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Mundo, Medio Oriente :: 10/08/2011

Sombras sobre los "rebeldes" libios

Eduardo Febbro
El asesinato de uno de sus "generales" puso la guinda en la ya escasa credibilidad de los elementos pro-Otan

La oposición a Gaddafi genera interrogantes: cuál es el uso del dinero que recibe de Occidente, qué destino da a las armas que le entregó Francia y cuáles fueron las circunstancias en las que murió el general Abdel Fatah Yunes.

La rebelión libia da muestras de sembrar más dudas que certezas y de atravesar un proceso interno de divisiones cruentas ilustrado hasta el extremo por el asesinato del general Abdel Fatah Yunes, el jefe de la estructura militar de la rebelión, por miembros del mismo Consejo Nacional de Transición, CNT.

La dirigencia rebelde acusó a sicarios del régimen de Muammar Gaddafi de haber perpetrado el crimen de Yunes y otros dos coroneles, pero esa versión choca con las evidencias. Yunes fue ejecutado en Benghazi por sus propios partidarios apenas unos días antes de que Francia desbloqueara 182 millones de euros de ayuda “humanitaria” destinada a los rebeldes y provenientes de los haberes congelados de Libia. Washington fue mucho más circunspecto que París y exigió a los rebeldes una investigación clara sobre el asesinato de Yunes antes de desbloquear 13 millones de dólares.

Todo es confuso en la galaxia insurgente: el uso final del dinero, las circunstancias de la muerte del general y hasta el destino de las armas que Francia entregó al gobierno rebelde durante el mes de junio. Una sólida investigación realizada por el New York Times a finales de julio reveló que era altamente probable que las armas francesas hayan sido revendidas a traficantes y que ninguna de ellas se asomó por el campo de batalla.

El New York Times escribió que “a lo largo de dos semanas de entrevistas con combatientes (rebeldes) ninguno dijo que había visto los fusiles y las ametralladoras que Francia suministró. Cada hombre dijo que perdió el fusil en la batalla y muchos se preguntan quién, entre los líderes, se quedó con esas armas”. El espejo de la insurgencia libia está empañado. La historia de las armas y la ejecución del general Yunes han multiplicado las especulaciones sospechosas sobre el uso que el gobierno rebelde hará del dinero recibido. La Cancillería francesa aclaró que los 180 millones de euros tenían fines humanitarios, es decir, la adquisición de “medicamentos y productos de primera necesidad”. La entrega de fondos a la rebelión no es ilegal. Los países miembros del grupo de contacto los prometieron a finales de junio. El dinero pertenece a los fondos soberanos de Libia y éstos pueden ser legalmente transferidos al CNT por cuanto esta entidad, que agrupa a la insurgencia y cuya sede está en Benghazi, fue reconocida como legítima por casi todos los países que integran la coalición que intervino militarmente en Libia. Pero entre la legalidad del suministro de fondos y su destino posterior hay un terreno minado de dudas que la muerte abrupta del general Abdel Fatah Yunes no ha hecho más que amplificar.

El apoyo y la confianza de Occidente hacia los rebeldes no ha cesado, incluso después de la trampa en la que cayó Yunes. Sin embargo, el crimen puso en tela de juicio la credibilidad de los rebeldes. El cuerpo del general, acribillado y carbonizado, fue encontrado en un barrio de Benghazi en la mañana del 29 de julio. Las versiones oficiales han sido una sinfonía de contradicciones, un poco a imagen y semejanza de la misma identidad de la rebelión. Abdel Fatah Yunes no era cualquiera. Hasta febrero de este año, o sea, cuando estalló la revuelta en Libia, el general estaba en el otro bando, a cargo del Ministerio de Interior. Yunes tomó partido por los rebeldes cuando Gaddafi empezó a aplastar la revuelta con sangre y fuego. Yunes y los miles de hombres que se sumaron a él desempeñaron un papel central en la defensa de Benghazi. Pero el idilio se acabó. Hasta hoy, ningún responsable político o militar pudo explicar quién lo asesinó. Se prometió una comisión investigadora, pero todo sigue envuelto en el misterio.

La primera acusación apuntó hacia Gaddafi, pero es falsa. Yunes debía presentarse el 29 de julio ante una comisión de los rebeldes encargada de investigar asuntos judiciales. El CNT lo mandó a buscar al frente de batalla de Brega (200 kilómetros de Benghazi). El general nunca compareció ante la comisión. Su cuerpo fue hallado en un barrio de Benghazi junto al de otros dos altos mandos. Los tres habían caído en una emboscada. Primero se acusó a la Brigada 17 de Febrero, una de las milicias que componen la insurgencia, luego se señaló a un grupo armado islamista, la Obaida Ibn Jarraf. Según se dijo, los islamistas se cobraron la persecución que sufrieron cuando Yunes ocupó la cartera de Interior del régimen. Estas acusaciones son resultado de la guerra interna entre los cuerpos armados que conforman el movimiento rebelde. Casi todos están en total desacuerdo armado. Finalmente, entre desmentidos y contradicciones, la oposición Libia empezó a admitir que el general había sido objeto de una traición local. Los combates internos son tan frecuentes como las posiciones políticas antagónicas.

El futuro libio tiene claros contornos afganos. Los grupos armados que, unidos, forzaron el retiro de la Unión Soviética de Afganistán terminaron enfrentándose sin piedad cuando llegaron al poder. La guerra interna afgana causó más muertos y destrucciones que la invasión del ejército rojo. Si la rebelión gana, el futuro sin Gaddafi será un mapa lleno de sangre. Uno de los hijos de Yunes, Mutasem, explicó a las agencias de prensa que si el CNT no hace justicia con los culpables entonces será su tribu, la Obeidi y sus 400.000 miembros, quienes se encargarán de hacerlo.

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