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Anti Patriarcado, Nacionales E.Herria :: 21/04/2012

Ariana, Argentina, Euskal Herria...

Maite Campillo
Mujeres que caminan, ¡que el mundo no mire hacia otro lado!

Ariana
Formó parte del imperio persa Aqueménida en la antigüedad, hoy actual
Afganistán.

Las montañas de Ariana, de la provincia de Paktia, son de una belleza
indescriptible, de luz tan real como los bosques que afortunadamente
aún quedan en el Amazonas. Es en éste entorno donde ubico mi poblado,
aldea de casas de adobe, algunas de madera, donde han vivido hombres,
mujeres, niños y demás seres junto a los recursos naturales que la
naturaleza les iba ofreciendo, desde que Afganistán, se llamara
Ariana. Allí vivía Aisha y Nadir con sus tres hij@s ajenos al
siniestro “trajín” del imperio en su país; ajenos incluso a las leyes
que los Talibanes imponen a la fuerza allá donde campan. Aisha y
Nadir, como el resto del poblado tenían sus propias leyes que se
fundamentaban en el respeto, la convivencia, amistad y, el trabajo
comunitario. Sí hay para todos, bien y, si no hay, no hay para nadie.
Así se organizaban, así lo hicieron siempre. Tras las montañas nada
existía, ellos nunca habían estado mas allá, lo que tenían lo
consideraban suficiente, se sentían satisfechos de su entorno. Aisha
disfrutaba de sus hij@s, que entre soles y lunas vio crecer en ese
entorno libre que muchos humanos ya desconocemos. Amaba a su compañero
y valoraba tanto como a ella misma, la respetaba y quería sobre el
claro de la luna donde la contaba historias y cantaba versos de sus
antepasados, de los mejores poetas que han habitado éstas tierras como
Al-Nafis y Al-Jazari... Aisha reía y los niños cantaban junto a ellos
bajo el contagio de la vida en su expresión natural. Cantar es sacar
la felicidad que uno siente dentro, compartirla con los demás,
disfrutar al mismo tiempo. Un ruido ensordecedor, reventó la mañana,
sobresaltando los sensibles oídos de los habitantes de Ariana.

Entre las montañas aparecieron unos helicópteros tan negros como una
noche sin luna ni estrellas. Aterrizaron en medio del poblado y de él
salieron, como ratas en busca de la presa varios soldados ataviados de
todo tipo de armas dando alaridos; los niñ@s empezaron a llorar,
asustarse del monstruo que les gritaba, insultaba, despreciaba y
corrían sin aliento a refugiarse en sus hogares. Pero el monstruo
entró casa por casa disparando como 'demonios' venidos de lo mas
triste de la tierra. Violaron a las mujeres y niñas, mataron,
descuartizaron e incendiaron; una orgía para ellos, un festín para
cargar pilas y seguir destruyendo más hogares. En ese momento, Aisha y
su familia dejaron de existir como tal, porque en ese momento, justo
en ese momento, Ariana pasó a llamarse Afganistán y, el poblado de
Paktia, allá en esas hermosas montañas desapareció para siempre.

Argentina
“Las madrastras o las cenicientas de los cuentos de los hermanos Grimm
no alcanzan para imaginar lo que sucedió en Buenos Aires a partir de
la noche del 14 de marzo de 1977. Después de un operativo, la policía
depositó a tres niños en una casa de huérfanos de Banfield en la que
conocieron durante siete larguísimos años el socavón del infierno del
que todavía, en ocasiones, no terminan de entender si de verdad han
salido alguna vez”.

Una noche de marzo de 1977, llegaron oscuros militares tiñendo la
noche, a una casita donde dos niños y su hermanita la niña María
Ramírez, quedaron desarraigados de sus felices vidas al lado de sus
papas que los cuidaban y adoraban. A la mami la desaparecieron para
siempre, y a su papá le tenían preso a fuerza de electrones, golpes y
humillaciones. Los oscuros personajes llevaron a la hermosa niña María
y a sus hermanitos a una muy fea, que llamaban “casa de acogida”, pero
esa era una trampa, una gran mentira para engañar y reírse de los
niños que en el fondo odiaban, no era una casa para acoger a niños y
quererlos, eran muros donde se cobijaba la tortura, una casa que
encarnaba dentro de ella los horrores mas macabros, mas penosos e
indignos para los niños, para cualquier ser humano. María, lo
describió así:

