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Euskal Herria :: 21/02/2005

No hay distancias para quien tiene el poder de atravesar un cristal con sus besos

PAT - Presoen Aldeko Taldeak
No fallan. Siempre están ahí. Y seguirán estando. Donde sea, donde haga falta. Cuando escuchan hablar a sus hijos e hijas, en sus ojos se percibe un brillo. En unos tiempos en los que «se pasa de todo», tras la cristalera se oye hablar de lucha en contra de la precariedad laboral y de la guerra. O a favor de las mujeres, del euskara o de su país. Sus familiares están orgullosos. Ese es el brillo de los ojos.

Duermen poco. No les importa comer lo que sea. Se meten nueve horas de tren entre pecho y espalda. Y otras nueve a la vuelta. O desafían una carretera nevada en un incómodo viaje en autobús. Yaguantan todo tipo de miradas, sobre todo si se adivina su procedencia, bien por la ropa o porque hablan «raro». Cuando llegan a la Audiencia Nacional son los últimos «monos». Han de conformarse con los sitios que sobran.

Y, sin embargo, sonríen. Muchas veces, la procesión va por dentro. Pero nunca se avergüenzan, ni bajan la mirada. Están orgullosos, por mucho que algunos no puedan entender el porqué. Son los familiares de todos esos jóvenes que están viviendo este juicio desde el otro lado de la famosa «pecera» de la Audiencia Nacional. Padres, madres, hermanos, novias...

Un caso de tantos. Noche del domingo al lunes. 00.30 horas. Un matrimonio toma el autobús de Continental en la estación de Donostia. Destino: Madrid. Incluyendo la parada en la localidad burgalesa de Lerma, el viaje dura cinco horas y media. A las seis de la mañana, la capital española todavía está tranquila. Con una bolsa a cuestas, deambulan por las calles casi desiertas. No saben si ese día podrán ver a través del cristal a su hijo encarcelado.

UN MAR DE DUDAS

Primero habrán de confirmar que hay juicio. Y seguidamente tendrán que lograr un hueco en la sala. Llevan su ligero equipaje en la mano. Igual se quedan a dormir en un hotel, igual no. Todo depende de cómo se programen las sesiones.

Mientras pasean, la ciudad va cobrando vida. En las inmediaciones de la plaza Colón, el gélido viento se mete hasta los huesos. Compran un periódico y se meten en la única cafetería que encuentran abierta. Un zumo, un croissant y un café con leche. Con el estómago lleno la espera se hace algo más corta y mientras se come se olvida el no haber dormido.

En los alrededores de la Audiencia se juntan con otros familiares. Cada cual explica su viaje. Unos la víspera. Otros han arribado a la estación de Chamartín hacia las 7.30. Llegan también los abogados, a quienes preguntan si habrá juicio. En realidad están preguntando si podrán ver a sus hijos.

Como no hay sitio para todos, se organizan ellos mismos para ver quién entra y quién se queda fuera. Cuando los más afortunados llegan a la sala, los encarcelados ya están en su lugar. Los jóvenes estiran el cuello e incluso se levantan.

Buscan con sus miradas a sus allegados. Se agitan las manos, se lanzan besos al aire, se leen los labios en breves conversaciones. Durante la sesión, han de escuchar los comentarios despectivos hacia los jóvenes realizados en voz baja pero audible por otra parte del público.

Pero no entran al trapo. En realidad, tienen todos sus sentidos puestos en aquellos a quienes no han podido abrazar desde hace mucho tiempo. En algunos casos, casi cuatro años. Sólo se indignan abiertamente con la incompetencia de los traductores. Aunque el tribunal no les oiga, ellos y ellas corrigen, traducen, matizan...

En los recesos se muestran animados. «Yo les veo muy bien», comentan. Y si ven así a sus hijos, cualquier sacrificio les merece la pena. Lo más duro es, como siempre, la despedida. Se repite el ritual del inicio. Los últimos besos atraviesan la cristalera mientras los funcionarios tratan de desalojar la sala a la mayor velocidad posible.

En este caso, la pena no es tanta. El adiós es un hasta luego. Al día siguiente volverá a haber sesión. Así que la siguiente tarea consiste en buscar un sitio para pasar la noche. Móvil en mano, en pocos minutos se logra reservar una habitación en un hotel.

EL MISMO RITUAL

El resto de la jornada se aprovecha para llamar a casa e informar a los que se han quedado allí, dar una vuelta, comer y beber algo y ver los informativos de la televisión. A la mañana siguiente el ritual es idéntico. Los familiares se van agru- pando en la misma cafetería de todos los días.

Unos han dormido en la capital española. Otros acaban de llegar. Estos últimos son interrogados acerca de las últimas novedades. «¿Qué se cuenta por allí?», preguntan.

Vuelven las colas ante la Audiencia, a la espera de saber el número de huecos. Dentro se repiten los saludos y los besos al aire. Al finalizar la sesión, algunos retienen las lágrimas a duras penas. El juicio se interrumpe hasta dos días más tarde. La mayoría tomarán el tren o el autobús hacia su casa. Hoy, la historia comenzará de nuevo. Todo para que los encarcelados no se queden sin esos besos que atraviesan el cristal.

Presoen Aldeko Taldeak (PAT)
www.pat-eh.org

 

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