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Mundo :: 23/08/2009

Terremoto del Perú 2007: El negocio de la ayuda humanitaria

Carlos de Urabá
El gobierno de Alan García es el responsable de la ?desaparición? de más de la mitad de los cien millones de euros de ayuda internacional

Enviados por los EEUU, Europa y Japón para paliar los estragos del terremoto de Pisco, Ica y Chincha en el año 2007. Al día de hoy sólo un 27% de las viviendas se han podido reconstruir y cientos de miles de supervivientes siguen sumidos en el más absoluto desamparo.

Reyna Condori jamás olvidará ese día en que el presidente de la República en persona visitó la barriada el Porvenir de Pisco. El Dr. Alan García Pérez junto al Premier Jorge del Castillo y un séquito de edecanes y guardaespaldas saludaba a los habitantes y ponían esa cara risueña igualita a los carteles de las elecciones. La comitiva acompañada de obispos y embajadores vino a traer la ayuda humanitaria para los damnificados del movimiento telúrico. A su lado la primera dama doña Pilar Nores acariciaba a los niños desvalidos mientras les ofrecía galletas y caramelos. Las cámaras de televisión y los fotógrafos se peleaban por eternizar las imágenes más impactantes como la de aquella viejecita que apenas podía caminar y extendía la mano suplicando una limosna.

El presidente Alan García en tono grandilocuente se dirigió a las víctimas: "Queridos compatriotas, mi gobierno se compromete a reconstruir Pisco en un tiempo record y devolverle su esplendor perdido…" Tras media hora de discurso pidió un minuto de silencio en homenaje a los muertos. Acto seguido comenzó a repartir mercados entre los supervivientes que formados en fila india iban pasando por el improvisado escenario. Cuando le tocó el turno a Reyna Condori el presidente la estrechó entre sus brazos y le dijo: Reyna, la patria está en deuda con ustedes y recibió de sus propias manos una caja con leche en polvo, una libra de arroz, tres paquetes de pasta y unas latas de sardinas. A Reyna Condori se le vinieron las lágrimas de la emoción, el mismísimo presidente de la república se había dignado pronunciar su nombre. Allí estaba su excelencia tan alto y gordote enfundado en su terno negro, y ella a su lado tan escuálida que más bien parecía la enanita de un circo. Qué grotesca escena en que el primer mandatario de 130 kilos de peso consolaba a una tribu de cholos famélicos. Reyna Condori ahora al menos tenía algo para echarse al buche y olvidar la pena que la afligía pues a su familia se la tragó la tierra y ella quedó sumida en la más completa orfandad.

El remezón fue tan violento que casi todas las casas de adobes y bahareque se vinieron abajo igual que se desbarata un castillo de naipes. La gente gritaba desesperada y la tierra se zarandeaba de un lado a otro como un barco que se va a pique en lo más profundo del océano. Sólo bastaron unos pocos segundos para que la tragedia se consumara. Luego el polvo, los cascotes, los hierros retorcidos, las quejas, el llanto y el dolor de los sobrevivientes. Muchos de éstos cubiertos de polvo deambulaban cual espectros sin rumbo fijo en busca de alguien que los socorriera. Reyna Condori desconocía la suerte de los suyos pues sus padres y hermanos habían desaparecido entre los escombros de su casa. Ella se salvó de puro milagro porque antes de que empezara el terremoto su madre la envió a un mandado a la tienda de la esquina. Ahora le tocaba lo peor: a tan tierna edad soportar ese amargo duelo en medio de la soledad y el silencio. No se merecía ese duro golpe que le infringió el destino pues en apenas unos segundos su vida quedó completamente rota.

Reyna Condori vendía mazorcas de maíz junto a su madre Faustina en el mercado de Pisco, al tiempo que Segundo, su progenitor, trabajaba de lustrabotas en la Plaza de Armas. Y lo más cruel, sus dos hermanitos Wilmer de 7 y Fredy de 9 años que estudiaban 4 y 5 grado de primaria en el colegio Andrés Avelino Cáceres ya no volverán a jugar con ella en el parque distrital. Aunque su familia era pobre nunca les faltó en su mesa un pedazo de pan o un plato de sopa. Pero ahora la cosa se había puesto bien fregada ya que la mayor parte de la ciudad de Pisco ese fatídico día 15 de agosto del 2007 quedó prácticamente demolida tras el terremoto de 7,9 grados en la escala de Reitcher que asoló la región. Sin lugar a dudas parecía que hubiera estallado una bomba atómica borrándola de la faz de la tierra.