“En la madrugada del 14 de marzo de 1977 fue el último abrazo de mi
madre cuando estábamos rodeados de militares y las balas entraban por
todas partes. Era terrorífico el operativo, las balas no terminaban de
tirarnos. Yo tenía 4 años; Carlos, 5 y Mariano, 2. ¿Por qué pasó todo
esto? ¿Por qué tuvimos que salir por la ventana de atrás? ¿Por qué vos
no? Antes de saltar afuera, nos abrazaste fuerte y largo. No era un
abrazo común: era un abrazo de ¡despedida! Me recuerdo de tus últimas
palabras: ‘María te quiero’, e igual a mis dos hermanos. Y también la
promesa que te hicimos de cuidarnos uno al otro”.

Tenían 2, 4 y 5 años de edad cuando miraban el operativo en el que un
grupo de asesinos, militares, secuestró a su mamá. La policía los
abandonó en el Casa Belén, que dependía de una parroquia de Banfield,
y sus nombres entraron en un expediente en el que la jueza de Lomas de
Zamora Marta Pons se negó a devolverlos cuando una tía los reclamó,
porque su padre estaba en la cárcel. La jueza rompió los papeles con
sus nombres públicamente, sin el más mínimo pudor... Para acercarnos
un tantito cuanto menos al dolor de su desgarro, hay que saber que
María estuvo desde los cuatro hasta los once años encerrada en ese
“Hogar” de tortura siniestro. Que, de noche, la casa conoció escenas
similares a las de un centro militar clandestino. O que ella tenía que
enterrar las monedas que alguno de los militares, asiduos
concurrentes, le entregaban cuando empezaron a abusar de ella, al
igual que a sus dos hermanitos. Que cuando se subió a un avión en 1983
con destino a Suecia, con su papá, todavía no sabía leer o escribir;
que enmudecía por espasmos, que no comía y que un día, muchos años
después, entre intentos de quitarse la vida, tomó clases de pintura y
los profesores corrieron por el espanto de lo que empezaron a ver en
sus cuadros:

“Vivíamos en distintas partes, clandestinos. Pasamos por distintas
casas. Dos años después, cuando nos secuestraron, estábamos viviendo
en Quilmes. Esa noche vino toda la tropa, no quedó casi nada, me
acuerdo cómo entraban las balas o del perrito que se esconde atrás de
la congeladora. No sé cuánta gente había, pero me acuerdo que nosotros
salimos por la ventana con la ayuda de nuestra madre.
Después “caímos en las manos de la jueza Pons, que conscientemente nos
hizo desaparecer poniéndonos como NN. Cuando llegamos a la Casa Belén
nos bautizaron de nuevo y nos cambiaron el apellido a Maciel.
Recibimos el apellido del militar del hogar. Los nuevos padres nos
exigían decirles: ‘mamá’ y ‘papá’. Era algo imposible. Pero cuando yo
no aguantaba más los golpes, me entregué a llamarlos así: ‘mamá’ y
‘papá’ a Manuel y Dominga.
Mi nuevo padrino me llevaba a su trabajo que eran centros clandestinos
donde las paredes tenían más sangre que pintura. En una ocasión no me
dejaron entrar porque adentro había gente ‘trabajando’. Podía escuchar
la música muy fuerte, las ventanas estaban cerradas. Pero mientras
esperaba a mi padrino podía diferenciar que en el fondo de la música
había gritos de personas. Gritos de dolor. Ese hogar era un infierno,
era una cárcel para niños. Ahí estuvimos casi ¡siete años! Eramos ocho
NN. ¡Yo me sentía enterrada viva! Porque el trato era inhumano, había
falta de cariño y vida ... te pegan y te hacen comer con los perros.
¿De dónde venía ese odio?
Hasta que entendés que es por tus padres, para que no salgas como
ellos. Esa era la razón...
Entendí que me estaban engañando y no quería creer lo que me decían.
Ese, al final, fue mi secreto:
me dije que nunca iba a decirles que tenía a mi mamá en la memoria...
A veces en la soledad, uno puede hablar con alguien y yo pensaba que
con ella, de esa manera, podía compartir mucho, porque también estaba
prohibido hablar entre nosotros. Había que vivir en silencio. Nadie te
pregunta cómo estabas, solamente eran órdenes. Desde afuera se veía
todo perfecto, pero adentro era un infierno total...
Era muy clara la idea que tenían de cómo romper con el interior de
cada persona, porque nosotros éramos basura para ellos:
a mí me pegaban para que les dijera mamá y papá y al comienzo no
quería porque la señora esa era una bruja...
Yo tenía cuatro años. Mi mamá era algo hermoso, cariñosa y ésta era
totalmente distinta; Manuel, su esposo, era un milico, trabajaba de
noche y tenía su ropa militar...

