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Pensamiento :: 10/03/2010

La esclavitud moderna

Carlos X. Blanco
El Trabajo como mercancía y el (falso) concepto de propiedad

“Las lamentaciones que en la actualidad vuelven a escucharse cada vez con mayor intensidad acerca de la característica básica de la forma de producción capitalista-industrial, según las cuales ésta no serviría a la satisfacción de necesidades humanas sino exclusivamente al afán de ganancia del capitalista, son y siempre han sido nada más que un credo sentimental ya que colocan al observador crítico del sistema capitalista frente a una decisión básica que sólo puede ser fundamentada de manera moral-subjetiva por ser irrealista; de lo que se trata es de decidir si se considera valiosa o condenable la aprobación del capitalismo como sistema económico. Una posición de este tipo no tiene ningún contenido de conocimiento con respecto al estado de cosas sobre el que hay que juzgar, es decir, la economía capitalista y la forma de producción. Porque una gran parte de la crítica actual al capitalismo, signada por un pesimismo ante la historia y ante la cultura, pretende hablar en nombre de Karl Marx y sus sucesores, deseo señalar ya aquí que nada estaba más lejos de la forma de consideración de Marx que un sentimiento moralizante de este tipo. La conocida condena crítico-radical del sistema capitalista por parte de Marx resulta exclusivamente de un análisis puramente económico de la estructura de la producción y del comercio capitalistas” [p. 55 en Werner Becker: La Teoría Marxista del Valor, Ed. Alfa, Barcelona, 1981].

Muy a menudo se confunde el marxismo con una condena moral del Sistema. Podemos llegar a conocer esta Ciencia de la Revolución , en efecto, partiendo de esa condena moral, de ese sentimiento de desprecio por un modo de producción aberrante, que condena a millones de seres humanos a la esclavitud, a la muerte por hambre, por guerra o por contaminación. Podemos sentir repugnancia por un tipo de Economía que consiste básicamente en impedir que los grandes capitales se vean tocados en lo más mínimo y así prosigan en su incesante tendencia acumulativa. Todo un cerrojo de leyes y formalismos políticos (superestructuras) está creado a nivel mundial con el objeto de que estos bolsillos privados y transnacionales puedan, de manera impune, saquear, esclavizar, condenar a muerte y arrasar con el futuro de la Humanidad. Quien tenga ojos para ver, puede contemplar que el Capitalismo no funcionaría un solo día más sin convertirse en un Fascismo Global, es decir, en un sistema de Relaciones de Poder en el cual la más remota aproximación a un socialismo real, esto es, a una participación más democrática de la población en la planificación y gestión de su propia producción sea criminalizada y barrida del mapa.

La condena moral del Capitalismo es una de las posibles vías para llegar a Marx, quizá más frecuente que la pura curiosidad científica. El autor citado arriba, Becker, por cierto un crítico del marxismo pero –rara cosa en sus críticos- conocedor del sistema, deja muy clara la poca dosis de sermón o de catecismo contenida en la obra del gran pensador alemán. La Ciencia Económica , en el propio Marx, queda condenada no desde presupuestos normativos o desde juicios éticos a priori: “No es justo que suceda esto o no es ético que acontezca lo otro”. Toda la perorata que el PSOE del último siglo ha introducido en el Estado Español con su teorización de los Derechos Humanos o sus aproximaciones entre el kantismo y el marxismo, deberían ser removidas de nuestro universo crítico de discurso. Los Derechos Humanos o cualquier otro desideratum sobre la forma justa y racional de vida humana, lejos de ser meramente proclamados o defendidos con la toga y la propaganda (que también) deben ser ante todo, y por encima de todo, realizados.

Debería ser ya evidente para el marxista, y para todo crítico con el Sistema capitalista, que dicha realización es imposible si antes no hay un esfuerzo encaminado a la crítica y destrucción del sistema de Relaciones de Poder que esta Economía capitalista ha impuesto a partir del siglo XVIII.

El modo de producción mismo del Capitalismo es resultado de una imposición así como de una represión gradual y creciente de las formas alternativas de vida material en la humanidad. El Capitalismo consiste básicamente en un resorte para forzar de manera creciente a las personas para que se conviertan en productores de fuerza de trabajo, fuerza susceptible de ser mercantilizada por la imposición de unas relaciones de producción exclusivamente orientadas a su apropiación ajena. Suele decirse que el fin del Capitalismo es única y prioritariamente la creación y acumulación de la Plusvalía. Eso es así bajo un aspecto, digamos bajo el aspecto impersonal y ciego de un Capital ya formado históricamente bajo la violencia de la Acumulación Originaria. Una vez formado, el modo de Producción Capitalista parecería un gigantesco mecanismo automático de creación y apropiación de la Plusvalía. Nada tendrían que hacer aquí los factores políticos y voluntarios (el reino de la “libertad” frente al economicista reino de la “necesidad”). Sin embargo, las cosas no son exclusivamente así.

