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Carlo Frabetti :: 28/08/2017

Caníbal cautivo (VIII)

Carlo Frabetti
Canibalismo ilustrado

 

 

No puede sorprendernos que un idiota moral como Fernando Savater diga, para intentar justificar su taurofilia (léase taurofobia), que “los animales no tienen derechos porque no tienen deberes” (por la misma regla de tres, tampoco tendrían derechos los niños pequeños ni los discapacitados mentales). Pero que una catedrática de ética tan seria y concienzuda como Adela Cortina se atasque en una pura (nunca mejor dicho) tautología kantiana en sus reflexiones sobre el supuesto “valor sin dignidad” de los animales no humanos, o que un filósofo marxista de la talla de Santiago Alba Rico escriba la sarta de disparates que jalonan su artículo La alegría de pedir perdón a un pollo, resulta más que preocupante.

En su libro Las fronteras de la persona. El valor de los animales, la dignidad de los humanos, afirma Cortina que “si no contamos con un concepto de naturaleza humana anterior al pensamiento moral, quedamos inermes ante la voluntad de los legisladores y no tenemos ninguna base firme para exigir que se legisle en un sentido u otro, si no es por la pura presión social, que nunca puede ser un criterio de legitimidad”. ¿Y de dónde sale ese firme y legitimador “concepto anterior”? ¿No se da cuenta Cortina de que, a no ser que nos limitemos a hablar de biología, un concepto de naturaleza humana predialógico, previo a la cultura y al pensamiento moral, es un oxímoron, algo tan contradictorio -o tan dogmático- como la supuesta “ley natural” que según la Iglesia subyace al decálogo? Claro que se da cuenta; pero Cortina, al igual que su maestro Kant, ha decidido creer en Dios “porque no podemos pensar que la injusticia que domina la historia sea definitiva”, en palabras de Victor Hugo; puro pensamiento desiderativo: como me muero de sed, ese espejismo tiene que ser agua. Si alguien decide organizar su vida en función de un supuesto mandato divino, allá él, o ella; pero no se puede articular un discurso ético-filosófico a partir de la fe sin advertir que, en última instancia, se está hablando de religión.

Nos guste o no, no tenemos más base (para exigir que se legisle en un sentido u otro) que el contrato social. Es una base resbaladiza y menos firme de lo que quisiéramos, en eso hay que darle la razón a Cortina; pero la única alternativa es el dogma, que es, por definición, la muerte del diálogo, es decir, del pensamiento mismo. Como Tomás de Aquino o el propio Kant, Cortina pretende demostrar lo indemostrable y edulcorar el despiadado antropocentrismo de la religión judeocristiana, para la que somos los “reyes de la creación” con derecho a convertir a los demás animales en nuestros esclavos y nuestra comida.

Del panfleto especista de Alba Rico, así como de su peregrino concepto de “conservadurismo antropológico”, ya me ocupé en su momento (ver mi artículo De damas, putas, cocineras y pollos), de modo que me limitaré a citar algunos de sus disparates más extremos:

El hambre es violencia y saciarla mata. Comemos para no morirnos, pero comiendo introducimos la muerte y nos deslizamos hacia ella como pedaleando; y no hay mucha diferencia entre comerse una manzana a mordiscos -con los dientes afilados y las mandíbulas apretadas- o un cordero clavado en un espetón”.

“Sería una falta de respeto muy grande matar un pollo y comérselo con asco y sin alegría. Solo los fanatismos religiosos -como maniqueos o cátaros en la antigüedad- trataban de suprimir por completo la violencia y la muerte enquistadas en la alimentación.

“No hay ningún mal, sino todo lo contrario, en sacrificar un pollo los domingos, cocinarlo con cariño y convertirlo en el centro de un gran homenaje cósmico a los pollos y a la paz social y familiar. Los pollos y los humanos saldrían, sin duda, ganando.

Las cursivas son mías, pero los despropósitos son todos suyos, aunque cueste creerlo. ¿Cómo puede alguien en su sano juicio decir que para saciar el hambre hay que matar, cuando en el mundo hay unos 600 millones de vegetarianos, en general bastante más sanos de cuerpo y mente que los omnívoros? La violencia y la muerte solo están enquistadas en el cerebro espongiforme de los caníbales enajenados, que llegan al extremo de decir que los pollos saldrían ganando si los cocináramos con cariño.

Savater es un indeseable y Cortina es creyente; pero Alba Rico no es ni una cosa ni otra: ni el egoísmo rastrero ni la fe religiosa explican su disparatado intento de justificar lo injustificable. Y no es un caso aislado.

(Continuará)

 

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