La casa era una base operativa durante la noche y de día venían
siempre los militares, tenían reuniones en el comedor. Las noches eran
momentos terroríficos. Hoy mismo todavía me cuesta dormir por todo
eso. Ellos tenían sus reuniones y después pasaban por el dormitorio de
las niñas: yo no podía dormir por los abusos sexuales y por el miedo
de que nos separen a los tres.

Los abusos empezaron a los siete años, el hijo de Manuel tocó a todos
los chicos, a mis hermanos y a mí. También venían los compañeros de
Manuel y abusaban. Cuando se iban me dejaban una moneda.

La vuelta a la casa también fue una medicina bastante fuerte. La he
vivido, tengo los vecinos, he abierto algo social, y esa fue la
primera vez que hablé. Y “el Barba” y otros se sorprendieron porque
nunca me escucharon hablar. Y ahí me decidí y hablé porque, como
varias veces me pusieron un arma y me dijeron: “Si hablás alguna vez,
click: te vamos a matar”. Me ponían el arma en la cabeza para
demostrarme que era verdad, pero ya atravesé un poco ese miedo.

Euskal Herria
Amaia: "Me detuvieron el 29 de octubre, a las tres de la mañana. En el
momento de la detención mis padres se encontraban en casa. Golpearon
la puerta, mientras gritaban que era la Guardia Civil y que abriésemos
la puerta. Me puse muy nerviosa y me entró el pánico, así que fui
corriendo a la habitación de mis padres buscando resguardo.

Fue mi madre quien abrió la puerta, y nada más hacerlo entraron en
casa muchos agentes de la Guardia Civil en tropel, con las armas en
las manos, apuntando hacia todas partes y preguntando por mí. En aquel
momento me di cuenta que no había escapatoria y se me cayó el mundo a
los pies… me presenté ante ellos y les dije que yo era Amaia.

Me llevaron a la puerta y me colocaron unas esposas de metal a la
espalda. Antes de llegar al portal me ordenaron bajar la cabeza y
mientras me decían que ni se me ocurriese mirar, me dejaron en manos
de otros dos hombres. Me agarraron de los brazos, me dijeron “ahora
calladita” y me sacaron del portal y me metieron en un coche oscuro.
Oí los gritos de mi madre dándome ánimos, estaba aterrorizada, me
encontraba en sus manos y no podía hacer nada para salir de aquella
situación. No podía creer que fuese cierto, aquello tenía que ser una
pesadilla…

El que durante el trayecto me fue hablando me dijo “ya hemos llegado
puta, y no nos has dicho nada”, mientras me dejaba en manos de otros
guardias civiles. Estos, entre ellos había una mujer, me llevaron aun
baño que estaba bajando unas escaleras; me dijeron que me quitase la
ropa y me ordenaron ponerme bajo una ducha que allí había. Me mojaron
entera con agua fría, después me devolvieron el tanga y el sujetador
mientras me ordenaban que me los pusiera. Me quitaron los pendientes,
las pulseras, los anillos...

