Violencia, endeudamiento y consumo: a lo que lleva la crisis argentina
La consecuencia es la que conocemos y que vemos crecer día a día, porque donde el Estado no resuelve los problemas, estos se resuelven a sí mismos y no siempre de la mejor manera
El termómetro de la violencia en los barrios populares ha escalado a niveles preocupantes, pero este fenómeno no es una casualidad, sino la consecuencia directa de un modelo económico que asfixia a las familias, a la comunidad, y de un Estado que decide retirarse de los barrios. Cifras alarmantes sobre endeudamiento familiar, la expansión del pluriempleo como única vía de subsistencia y el avance del narcotráfico sobre territorios abandonados pintan un cuadro de ruptura de los lazos sociales donde la conflictividad se vuelve la única respuesta a la desesperación.
La conversación en los barrios ya no gira sobre el futuro, sobre proyectos, sino sobre la urgencia inmediata, sobre cómo sobrevivir a las próximas horas. Lo que se percibe en el aire no es la brisa esperanzadora de un nuevo devenir con olor a libertad, sino una tempestad de resignación nauseabunda con un aumento palpable y constante de la conflictividad, una tensión que rompe los códigos barriales que antes contenían el desborde, pero que hoy se encuentran en un fino hilo que sostiene los pocos lazos de comunidad que existen. La solidaridad histórica, ese pegamento social, esa cinta scotch que permitía la organización vecinal, resabios de aquella comunidad organizada con la que soñábamos y soñamos, hoy eso se está evaporando bajo la presión de una crisis económica insostenible e indibujable que lleva años ahorcándonos, pero que en estos últimos tiempos se ha vuelto insoportable. La sociedad tiene la difícil tarea de reconstruir los tejidos, invitando a una salida colectiva en contraposición de lo artificialmente impostado que se traduce como la lógica individual por la cotidianeidad de la subsistencia.
El gobierno nacional celebra cifras macroeconómicas y un supuesto equilibrio fiscal, pero ignora deliberadamente que ese «equilibrio» se sostiene sobre la desintegración del tejido social y el daño visceral en los bolsillos de las familias. La violencia que hoy se expande en las calles no es solo delictiva, es la violencia de la desesperación, la que nace cuando el esfuerzo ya no alcanza para lo más básico, en un contexto donde, según datos oficiales del INDEC, una familia tipo necesitó en septiembre de 2025 más de 1.176.000 pesos solo para no ser considerada pobre, una cifra inalcanzable para la mayoría de los trabajadores formales, informales o de la economía popular.
Uno de los motores de esta nueva conflictividad es el ahogo financiero que sufren los hogares, que han entrado en un ciclo de endeudamiento perpetuo solo para comer. La dificultad para llegar a fin de mes no es un situación que se siente o se palpe, es una realidad que afecta a 11,3 millones de argentinos. La deuda promedio ascendió a 3,7 millones de pesos, en base a los cálculos que hicieron desde el Instituto Argentina Grande (IAG).
Lo dramático es la naturaleza de esa deuda, un informe reciente del Instituto de Estadisticas y Tendencias Sociales y Económicas (IETSE) muestra que el 58% del financiamiento tomado con tarjetas de crédito se destina a la compra de alimentos. Ya no se trata de financiar la compra de un bien para el hogar, un electrodoméstico o un emprendimiento, sino de «tarjetear» la leche y los fideos. Esta situación ha llevado la morosidad a niveles récord en los últimos dieciséis años, un abrumador 91% de los hogares argentinos mantiene algún tipo de deuda financiera. Si aumentamos el zoom, podemos hacer foco en los sectores populares no bancarizados por su situación de informalidad, la supervivencia depende del fiado del kiosquero o de un prestamista usurero del barrio, por supuesto esto provoca que los lazos de confianza se rompan y sean reemplazados por relaciones de extrema tensión, donde cualquier chispa puede encender un conflicto grave entre vecinos. Un habitué son los escraches en redes sociales o los mensajes con indirectas por medio de los estados de WhatsApp.
Frente a esta asfixia, las estrategias de supervivencia se agotan y el único modelo que se permite es la autoexplotación en todos y los más bajos sentidos. Incluso los trabajos más añejos y tradicionales de la economía popular, como el reciclado, se han vuelto inviables por decisiones políticas. María Ferreira es oriunda de un barrio popular de La Pampa, ella cuenta que "El precio bajo de 300 a 80 pesos el kilo de cartón, no alcanza, el precio del plástico también está bajado porque el gobierno permitió la importación y esto nos está arruinando".
Este fenómeno se replica en todo el territorio nacional. Desde Rio Grande, Lina Fueguén, trabajadora de un SUM en el Barrio Austral, confirma la tendencia: "El trabajo informal viene en aumento, de changas, feria, de vender lo que se tiene y para muchas personas es su segundo laburo". Ya no hablamos de emprendedurismo, sino de desesperación para generar ingresos, informes basados en datos oficiales muestran que el pluriempleo alcanzó un récord del 12,4% de los trabajadores en 2024, a lo que se suma un 16,6% de ocupados que buscan activamente un segundo o tercer empleo porque el primero no les alcanza, números que a las claras vemos que están por debajo de la realidad efectiva.
