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Argentina :: 29/10/2010

El asesinato de Mariano Ferreyra: Lo viejo que no termina de morir, mata

Emiliano Ruiz Díaz
La reciente disputa al interior de la CTA marcó lo que a mi entender resulta el meollo real de la cuestión, hoy, en nuestro país: la pelea por un nuevo modelo sindical

Si uno debiera elegir un punto destacado del debate político argentino de los últimos años hasta llegar al actual 2010, no podría dejar de señalar como eje de discusión preponderante la cuestión sindical. El asesinato deliberado y a sangre fría del militante popular Mariano Ferreyra por parte de un grupo armado perteneciente a la lista verde de la Unión Ferroviaria, no hace más que colocar en doloroso y nítido zoom el mencionado debate, que muchas veces no por ser traído a cuenta a partir de su potencial relevancia merece en consecuencia un desbrozamiento coherente con el anuncio de su promesa como tema a desarrollar en toda su dimensión.

En la mesa televisiva de polémica oficial del día de ayer (678, para ser exactos y dar un ejemplo) se hacía mención del tema, pero como una circular introducción que no encontraba su realización cabal. Un eterno prólogo, apenas una declaración de principios temerosa del escarbe y del después. Del posible desencadenamiento de reveladoras cercanías entre indeseables y amigos.

De cualquier modo, basta traer a la escena el conflicto de Kraft, la pelea por el nuevo sindicato en el Subte, el protagonismo social de los diversos gremios estudiantiles y docentes, la pedregosa –y aún no definida– elección de la CTA, e incluso la creciente inserción en la arena político-sindical de la CGT moyanista, como para empezar a entender que dentro de la politización profunda que recorre la discusión nacional en tiempos del kirchnerismo, ocupa un lugar de enorme visibilidad el accionar de las entidades gremiales. Sea desde medios privados buscando ofuscar a la población con los problemas de tránsito que puede generar una medida de fuerza, sea para ensalzar desde medios oficiales alguna frase anti-neoliberal por parte de Hugo Moyano, sea desde medios alternativos para socializar y apoyar la emergencia de nuevas experiencias combativas en el seno de la clase trabajadora… sea como sea, en el último tiempo y por sobre todo en los últimos meses es de agenda nacional el debate sobre la organización que se da la clase de los que trabajan para ganarse el sustento cotidiano y participar activamente de la política nacional.

En esta dirección, la reciente disputa al interior de la CTA marcó, aunque cruzada por la discursividad electoral y sus miserables limitaciones, lo que a mi entender resulta el meollo real de la cuestión, hoy, en nuestro país: la pelea por un nuevo modelo sindical. Si bien el kirchnerismo vs. el anti-kirchnerismo se comió buena parte de la cancha, no fue entre los compañeros afiliados para nada secundario el problema que acarrea para una central reproducir estructuras subordinadas al Estado y su capitanía de turno, no fue para nada lateral el hecho de plantear la necesidad de un gremialismo que tome decisiones desde el mandato de las asambleas, que pueda elegir por vía directa a sus genuinos representantes y sepa integrar con pleno reconocimiento a nuevos actores de lucha como pueden ser los movimientos sociales o la enorme masa de trabajadores no registrados o precarizados.

El acto criminal de la burocracia pedracista constituye en este sentido el reverso total de los desafíos de renovación organizativa que de a poco se vienen esbozando y más que nada aún esperan a nuestra clase trabajadora como protagonista activa y necesaria. Constituye un signo contrario e irreconciliable con la construcción de algo distinto en el gremialismo argentino y preocupa, no sólo por la repetición calcada de prácticas oscurantistas de décadas pasadas, sino también por el alto grado de hegemonía que este tipo de gremialismo despliega aún en las organizaciones obreras. Y no se trata sólo de grupos de choque, es mucho más que eso, se trata de toda una ortodoxia arraigada como incuestionable, enraizada como cultura, y que mantiene el verticalismo, la complicidad con los despidos, el desatendimiento para con los precarizados –ni hablar de los desocupados –, la persecución de los díscolos, la convivencia desfachatada con las patronales y la nula autonomía respecto de los poderes políticos de turno, entre muchas otras cosas. Preocupa porque se erige y se defiende no como excepcional praxis lúmpen, sino como concepto, como idea meditada y llevada a la práctica, se defiende como modelo, como bandera.

A partir del crimen de Mariano, circulan ahora encontradas opiniones respecto de la burocracia sindical como modelo: desde el oficialismo crítico, periodistas como José Natanson o Sandra Russo hablan de “asesinos que no son trabajadores y no responden a ese abstracto izquierdista llamado burocracia sindical”; a su vez, desde la izquierda tradicional se señala esta práctica criminal como un común denominador que recorre por entero tanto a la CGT como a la CTA. Desde mi punto de vista, es claro que no estamos ante la excepcionalidad pero tampoco estamos ante una totalidad. Me interesa pensar en términos de tiempos de disputa, de marcha y contramarcha en el movimiento obrero y trabajador en su conjunto. Aún así, evidentemente, más allá de que probablemente Pedraza y Moyano expresen corrientes sindicales en pugna dentro de la CGT –en este sentido, el líder camionero sería por colocación política más progresivo –, ambos se encuentran unidos por un hilo grueso y común que es aquel que no sólo no cuestiona, sino que además reproduce o deja campear a un viejo modelo sindical que encuentra sus pilares más regresivos en muchas de las cuestiones anteriormente mencionadas.

En este punto, el gobierno nacional tiene una importante cuota de responsabilidad en los hechos sucedidos (y todavía se encuentra pendiente una averiguación sobre el accionar permisivo de la policía federal para con la patota sindical) pues en su negativa a otorgar la personería gremial a la CTA para privilegiar simultáneamente sin cuestionamientos, al menos públicos, a la actual CGT, se legitima se quiera o no, al menos por omisión discursiva no ya en la práctica, toda una serie de formas y concepciones que van en desmedro de la crítica del viejo modelo sindical y la posible emergencia de uno nuevo, no subordinante, sino emancipado y emancipador. Son, por supuesto, los límites de un proyecto de gobierno democratizante, pero que plantea la convivencia del capital y el trabajo, el famoso “fifty-fifty” que cuadra perfecto con las aspiraciones de Moyano y la CGT. Como crítica a la propia ingenuidad, uno debería decir que claramente no estamos ante una alianza forzada entre el agua y el aceite. Y esto explica muchas cosas.

El asesinato de Mariano Ferreyra y el delicado estado de Elsa Rodríguez (ambos militantes del Partido Obrero), constituyen hechos de una enorme gravedad que debe obligarnos a los militantes del campo popular y a todos los argentinos que sientan que estos crímenes no pueden quedar impunes, a estar en pie de lucha y unidad para exigir juicio y castigo a los responsables materiales y políticos de los hechos. El gobierno nacional deberá por su parte poner toda su capacidad para colaborar en el esclarecimiento de la causa. Una tarea que vaya en esta dirección, despojada de bravuconadas macartistas que se hacen oír por ahí, colaboraría a recuperar el rol del Estado, para bien. La fatídica jornada del 20 de octubre debe llevarnos a pensar que no alcanza con tal o cual colocación política menos peor o progresiva, según se entienda, en la superestructura si no se impulsan transformaciones profundas, de raíz. Al modelo sindical hegemónico le toca esta parte. Porque está demostrado: lo viejo que no termina de morir, mata.

* El autor es militante de la Corriente Universitaria Plan B y estudiante de Letras (UBA).

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