Al cabo de unos diez minutos de que me hubieran metido en el calabozo,
golpearon en dos ocasiones en la puerta, e hice lo que ellos me habían
ordenado; me puse de espalda a la puerta contra la pared, me temblaba
todo el cuerpo del miedo que tenía. Nada más se abrió la puerta oía la
voz del guardia civil que había ido en el coche hasta Madrid,
diciéndole a otro, al que llamó Garmendia, que hiciese lo que tenía
que hacer. Se tiró sobre mí, me echó a la cama y me agarro muy fuerte
de los brazos. Empecé a gritar que me dejase y ellos me gritaban
“¡cállate puta!”. Entonces les vi, estaban encapuchados y el que había
ido en el coche tenía bajados los pantalones y los calzoncillos, y
venía hacia mí mientras me decía entre risas “nos vamos a follar a la
novia del jefe”. Se tiró sobre mí mientras restregaba su cuerpo contra
el mío... La puerta del calabozo estaba abierta y allí había no sé
cuantos guardias civiles más que gritaban, entre carcajadas, que ellos
serían los siguientes. Yo les gritaba, estaba llorando, pero les daba
igual. El que estaba sobre mí, me sobaba todo el cuerpo con sus manos
y cada vez se apretaba con mas fuerza contra mi entrepierna mientras
me gritaba. Los que estaban en la puerta estaban pidiendo su turno y
entre risas me decían “te va a follar hasta la tía que está aquí con
nosotros”... Cuando se fueron tenía todo el cuerpo completamente
dolorido, me sentía ya sin fuerzas y estaba llorando sin parar, estaba
completamente mojada y tirada en una esquina tapada con una manta.

No sé el tiempo que transcurrió hasta que de nuevo golpearon la puerta
del calabozo; estaba temblando, no tenía ni fuerzas para levantarme y
empezaron a gritarme “¡Levántate zorra que ahora es la buena, ponte en
tu posición!”. Cuando hice lo que me ordenaron se abrió la puerta y,
entre risas, me cubrieron los ojos. Me sacaron del calabozo, esposada
y con la cabeza agachada. Bajamos unas escaleras, subimos más
escaleras, dimos vueltas hacia un lado, al otro y me metieron en una
habitación, poniéndome en una esquina contra la pared. Me empezó a
hablar un hombre cuya voz no había oído hasta aquel momento. Me dijo
que ya sabía que hasta aquel momento no había dicho nada interesante y
que a partir de aquel momento comenzaba el infierno para mí; que tenía
dos opciones y que al parecer había aceptado la más dura, que todo lo
que me harían a partir de aquel momento sería culpa mía… mientras me
preguntaba si quería cambiar de idea. Yo no podía dejar de llorar y le
dije que no sabía nada, que no sabía porqué motivo me habían detenido.

Entonces aquel hombre me dijo “tú has elegido” y diciéndome que se iba
y me dejaba en manos de sus hombres, que a ver si cuando volviese
tendría valor para seguir diciendo lo mismo. Acto seguido otro me
agarró del brazo y sacándome de allí me llevó a otra habitación. Esta
habitación era toda de baldosas. Cuando me metieron allí me quitaron
el antifaz y pude ver que había cinco hombres, todos encapuchados. La
luz que había era blanca y me producía dolor.

Me sentaron en una silla y me enseñaron un paquete de bolsas de
basura, mientras me preguntaban si sabía para qué eran. Les dije que
sí, y me obligaron a explicarles para qué las utilizaban. Estaban
venga reírse hasta que uno de ellos golpeó la silla con la mano. Me
dijeron que había perdido toda oportunidad y que de allí en adelante
conocería lo que ellos llaman tortura. Me gritaban los nombres de
amigos y conocidos y querían que les dijese de qué les conocía y en
qué trabajaban. Les decía que a muchos les conocía pero que no tenían
ninguna relación con la organización, por lo menos que yo supiera; en
aquellos momentos me gritaban y me insultaban puta, zorra, mentirosa,
y me colocaban una bolsa por la cabeza mientras me la apretaban por
detrás. Al principio sentía calor, tenía la cara empapada en sudor,
intentaba moverme cuando la bolsa me tapaba la boca, no podía respirar
y comenzaba a marearme; conseguía romper la bolsa con los dientes, y
en aquellos momentos, cuando empezaba a respirar de nuevo, me
golpeaban en los oídos sopapos con la mano abierta.

