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Pensamiento :: 30/01/2007

El siglo XX no fue así: Prensa liberal y revisionismo histórico

A. J. Antón Fernández
De un tiempo a esta parte, a nadie se le escapa que la "política editorial" de El País arrecia en una dirección que todos conocemos (un atlantismo creciente -pese al fetiche de la oposición a la guerra de Iraq, que da demasiados réditos comerciales como para ser ignorado-, defensa cada vez más descarada de los intereses empresariales españoles en Sudamérica, desprecio de los movimientos antisistémicos, banalización del conflicto palestino...).

Aunque no sobraría aquí la caracterización de un escenario más amplio -europeo- y de una perspectiva de mayor alcance -la de la progresiva disolución ideológica de las socialdemocracias clásicas desde la época triunfal del neocapitalismo de los 80-, lo cierto es que el divertimento de las genealogías no nos lleva a ninguna parte o, mejor dicho, nos deja en el mismo lugar de partida: la actual coyuntura europea de (neo)liberalización del espacio político, antes reservado a los representantes del trabajo frente al capital, y la radicalización de la estrategia anticomunista internacional.

Enmarcada en la polémica histórica dentro del movimiento socialista y su fractura tras la Revolución de Octubre, la perspectiva nos ofrece un desarrollo previsible, pero no menos preocupante, de los partidos, instituciones y agentes culturales situados en las coordenadas de la Internacional Socialista. Y es que el anticomunismo (entiéndase como ejemplo de lo que está sufriendo también el movimiento activo libertario o antiglobalización) ha sido una constante histórica (paradójica desde el punto de vista del movimiento obrero) en los líderes del sindicalismo y la elite burocrática socialdemócrata, pero jamás había disfrutado de un consenso tan amplio incluso entre las bases. El anticomunismo ha hecho mejor su trabajo de hegemonía.

Lamentablemente, las cosas se le habrían puesto más difíciles al lector atento si esta política editorial viniese acompañada de un esfuerzo real por conseguir unos suplementos de calidad, que disfrazasen el sesgo ideológico con elegancia e inteligencia, y, por supuesto, con contenidos de cierta envergadura cultural. Pero en esto ni siquiera se le premia al lector "progresista" medio, que en El País tiene que contentarse con un suplemento cultural ("Babelia") que en la mayor parte de los casos se limita a unas pocas reseñas laudatorias (de un abanico no demasiado amplio de editoriales) y a algunas "críticas" (de arte, música, etc.) que, a la vista de sus intenciones, muchas veces, en cuanto "críticas", se convierten en un largo y redundante oxímoron.

Así, uno haría bien muchas veces en regalarse un paseo por los suplementos de periódicos de otras tendencias para ver que, en estos, la frescura en los contenidos y una mayor pluralidad de posicionamientos (...aunque sin exagerar, claro está), por no hablar del mayor interés por las pequeñas editoriales, sólo pagan el tributo de un sesgo ideológico algo más descarado, o si se quiere, más sincero.

Bastenier, Overy, Short: tres autores, una sola opinión

El número de este sábado del suplemento cultural "Babelia" de El País (27-I-2007) da buena prueba de ello. En el chapoteo soporífero habitual (Barthes diría sin duda, "petit bourgeois"), las reseñas habituales se siguen: monográfico sobre ópera, exposiciones de inspiración minimal, la cada año más infumable columna del profesor Calvo Serraller; (por no haber, ya ni hay sección de música), todo siguiendo una cuidada línea comercial (algunos dirían: "orientada a cierto perfil" -y aquí entraría de nuevo Barthes...). Pero hay algo que llama la atención: el título pontificial que abre la sección "Ensayo": El siglo XX fue así, una frase programática para lo que podría ser algo así como un itinerario de "Estudios de Posgrado en Ciudadanía democrática" o, simplemente, el sermón de un adusto e intolerante profesor de historia, ambos sin embargo funcionales a las ambiciones de un periódico que hace tiempo que ya no se esmera en ocultar sus intereses.

Y bajo el título, ni más ni menos que una reseña del enésimo libro de una estirpe reconocible. Ya los conocemos: El libro negro del comunismo, Mao, Comunismo y nazismo... y ahora no podía faltar la guinda sobre el pastel: Dictadores, el libro de Richard Overy, notablemente "original", ya que se dedica a la "inédita" tarea de identificar a Hitler y Stalin, personajes fetiches de la historiografía popular del siglo XX, y demostrar su unidad esencial: "Huevo o gallina, ambos son representativos de un tiempo en un país".

Sin embargo, la operación es otra, y, si bien en el artículo (reflejo también del libro de Overy) la identidad entre ambos se asume explícitamente, a ratos se desliza por debajo cierta desigualdad moral: "Los dos... sentían una obsesión adolescente por el poder, pero si Stalin lo acariciaba en clave de sadismo, Hitler sólo se consentía la perspectiva intelectual, porque lo necesitaba Alemania".

Y es que, para M. A. Bastenier, el inefable autor de la reseña, las diferencias "existen": "El líder soviético es más o menos directamente responsable de la muerte de más de 40 millones de seres humanos... Hitler, en cambio, consolidaba su posición, también en 1934, sin otra masacre que la de la noche de los cuchillos largos, y se trataba de cientos, no miles de personas".

Claro, ¿cómo se va a comparar el ordenar la muerte de algunos cientos de rivales políticos con el asesinato, casi con las propias manos, de cien millones de personas? El amigo de Mafalda, Felipe, comentaba en una viñeta los peligros de ir siempre con las orejas puestas; uno se expone a oír cualquier cosa.

