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Pensamiento :: 14/08/2010

Crisis (III)

Jorge Majfud
No pudimos ir a ver la nieve porque nunca había tiempo, ella fregando los pisos del Radison y yo meta hacer tacos y pizza

Martes 23 de diciembre. Dow Jones: 8.419

Pennsylvania. 6:15 PM

Guadalupe nunca había conocido un frío como aquel de Filadelfia. En la parada del bus se acurrucaba tratando de cubrir con su escaso cuerpo el cuerpito de su hijo. Pero el refugio apenas era como un trozo de cáscara de huevo transparente y el viento se metía por debajo y remolineaba en lo alto. El bus no había pasado aún y probablemente no pasaría. O Guadalupe no sabía que después de las seis no pasaba nunca o pensaba que se había descompuesto en el camino. No había imaginado que a esa hora ya estaría oscuro, si no, habría traído el abrigo de pieles que le regaló José el día de su último cumpleaños en Arizona.

Cuando ya oscurecía pasó una SUV negra y se detuvo. Una voz desde el interior le gritó por el nombre pero Guadalupe no contestó. Volvió a gritarle que subiese al carro de una vez pero Guadalupe no contestó. Así que el carro sonó las ruedas en el asfalto y se fue con prisa.

—No te asustes, bebé —dijo despacio Guadalupe— no se sobresalte chiquito mío.

El niño volvió a dormirse.

Los dedos morados de la madre acariciaron el pelito castaño del niño.

Guerito, había dicho José, cómo es posible que el niño sea guerito si no hay rubios en la familia. No seas bruto, le había dicho Nacho, todos los niños nacen con los ojos así de claritos. Tú eres un chamaquito sin hijos que no sabe nada de eso, le gritó José. Faltaba más que me vengas a educar. No seas loco, José, que no por ser padre vas a hacerte más sabio. Dicen que uno no es pianista por tener un piano. Eso todavía está por verse, así que cállate y termina de una vez con esa masa o el patrón nos corre a los dos. Así me vas a pagar el haberte conseguido la chamba.

A poco que me van a educar a mí estos recién llegados. Los padres latinos y el hijo rubio como un yanqui. Y si es cierto que el pelito y los ojitos del Machito se pusieron más oscuros con el tiempo, sigue siendo güerito. El pelo es como el de la Sofía, la argentinita aquella que nos tenía locos en el Taco Bell. Pelo finito y rubio. ¿Qué tiene el Machito de los Reyes? Nada. Lupe se defiende con que una abuela de ella era rubia. Pero la vieja se murió antes de que Lupe se diera cuenta que tenía una abuela rubia y de ojos celestes. ¿Qué casualidad, no? Si no es mentira de Lupe es mentira de la madre, famosa en San Salvador por inventar cosas. Tal vez la india rubia existió, pero justo me vino a reventar la vida a mí. Le tuve que pedir al Chapo que sabe computación que me retoque unas fotos del Machito, que las ponga más oscura o no sé, que las corrija para mandárselas a la familia. A ver si así me dejan en paz. Ya bastante tienen con los pesos que les mando, no sé qué más quieren.

José Reyes dobló a la derecha y volvió hacia la parada donde estaba Guadalupe.

—La tonta no sabe que no hay buses a esta hora.

Pero antes de llegar supo que Guadalupe no aceptaría subirse al carro. Frenó, apagó la radio, estuvo un momento pensativo y finalmente decidió no pasar por allí. No soportaría otro desplante de Lupe. A ver si así aprende a no hacerse rogar.

Tomó la autopista que va a Camdem. Mientras cruzaba el puente de Nueva Jersey comenzó a nevar. Durante los dos años que estuvieron en Arizona, Guadalupe había esperado que nevara. Nunca había visto nevar en su vida. En Arizona no hay nieve, Guadalupe, por algo tiene ese nombre, Arizona y no Nevada. Pero Guadalupe había visto postales del Gran Canyon en invierno. Eso queda lejos de aquí, Guadalupe, tal vez podemos ir el año que viene. No pudimos ir porque nunca había tiempo, ella fregando los pisos del Radison y yo meta hacer tacos y pizza. Y cuando yo me quedé sin chamba en una redada nos rajamos para el norte. En el Greyhound me decía que iba a ver la nieve. Y tenía razón, de esa no nos escapábamos.

José puso el limpiaparabrisas al máximo. La nieve a sesenta millas por hora es como un viaje a las estrellas en una de aquellas películas ridículas en que las estrellas pasaban al lado de la nave. Más bien como entrar en un tubo, o como nadar entre un cardumen en el Caribe.

Pero más frío, mucho más frío, pensó José. Todo es más frío aquí. Frío como los rubios fríos del norte.

Julio 2010
(de la novela Crisis)

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