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Venezuela :: 25/03/2024

Venezuela: Servir al pueblo y no al capital

Reinaldo Iturriza
Debemos ser capaces de identificar las líneas de continuidad histórica pero también las rupturas, que tienen mucho de audacia pero también de estudio, de análisis profundo y desprejuiciado

El desconocimiento de nuestra historia, la ausencia del más mínimo rigor analítico y, quizá más peligroso aún, una cierta tendencia a reproducir el sentido común imperante en estos tiempos de realismo capitalista, pueden conducirnos a evaluar erróneamente los años de Hugo Chávez Frías en la Presidencia como un período en el que todo fue posible gracias a la renta petrolera.

De lo anterior suele deducirse que, en ausencia de renta petrolera suficiente -como consecuencia de la caída de los precios del petróleo, del impacto de las sanciones contra la industria petrolera, etc.-, lo lógico sería asumir que sencillamente ya no es posible lo que alguna vez fue, que hay que ajustarse los cinturones, hacer de tripas corazón y seguir adelante, lidiando con una realidad que alguna vez nos favoreció, pero ya no.

En la misma línea de razonamiento, habría que comprender que, en el terreno económico, es necesario tomar algunas decisiones duras pero inevitables, que es preciso hacer sacrificios y, vayamos al punto clave, que es impostergable la decisión de transitar hacia una Venezuela “post-petrolera” o “productiva”.

Sobre lo primero, apenas apuntaré que, en el mejor de los casos, se trata de una verdad a medias, que invariablemente soslaya todo cuanto hicieron Hugo Chávez, su equipo de gobierno, el pueblo venezolano y los países productores de petróleo reunidos en la OPEP para recuperar los precios del petróleo, a comienzos de este siglo. En el peor de los casos, es una simple falacia.

Quisiera, en esta oportunidad, detenerme en lo segundo: en aquello de la Venezuela “productiva”. Para ello, considero oportuno referirme de manera muy concisa a un par de planteamientos que hacía Alí Rodríguez Araque en su libro “Servir al pueblo”, publicado originalmente en 1988 y reeditado durante los primeros años de la revolución bolivariana, con el añadido de un prefacio escrito por el mismo autor.

Como explica el mismo Rodríguez Araque, aquellas páginas fueron el resultado de muchas discusiones en el seno de la organización Tendencia Revolucionaria, creada en 1979, año en que el también conocido como Comandante Fausto decide separarse del Partido de la Revolución Venezolana (PRV).

Ubiquémonos rápidamente en contexto: “Servir al pueblo” es publicado cuando está en marcha una contraofensiva del neoliberalismo a escala global. En Venezuela, hacía apenas un lustro que había culminado la fase de expansión material del “siglo petrolero”, y la economía había entrado en una fase de contracción financiera. De espaldas al país, el estamento petrolero se había decidido por la “internacionalización” de PDVSA. En el séptimo y último capítulo del libro, y tras haber realizado un extraordinario ejercicio de precisión histórica y profundidad analítica sobre el siglo XX venezolano en los capítulos precedentes, Rodríguez Araque describe la situación en los siguientes términos:

La naturaleza del cambio en marcha consiste, sencillamente, en pasar de un modelo económico cuya principal fuente de acumulación radicó en plusvalía internacional en la forma de una renta internacional a otro donde la principal fuente de acumulación es plusvalía nacional extraída a los trabajadores venezolanos. Este hecho mide con la crudeza de la vida objetiva, las proporciones en que hoy se plantean los reajustes del proceso productivo venezolano.

Acto seguido, da cuenta de la manera como aquellos “sectores que controlan el poder económico y político” comenzaron a apelar a un discurso plagado de referencias a una Venezuela “parasitaria” en contraste con una Venezuela “productiva”. Apunta:

Y desde luego, todo el discurso ideológico de orientar a sembrar en la mente del pueblo la idea de que el único camino posible para superar la crisis y conquistar la prosperidad, consiste en asumir las privaciones y sacrificios que su proyecto implica.
Pero, ¿es que acaso existe un solo camino transitable? ¿No existirá otro camino donde el pueblo encuentre plena satisfacción a sus anhelos materiales y espirituales? ¿Es que acaso no existe un camino verdaderamente democrático donde el pueblo pueda ser raíz y beneficiario del fruto alcanzado?