Hambrientos y sedientos los damnificados tenían que armarse de paciencia y esperar a que la tan mentada ayuda humanitaria viniera a salvarlos. Por la radio las noticias afirmaban que de todas partes del mundo estaban enviando víveres, mantas, ropas y medicinas para las víctimas de la catástrofe . Pero ellos no habían visto ni un pedazo de pan o una botella de agua. Tal vez como suele ocurrir en estos casos otros estarían haciendo negocio con su tragedia, pensaron. Encima las autoridades les advirtieron que no podían bajar la guardia pues lo más probable es que se presentaran réplicas del terremoto. De veras que a muchos les hubiera gustado correr la misma suerte de sus seres queridos pues ahora este castigo era peor que la propia muerte.

De inmediato la gente entró en pánico y abandonó las pocas casas que habían quedado en pie. Por las calles los perros aullaban mientras los miembros de la Cruz Roja colocaban en la Plaza de Armas los cientos de muertos para identificarlos. Lo más tétrico fue contemplar la agonía de los que quedaron sepultados vivos bajo los escombros. Desde el fondo de la tierra se escuchaban sus voces implorando auxilio. ¡Qué impotencia! Sacarlos de allí era imposible pues estaban enterrados debajo de toneladas de cascotes y piedras que les habían caído encima. Nadie iba a arriesgarse a ayudarlos cuando las paredes que aún permanecían en pie amenazaban en cualquier momento con derrumbarse. Tuvieron que esperar la llegada de los bomberos que guiados por sus perros escarbaban con picos y palas entre las ruinas en un vano intento por sacar a esas pobres criaturas del infierno. A pesar del peligro latente muchas personas prefirieron quedarse en sus casas salvaguardando sus pertenencias; un televisor, una lavadora o la nevera. Porque desde el mismo día de la tragedia bandadas de gallinazos en el cielo y hordas de saqueadores en la tierra invadieron Pisco; unos revoloteaban en busca de carroña y otros de cualquier objeto de valor. Algunos pobladores armados con pistolas empezaron a disparar contra cualquier sospechoso que estuviera merodeando la zona del desastre ya fueran de la policía o los mismos rescatistas .

Menos mal que a las pocas horas el ejército hizo acto de presencia o sino la anarquía se hubiera apoderado de la devastada ciudad. Los soldados levantaron en la cancha de fútbol del barrio el Porvenir un campamento con tiendas de campaña para cobijar a los supervivientes. Gracias a Dios ya no dormirían al raso aguantando ese frío atroz que hace por la noche en la costa del Pacifico peruano mientras en el día los rayos del sol achicharraban hasta las piedras. Allí los instalaron mientras conseguían reubicarlos en un sitio definitivo, según las promesas que les hicieron las autoridades para subirles los ánimos. Sin agua, sin luz sin esperanza alguna ahora les tocaba cumplir con las ratas, los mosquitos y las alimañas esta injusta condena.

A la mañana siguiente una caravana de jeeps 4X4 de cristales polarizados se presentó por sorpresa en el campamento. Todo el mundo acudió a darles la bienvenida esperanzados en que ya traían la ayuda humanitaria. Se abrieron las puertas de los lujosos automóviles y descendieron un enjambre de brigadistas extranjeros; gringuitos rubios y de ojos azules con porte de actores y actrices, unos ángeles de la guarda igualitos a los de las pinturas de la iglesia de San Clemente. Dizque venían a hacer el censo de los damnificados. Les preguntaban por sus nombres, el número de cédula, los hijos, los padres, abuelos, los muertos, desaparecidos o cuáles eran sus necesidades prioritarias. Y ellos sin inmutarse escribían las respuestas en sus computadores. Al final les entregaron una ficha donde debían estampar su firma o en su defecto la huella dactilar.

Antes de atardecer acabaron la encuesta y les prometieron que muy pronto regresarían con la tan añorada ayuda humanitaria. Ese anuncio les subió la moral y comenzaron a aplaudirlos y a vitorearlos. Los brigadistas con un gesto de cumplido se subieron en los jeeps y arrancaron dejando tras de si una polvareda irrespirable. A continuación, para rematar, le tocó el turno al curita de la parroquia que cual cuervo diabólico vestido con una sotana negra venía a predicar en el camposanto. Portando una cruz entre sus manos comenzó a sermonear a los dolientes con que había que tener fe, que Dios no los iba a abandonar en este trance. Luego, abrió la biblia y leyó algunos salmos para consolar a los deudos, a los huérfanos y heridos advirtiéndoles que sus familiares, por fortuna, ya estaban en el cielo a la diestra de Dios padre y no aquí en la tierra pasando las duras y las maduras.

