lahaine.org
Pensamiento :: 17/04/2008

Hobsbawm, una Casandra optimista

Perry Anderson
Una derrota política de alcance histórico conduce casi siempre a buscar pretextos consoladores. En todo el mundo, la izquierda ha perdido la mayor parte del decenio haciendo poco más que eso

Un anticipación de Spectrum, la próxima colección de ensayos de Perry Anderson.

Con su habitual franqueza, Eric Hobsbawm explicó que había modificado la estructura de su obra sobre El siglo Corto (1), mientras lo estaba escribiendo. Al comienzo, según explicó en una conferencia un año antes de su publicación, él había concebido el libro como un díptico: la primera parte del mismo debía estar dedicada al periodo de la catástrofe, desde el estallido de la primera guerra mundial hasta la segunda posguerra; la segunda , desde los últimos años cuarenta hasta la época presente, “exactamente lo contrario”: la reforma del capitalismo y la persistencia del socialismo, en medio del “gran salto adelante de la economía mundial” , que durante la época de Brezhnev había permitido a los propios rusos vivir mejor que las generaciones precedentes .

Tras el hundimiento de la URSS

Dos acontecimientos modificaron su investigación: el hundimiento del bloque soviético al final de los años noventa y la coincidente gravedad de la crisis económica en Occidente. Resulta evidente cuál de estos dos factores resultó ser decisivo. Como él mismo observa, las señales de la decadencia de la economía capitalista eran ya visibles a mediados de los años setenta: el estallido de la burbuja financiera en Japón y la recesión americana de 1991-92 son tan solo los últimos episodios de un largo proceso, como ya habían indicado hace tiempo las ondas de Kondriatev, que Hobsbawm ya había incluido en el díptico.

Era la caída de la URSS lo que lo cambiaba todo. Desde una perspectiva estratigráfica esto confirma la misma articulación estructural de la obra. La colocación y las premisas del capítulo “Contra el enemigo común” ponen de manifiesto el sentido del punto de vista originario del díptico, que habría sufrido, posteriormente, un punto de inflexión en el siglo XX, en el momento en que, tras las ordalías de la batalla de tanques de Kursk, y de la batalla de la Bastogne, la historia pasó de un extremo a otro: de un desastre colectivo sin parangón a un progreso común hasta entonces inimaginable

Una vez modificado el proyecto y subdividido el libro en tres partes, este estrato anterior no desaparece, sino que por el contrario, vuelve a aparecer bajo otro aspecto. También en otros puntos se percibe el forcejeo entre los proyectos desde los que se aborda los mismos acontecimientos. Por eso precisamente, los extensos capítulos sobre la edad de oro dedicados a las revoluciones sociales y culturales de la posguerra no se limitan a someter a examen los años transcurridos entre 1950 y 1973, sino que se prolongan hasta lo que hubiera debido ser el final del díptico (el primero de ellos se prolonga nada menos que hasta el año 2000, más allá de los confines del libro)

Para sostener esta hipótesis, el autor cita las palabras de otro historiador que ha sufrido la experiencia de la derrota, Reinhart Koselleck, veterano del ejército de Von Paulus en Stalingrado: “El historiador que está de parte de los vencedores es fácilmente inducido a ver en un acontecimiento de breve duración un acontecimiento duradero, interpretado según el sentido de las consecuencias, en términos teleológicos. Para los derrotados, es distinto. Su experiencia primaria es la de quien ha visto evolucionar las cosas en sentido contrario al de sus esperanzas y proyectos. Estos otros tienen la necesidad de explicarse por qué los hechos han acabado así...Puede ocurrir que en lo inmediato sean los vencedores quienes hagan la historia. Pero a largo plazo son los derrotados los que realizan los mayores progresos en la comprensión histórica”.

Naturalmente, observa Hobsbawm, la derrota no basta para garantizar por sí misma la comprensión, pero, de Tucídides en adelante, es un estímulo a tener en cuenta.

Estrategias de consolación

El Siglo Breve se inserta en esta tradición y ciertamente, constituye su más formidable esfuerzo contemporáneo. Pero, a pesar de su fuerza, el argumento de Koselleck es parcial: mientras reivindica las ventajas epistemológicas de la derrota, calla sobre sus tentaciones. Y, en primer lugar, sobre la de la consolación. Y es en este nivel donde las dos visiones alternativas del “breve siglo XX” se enfrentan. El mensaje de fondo en ambos casos, nace del impulso a apartar la derrota.

