La iglesia y el franquismo, una sombría asociación
La jerarquía eclesiástica fue protagonista de la dictadura franquista desde el primer día, recibió favores y fue partícipe necesaria en sus crímenes. Reflexión acerca de los caracteres y los límites
En lo que respecta al compromiso de la iglesia católica con los militares golpistas durante la llamada guerra civil española es del todo insuficiente hablar de "complicidad eclesiástica". Lo que hubo fue protagonismo e iniciativa. Los que fueron desde el cardenal primado hasta modestos curas de aldea.
Los hombres de sotana tuvieron un rol central hasta para establecer las denominaciones que se le asignaron al golpe y a la guerra que le sucedió. Así la calificación como "Cruzada", con la invocación de un paralelo con las luchas medievales. El matiz mesiánico también se manifestaba cuando se la denominó como "el movimiento salvador de España".
Los dignatarios eclesiásticos solían referirse a "guerra santa y justa". El exterminio de las "horadas proletarias" o de "la canalla marxista" se correspondía, a no dudarlo, con la voluntad de Dios. El acaecimiento de la sublevación había sido "providencial".
Los mandos del catolicismo irrumpieron en apoyo de los golpistas apenas iniciada la sublevación. Las primeras proclamas militares no apelaban a Dios ni hacían mención a cuestiones religiosas. Esto se modificó enseguida cuando los hombres de armas comprendieron que aparecer como paladines del catolicismo beneficiaba su causa.
Odios y antagonismos
El enfrentamiento entre iglesia y república puede rastrearse hasta el comienzo de la república, en abril de 1931. El gobierno republicano llevó adelante una política de orientación laica. Eso implicaba el desmantelamiento de toda la arquitectura preexistente de "Estado confesional". La que estaba basada en que los caracteres de español y la catolicidad eran consustanciales. No se podía ser español sin ser católico, el que no lo era quedaba fuera de los límites de la nación.
Antes de 1931 la iglesia tenía poderes sobre todas las fases de la vida pública y privada. Los momentos decisivos de las personas, del nacimiento al cementerio, pasando por el matrimonio, estaban en manos de la iglesia. Sin que hubiera una alternativa civil. La influencia del culto era predominante en la educación, sobre todo en la secundaria.
El Estado se asociaba a todo el ritual católico, que buscaba de modo deliberado la espectacularidad capaz de inspirar reverencia y temor a los fieles. La moral femenina era objeto de vigilancia constante. El poder público subvencionaba el culto y a los obispos y sacerdotes a través del "presupuesto de culto y clero", que la república suprimió.
La iglesia tenía estrechísimos vínculos con los ricos de la ciudad y el campo y con las fuerzas de derecha. Los conventos y monasterios eran muchos, y solían ser ricos y poderosos. Podían dedicarse al comercio y a la industria, además de a la educación.
Ya en tiempos republicanos desde el interior de la institución religiosa se gestó por primera vez en España un partido católico de masas. Se fundó Acción Nacional, al poco tiempo rebautizada Acción Popular.
Para trabajadores urbanos y rurales la iglesia, siempre estuvo del lado de los patrones, asociada a menudo con "caciques" y políticos de la derecha. Ajena a toda política social que no fuera la caridad más tradicional. Era un enemigo de clase. No utilizaba la fuerza física directa, como la policía y la guardia civil, pero sí una coerción moral omnipresente.
Los púlpitos eran espacios privilegiados de prédica electoral conservadora y reaccionaria. El resentimiento popular contra la asociación entre la iglesia y los más poderosos generaba predisposición a la acción anticlerical violenta, incluida la quema de conventos y templos.
Con un precedente en mayo de 1931 y nuevos episodios en la insurrección asturiana de octubre de 1934, en los primeros momentos posteriores al estallido del golpe militar se pasó de la destrucción de bienes religiosos a la práctica generalizada de dar muerte a curas, frailes y algunos obispos.
Desde el campo católico se victimizaron, se homenajeó todo el tiempo a "los caídos por Dios y por España" (Roma los hizo santos, incluso durante eel papado de Francisco I). La iglesia trasmitió la falsa idea de que había apoyado a los "nacionales" como respuesta al "martirio" a que la sometieron. Fue al revés, primero se originó el "nacionalcatolicismo", después vinieron las matanzas de curas.
La "Cruzada"
Producido el alzamiento de julio de 1936, el poder eclesiástico lo respalda desde el primer día. Con todo el fervor de que era capaz y la voluntad de asociarse al avance de las tropas insurrectas.
