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Pensamiento :: 18/02/2006

Ambientalismo, ecología, resistencia... y las mujeres

Magalí Rey Rosa
Puede ser que parir nos quite el miedo a sufrir y nos haga evidente cómo se conecta la vida, y por eso concibamos la Naturaleza como una fuerza femenina y nos sintamos especialmente ligadas a ella. O que nos sintamos tan explotadas, como la Naturaleza, por el implacable sistema patriarcal, el capitalismo y el libre mercado

La palabra "ecología" se atribuye al biólogo alemán Ernst Haeckel (1834-1919) para definir el estudio de las relaciones entre los organismos y sus ambientes. Salió del olvido y se volvió famosa a fines del siglo pasado, cuando se cobró conciencia del descalabro de las actividades humanas sobre los sistemas naturales que soportan la vida.

Rachel Carson fue una de las primeras en lanzar una voz de alerta, con su libro «La primavera silenciosa», donde puso de manifiesto que los pesticidas químicos -publicitados desde entonces como una gran solución- pueden acabar con todos los insectos, sin discriminar si éstos son pestes que atacan cultivos o se trata de organismos que cumplen funciones muy importantes, como abejas, lombrices o mariposas.

A partir de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Humano (Estocolmo, 1972), el problema ecológico pasó a formar parte de la agenda política internacional: se reconoció que el ser humano tiene el poder para transformar cuanto le rodea, a una escala sin precedentes. En los años 70, la corriente más conocida era la conservacionista, que buscaba mantener los sitios naturales con mayor integridad. La mayoría de países en todos los continentes declaró áreas protegidas como una estrategia para salvaguardar los ecosistemas más espectaculares e importantes.

Otra corriente es el ambientalismo, practicado sobre todo por gente convencida de proteger la naturaleza, pero que no quiere cuestionar el origen de los problemas ni "meterse en política": "A mí lo que me importa es que no se arruine el lugar donde vivo; lo que suceda río abajo ya no es mi problema". "Reciclo mi basura y con eso contribuyo; si el basurero la tira toda junta, yo no puedo hacer nada".

La [primera ministro] noruega Gro Harlem Brundtland proclamó en los años 80 que necesitamos desarrollar una conciencia colectiva, a través de un documento que se hizo famoso: "Nuestro futuro común".

Pero las iniciativas del siglo pasado parecen haber fracasado. El siglo XX terminó demostrándonos que el ambientalismo es un esfuerzo futil, incapaz de contrarrestar los enormes problemas ambientales pues los trata como fenómenos aislados, desconectados de las decisiones políticas y económicas que suelen ser la verdadera causa y motor de la devastación ecológica.

De poco nos sirve al resto de habitantes del planeta que la gente en Canadá recicle su basura, si debemos aceptar que compañías mineras canadienses exploten oro de las montañas guatemaltecas, hondureñas, indonesias o peruanas. O que en Estados Unidos usen gasolinas limpias, si para surtir su demanda de combustibles destruyen y contaminan selvas y poblaciones indígenas.

Una respuesta más efectiva ante tal devastación parece ser la resistencia de los pueblos afectados, que generalmente se encuentran en países empobrecidos por el milenario saqueo de sus bienes naturales. A esta corriente le han llamado ecologismo popular. Y por alguna razón, cada vez menos misteriosa, muchos de esos movimientos están encabezados por mujeres.

En el famoso movimiento Chipko de mujeres y niños para salvar sus bosques en la India; en la plantación masiva de árboles liderada por Wangari Maathai en África; en la resistencia petrolera en numerosos países del Sur, originalmente por las ecuatorianas de Acción Ecológica; en la resistencia a la minería que realizan Eloyda Mejía y Dominga Vásquez en Guatemala, encontramos un elemento común: para estas mujeres, la vida no se negocia.

¿Qué es lo que da fuerza a tantas para enfrentarse -indefensas- a gigantes como compañías transnacionales o gobiernos? Puede ser que parir nos quite el miedo a sufrir y nos haga evidente cómo se conecta la vida, y por eso concibamos la Naturaleza como una fuerza femenina y nos sintamos especialmente ligadas a ella. O que nos sintamos tan explotadas, como la Naturaleza, por el implacable sistema patriarcal, el capitalismo y el libre mercado.

Sea como fuere, las mujeres estamos jugando un papel histórico y vital en la defensa de la vida sobre la Tierra. Por eso, la definición de ecología que más me gusta -por ahora- es la que propone el teólogo Leonardo Boff: "es el arte de las relaciones, de todo, con todo, por todas partes".

* Ecologista guatemalteca
La Cuerda

 

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