Habrá muchos lectores, sin embargo, que no se planteen siquiera cambiar de periódico: -Dígame, ¿es que acaso hay otro periódico "de izquierda moderada"? -Ojo, que en eso están algunos accionistas de la cadena televisiva española La Sexta, cuyos inversores son los mismos de Televisa, la televisión mexicana de corte, digamos, conservador.

Pocas páginas más adelante se reseña brevemente la reedición de la biografía de Philip Short sobre el Gran Timonel (es curioso que coincidiendo con el auge de la economía china, la producción de libros sobre la Revolución Cultural, Mao y sus respectivos aspectos oscuros... se haya reactivado). Incluso aquí da tiempo, en una reseñita de menos de un centenar de palabras, a extraer algún comentario "jugoso" de un libro en cierto modo comedido: "...tratarlo como a un emperador antiguo, casi como a un Dios".

Si en una micro-reseña le puede sacar algo, ¿que no hará este suplemento, con la sabrosa "Biografía" de Halliday y Chang? (el uso de comillas se hace aquí necesario, pues "Biografía" se antoja como un término muy serio para un libelo de este calibre o, incluso, términos como "investigación" o "libro"). Rossana Rossanda ya nos dejaba su ácida opinión al respecto: "A los libros de John Halliday y Jung Chang [...] incluso los autores del "Libro negro del Comunismo" [los] han definido como facciosos y poco documentados. No sé si me explico".

La argumentación de Bastenier y Overy, en todas sus variantes y con todos los habituales datos inflados y hechos sesgados, ya nos es familiar, aunque llama la atención el descaro con el que aquí se aplica lo que yo llamaría el "toque Courtois", ese refinado aditivo estadístico con el que incluso los mismos datos de los Archivos Estatales Rusos (esos que sirven, previa distorsión, a Pío Moa, Vidal, Conquest, Courtois, Amis, etc., para apoyar sus tesis, pero son ignorados cuando las desmienten) se multiplican por 100 con magnífico resultado. ¿Hasta qué punto de desinformación hemos llegado para que 60 años después se pueda hablar en un medio de comunicación que se pretende serio en términos de decenas y decenas de millones, ya no de represaliados, sino de muertos, sin que nadie experimente ni un asomo de pudor, aunque sea científico?

El que el debate en esos casos se aparte de la argumentación y documentación racional no demuestra sino que éstas no sirven cuando la conclusión es innegociable: el comunismo ("...y el socialismo en su totalidad, o incluso en su base, aunque en realidad ya Marx, y antes que él la Revolución Francesa y el movimiento abolicionista ..." etc. etc.) fue malo, y peor que el nazismo: ésta es la verdad oculta de toda la perorata liberal omnipresente, y que autores como Moulier Boutang o Losurdo nos recuerdan que forman parte de una tradición de más de tres siglos.

Si los archivos de la URSS nos hablan de 4 millones de "represaliados" (categoría que incluye los detenidos por hurtos y delitos menores, presos políticos, condenados a cadena perpetua, a campos de trabajo y ejecutados) -cifra suficientemente elocuente y terrorífica para cualquier persona que se interese por la emancipación de la humanidad-, la comparación (que en sí tiene poco sentido) se desmonta fácilmente.

Sin embargo, los ataques no cesan y se hacen desde todos los flancos. Recordando el ejemplo que Zizek retoma de Freud, el anticomunismo visceral es un poco como la tetera prestada de quienes dicen que "el comunismo es nefasto porque es económicamente inviable" (tesis que podría ser desmentida con ejemplos abundantes, pero que descansa además en la trampa de considerar viable económicamente al capitalismo), y que "aunque no lo fuese, lleva inevitablemente a la autodestrucción y masacre de los pueblos" (cosa que la historia niega y que además se apoya en la creencia de que el resto de ideologías/religiones/sistemas no lo hacen), pero que "en todo caso es un modelo de sociedad que eterniza la deshumanización y la ausencia de libertad’, se podría decir que no evidencian en su mutua contradicción sino el hecho incontestable, y objeto de fe, de que el comunismo (léase también; el anticapitalismo) es Malo.

La contracara de ese numen maligno que representan la hoz y el martillo, obviamente, debe ser (y DEBE parecérnoslo a todos) la reluciente y cándida toga blanca que lleva esa libertad liberal-democrática, que desde luego reluce en la prensa internacional cada vez más. Libertad que ya sabemos en qué consiste y, por volver a nuestro querido "periódico independiente de la mañana" (El País), también lo saben quienes sobrevaloraron el respeto que allí se le tiene (verbigracia, el crítico literario Ignacio Echevarría fue expulsado sin contemplaciones de la nómina de El País cuando se atrevió a escribir en este suplemento que comentamos, Babelia, una reseña que "destruía" con toda justicia la última novela de Bernardo Atxaga... publicada por la editorial Alfaguara, también propiedad del grupo Prisa).

Retomando lo que comenta Zygmunt Bauman en su espléndido Modernidad y holocausto, un servidor prefiere pensar que se hace mayor justicia a las víctimas y a la verdad tanto hablando del Gulag como del Holocausto (porque decir "holocausto judío" es, con todo, olvidar también a los gitanos, homosexuales y republicanos que murieron en masa, compartiendo la Shoah con los judíos europeos), usando con honradez las herramientas conceptuales de la historia y la filosofía, la ciencia y la política, y con el respeto que merecen los que lucharon y luchan por otro mundo.

Tlaxcala

 

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