Sin concesiones a la nostalgia: Jaume Sisa, un músico galáctico

Ahora que edita nuevo disco es un buen momento para recuperar su trayectoria galáctica y contracultural.
Se hace difícil presentar a Jaume Sisa en la era del fútbol multimillonario como un personaje galáctico, aunque no cabe duda de que su trabajo como músico responde a este apelativo. Sólo que con la distancia del tiempo, Sisa fue popular en los años setenta, y del espacio, dada su condición de cantante barcelonés que cantaba en catalán, recordarle nos invita a hacer un ejercicio de memoria histórica, que no de nostalgia. “El Sisa” nació en Barcelona el 24 de septiembre de 1948, algo que dice mucho del contexto que le tocó vivir; cumplió sus veinte años en la significativa fecha de 1968, momento de eclosión de todos los movimientos sociales antifranquistas y también de los primeros movimientos contraculturales poéticos, teatrales, literarios y musicales. En cambio sería un error circunscribir a Sisa exclusivamente en este contexto, ya que lo que más definió a Sisa, como a toda una generación contracultural, fue su capacidad de oponerse no sólo a la sociedad que les tocó vivir, sino también a la que vendría después.
Todo empezó en 1967 con el denominado Grup de Folk, en el que participó Sisa junto a artistas como Pau Riba u Oriol Tramvia. Con sus referentes puestos en la música folk americana al estilo de Bob Dylan, estos músicos emprendieron un camino divergente del que tomaron los conocidos Setze Jutges de Serrat y Llach, más apegados a la música intimista y de denuncia de Jacques Brel o Georges Brassens. Sisa, junto a otros muchos amigos, tomó otro camino musical. Quizás es el que hoy en día menos se conoce de aquella época, pero sin ninguna duda, más arriesgado que el emprendido por la nova canço, considerada por Sisa como una música “bastante aburrida. Muy coñazo”.
Donde estaban cantantes –decía Sisa– como Lluis Llach, que “vende quince veces más discos que yo. Quizás es que es mejor que yo, bueno, en fin. Pero Llach hace bandera y a la gente esto le encanta. La gente siente eso. Es repugnante ese sentimiento. Yo soy un cantante galáctico que canto en catalán por pura casualidad, sin pretextos ni banderas”. Estas ideas fueron las que Sisa plasmó en su primer single, L´home dibuixat, en 1968 y en su primer disco, L’Orgía (1970-1971), en los que desbarató muchas de las banderas que ondearon contra Franco. Pero Sisa no estaba solo, muchos otros músicos vinculados a la música experimental y progresiva se confabularon para sacar adelante un nuevo movimiento musical, música dispersa, donde colaboró.
Jose Manuel Bravo “Cachas” y Alberto Batiste, Máquina!, Cerebrum, Crac, Pan y Regaliz o Pau Riba fueron algunos de los grupos que dieron los primeros pasos en el pop y el rock progresivo catalán. Todos estos grupos se dieron cita en algunos festivales progresivos como los de la Sala Iris o el de Granollers y también en el complejo ‘L’Elèctric Toxic Clàxon So’, festival que quiso celebrarse en el Palau de la Música a principios de 1970 y que tuvo que trasladarse, por no obtener el permiso de la dirección de la sala. Allí donde los integrantes de la nova canço cosecharon sus mayores éxitos no fue permitida la actuación de Pau Riba, Sisa y sus amigos. Así lo explicaba Ángel Casas: “¿Por qué ellos no y Raimon, Serrat, Pi de la Serra, Llach, Els Setze Jutges y muchos más sí? Dejemos de decir no, no sólo a la sang que sols fa sang y digamos no también a la ortodoxia del ‘país’, al seny del ‘país’, al cómodo compromiso del ‘país’”.
Porque la música de Sisa y su generación marginal y libertaria no sólo criticó el poder de Franco, sino al poder como forma genérica, y no sólo criticó el nacionalismo español, sino todas las patrias. Sisa defendió una orgía de ensoñaciones y utopías que dibujaban, sin hablar explícitamente de ello, una oposición radical al los regímenes democráticos, las estructuras de partido o cualquier forma de expresión de los imaginarios metalizados. Y, por desgracia, en la década de los ‘70 las ortodoxias nacionales, partidistas e ideológicas se multiplicaron hasta el infinito, una esclerotización mental que las corrientes contraculturales trataron de esquivar, yendo más allá y tratando de explorar otras galaxias. Este contexto fue el que hizo que Sisa se marcharse a reflexionar durante dos años por Holanda y Menorca. La revolución para él era la capacidad de fugarse hacia nuevos mundos, nuevas vidas que hicieran que cualquier ejercicio del poder quedase vacío, inutilizado. Los reyes, según Sisa, deberían gobernar en países deshabitados.
Con estas ideas regresó a la música en 1975, editando Qualsevol nit pot sortir el sol, su disco más conocido y en el que desplegó toda su capacidad para generar por medio de la música paraísos a los que exiliarse. Ya fuese con música pop, rock, de cabaret, bolero, folk o por medio de sus trabajadas letras, Sisa fue uno de los protagonistas del afianzamiento de la música progresiva, una nueva generación contestataria que superó los patrones existencialistas de la música de cantautor. Una nueva ola que tuvo en el primer Festival Canet Rock, con cerca de 30.000 asistentes, su primer acto de masas. Por derecho, formaciones hoy olvidadas como Barcelona Traction, Companyia Eléctrica Dharma, o artistas como Oriol Tramvia o Pau Riba defendieron en el escenario la diversidad musical y otras opciones de vida social y política, que en la época, a pesar de lo que digan los libros de historia, fueron una tendencia mayoritaria entre la juventud contestataria, más cercana en sus maneras de vivir a la ética hippie que a los dictados de burós políticos y carcamales partidistas.
Entre 1976 y 1979 llegaron los discos Galeta galáctica, el doble LP Catedral y La màgia de l´estudiant, que Sisa conjugó con colaboraciones teatrales junto a la compañía Dagoll Dagom y con su actividad en la Orquesta Platería, en donde Sisa encarnaría a su alter ego Ricardo Solfa. Una amplia trayectoria que tendría su parada definitiva, aunque más adelante volviera a sacar algunos discos, en 1984 con la edición de Transcantautor y Última noticia, obras en las que mostró la desilusión ante una revolución galáctica que, más de una década después, aún estaba por construir.
Artículo extraído del Diagonal