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Gandhi y la desobediencia civil

Charly Chaplin describió certeramente en "El dictador" esa extraña faceta de todos los tiranos: detrás de cada dictador duerme un payaso.

Hace ya algunos años que el corresponsal de un semanario suizo muy conocido definió a Aznar como «una suave mezcla de Hitler y Charlot». Al escuchar las declaraciones de Aznar sobre el submarino británico Tireless, cantando la primera estrofa de "Yellow submarine", no pude menos que acordarme del periodista suizo, de Hitler y de Charlot. Si recordamos aquel paseíllo por las calles de La Habana vieja, sus comentarios sobre la corbata de Fidel Castro y aquella fiesta (?) memorable en la que bailó la "Macarena", entre otros, tendremos la imagen de Charlot. Si lo vemos como en su intervención después del atentado de Madrid, pequeño Führer que no admite contradicciones, tendremos la visión completa del jefe del Gobierno.

La evolución mundial del capitalismo ha impuesto nuevas fórmulas de control, y del viejo modelo de dictador, como fueron Hitler, Mussolini o Franco, ya no sobreviven más que Ariel Sharon en Israel y algunos pequeños sátrapas en el tercer mundo. El nuevo modelo de dictador controla todos los media de un país y no necesita el empleo de la fuerza contra la mayoría adormilada. Al púlpito que justificaba a los señores feudales y al derecho de pernada le ha sustituido la pequeña pantalla, que justifica y santifica el poder del dinero y de sus vicarios, los nuevos dictadores. Estos pueden hacer lo que quieran contra la oposición interna ya que disponen del beneplácito internacional de gobiernos dispuestos a entregarle a todos los que se atrevan a oponerse a su poder y que intenten escapar a un país vecino.

El nuevo dictador de guante casi blanco habla constantemente del Estado de Derecho, se codea con los líderes de los grandes países que le permiten hacer sus gracias con una sonrisa de complacencia. Algunos recuerdan que Hitler llegó al poder por mayoría de votos, es decir, que fue un dictador de origen democrático.

Quizás la única fórmula capaz de oponerse a los nuevos dictadores es la desobediencia civil dentro de sus propios países. Hace ya un siglo que un pequeño abogado hindú formuló la teoría de la desobediencia civil. Con ella expulsó a los ingleses de la India. Se llamaba Mohandas Karamchand Gandhi.

Hace unos días y cerca de nosotros la Policía ha encarcelado a un grupo de personas acusadas, como Gandhi, de desobediencia civil. Días antes, dos de estas personas habían firmado un manifiesto pidiendo a ETA el fin de las hostilidades. El juez Garzón, como candidato español al futuro tribunal internacional y diseñador del nuevo contubernio judeo-marxista-masónico, en el que incluye a corporaciones educativas, asociaciones de padres de presos políticos y grupos pacifistas, hubiera mandado a la cárcel al propio Gandhi.

La caza de disidentes de Euskal Herria recuerda las persecuciones que los inquisidores franceses y españoles llevaron a cabo en el siglo XVII contra los «herejes y xorguinos» vascos. A los inquisidores Pierre de Lancre, Alvarado y Becerra les han sucedido la jueza antiterrorista Colber, el juez Garzón y el fiscal Fungairiño. Frente a los que afirman que todo ha cambiado desde la Transición, puede afirmarse que las instituciones apenas han cambiado en estos 25 años. Los políticos que mandan son los hijos de los que sirvieron a Franco. Fiscales como Fungairiño, que justificó el golpe militar de Pinochet, se autodefinen. Si por ventilar discusiones bizantinas, los partidos abertzales permiten que se instale en Gasteiz un gobierno PP-PSOE, tendremos mucho tiempo para lamentarlo todos los que vivimos aquí.

A. Lersundi

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