No lo son porque el Capital no se crea y no se acumula si no es por medio de la violenta y recurrente “restauración” de su dominio, esto es, por medio de matanzas organizadas, golpes de estado y de timón, amaño de elecciones, derrocamiento de líderes populares e infiltración en organizaciones obreras, campesinas e izquierdistas. La ingenuidad de todo economicismo y de todo determinismo, aunque se declare “marxista, consiste en ignorar las puntuales y muy voluntariosas acciones de los agentes al servicio de la Dictadura Económica. Esas acciones permiten el regreso de viejos mecanismos coactivos sobre la población o el perfeccionamiento de otros nuevos. Para ello, se hace de todo punto preciso el establecimiento de ficciones populares y de mentiras colectivas que permitean interponer mamparas y máscaras entre las relaciones sociales y aquellos que deberían ser sus protagonistas (véase mi ensayo “El Capitalismo como sistema para el embozado de la realidad”).

La raíz de toda esta macabra ficción sobre la “democracia”, “derechos humanos”, el “parlamentarismo”, etc., a nivel mundial, no es otra que la misma idea de considerar a la persona o a ciertas partes y funciones suyas como si fueran “propiedades”. Los esclavismos viejos y nuevos son consecuencia real del concepto ilusorio de propiedad, y esto ya lo vieron antes de Marx, los padres de todo movimiento libertario, incluyendo el socialismo utópico. Ese pilar del liberalismo moderno que fue John Locke escribió en 1690 que el fundamento del concepto de propiedad era la propiedad sobre la propia persona. En un ámbito intelectual todavía iusnaturalista, el filósofo inglés justificaba normativamente el derecho a la propiedad privada en el trabajo que uno mismo ha hecho, y cuya fuente, en realidad, es el propio cuerpo. Como si a la sombra del esclavismo clásico nos moviéramos siempre en toda investigación sobre los principios de la Economía Política , ese propio cuerpo es tratado ficticiamente como una propiedad, propiedad a la que solo puede y debe acceder un yo (un espíritu o alma) que lo posee. El dualismo moderno de la filosofía, que distingue un cuerpo y el alma, siendo ésta la conductora y propietaria de aquel, es el heredero directo del otro dualismo más evidente, el del esclavo y el hombre libre.

Es muy curioso que Locke fundamente el derecho a la propiedad privada en el derecho a la propiedad sobre el propio cuerpo, fuente a su vez del valor inoculado al objeto trabajado. La sociedad capitalista, y de forma nítida, a partir de su fase manufacturera e industrial, se basa precisamente en esa enajenación de lo propio (el cuerpo propio y sus fuerzas aptas para la elaboración de productos y la producción de valor). De la esclavitud que un yo sufre ante un tú, una alienación entre dos personas (una tomada como mero cuerpo desposeído y otra como amo de cuerpos, el propio y el ajeno) se ha pasado a la alienación del propio cuerpo con respecto al tiempo de trabajo que ha de venderse por horas. El trabajo asalariado es, literalmente, la esclavitud moderna. Funcionalmente, se trata de una categoría económica distinta de la esclavitud clásica, pero es una esclavitud al fin y a la postre. Uno se convierte en esclavo “por entregas” y el tú ante el que se vende es el comprador de la fuerza de trabajo medida en unidades de tiempo. Este tiempo de trabajo en el que se proyectan las fuerzas del cuerpo (y dentro de él, las fuerzas del cerebro) sobre los objetos para crear valor es tiempo y energía enajenada, que sale del sujeto para no volver a él sino de manera ínfima.

La esclavitud “por entregas” está fundada jurídicamente sobre el molde de la esclavitud antigua: hacer de la vida social una suerte de “ganadería” humana. Todo el aparato de Estado y la ideología manipuladora del Sistema son especializaciones refinadas en el arte de domesticar, criar y seleccionar los individuos más mansos para reproducir y producir ese mismo Sistema. La “esclavitud moderna”, esto es, el trabajo asalariado, ha consistido en convertir una ficción jurídica (y metafísica), a saber, que uno pueda ser propietario de cuerpos humanos propios y ajenos, incluyendo al propio, y por tanto uno mismo pueda ser vendedor de algo que le pertenece, como si se tratara de cualquier objeto animal o inanimado.

Tal ficción devino económicamente una realidad. He aquí la aberración sobre la gira el Mundo. El sistema del Mundo, desde Marx, ha devenido en una falsedad “real”. Esta es su impugnación, la impugnación que hacen los comunistas: no de tipo moral, sino de tipo ontológico. Lo falso es malo, y hay que destruirlo. Que la fuente de todo valor, el trabajo humano, sea él mismo una mercancía, ha hundido a la Humanidad por debajo de la Animalidad. En esto consiste la cosificación, y la lucha contra ella es la justificación de la Revolución.

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