Victimización: una estrategia de Estado

x Alizia Stürtze - Historiadora

En el Ayuntamiento de Donostia PP y PSOE se tiran los trastos por patrimonialización y manipulación de las «víctimas y los amenazados». Como carroñeros que son, todos quieren sacarle el máximo jugo a esa valiosa arma ideológica e importante baza de poder que el intelectual judío Norman G. Finkelstein en su "La Industria del Holocausto" llama «cultura de la victimización», y en cuya creación, institucionalización e internalización popular el Estado lleva invertidos enormes recursos, hasta haber convertido el invento en un importante catalizador de votos y en un aglutinante de una nueva «identidad nacional»: España y los españoles, con Aznar al frente, contra el imperio vasco del mal, xenófobo y asesino. Un Estado represor como el madrileño, con un lamentable historial en el campo de los derechos humanos, convertido en víctima y engrandecido, gracias al adoctrinamiento propagandístico de la victimización.

Como desarrolla Finkelstein, la «violencia de persecución» o el estatus de «víctima» no son sino un constructo ideológico con intereses muy concretos, una producción masiva de consignas y falsas visiones del mundo, en cuyo dogmático enunciado colaboran toda una serie de pseudointelectuales vendidos y por ello precisamente encumbrados por el poder. Y es que la ideología de las «víctimas» y la victimización del propio Estado proporciona a éste considerables dividendos. Por un lado, le inmuniza frente a toda crítica legítima (que se convierte en tabú), y le otorga poderes para funcionar fascistamente a su antojo, infligir irreparables e inmorales castigos a detenidos, presos, huidos y familiares y estigmatizar con el sambenito de «terrorista» toda forma de disidencia que se oponga realmente a su política: un crimen no es un crimen cuando lo cometen ellos, las autoproclamadas «víctimas», como afirma John Pilger en "The New Rulers of the World". Por otro lado, establece distinciones morales entre sufrimientos, impidiendo la empatía, es decir, cerrando el corazón al sufrimiento de los no españoles (los familiares de presos, torturados o muertos ni pueden adquirir el estatus de víctima ni tampoco, al parecer, padecer ni tener sentimientos), y permitiendo que la izquierda estatal desvíe la atención del enemigo real, y oculte que todos somos víctimas del sistema, que él es nuestro verdugo y que contra él es contra el que hay que plantear la lucha.

Esta agresiva cultura de la victimización es pues toda una estrategia de Estado al servicio de las élites de siempre. El pueblo español así debería comprenderlo. De esas bases del PNV que aceptan que Ibarretxe ordene la entrada a sangre y fuego de la Ertzaintza en locales abertzales hablaré otro día. Hoy me puede la indignación.

 
         
   
 

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