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Carlo Frabetti :: 05/08/2017

El desmerengamiento de la realidad (Caníbal cautivo III)

Carlo Frabetti
A partir de los seis o siete años de edad, empezamos a adoptar una actitud crítica con respecto a ese “gran relato” que es la visión del mundo inculcada por nuestra cultura

Al igual que las antiguas mitologías, nuestra visión del mundo se concreta en un ciclo narrativo, es decir, un conjunto de relatos complementarios e interrelacionados, más o menos coherentes y operativos, que intentan explicar la realidad. Estos relatos se basan, obviamente, en nuestras propias experiencias personales; pero solo en parte, y esa parte es mucho menor de lo que solemos creer, puesto que de manera inconsciente incorporamos sin cesar, desde la más tierna infancia (sobre todo en la más tierna infancia), los relatos ajenos: la familia y demás personas de nuestro entorno, la escuela, los libros y los medios de comunicación nos cuentan una colección de historias y nos suministran una serie de datos que vamos integrando en una descripción/interpretación del mundo más o menos satisfactoria, que es a la vez un espejo en el que mirarse y un manual de instrucciones.

A partir de los seis o siete años de edad, empezamos a adoptar una actitud crítica con respecto a ese “gran relato” que es la visión del mundo inculcada por nuestra cultura; nos damos cuenta de que los adultos, los libros y la televisión incurren en contradicciones y no siempre dicen la verdad, y empezamos a sacar conclusiones propias a partir de nuestras experiencias personales.

Para quienes han recibido una educación religiosa, es especialmente importante -y especialmente difícil- cuestionar los mitos que les han sido presentados como verdades absolutas. Pero hay otros dogmas tan resistentes a la crítica como los religiosos y de los que a menudo ni siquiera somos conscientes. El hambre, el sexo y el miedo son las pulsiones básicas de todos los animales, incluidos los humanos, y nada caracteriza mejor a una determinada sociedad que sus hábitos alimentarios, amorosos y defensivos, hábitos que tendemos a considerar “naturales”y que rara vez sometemos a un análisis crítico.

Del mismo modo que consideramos normal enamorarse (habrá que volver sobre el mito del amor), emparejarse y formar una familia nuclear (un “hogar” protegido del exterior por unas paredes infranqueables y una puerta cerrada con llave), a la mayoría de la gente le parece normal comer carne: todo el mundo lo hace, siempre se ha hecho y no hay ninguna razón para dejar de hacerlo.

Pero no es verdad: no todos lo hacen, no siempre se ha hecho y hay muy buenas razones para dejar de hacerlo.Más del 8 % de la población mundial es vegetariana, y en los últimos años el vegetarianismo se ha difundido con creciente rapidez. Y no solo hay razones éticas para abrazarlo, sino también dietéticas, económicas, ecológicas y sanitarias (y por ende políticas), como veremos detalladamente más adelante.

Según un reciente informe de la ONU, la producción de carne y lácteos supone el 70 % del consumo mundial de agua dulce, el 38 % de la explotación total de la tierra y el 19 % de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. Estos datos, por sí solos, deberían sacudir las conciencias más laxas. ¿Por qué no es así?

Una posible respuesta está en lo que podríamos llamar, adoptando el expresivo término que Fidel Castro aplicó a la Unión Soviética, el desmerengamiento de la realidad. Estamos tan acostumbrados a recibir informaciones contradictorias, falaces, tendenciosas o tergiversadas, que nuestra visión del mundo ha dejado de ser -si alguna vez lo fue- un “gran relato” coherente o un ciclo de relatos compatibles y complementarios, para convertirse en un proceloso mar de fragmentos dispersos en el que, como náufragos a la deriva, intentamos mantenernos a flote aferrándonos a alguna convicción engañosamente tranquilizadora. Como la de que somos los “reyes de la creación” y los demás animales son nuestra comida y nuestros esclavos.

(Continuará)

 

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