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Pensamiento, Argentina :: 06/12/2012

A propósito de la Escuela "José Carlos Mariátegui" y de la "verificación militante"

Miguel Mazzeo
Se constituyó en Argentina la Escuela de Formación Política Latinoamericana "José Carlos Mariátegui", la misma iniciará su primer curso en febrero del año 2013

La Escuela de Formación Política Latinoamericana “José Carlos Mariátegui” se crea a partir de una iniciativa de la Coordinadora de Organizaciones y Movimientos Populares Autónomos (COMPA) de la ciudad La Plata (Buenos Aires, Argentina). Un conjunto de intelectuales y de referentes sociales y políticos de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Cuba y Venezuela, que han apostado a un proyecto de formación política de escala regional, se han sumando a esta iniciativa. Se ha conformado un Consejo Asesor Académico Internacional y hace ya un tiempo que viene trabajando en la organización de esta Escuela el grupo pedagógico “Alicia Eguren”. El curso inicial se desarrollará entre el 3 y el 17 de febrero de 2013 en el predio de la “Granja Azul”, ubicado en la localidad de Florencio Varela, en la provincia de Buenos Aires, cedido gentilmente por los compañeros y compañeras de Pelota de Trapo/Chicos del Pueblo. Será un curso intensivo de 14 días consecutivos. El objetivo principal de la Escuela de Formación Política Latinoamericana “José Carlos Mariátegui” es favorecer los procesos de auto-educación política en sentido emancipador (auto-emancipador) y socializador del poder de los pueblos de Nuestra América. En efecto, la formación militante resulta imprescindible para el desarrollo de una subjetividad política emancipadora, es absolutamente necesaria para la construcción de poder popular, son pares inescindibles. La formación militante, concebida como praxis, es insoslayable para aquellas organizaciones que reclaman para sí una función racionalizadora y humanizadora de la sociedad, una función ejercida desde abajo, por la acción libre de todos y todas.

Sin dudas, el marco de referencia más general está dado por la resignificación del ideario bolivariano (y martiano y mariateguiano y guevarista) y por las luchas que los pueblos de Nuestra América libran contra las nuevas formas –muchas veces encubiertas y barnizadas de progresismo– del colonialismo económico, político y cultural.

La escuela pretende también ser un ámbito de convergencia, un espacio donde las diversas experiencias de lucha, los saberes y las culturas rebeldes y resistentes de los pueblos de Nuestra América puedan complementarse y enmendarse unas a otras, para convertirse, de este modo, en identidades y en horizontes políticos universales.

Mariátegui decía: “Al mismo tiempo que la conquista del poder, la Revolución acomete la conquista del pensamiento”. Además de hacer referencia a una simultaneidad característica de los procesos revolucionarios, la frase también nos está planteando que el pensamiento crítico no puede soslayar la cuestión del poder. Es por esto precisamente que la cultura política dominante, liberal o populista, siempre elitista y burocrática, le niega sistemáticamente a las clases subalternas su derecho a la reflexión, al estudio y al goce estético.

Por supuesto, La izquierda no ha estado exenta de las taras dirigistas, de la tentación de la “minoría selecta”, las fuentes mismas de la sordidez política y el raquitismo teórico. Es más, no es muy difícil percatarse de que en los espacios de izquierda estas taras suelen presentarse del modo más exacerbado. Muchas veces, en estos espacios, la teoría se reduce a los consejos prácticos para el oportunismo y para la conspiración o a meros organigramas de estructuración jerárquica. Los resultados de cualquier iniciativa de formación militante son más bien magros –o directamente negativos– cuando se intenta explicar la realidad, lo diverso y/o lo otro, a partir de premisas incontrastables, que para colmo de males suelen ser formalizadas e impuestas verticalmente por unos pocos privilegiados “poseedores de claves”. El perfil militante que resulta de esta matriz es bien conocido: mediocre, repetidor maquinal de slogans, alienado, inocuo para las clases dominantes y, en ocasiones, destructivo para el pueblo. Es el militante de los diálogos aporéticos y las representaciones desquiciadas de la realidad.

Por otro lado, existen muchos espacios en los que el pensamiento crítico se obnubila en la especulación, en la querella doctrinaria y en las controversias subintelectuales, individualistas y burocráticas. Todas ellas son formas posibles de la desconexión orgánica, el problema de fondo. No podemos soslayar que para Mariátegui el verbo necesitaba “hacerse carne” y que el valor histórico de las ideas se medía por “su poder de principios” y sus “impulsos de acción”. El pensamiento crítico no puede ser un pensamiento epicúreo, sirve si aporta perspectivas para la rebelión de los dominados, sirve si suministra insumos para la elaboración de un proyecto de nación de y para los de abajo.

