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Estado español :: 17/09/2006

El economista impasible

Antón Corpas
El mercado inmobiliario y de la construcción en compañía del sistema financiero, están haciendo saltar todas las alarmas, pero mientras no cunda el pánico todo irá a pedir de boca.

Al hilo de los últimos datos del Euribor y del crecimiento imparable de las cifras de endeudamiento -una hipoteca costará la media de 1.362 euros más al año-, dice el economista Tom Burns Marañón: «Ese riguroso índice que utilizan los bancos para determinar el coste de la mayoría de los créditos ha alcanzado su cuota más alta desde hace más de cuatro años y también hay que tener presente que en los primeros seis meses de este año el volumen de la deuda familiar dedicado a la compra de una vivienda fue el equivalente al que se generó a lo largo de todo el 2005. Y no hay que olvidar que según la autoridad monetaria, las viviendas se venden hasta un 30% más de lo que realmente valen» («Fuera pánicos», El Mundo 3/09/2006).

Si algo subrayan estos indicadores es la destrucción progresiva de las fronteras que separan la burbuja inmobiliaria de la realidad material, y no podemos olvidar que el crack financiero es justo ese momento en que la ficción especulativa con sus leyes caprichosas y volátiles, invade la realidad material tanto que desarma todos los fundamentos económicos y monetarios de la normalidad aparente.

Pero concluye Burns Marañón que «digerido todo esto, hay que llegar a la conclusión de que se está, a lo sumo, ante una corrección, ante un aterrizaje que en cualquier caso debería ser suave. El pánico, es lo que pincha las burbujas». Sin aclarar de que manera un récord de altura -donde solo una minoría cuenta con paracaídas- se convierte en un «aterrizaje suave», nos dice el economista: «lo que no debe ocurrir es que cunda el pánico porque se eleve el Euribor, ni porque haya aumentado la deuda familiar ni porque el Banco de España diga, por enésima vez, que la vivienda está sobrevalorada» [sic].

Y es como sí un médico, ante un cáncer de pulmón y tras un diagnóstico sin tapujos sobre la gravedad del asunto, le resta importancia a los tres paquetes diarios de negro sin filtro a los que es aficionado su paciente. Así, el autor culpa de una futura crisis a algo tan científico y mensurable como el estado de ánimo colectivo, sin abordar elementos capitales como un marco jurídico que no impone límite alguno a los precios de venta o alquiler, la relación entre dinero negro y mercado inmobiliario, la escasa transparencia de bancos y cajas e incluso de los registros de la propiedad, o un modelo de financiación municipal basado en la compra-venta de suelo y donde los agentes de la negociación política y urbanística son los propios promotores.

El miedo, afirma, «no lo justifica ni la creación de empleo estable en España, ni el crecimiento del PIB nacional ni la recuperación de la confianza en la eurozona». No se que cifras maneja Burns Marañón para hablar de «empleo estable», pero olvida que buena parte del empleo -precario- creado en los últimos años está directamente relacionado con la construcción, y que, lógicamente, será una crisis del sector la que afecte al empleo y no al revés. Y también olvida en su optimismo que el PIB es hoy inseparable del endeudamiento de los hogares: un 79% de ese Producto Interior Bruto.

La confianza es un lugar común y un conjuro de la política económica y mediática neoliberal. Sí Evo Morales o Hugo Chavez ganan las elecciones, la economía se hundirá irremediablemente, no por un mal programa o por actuaciones negligentes, sino por algo tan intangible pero tan materializable con un boicot patronal como la «falta de confianza de los mercados». De la misma manera, REPSOL-YPF o el Banco Santander podrán violar sistemáticamente la legislación estatal boliviana o argentina, que no habrá cataclismo alguno ya que «hay confianza». Pero sí el gobierno boliviano o venezolano descubren fraudes e irregularidades y los tribunales aplican la ley, estaremos ante «una pérdida de confianza en los mercados» y ante una situación de riesgo inminente.

En esta línea, el mercado inmobiliario y de la construcción en compañía del sistema financiero, están haciendo saltar todas las alarmas, pero mientras no cunda el pánico todo irá a pedir de boca.

El estado de ánimo colectivo además de ser una variable de difícil medida, es coyuntural y limitado como factor, además de que en economía no puede ser una causa sino una consecuencia y difícilmente será nunca una elección. Que la recomendación de un «especialista» ante la cota mas alta de endeudamiento de los últimos seis años, sea optimismo y tranquilidad, es la manera mas sencilla de demostrar cuan prescindible es.

La autodenominada ortodoxia económica hace tiempo que bascula entre la teología del mercado y el esoterismo económico, en la interpretación a partir de la fe y en la ratificación del misterio económico. De manera que, para el economista impasible, todo lo que pasa es inevitable y necesario, cada límite, cada frontera que se rompe entra dentro de la normalidad del mercado, cada dolor y cada crimen contiene algún bien inextricable que no alcanzamos a reconocer el común de los mortales, y cada crisis es fruto de algún pecado colectivo, como por ejemplo, el pánico.

En fin, es leerlos y escucharlos lo verdaderamente terrorífico.

inSurGente

 

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