Me levantó un poco el antifaz, me enseño una pistola, era de metal. Yo
intenté revolverme, estaba aterrorizada pensando que me iban a pegar
dos tiros… Entre risas me preguntaron si la quería coger con las
manos, a ver si tenía “cojones” como mi hermano y mi compañero para
dispararles; yo les decía que no, entre sollozos, temblando y ellos
entre risas me decían cosas del estilo de “puta traidora”. Entonces
sentí el metal entre mis piernas y un guardia civil me susurró que no
me moviese, yo lloraba, y empecé a gritar como una loca, mientras
hacía fuerzas por juntar mis piernas, pero no podía porque tenía
atados los tobillos a las patas de la silla…

Me puso la pistola entre las piernas y con su mano me apartó el tanga,
yo le gritaba que me dejase en paz, pero él comenzó a golpearme en los
oídos con las manos abiertas a la vez que me gritaba que estuviese
quieta o que se le iba a escapar un tiro porque la pistola estaba
cargada. Oía las carcajadas de los demás diciendo cosas del estilo de
“zorra, guarra, puta, si te va a gustar”... no podía parar de llorar y
ya no tenía fuerzas para gritar. Empezó a introducirme y a sacarme la
pistola de forma más violenta, lo que me provocaba dolor, mientras el
que me estaba violando me susurraba “si te gusta puta”, “no vas a
tener un hijo de puta porque te voy a pegar dos tiros”; su olor se me
metía hasta dentro, me daba asco, no sé si alguna vez se me irá ese
olor de la cabeza…

Todos estaban riéndose, uno me sujetaba por el cuello mientras el otro
una y otra vez me metía y me sacaba el cañón de la pistola en la
vagina y me sobaba el pecho de forma muy brusca, apretándome el pecho
con las manos. Notaba dentro de mí el frío del metal, ellos me
repetían que la pistola estaba cargada y que si disparaban sería mi
culpa…

No sé durante cuanto tiempo se prolongó la violación, pero me quedé
muda, estaba como perdida; en aquella habitación estaban violando mi
cuerpo pero por un momento yo conseguí huir de allí, entre sollozos,
pero conseguí huir de allí; me acordaba de la gente de mi entorno,
estaba con ellos y con ellas, estaba protegida…

De repente sacó muy bruscamente el cañón de la pistola de dentro de
mí... Cuando vinieron de nuevo a buscarme, había pasado mucho tiempo,
vino la mujer y me llevaron al baño, con los ojos tapados, me
obligaron a ducharme y me dieron ropa limpia... Después me metieron en
un furgón quitándome el antifaz, me llevaban a la Audiencia Nacional,
empecé a llorar, por fin estaba fuera de aquel infierno.”

El 27 de octubre del 2009, Amaia Urizar, de 27 años abandonó la cárcel
después de 5 años privada de libertad, y después de haber sufrido un
suplicio de “hombres” vestidos de negro, al igual que les pasó a los
habitantes de la aldea de Ariana, de la niña María Ramírez en
Argentina, y de tantos otros seres humanos que ayer y hoy son víctimas
de lo mas oscuro de éste mundo.

PD.
“Sin duda, los vejámenes sexuales tienen un componente machista, no
sólo te muestran el poder de las armas, de la superioridad física, de
la situación de inferioridad que de hecho se produce al estar vendadas
y esposadas, sino también el símbolo la demostración del otro poder:
el poder fálico”, dijo Silvia Ontivero de Argentina, que sufrió en su
propio cuerpo, tres y cuatro veces por día durante su cautiverio en el
D2, de la ciudad de Mendoza... “La violación era una forma más de
degradación, la idea era convertirte en nada, es un recuerdo que no se
borra nunca, eso de cómo percibes en ese momento la transformación de
hombre a alimaña. No quiero decir animal por respeto a los animales.
Como mujer lo que percibes es que quien te somete es un monstruo, no
puedes verlo de otro modo porque ahí, en ese ser, esa alimaña, no hay
inteligencia, ni humanidad, no está dentro de la categoría humana que
estás acostumbrada a tratar”.

Son hechos, testimonios, denuncias de rigor apremiante, son los
pueblos azotados que hablan a viva voz, es el imperialismo y su
capitalismo maldito en el mundo restregando la tortura sobre culturas,
seres que antes de ellos nacer le tienen marcado el destino. Una
práctica de hechos que evidencian una vez más, mil y un millón de
veces al monstruo. Cadena de acciones con eco de escalofrío; es el
poder absoluto, es el imperio destructor, su fuente, por donde emerge
la vida del planeta.

Maité Campillo (actriz)

 

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