En el preciso momento en que el cura rezaba el padrenuestro se escuchó una especie de bramido que brotaba de las mismísimas entrañas de la tierra. La gente empalideció y quedó paralizada de espanto. ¿Sería tal vez un nuevo remezón más? A lo lejos el oleaje del mar amenazaba con inundar la tierra firme. Entonces, alguien gritó ¡tsunami! y toditos salieron corriendo como almas que lleva al diablo hacia las colinas más próximas. Abrazados unos a otros cayeron de rodillas presas del pánico con las manos en alto implorando clemencia al todopoderoso. ¿Qué habían hecho para merecer esto? Ayayay ni que Pisco fuera Sodoma y Gomorra. Diosito no paraba de castigarlos y ni los ruegos y oraciones servían para aplacar su furia.

A los dos o tres días regresaron nuevamente los brigadistas del USAID en sus jeeps todo terreno. Los refugiados al verlos venir corrieron a recibirlos como si se tratara de la carroza de papá Noel. Y es que de veras estaban con la soga al cuello pues apenas si comían una sola vez al día un plato de arroz con fríjoles, mientras las guagüitas no hacían sino llorar de pura inanición. Los brigadista bajaron varias cajas de los jeeps y empezaron a repartir tarros de leche Gloria y paquetes de galletas Quaker para intentar calmar el hambre de las fieras. Desesperada la jauría se empujaban y pisoteaban por conseguir algo de comida. Hasta tal punto que se desató un motín y los soldados tuvieron que disparar al aire para restablecer el orden.

Con un altavoz en mano tomó la palabra Mr Smith, un gringo flaco y alto de pelo rubio que en un mal español les advirtió: "No problema. Tener que conformarse con lo que hay pues la cosa demora." Para distraerlos un poco comenzaron a organizar los grupos de ayuda mutua: las ollas comunitarias, la recogida de basura, la construcción de las letrinas, el dispensario y una guardería. Por suerte Reyna Condori salió elegida ayudante de cocina. Una señora de sombrero vaquero y gafas de sol de nombre Katy les explicaba las medidas más urgentes que tenía que tomar: hervir el agua, lavarse las manos, no tirar desperdicios en el suelo y hacer sus necesidades en las letrinas para prevenir las epidemias. Tras la charla los formaron en el patio donde varios policías izaron la bandera del Perú. Emocionados al contemplar la enseña blanca y roja ondear en el cielo todo el mundo se puso la mano en el pecho y comenzó a cantar el himno nacional. Al menos los símbolos patrios les reconfortaba el dolor y les levantaba la moral.

Al grito de ¡viva el Perú! rompieron filas y cuando todo el mundo se retiraba a las tiendas de campaña algo extraordinario sucedió. No se sabe bien porqué diosito iluminó a Reyna Condorí. El gringo Mr Smith la llamó para conversar en privado. Sin mayores prolegómenos él le propuso que se fuera a trabajar a Lima en su residencia familiar. Tal vez el hecho de que ella perdió a toda su familia le rompió el corazon al mister y compadecido de la pobre huerfanita quiso brindarle una nueva oportunidad .¿Y ella qué iba a responder? Sin saber cómo se le apareció la virgen en medio de esa pampa estéril y no le quedaba más remedio que partir con ellos a la capital. Así que metió tres o cuatro trapos sucios en una bolsa de plástico y sollozando se despidió de sus compañeros. ¡Qué envidia! la cholita se iba para Lima a trabajar de sirvienta en la casa del jefe de la misión. Se montó en uno de los jeeps de la caravana y desapareció junto a los brigadistas rumbo al país de las maravillas.

Mr Smith era el director de la oficina del USAID para el Perú, un organismo internacional de reconocido prestigio. El hombre vivía a cuerpo de rey junto a su mujer Charlotte y sus dos hijitos Alfred de 5 y Jessica de 7 añitos en tremenda mansión de 1000 metros cuadrados con piscina y gimnasio en el barrio de Miraflores, uno de los más elegantes de Lima. Además a su servicio tenía dos secretarias, la camioneta y el chofer. Ya estaba programado que Reyna se encargaría de la cocina y la crianza de los niños. Sin duda alguna ese era su destino y la razón de su existencia.

La cholita observaba alucinada un nuevo mundo de opulencia y el derroche que jamás imaginó experimentarlo pues sólo lo había visto en las películas de la televisión. Esa alacena repleta de comida; latas, cereales, spaguettis, galletas, chocolates, pasteles y la nevera ni se diga, el tesoro de los Incas, sin hablar del bar donde no faltaban las botellas de licor de las mejores marcas. A Reyna se le salían los ojos de la impresión. Y es que apenas unos días atrás estaba comiendo un engrudo de papa, arroz y fríjoles, una porquería que le causaba tantas náuseas.

