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Mundo, Argentina, Europa :: 25/04/2025

Francisco I en el debate contemporáneo

Julio C. Gambina
Muchos pensaron en aquello de "cambiar algo para que nada cambie" la iglesia ponía un papa con veleidades progresistas justamente para frenar los movimientos de liberación de la región

El fallecimiento del papa Francisco I trae múltiples debates sobre el presente crítico de la humanidad. No es para menos, ya que se trata de un jefe de Estado con influencia global, que no solo opera desde lo religioso, sino que interviene en dimensiones políticas, ideológicas y culturales. Desde la política se discute cuanto de reforma tuvo el papado y si el próximo pontífice mantendrá el rumbo o retomará una orientación conservadora, de una institución que arrastra una crisis asociada a causas deleznables, caso de la pedofilia, la corrupción y la complicidad en numerosas ocasiones con el poder.

Prevalece el carácter reformista de Francisco I en la calificación de su gestión política e ideológica, en contraste con valoraciones de su repudiable accionar como provincial de la orden jesuita en tiempos de dictadura genocida en la Argentina. Se trata de un tema controvertido, como lo es la propia iglesia, y las particularidades de individuos cercanos a Bergoglio comprometidos con una visión reaccionaria y retrógrada.

Durante el papado de Francisco I se suscitaron debates culturales esenciales en la sociedad, con límites culturales imperantes y muy especialmente en la iglesia, e incluso en la figura del papa, relativo a la novedad que supuso el movimiento de mujeres y diversidades, los feminismos populares y el conjunto de aspectos que involucra la lucha contra el patriarcado. Todos repudiados por el papa.

Imperativos de época

Resulta pertinente el debate, más allá de la institución iglesia y de su feligresía. Si atendemos en la historia reciente, recordaremos la circunstancia histórico global de la asunción de Juan Pablo II, en el inicio de la debacle del socialismo real, de la que él fue uno de los paladines. Vale recordar el tránsito de la crisis polaca en 1980, la caída del muro de Berlín en 1989 y la desarticulación y desaparición de la URSS en 1991, y con ello, el fin de la bipolaridad entre capitalismo y socialismo, expresión de una síntesis global entre 1945 y 1991. Un papa polaco muy derechista sintonizaba con un nuevo tiempo histórico, que algunos apuraron con definiciones por el “fin”, de la historia o del socialismo y del marxismo. Auguraron tiempos de paz para el sistema mundial, algo desmentido por la realidad a más de tres décadas de esos acontecimientos.

Por lo que el 2013, año de asunción de Francisco I, pone de manifiesto la emergencia de la región latinoamericana y caribeña como símbolo de nuevas experiencias en el debate epocal del cambio del siglo, con perspectivas de búsquedas en la reorganización económica de la sociedad. Tras décadas de hegemonía liberalizadora en el sistema mundial, la crítica discursiva sostenida desde acciones masivas de organización popular en un continente de inmensa presencia del cristianismo, se presentaba en la región bajo la imagen de nuevos gobiernos que auguraban cambios políticos.

En efecto, la novedad era el cambio político en la región, incluso recuperando categorías y proyectos por el socialismo, del siglo XXI, comunitario, o incluso la recuperación de categorías ancestrales como el buen vivir, para identificar nuevos desafíos en la contemporaneidad. Cuba revivía en la expectativa de recreación de un proyecto por la independencia y el socialismo, preocupando al poder global que buscó nuevas formas de golpismo para frenar procesos de crítica al orden vigente y potenciar el aislamiento del proyecto revolucionario que había inspirado los 60/70 y era ahora parte de un renacer de la experiencia por una patria grande.

La región sembró expectativas en todo el mundo. La experiencia de la primera década del Siglo XXI puso a Latinoamérica y al Caribe en el foco de atención. Era también el tema de la emergencia de China, cuya acumulación y expansión global se hizo evidente desde su inserción como actor global en esos tiempos. Entre otras cuestiones, desde Beijing se le disputaba un territorio que era considerado propio de EEUU, mucho más cuando los pueblos articulados con algunos gobiernos rechazaron en 2005 el proyecto imperial de integración subordinada bajo la consigna del libre comercio, el ALCA.

Hubo quienes especularon que el liderazgo de la iglesia intervendría en ese contexto, de luchas y esperanzas, algunos en sentido de freno al cambio, y otros para estimular el cambio. Muchos pensaron en aquello de "cambiar algo para que nada cambie", lo que implicaba que la iglesia ponía un papa latinoamericano con veleidades progresistas justamente para frenar los movimientos de liberación de la región, que amenazaban con extenderse a otros continentes. Resulta una especulación aún vigente en las distintas consideraciones a propósito del horizonte de acción y el legado del papado de Francisco I.

La disputa por el sentido

Traemos estas reflexiones al debate por la brutal ofensiva del capital en contra del trabajo, la naturaleza y la sociedad operada en el último medio siglo, que en la actualidad tiene máscara de ultraderecha, promoviendo la discriminación hacia migrantes, pobres y explotados, con iniciativas y reaccionarias reformas laborales, previsionales, impositivas y de la función estatal. Todo en beneficio de restablecer la rentabilidad disminuida por las condiciones de funcionamiento del capitalismo en crisis, especialmente desde 2007/9.

En este recorrido de marco de época, resulta necesario resaltar que la Teología de la Liberación, emergente en los 60/70 del siglo pasado, es contemporánea de concepciones asociadas a la pedagogía de la liberación, a la teoría marxista de la dependencia y a variadas formulaciones intelectuales de crítica al capitalismo, como a novedosas formas de expresión cultural, de autogestión y de organización política de carácter anti sistémicas, todas en la búsqueda de nuevos horizontes civilizatorios por la emancipación.

Una parte de la iglesia asumió este destino, contribuyendo con mártires a una lucha popular extendida que desafió el poder del régimen del capital. No fue ésta, ni mucho menos, la trayectoria de Jorge Bergoglio en su práctica religiosa en Argentina, ni en el papado, aun cuando desde su propio nombre identificó una tímida perspectiva de denuncia de la pobreza, la que debe buscarse eliminar más allá de cualquier concepción humanista, ya que la esencia del fenómeno está en la explotación y el saqueo, propios del régimen capitalista.

Ante las distintas consideraciones a propósito de Francisco I, resulta de interés discutir el contexto de época del capitalismo en crisis para apuntar y contribuir a nuevos sentidos sociales que se asocien a una perspectiva de transformación social verdadera en beneficio de los pueblos, no como la que propugnaba el papa fallecido. Una búsqueda que no tiene por qué separar a los creyentes de quienes no profesan ninguna religiosidad, puesto que son en conjunto sujetos que actúan en la resistencia cotidiana y en la búsqueda de nuevos senderos de alternativa popular en contra y más allá del capitalismo.

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