El sueño de la visión retrospectiva del Frente Popular es que no ha habido victoria de una parte sobre la otra, porque en realidad ambas compartían la misma trinchera. La que pretende ser consecuencia de la catástrofe es que no ha habido victoria, porque las dos partes en pugna han perdido. Ambas estrategias de consolación, -una eufórica y otra amenazadora- son distintas. Cada una de ellas, en el lenguaje de la calle posee su epónimo: Pollyana y Casandra (2).

El resultado psicológico es el mismo, tanto si se afirma que “ninguno ha perdido” , como si se afirma que “ambos han perdido”, pero en el plano de la argumentación histórica hay una diferencia: la primera afirmación no tiene repercusión, es la segunda la que penetra y orienta El siglo Breve. La idea que consuela de la derrota, a pesar de su desorbitada extención puede en efecto, dar explicación adecuada del largo declinar económico de la OCDE y la agudización de la crisis social en la Commonwealth.

Ni el capitalismo desarrollado ni el postcomunismo, en resumen, se encuentran hoy en una situación precisamente deslumbrante. Naturalmente esto no significa que la hegemonía del orden creado en Malta y París sea frágil o inestable : las alternativas posibles al mismo son poco más que fuegos fatuos en medio de las tinieblas. Se elude lo que piensa el contrario. Una consecuencia sintomática es el persistente menosprecio del liberalismo como idioma predominante de la época presente.

La vía de la renovación

Esta incapacidad de tomarse en serio al enemigo explica también la propensión al ya señalado redimensionamiento intelectual. En las páginas de “MarxismToday” durante los años ochenta, se percibía siempre una diferencia entre sus dos prinicipales comentaristas políticos. Ambos estaban empeñados con el compromiso de un reexamen crítico de la izquierda tradicional.

Pero para Stuart Hall “la vía de la renovación” pasaba por el reconocimiento de la fuerza ideológica del thatcherismo (y él ha estudiado el nuevo sentido común que éste ha ido creando en Gran Bretaña): solamente con frontándose con su hegemonía, sostenía, se habría podido construir otra mejor. Hobsbawm, por el contrario, en vez de poner el acento sobre la influencia político cultural de la Thatcher –hacía notar siempre que era bastante debil, electoralmente- ponía el acento sobre la divsisión de sus adversarios. Para conseguir volver al gobierno, según su punto de vista, era necesario reconquistar el consenso de las clases medias , que se habían marchado a casa durante el Invierno del Descontento y del movimiento Bennery. La solución era pragmática. Un formal o informal pacto entre liberales y laboristas –lib-lab—. Pero el thatcherismo, lejos de entrar en crisis fue asimilado por la misma izquierda como condición ideológica necesaria para su retorno al gobierno

La vía pragmática, además de relegar a un segundo plano las ideas, ha sabido crear tan solo una versión distinta de todo lo que su valedor detestaba. El siglo Breve va también más allá en el rechazo de las teorías económicas, afirmando que lo que divide a keynesianos y neoliberales es “una guerra entre ideologías incompatibles entre sí” , cada una de las cuales justifica una concepción apriorística de la sociedad humana, desde posiciones “a duras penas proclives a la discusión entre ellas”: un punto de vista que lo habría dejado perplejo cuando enseñaba en el King´s College.

Pero el menosprecio de la fuerza de las teorías neoliberales –piénsese tan solo en el alcance y en la coherencia de la obra de Hayek – responde a una palmaria y desesperada necesidad política: la de las buenas noticias en tiempos difíciles. Es posible que, al fin, el sistema puesto a punto en la época de Reagan y de Thatcher se venga a bajo como consecuencia de la presión de una crisis global, incluso si, sea cual sea la la salida de la actual contracción económica, esto pone fin a las ondas de Kondriatev: la decadencia iniciada en 1973, en efecto, ya ha superado el cuarto de siglo previsto, y ha llegado a su tercer decenio.Pero es improbable que se realicen las mejoras que Hobsbawm desea, en ausencia de una alternativa conceptual de hondo aliento que abarque desde la filosofía a la técnica y a la política en sentido estricto. Años Interesantes se contenta con aferrarse a las muletas de Joseph Stiglitz y de Amartya Sen, como si los premios Nobel fuesen un símbolo de esperanza intelectual

El siglo breve aborda el sistema interestatal de un modo semejante. Si el liberalismo mantiene su hegemonía ideológica , la potencia hegemónica –en un sentido por completo nuevo- son los Estados Unidos. Tras el hundimiento de la Unión Soviética, con el Fondo Monetario internacional (FMI) y la ONU dependiendo de ellos, los Estados Unidos se ha asegurado una supremacía global tal que ninguna otra fuerza en la historia la ha igualado. Esta posición sin precedentes era ya evidente en el momento en que Hobsbawm completó su tetralogía, pero no encuentra reflejo en la misma. Todo lo que El siglo Breve tiene que decir al respecto es que “la única nación reconocida como gran potencia , en el sentido en el que la palabra fue utilizada en 1914, son los Estados Unidos. Lo que, en el futuro, esto pueda significar en la práctica es algo por completo oscuro”