Peor aún, según el Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas (IPPP) casi el 30% de la población ocupada está «sobreocupada», trabajando más de 45 horas semanales, y ni siquiera eso garantiza llegar a fin de mes. Esta realidad de padres y madres ausentes, que corren de un trabajo precario a otro, dinamita la estructura familiar y deja un vacío en el hogar que el Estado tampoco ocupa. Este estrés económico constante tiene un correlato directo en la salud mental: el Observatorio de la Deuda Social (UCA) advirtió que casi tres de cada diez argentinos sufrieron síntomas de ansiedad y depresión durante el año anterior, la cifra más alta en catorce años, mientras un estudio de la UBA indica que el 72% de la población siente que la crisis económica afecta directamente su bienestar psicológico.
Jornada laboral de 6hs, indemnización por despidos, aguinaldos desfasados, paritarias, reforma laboral, temas que están en agenda en una Argentina que vive en el siglo XIX, dónde el 50% está sumergido en la informalidad de manera transversal.
¿De la casa al trabajo, del trabajo a la casa? NO, de la casa sin servicios, al trabajo sin derechos, a su changuita, a su otra changuita, a su casa sin servicios. En el medio? La desigualdad y la marginalidad, el paro de bondis, el paro de la escuela de tu pibe, la calle inundada, el corte de luz, la cana que te para, Milei cantando en el Movistar Arena.
Este trago de deuda, agotamiento y abandono estatal es el escenario ideal para que avancen las estructuras criminales, que ocupan con eficacia los vacíos dejados por las instituciones formales que deberían garantizar la paz social. El narcotráfico ha dejado de ser un problema de seguridad para convertirse en un ordenador social paralelo. Marcelo Bogado, vecino de Villa Fiorito, asegura que "es el peor momento con el tema de la droga, desde que vivo acá no veo tanta gente vendiendo y consumiendo. Vienen de todos lados acá, es un peligro". En los barrios donde el comedor cerró por la falta de abastecimiento, donde las obras se paralizaron, el club cerró, donde el centro de salud no tiene insumos y donde la escuela apenas contiene, el narco ofrece «trabajo» y un futuro a nuestros pibes y pibas, impone su propia ley y gestiona el territorio como si fuera un escenario de guerra. La red comunitaria intenta sostener lo insostenible.
Lina Fueguén lo grafica desde su SUM en el sur del país: "La gente viene a buscar ropa, viene a buscar algo calentito, nosotros no funcionamos como comedor pero siempre buscamos tener algo calentito para recibir a la gente del barrio que la está pasando mal". Es la solidaridad reemplazando al Estado. La iglesia y las organizaciones sociales denuncian constantemente y alertan sobre el crecimiento del consumo de drogas ilegales o del consumo problemático del alcohol, lo cual exacerba la vulnerabilidad social y la pérdida de vínculos familiares.
Desde Rosario, Ignacio Alesia del barrio 7 de Septiembre conecta directamente el abandono estatal con el delito: "...fijate que no hay laburo, el consumo de droga aumentó porque aumentó la oferta, hoy se vende en cualquier lado, las ayudas sociales no existen más y la gente cae en esto que parece una fuente de laburo para el que no tiene nada".
Mientras el gobierno nacional presenta cifras triunfalistas sobre un aumento en las incautaciones de cocaína, en los barrios se percibe un aumento en el consumo y, sobre todo, en el control territorial de las bandas. La violencia se vuelve endémica, no solo por la disputa entre organizaciones, sino porque el narcomenudeo se transforma en la única economía posible para muchos. Esta realidad es a menudo ignorada por los grandes medios y la política. "Acá los medios no muestran lo que pasa en Rosario", denuncia Ignacio Alesia, "sin ir más lejos, hace poco asesinaron a un nene cerca del Río Mio, le robaron, lo mataron y lo tiraron al río. Lamentablemente, los gobiernos no atienden, ni el municipio, ni la provincia ni la nación".
Este desamparo genera un miedo que paraliza la vida social porque "La gente tiene miedo de ir a trabajar, la policía no aparece, nadie se hace cargo", tal como indica Marcelo Bogado desde Fiorito. Y por supuesto, como no puede ser de otra manera, la consecuencia es la que todos conocemos y que vemos crecer día a día, porque donde el Estado no resuelve los problemas, estos se resuelven a sí mismos y no siempre de la mejor manera: "eso produce mucha violencia porque a veces son los propios vecinos los que toman acciones por mano propia". Sería simplista manifestar que se debe únicamente a un gobierno, la realidad es que vivimos asediados sistemáticamente por una estructura que necesita a nuestro pueblo atormentado por haber soñado alguna vez con la justicia social.
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