos secos que sólo llevan agua uno o dos días cada temporada de lluvias, pero dejan su rastro de pastos y matorrales, vida para hombres, camellos y cabras. La sequía de los dos últimos años ha causado enfermedades entre las 200 cabras que poseen Ahmed y sus parientes.

Estos pastores, descendientes de los "hijos de las nubes", como se conoce a los beduinos saharuis, tienen, además de la necesidad de sentirse capaces de sobrevivir por sus propios medios, otras poderosas razones para vivir allí, en medio de la nada, apenas a 12 kilómetros de la base enemiga de Benamerah. Del otro lado del muro, a la orilla del mar, en la capital, El Aaiún, viven la madre, el padre y los hermanos de Ahmed Salek. Tíos y primos suyos languidecen en las cárceles del rey Mohamed VI, en las largas listas de presos políticos.

Hace dos años, bajo el programa de visitas familiares que instauró el régimen de Rabat, pudo visitar a su familia, su casa y su ciudad durante cinco días. Ver las olas y estar con los suyos fue -dice- como morir y resucitar. Había dejado el puerto a los 15 años, alistado en la guerrilla que combatió a la colonia española. Volvió a los 46. Hoy están suspendidas las visitas, pero no pierde la esperanza de volver a respirar el aire que considera suyo. "Tener tan cerca la patria y no poder llegar -expresa- es como morir de sed cerca del pozo."

Pero además es un hombre curtido por la guerra. En estos mismos territorios formó parte de una unidad de combatientes que durante cinco años mantuvo en jaque a las fuerzas de ocupación. Reconocidos por su conocimiento del terreno, su valentía y sus habilidades detrás de los morteros 120, controlaban el muro y golpeaban constantemente las líneas defensivas de los marroquíes. Libraban batallas de noche y de día, inflingían decenas de muertes al enemigo y llegaban sin problema hasta Farciya, del otro lado del muro. El -cuenta- tiene tres camaradas enterrados por aquí.

Los territorios liberados de la RASD están poblados únicamente por tribus nómadas. Nadie sabe exactamente cuántos son. Transitan libremente atravesando las fronteras con Mauritania y Argelia. Difícilmente aparecen en los registros poblacionales que se han elaborado para la incumplida promesa del referendo sobre la independencia saharaui. En ese censo hay que sumar a los soldados que resguardan permanentemente las seis regiones del Ejército de Liberación Popular Saharaui (ELPS). Cada hombre de los campamentos de refugiados, joven o viejo, hace su servicio militar en estas bases. Además están las unidades de las tropas regulares.

La espera, un infierno para la logística

En Tifariti, que fue una ciudad antes del abandono español y la invasión marroquí-mauritana de 1976, está la sede de la segunda Zona Militar del ELPS, además de un gran cuartel de la Minurso. En una barraca que es albergue del grupo, se divisa un cerro y se recibe de lleno el golpe del viento desde todas direcciones. Hay que esperar a que el siroco (vientos alisios cargados de arena) y el alto mando den los permisos necesarios para llegar hasta el frente.

Finalmente llega la cita. El grupo se dirige a los alrededores de la base de Ajchach, en la segunda Región Militar; zona irredenta, que nunca estuvo bajo control marroquí. Es una de las unidades de defensa antiaérea, un lecho acolchonado de arenas rojizas donde duermen, dispersas, rocas gigantescas. Entre las rocas esperan paralizados los misiles, los cañones de 20 y hasta 80 bocas, los viejos tanques soviéticos, todavía en plena forma, a decir de sus artilleros. Aunque los cañones no están cargados, "siempre estamos listos", afirman los soldados. Viven en estado de alerta secundaria, apenas una fase previa a la "alerta máxima", que llamaría a entrar en acción. Saben que del otro lado de las líneas enemigas el ejército marroquí también permanece en alerta defensiva muy elevada.

El comandante de la unidad, Sidahmed Mohamed Alí, expresa toda la amargura de esa parálisis, esta situación de "no guerra, no paz" que se prolonga desde hace 14 años.

"Nunca debimos haber llegado a este punto; es una trampa. Nuestros dirigentes fueron engañados con la promesa de la ONU de un referendo. Cuando se firmó el cese del fuego en 1991, nosotros llevábamos la iniciativa en el terreno militar con una estrategia de desgaste. Mediante ofensivas relámpagos rompíamos sus líneas de defensa, penetrábamos, capturábamos hasta 200 soldados marroquíes a la vez, llegamos a destruir 600 aviones del enemigo. De no ser por el cese del fuego el muro hubiera caído. En cambio debemos esperar aquí, con las manos atadas por la Minurso, mientras vemos cómo los marroquíes ocupan nuestras tierras, disfrutan de nuestras riquezas."