Errores de cálculo

El mundo esbozado en las páginas conclusivas del libro es un mundo sin amo (y desprovisto de control en grado sumo) . Años Interesantes levanta acta de la existencia de una “sola superpotencia global”, pero afirma de modo poco plausible que “el imperio USA no sabe qué hacer con el poder”. Afirmar que los objetivos de los americanos son impenetrables es otra forma de sugerir que el orden internacional está a la deriva. La experiencia cotidiana prueba lo contrario. Ciertamente, toda forma de hegemonía tiene sus límites y ninguna política ha realizado jamás completamente lo que pretendía. Pero la característica principal de la época presente no es que el mundo esté fuera de control, sino que éste no ha estado nunca tan ampliamente controlado por una única potencia, libre de actuar para difundir e imponer su propio sistema, tal como hoy conocemos.

Los objetivos de los Estados Unidos, que los estrategas de Estado han explicitado ampliamente, no podrían ser más claros: expandir el capitalismo liberal de un extremo al otro del planeta y, hasta donde sea posible, modelarlo según las normas y los intereses nacionales de los Estados Unidos. Tales objetivos cuyo origen se remonta a la época de Cordell Hull y de Dean Acheson, no tienen nada de irracionales. Naturalmente, hoy, como entonces, los errores de cálculo son siempre posibles. La diferencia es que para poder perseguirlos, los Estados Unidos poseen un poder absolutamente desbridado. Y esto explica las continuas y fáciles expediciones militares en el Golfo, en los Balcanes, en Afganistán, y, ahora en Mesopotamia

(...)

Pero del Siglo Breve podemos extraer también una lección general. Una derrota política de alcance histórico conduce casi siempre a buscar pretextos consoladores. En todo el mundo, gran parte de la izquierda ha perdido la mayor parte del decenio haciendo poco más que eso. Las dos principales estrategias en este sentido son aquellas a las que Hobsbawm ha dado excepcional expresión: rebautizar el sistema que ha salido victorioso para hacerlo más digerible y exagerar las grietas de su victoria para imaginarlo más vulnerable.

En uno y otro caso, en la base se encuentra una convicción de fondo, según la cual toda eficaz oposición al orden existente precisa que se espere su fin próximo, mientras que investigar sobre la identidad y la fuerza del mismo quiere decir de cualquier forma que hay que aceptar la realidad. Esto es un error. El conocimiento preciso del enemigo vale más que todos los comunicados de guerra que promueven la incertidumbre moral. La resistencia que rechaza las consolaciones es más fuerte que la resistencia que se aferra a las mismas.

Un patrimonio de pasión

Estas reflexiones no ponen en duda la grandiosidad del Siglo Breve. El libro se asemeja a un palacio cuyo proyecto ha sido modificado por el arquitecto en el curso de su edificación, dejando las contradicciones estructurales que lo hacen extraño, aunque no por eso menos espléndido de lo que aparece a la vista, y que ha adornado una estancia tras otra con pinturas de diferentes géneros, cada uno de ellos pleno de momentos mágicos, muchas veces obras maestras.

Al igual que en el Hermitage, es imposible apreciar tanta riqueza de una sola vez: son necesarias, para ello, visitas repetidas. Pocas serán tranquilas. El arte vive tan solo si suscita discusiones. Deberíamos aproximarnos al enorme patrimonio que Hobsbawm nos ha legado con su mismo espíritu, con calor, pasión y sentido crítico.


NOTAS T.:

(1) Erick Hobsbawm, Historia del siglo XX, Ed Crítica, Barcelona, 1995.
(2) Pollyana: Personaje de la literatura anglosajona lacrimógena, constituido por una niña huérfana capaz de encontrar positivas las experiencias más lamentables.

Nota de La Haine: Casandra era en la mitología griega una sacerdotisa de Apolo, con quien pactó, a cambio de un encuentro carnal, la concesión del don de la profecía.

Il Manifesto, 11de marzo de 2008. Traducción para sinpermiso.info: Joaquín Miras

 

Este sitio web utiliza 'cookies'. Si continúas navegando estás dando tu consentimiento para la aceptación de las mencionadas 'cookies' y la aceptación de nuestra política de 'cookies'.
o

La Haine - Proyecto de desobediencia informativa, acción directa y revolución social

::  [ Acerca de La Haine ]    [ Nota legal ]    Creative Commons License ::

Principal