Seguro los patrones pensaban que como era una chola bruta no iba a enterarse de nada. Y confiados le dieron carta blanca en la intimidad del hogar. Con sigilo ella supo cumplir con su papel para luego hacer estas exclusivas revelaciones. Desde el primer momento Reyna se destacó por su viveza y aprendió rapidito los deberes. En pocos días se había transformado en una diestra mucama; ya hacía las compras en el mercado; que si la mejor carne cortadita de tal y cual manera, siempre el pescado más fino o el marisco más fresco, las frutas, las verduras, las hortalizas. Ella cocinaba y cuidaba a los niños por trescientos soles al mes (110 dólares) aparte de la habitación que le dieron en el patio trasero junto a la casita de los perros. Eso si le tocaba estar pendiente las 24 horas del día de los patrones y su único entretenimiento se limitaba a ver la televisión o ir a pasear con los niños el domingo al parque de Larcomar. No podía quejarse de nada si se comparaba con sus hermanos en Pisco que seguro estarían aún abandonados en la pampa esperando la ayuda humanitaria.

Mr Smith todo el día estaba ocupado con los computadores, rodeado de papeles, contestando las llamadas por teléfono y haciendo cuentas y más cuentas, documentos y más documentos vitales para el ejercicio de su importante posición. Tenía la responsabilidad de velar por el bienestar de los pobres, proteger a los huérfanos como ella, dar de comer a los hambrientos y redimir a la humanidad desvalida. En fin, lo de la solidaridad es un quebradero de cabeza difícil de entender.

Reyna también debía demostrar su agradecimiento y siempre tan atenta le servía al señor un whisky en las rocas o un vasito de Coca Cola helada mientras Mr Smith, con el ceño fruncido, cuadraba las cuentas, los números y el balance semestral de los proyectos. A su mujer, Charlotte, en cambio, le gustaba pasárselo bien y salir a pasear con sus hijos a los centros comerciales, visitar la peluquería o si no comprarse sus modelitos en las boutiques de moda. Reyna Condori siempre la acompañaba para que ella se explayara con más libertad. Por la noche la familia se sentaban frente a la pantallota gigante de la sala de televisión a ver las noticias de los canales internacionales y las películas extranjeras. Al tiempo que Reyna hacendosa preparaba la cena, bañaba a los niños, les daba de comer y los acostaba para después atender a los patrones.

Casi todos los fines de semana en la residencia se reunía la flor y nata del funcionariado extranjero; los diplomáticos, los directores de las ONGs, los ejecutivos y activistas del programa contra el hambre, los de la oficina de los refugiados de la ONU, de la cooperación internacional de España AECID, la OPS, Mission Humanitaire, Save the Childrens, y algunos que otros peruanos de la pituquería, políticos del gobierno o presidentes de fundaciones que venían a estrechar sus lazos de amistad y hacer sus componendas. Reyna preparaban varias mesas en el patio junto a la piscina y allí se servían los más suculentos manjares. A los comesales les encantaban los mariscos, los centollos, las langostas o si no el paté de foie gras, los chorizos y salchichones, todo de primera e importado. Se pegaban tremendas panzadas de cebiche de conchas negras, ají de gallina, filet mignon, churrasco, sin que les faltaran los más exclusivos vinos franceses o españoles, la cerveza alemana, el whisky escoces, el Bayleys o el Amareto pues tan respetables doctores no se contentaban con cualquier cosa.

Y aunque ustedes no lo crean a altas horas de la madrugada, ya bien prendiditos en medio del bailongo con música salsa y criolla se pasaba en una bandeja la “caspa de Atahualpa”, o la coca, como postre. ¡Qué orgías gastronómicas en nombre de los hambrientos y desvalidos, carajo! Al terminar la pachanga Reyna Condori recogía la mesa y le echaba las sobras a Trosky y Pluto, las mascotas de la casa. Ella observaba con gran remordimiento como los perros devoraban regocijados los más ricos platillos de la comida internacional. A Reyna le entraba una gran pena y se tapaba la cara de vergüenza pues no podía olvidar a sus hermanos en desgracia allá tirados en la pampa dejados de la mano de Dios ¡concha de su madre, eso era peor que clavarle una puñalada en el corazón!

Berreaba al recordar los más de 600 muertos y casi ochocientos heridos y 120.000 damnificados que dejó el terremoto de Pisco. Su papacito, su mamacita y sus hermanitos desaparecidos o, mejor dicho, muertos debajo de los escombros de esa maldita ciudad. Reyna realmente se sentía una traidora y ese cargo de conciencia le carcomía el cerebro hasta tal punto que se pasaba muchas noches sin dormir. Ahora que su cuerpo esquelético comenzaba a revitalizarse y a presentar un aspecto rozagante tenía que elegir entre su instinto primario o la dignidad humana. Una difícil decisión entre seguir esta comedia o volver a la pampa con los suyos.


* Investigador de Colombia.

timonio fue obtenido por Raúl Tinoco en el barrio de San Luís, Lima, Perú, quien conoció de primera mano la historia de Reyna, cuya verdadera identidad nos la reservamos por razones obvias.

 

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