Estamos convencidos de que la auto-educación política de nuestros pueblos contribuirá, no sólo al desarrollo de una subjetividad revolucionaria y a la formación de una cultura popular autónoma y una cultura militante, sino también al desarrollo de su autoestima, su personalidad colectiva, su originalidad, su audacia política, su protagonismo histórico. En líneas generales, la Escuela aspira a resignificar y a darle continuidad a las tradiciones pedagógicas antiimperialistas, socialistas y libertarias. Tradiciones que nos convocan a erradicar lo que Ernesto Che Guevara supo definir como los “residuos de una educación sistemáticamente orientada hacia el aislamiento del individuo”. En este sentido creemos que sigue vigente la orientación propuesta hace cuatro décadas por Ruy Mauro Marini en su Dialéctica de la dependencia: “estudiar las formaciones sociales concretas de América Latina, orientar el estudio en el sentido de definir las determinaciones que se encuentran en la base de la lucha de clases que allí se desenvuelve y abrir así perspectivas más claras a las fuerzas sociales empeñadas en destruir esa formación monstruosa que es el capitalismo dependiente”.

Seguramente en estas continuidades, y en el esfuerzo creador que conlleva el acto de asumirlas consecuentemente, la Escuela intentará fundar su legitimidad.

La Escuela puede verse asimismo como el corolario de las diversas experiencias de formación que se han venido desarrollando desde hace más de diez años en nuestro país, particularmente las que tuvieron (y tienen) lugar en el marco del Frente Popular Darío Santillán. Por supuesto, no podemos dejar de lado la experiencia de muchas Cátedras Libres, en particular las Cátedras Che Guevara que comenzaron a funcionar en 1997 y los aportes de los diversos colectivos de educación popular.

Sin dudas la Escuela Nacional de Formación Política Enrique Florestán Fernández (ENFF) del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) de Brasil, inaugurada en el año 2005, constituye una referencia pedagógica y política determinante, no sólo desde el plano simbólico sino también en una serie de aspectos prácticos.

¿Por qué Mariátegui? Por muchas razones: porque queremos ensanchar las posibilidades del marxismo como teoría de la ruptura y el Amauta –con su lectura antieurocéntrica y antipositivista del marxismo(1)– nos parece una de las estaciones más significativas del marxismo de Nuestra América (nótese que decimos “de” y no “en”, la diferencia es fundamental); porque nos identificamos con la tarea de construir un socialismo enraizado, un socialismo comunitario y una “democracia de trabajadores” comprometidos con la verdad y la belleza; porque el tiempo que vive Nuestra América nos impone un cambio de paradigma: ya no cabe sobreestimar la acción de los sujetos populares considerados “modernos”, en desmedro de aquellos considerados “premodernos”. Los motivos de nuestra opción por Mariátegui, son innumerables, entre otros podemos agregar: la predisposición mística, el talante humanista, su idea del socialismo como camino intelectual, sentimental y práctico.

Pero también invocamos el nombre del Amauta porque tomamos de él una perspectiva metodológica: Mariátegui propone una recepción, una apropiación, y una refuncionalización de teorías, saberes, discursos, sin considerar como algo determinante la función de esas teorías, saberes, discursos en su campo intelectual originario. Lo que le importa a Mariátegui son los modos de adecuación a una circunstancia diferente, y los efectos que esa refuncionalización genera. Podemos decir entonces que la lógica que prima en Mariátegui es la de la “verificación militante”. Este “gesto” funda su traducción del marxismo y perfila un método caracterizado por su capacidad de dar cuenta de la alteridad, de la interculturalidad, de lo real-maravilloso, un método dinámico y abierto, alejado de la seca metodología académica, un método que exige ponerle cuerpo al pensamiento, a las ideas. Finalmente cabe tener presente que Mariátegui reunió la mayor cantidad de instrumentos metodológicos y conceptuales a los que, consciente o inconscientemente, los puso en tensión crítica.

Consideramos que la verificación militante servirá para multiplicar y propagar saberes emancipatorios sin esquematizarlos, y para ensanchar los horizontes libertarios sin empobrecerlos.


* Miguel Mazzeo es escritor. Docente de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y de la Universidad Nacional de Lanús (UNLa). Militante del Frente Popular Darío Santillán.

Nota: 1. Vale destacar que, en este aspecto, Mariátegui se diferencia tanto del nacionalismo-populista como de la izquierda dogmática, tradiciones cuyas lecturas del marxismo estuvieron (¡y todavía están!) signadas por una matriz eurocéntrica y positivista, por el culto a las leyes económicas, al desarrollo de las fuerzas productivas, etc.

Lanús Oeste, diciembre de 2012

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