Sentado en el piso de un modesto cuarto de adobe, rodeado de siete oficiales más, aclara: "Este es un punto de vista estrictamente personal: no estoy dispuesto a aguantar un solo día más. En la guerra el desgaste es para el enemigo. En la espera el desgaste ha sido para nosotros". Todos a su alrededor asienten.

En cualquier jaima, patio o cocina, en cualquier sentada para el té, se puede escuchar a un saharahui decir que está listo para retomar las armas. Pero estas palabras tienen otro timbre en boca de estos oficiales que fueron jóvenes, que tuvieron la victoria al alcance de la mano y que han encanecido y empiezan a envejecer en sus puestos de combate, en el largo punto muerto de la guerra que anhelan reactivar.

Los argumentos sobre la superioridad material del enemigo no los arredran: "Son 30 millones de marroquíes y sólo un millón de saharauis. Pero ellos son asalariados, nosotros somos patriotas. Ellos no conocen esta tierra, nunca han pasado más allá del muro. Nosotros conocemos y amamos nuestro terreno y sabemos que sólo podremos recuperar por la fuerza lo que nos quitaron a la fuerza". Y cita al general cubano Raúl Castro para redondear su idea: "El arma vale lo que vale el que la empuña".

Tampoco cree ya más en las negociaciones. "Sólo bajo fuego se obtienen ganancias."

¿Serán síntomas de una rebelión en el Polisario? No lo parece. En los congresos del FP el ejército envía delegados y los debates son francos y horizontales. En octubre será el 12 congreso. Los oficiales de las unidades en los territorios liberados tendrán delegados que expresen su impaciencia, su desesperación. El propio Sidahmed concluye: "Nosotros estamos aquí, aislados, atrincherados. Nuestros dirigentes tienen otra visión del mundo. Ellos nos sabrán conducir".

El grupo se traslada a las unidades de infantería motorizada, la punta de lanza en la guerra del desierto. Lo guía Hosein Erguilin, locuaz, marcadísimo acento cubano, de 42 años y estacionado en estas arenas desde hace cinco lustros. Enseña las curiosidades de esta unidad, como una camioneta pick up GMC estadunidense capturada en alguna incursión, adaptada para llevar artillería pesada; otros Toyota igualmente adaptados, con torretas de manivela hechas en casa; un venerable tanque BM-21 soviético y varias muestras de armamento de fabricación sudafricana, de antes del fin del apartheid. Durante la guerra, cuando el Frente Polisario capturaba armas de Pretoria vendidas a Marruecos, las entregaba a la guerrilla Congreso Nacional Africano. Con los años han salido a la superficie numerosas historias de la colaboración clandestina entre estas dos fuerzas de liberación anticolonial, una en Africa Austral y otra en el Magreb. Sudáfrica ya se liberó. Sáhara es el único punto por ser descolonizado en Africa.

El grupo se adentra en una roca. El tiempo, el viento y la arena la han ahuecado como la cáscara de huevo. La entrada está cubierta con una cortina estampada y su interior alfombrado. Un joven soldado ya prepara el té. Huele a incienso, arte tradicional de la cultura beduina. Saben que los visitantes están impresionados. Por dentro y fuera la cueva está bellamente pintada con frutos y flores, con hermosos ideogramas en árabe, representaciones de camellos y una consigna: "Toda la patria o el martirio".

La charla se vuelca sobre la naturaleza de este singular ejército en el que hay un ministro de Defensa, un estado mayor, diversas secciones; pero no hay generales, coroneles, mayores ni demás jerarquías. Los soldados son jóvenes refugiados que cumplen servicio militar; pero éste no es obligatorio, sino voluntario. Aun así, todos lo cumplen. Los militares tampoco reciben salario, sino una ayuda alimentaria adicional para sus familias. Mantenerse en forma en la no guerra-no paz implica una vocación disciplinaria casi mítica.

En la penumbra de la hermosa cueva, el discurso del comandante Yarba Malum contrasta con el de su colega, el de la unidad antiaérea. "Nosotros los saharauis amamos la paz, somos partidarios de la solución pacífica y obedecemos órdenes de nuestros políticos. Ellos están encontrando la solución más conveniente. Nuestra paciencia se está acabando, pero debemos lealtad al jefe."

Fuente: La Jornada

 

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