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Pensamiento :: 05/06/2012

El cuento de los derechos laborales

Mikel Arizaleta
El capitalismo y la mentalidad competencial nos ahogan, nos agarran por el cuello de tal manera que parece que de hecho admitimos la situación

Una vez más de manera clandestina Günter Wallraff se ha colado en la empresa alemana repartidora de paquetes GLS. Sus resultados por desgracia no suenan hoy demasiado escandalosos, y no porque no lo sean, que los son, ni tampoco porque Wallraff no haya explicado bien el tema, sino porque las condiciones laborales en nuestros días atentan a menudo y de manera bastante general contra los derechos humanos.

A Günter Wallraff, a este periodista de Colonia de 69 años, hay que agradecerle una vez más que de manera sencilla y efectiva haya indagado en un sector del mundo laboral alemán, que padece opresión y desprecio. Por eso nuestro aplauso y nuestro agradecimiento. La pregunta es ¿por qué de nuevo él y no también otros? ¿Dónde se esconden estos periodistas osados, capaces de poner al descubierto la ponzoña empresarial que se encierra cuando menos en sectores importantes de explotación humana? ¿Dónde sus voces y su libertad? ¿Para cuándo su pluma?

Recalca Ruth Schneeberger en el Süddeutsche Zeitung que, una vez más, Wallraff explica al ciudadano por qué y cómo en esta sociedad actual se sigue pisoteando y saltando a la torera de modo sistemático los derechos humanos de los trabajadores, cómo determinados grupos de población y minorías se ven saqueados y explotados. Son relatos de denuncia real, que enganchan, incitan y conmueven.

De nuevo Wallraff y un ramo cuya misión es el reparto de paquetería. Sin que le descubrieran se colocó en la empresa alemana de reparto GLS y ha hecho una descripción de lo encontrado con trabajadores actuales y antiguos que con nombre, apellido y foto atestiguan lo narrado por Wallraff: en los servicios de reparto como éste de GLS las condiciones de trabajo de los obreros se asemejan a un comportamiento que podríamos denominarlo de esclavitud moderna. Jornadas no inferiores a 12 horas, sin pausas ni descansos, horas extraordinarias no abonadas, trabajos corporales fatigosos, estrés permanente, y todo ello aderezado con salarios dumping que oscilan entre tres y cinco euros a la hora. “No es vida, es una tortura”. Y esto en la Alemania actual.

Tras varios meses recogiendo información (solapado, “no hubo dios que me reconociera, pero es que a un criado y de buzo nadie le mira a la cara”) con micrófono y cámara ha constatado las condiciones laborables que a estos trabajadores les arruina su salud física, psicológica y financiera; Wallraff lo describe como “desolladero humano sistemático”.

Y es que no sólo los conductores tienen que penar su interminable trabajo en el reparto de paquetes con problemas psíquicos y corporales, es que sus jefes todavía están peor porque son empresa subcontratada, autónomos pero sólo en apariencia y garantes personales, impulsados y conducidos por la empresa madre de manera planificada mediante un catálogo de multas a la insolvencia en cuanto no obtengan las ganancias deseadas. Asentados con sus familias sobre un montón de deudas mientras que las multinacionales multimillonarias, que operan a lo largo y ancho de Europa y cuyo negocio se basa en el reparto a domicilio de clientes privados, hacen su agosto a costa de las espaldas y costillas de los trabajadores. El riesgo empresarial GLS lo traspasa y lo hace recaer en las empresas subcontratadas. Aquí no se puede hablar de libertad empresarial sino de tan sólo de una autonomía aparente, de una supuesta autonomía que en la práctica resulta ser mano al cuello.

Antiguos trabajadores con deudas colosales les ha hecho Wallraff relatar su situación desesperada. Todos sin excepción son padres de familia, muchos de ellos comenzaron al principio como conductores en GLS. Uno de ellos, de 23 años, se encontró en su viaje matinal con la muerte, en el almacén. Supuesta causa: agotado; según el Consejo Alemán de Seguridad Vial en los accidentes mortales en las autopistas alemanas uno da cada cuatro es causado por sueño o agotamiento.

El problema es que el ramo de distribución de paquetes no es el único que simula autonomía y promociona sueldos de dumping. Es posible que las circunstancias en este sector sean especiales, pero para Wallaraff existe un problema generacional.Los parámetros que rigen las condiciones del mundo laboral provienen en parte de un mundo en el que los sindicatos, los conflictos laborales y sus demandas tenían vigencia, valor y consideración entre la mayor parte de la población trabajadora: Jornada laboral de 8 horas, pausas y descansos prescritos…, se respetaba en Alemania.

Hoy por desgracia la realidad vivida en grandes sectores y ramos del mundo laboral dista mucho de esta imagen y esto desde hace tiempo. Para muchos lectores esta explotación del trabajador, descrita por el periodista Wallraff y expuesta de modo dramáticamente real, en modo alguno les resulta tan extraña y rara. La sufren ellos. Este escándalo es general, se extiende por otros muchos ramos del mundo laboral moderno. Diríamos que es lo que hay: Autonomía aparente, horas extras no abonadas, trabajo nocturno no pagado como tal, ausencia de puestos fijos, carencia de planificación en la carrera profesional, falta de perspectivas, salario de dumping, no se valora el trabajo como tal, un puesto de trabajo en el aire, flexible, inseguro… Muchos jóvenes durante años en puestos de prácticas, trabajadores por su cuenta, eternos aspirantes a puestos especiales como ayudantes, como académicos, como cabezas creativas y con ideas, como gente no especializada…, son muchos los que conocen y sufren estas condiciones laborables…, y no porque sean idiotas o carezcan de conocimientos sino por falta de alternativas.

El sector de la distribución de paquetes, expuesto por Wallraff, resulta ajustado y clarificador. Aquí se aúnan y visualizan muchos de los problemas ilegales e ilícitos que aquejan al trabajador, y que se aceptan con resignación: carga excesiva de trabajo, explotación financiera sistemática, autonomía aparente, falta de atención, saqueo del débil en la empresa, burla y vista gorda intencionada de inspectores, empuje de innumerables subcontratistas a la insolvencia, triquiñuelas, presión sobre el trabajador, condiciones draconianas que no aparecen en contrato pero sí en la prácticaY muchos trabajadores al borde del colapso físico, corporal o financiero…, generado por este sistema de obtención de ganancias sin tener en cuenta al compañero de trabajo. Y esto es y sigue siendo algo inaudito.

Wallraff pone una vez más y de manera clara el dedo en la llaga. Y bueno sería que pon fin sucediera algo gordo. El problema es de calado. El capitalismo y la mentalidad competencial nos ahogan, nos agarran por el cuello de tal manera que parece que de hecho admitimos la situación, que estamos dispuestos a arrostrarla.Una situación laboral que está zarandeando a mucha gente y que, por tanto, puede hacer cambiar muchas cosas en nuestra sociedad. Y para que cambien las condiciones laborales tenemos que cambiar también nosotros.

¡Manos a la obra!

Mikel Arizaleta

 

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