La respuesta de Rodríguez Araque a las dos últimas preguntas es, por supuesto, afirmativa. Pero no solo es afirmativa, sino que además lo postula como un imperativo ético y político: el dilema se plantea entre “servir al capital” o “servir al pueblo”. Y en el caso de quienes se asumen como militantes revolucionarios, esto ni siquiera tendría que plantearse como un verdadero dilema.

Rodríguez Araque distingue entre la Venezuela “productiva” planteada “como problema puramente económico-empresarial” de aquella entendida “como un medio para alcanzar un fin humano”. A la primera la disecciona de la siguiente manera:

– “cuando critican el ‘parasitismo’, asumen una visión groseramente unilateral al referirlo exclusivamente a aquella parte de la renta que se destinaba a estimular el consumo popular”, mientras que “la porción destinada a capitalización material en forma de inversión – preferiblemente privada- no constituía, ni constituye, parasitismo, era ‘siembra del petróleo’”;

– la Venezuela “productiva” es una “donde la totalidad del ingreso petrolero se ha privatizado, es decir, colocado en manos de los grandes empresarios y donde la capacidad adquisitiva del pueblo va a depender exclusivamente de sus relaciones de producción con el empresariado”;

– en cuanto a la “circulación de productos, tal estrategia solo tiene una mira: el mercado exterior […]. El mecanismo sería producir barato, contando con una fuerza de trabajo depreciada, que se paga en bolívares, para luego vender en dólares. De allí que toda la estrategia, tanto del sector privado como del sector público, sea una estrategia de cara al exterior, colocando en un lugar secundario el mercado interno”;

– “el hegemón en todo este proceso es el Estado, que limitado para nuevas inversiones económicas […] tiene que apelar a la búsqueda afanosa de capital extranjero con el cual asociarse”, mientras que “el capital privado se siente incapaz de acometer las grandes inversiones (y asumir los grandes riesgos que ello implica) en los sectores estratégicos”, por lo que se “limita a pedir ‘creciente participación’”.

Antes de pasar a enumerar, con cierto detalle, las políticas que tendría que contener un proyecto de carácter nacional y popular -la inmensa mayoría de las cuales, de hecho, las vimos planteadas y ejecutadas con Hugo Chávez-, Rodríguez Araque plantea que no es suficiente que

se recojan las necesidades inmediatas del pueblo, por dramáticas y perentorias que ellas sean. Se requiere que las soluciones a tales necesidades forman parte de una estrategia donde el objetivo esté definido por una elevación incesante de las condiciones materiales y espirituales del pueblo venezolano. Es aquí donde encontramos la primera diferencia cualitativa, pues si bien ambos programas se plantean generar mayor riqueza, el capitalista piensa en términos de una mayor concentración de la misma y el revolucionario lo concibe en términos de buena alimentación, salud, educación, cultura, bienestar, libertad y participación del pueblo.

Si algo nos enseña Rodríguez Araque es que, bajo ninguna circunstancia, por adversa que sea, el revolucionario puede plantearse el falso dilema: servir al capital o servir al pueblo. Optar por la primera opción alegando que es el único “camino transitable”, para decirlo con el mismo Rodriguez Araque, es adentrarse en un callejón histórico del que no hay salida.

Habrá que seguir insistiendo en la necesidad de conocer la propia historia para evitar estos extravíos. Para el caso muy específico de quienes se asumen como militantes de la causa popular y revolucionaria, muy pocas tareas son tan importantes como el estudio de las obras de esas figuras que hacen parte de la tradición intelectual de la izquierda revolucionaria venezolana. No por mero afán libresco, por supuesto, sino porque en ellas es posible encontrar claves invaluables a la hora de comprender la realidad que intentamos transformar.

No es para nada casual que, inmersos en su lectura, nos topemos con muchos problemas que siguen siendo, al día de hoy, nuestros problemas fundamentales. Problemas que, como es natural, no se expresan actualmente de idéntica forma, aunque en ocasiones las similitudes puedan llegar a ser verdaderamente sorprendentes.

Se trata, en suma, de no desperdiciar un extraordinario acumulado analítico, de cultivar la mirada de largo alcance, de ser capaces de identificar líneas de continuidad histórica, pero también las rupturas. Con frecuencia, estas últimas son el resultado, precisamente, de la praxis de hombres y mujeres cuyo cálculo político va más allá del corto plazo, de lo meramente coyuntural, de lo que aparece ante nuestros ojos como una verdad incontrovertible. Las rupturas tienen mucho de audacia, pero también de estudio, de análisis profundo y desprejuiciado.

Venezuelanalysis

 

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