Francisco Franco es considerado como un enviado de Dios para poner orden en la Tierra. Se le da trato de rey, se lo hace entrar a la iglesia cubierto con un palio. Bendicen los atributos de su mando, incluida su espada. Poco después del final de la guerra la deposita como símbolo de su victoria bélica y religiosa en la iglesia Santa Bárbara de Madrid.
En esa y en infinidad de ocasiones se le daba un marco de deliberada grandiosidad a las ceremonias del régimen naciente. Por lo regular con un tono arcaizante que remontaba como mínimo al período barroco. El Caudillo recibía la legitimación eclesial portada por instancias que databan de siglos.
El poder terrenal y el poder espiritual tenían una alimentación recíproca. Los eclesiásticos recibían atribuciones de una amplitud y alcance aún mayor que las que ostentaban en el Estado confesional de la época monárquica.
Al mismo tiempo se ocupaban de disciplinar a la sociedad para mayor gloria de Franco. Se ha escrito que España se convirtió en una "inmensa prisión". Las cerraduras de esa cárcel estaban en gran proporción en manos de curas y monjas.
Un testimonio insoslayable de la identificación de los obispos con los "nacionales" fue la Carta Colectiva que casi todos los prelados del país emitieron en julio de 1937. Tenía un destino sobre todo internacional: Despejar dudas sobre lo justo y santo de la "cruzada" entre los fieles católicos de todo el orbe. Allí se volvía a parangonar a la "Nueva España" con la ciudad de Dios y al sendero triunfante de las armas del Movimiento con la exaltación de la sagrada fe.
La hora de las penas y la venganza
También desde el comienzo el factor religioso se asoció al castigo a quienes se oponían al "movimiento salvador". Los represaliados por el franquismo eran objeto de la atención de la iglesia, siempre en el estímulo del arrepentimiento, de salvar el alma aunque el cuerpo cayera bajo balas vengadoras. Ello abarcaba confesar antes del fusilamiento o bendecir los cadáveres de los fusilados.
También se actuaba en las cárceles, ejerciendo capellanías siempre justificadoras de la punición. Y del incentivo a la conformidad con los sufrimientos infligidos por las autoridades. La prisión se "catolizaba" como instancia salvífica. Y curas y monjas ejercían coerción sobre presas y presos para incentivas su "redención". Hasta el trabajo esclavo o semiesclavo tuvo sanción divina. El sistema llamado de redención de penas por el trabajo se debió a la inspiración de un jesuita.
El Estado y las empresas españolas recibieron los beneficios de la labor de los presos en múltiples actividades, en cumplimiento de la iniciativa del sacerdote que había creado el patronato correspondiente.
Ante la historia
La historiografía crítica de dentro y fuera de España ha producido desde hace tiempo variados trabajos sobre iglesia, guerra civil y franquismo temprano. Se han contado monografías atinentes al plano local, textos sobre un aspecto determinado de la cuestión y asimismo obras que apuntan a una visión de conjunto.
Entre estas últimas hay a nuestro juicio dos que destacan: La pólvora y el incienso, de Hilari Raguer, monje benedictino además de historiador, y de Julián Casanova, La iglesia de Franco. Cada uno con su sello, trasmiten una visión cabal del inaceptable papel que jugó la institución eclesiástica en el conflicto hispano.
Ha escrito Casanova casi al final de la obra que mencionamos: "La iglesia y el Caudillo caminaron asidos de la mano durante cuatro décadas. El catolicismo español salió triunfante de ese intercambio de favores que mantuvo con un régimen asesino, levantado sobre las cenizas de la República y la venganza sobre los vencidos."
Un pacto de beneficio mutuo que nunca se resquebrajó. Y mantuvo los basamentos establecidos en los días de la conflagración sangrienta. La jerarquía católica saludó con el brazo en alto al estilo fascista cada acto del régimen, cada ceremonia, desde el 18 de julio de 1936.
Nunca pidió perdón por esas actitudes Hizo beatos y santos a los religiosos y fieles católicos a los que consideró mártires de la causa cristiana.
La impunidad de la iglesia como institución sigue unida a la carencia de condena para los crímenes de los represores del franquismo. Ambos se hermanan en un sustrato de profunda injusticia y de prolongación sin plazo de los efectos de los crímenes cometidos.
Queda la necesidad de eludir falsas reconciliaciones y pretendidos "mantos de olvido" sobre ese pasado brutal. Y seguir con la investigación, la reflexión y la divulgación. Por todos los medios disponibles. El sentido universal del reclamo de memoria, verdad, justicia y reparación comprende a la iglesia española en un lugar destacado. No es un asunto terminado sino un camino a recorrer.
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