La fealdad distancia

No sé cómo llegué a esa calle ni a esa terraza, pero está claro que volando.
Vi una sombra debajo de un toldo en una mañana soleada de febrero,
no dudé en posarme, que es lo mismo que quedarme quieta.
Como no sabemos muy bien contabilizar el tiempo, ni llevo reloj,
dejé rayos de luz pasar.

De repente una presencia habitual pero no esperada salió a la terraza.
Se puso a fumar y a escuchar música como si yo no estuviera ahí.
Pasaron rayos y rayos de luz …

La presencia entraba y salía, hasta que en una de esas, desde su aparente
calma giró en dirección a mí y me descubrió.

En su cara se dibujó una sensación de sorpresa, miedo e inquietud.
Volvió a mirarme y la que tuvo miedo esta vez fui yo,
pensé: o se va corriendo a por un trapo y me ataca, o no vuelve.

Nada de lo que supuse pasó…

Me contempló, vio lo feísima que para ella era. Lo marrón y grisáceo
que es mi abdomen con mis alas replegadas, mi cabeza sin orejas, mis ojos
escondidos a los lados, mis antenas cual hilos tensos.

Como todas estas presencias, se pensaba que yo era “un” chicharra, un bicho,
un saltamontes gigante, “un” langosta en otro continente o simplemente no sabe
qué soy porque ni yo misma sé qué nombre me han puesto y me da igual.

Pero tengo claro que clasifican los insectos en su mayoría con género masculino,
tampoco logro alcanzar el por qué, soy insecto y no puedo razonar mucho.

Ella pensó:” ¿y si me lee el pensamiento? No quiero transmitirle mal royo.”
Pues si, no lo leo porque no sé leer, pero su actitud y sus ojos hablaban,
parecía querer comunicarse, así lo intentó.

Controlando su aparente miedo puso en práctica aquello que ya pensaba desde hace tiempo:
lo feo, nos causa rechazo, miedo, angustia… distancia física.
Sin embargo ella decidió romper esa barrera, decidió no molestarme si yo en realidad
no le molestaba desde mi quietud fea, me dejó acompañarla en su práctica constante
de respeto hacia la vida sea en la forma fea o bella que sea. Parecía querer poner un poco
de justicia en un mundo en el que reina la aparente belleza.

Sin darle más vueltas al asunto, siguió fumando, escuchando música,
dejando rayos de luz pasar hasta que se olvidó de mí.

Nunca pensé que mi fortuita presencia en aquella terraza diera
para algo más. Sé que a ella le gustan todos los animales excepto los insectos,
le ponen nerviosa. Creo que porque somos feos, extraños, interactuamos de manera
no muy agradable con otros seres vivos, más bien les molestamos en sus días.

No tenemos lugar en su mundo, no les servimos para nada bueno,
apenas han encontrado cómo utilizarnos.
Quizá no se han dado cuenta de que no nos acercamos mucho
de manera simpática para no ser utilizados en su provecho.

Los que lo hicieron, han acabado en sartenes o cucuruchos con azúcar en su gastronomía.
Y las compañeras mariposas, que no las polillas sin colores, al ser tan bellas y amables
en su volar, han acabado clavadas con alfileres en sus alas cual exposición…

A ellas si las aman, normal, son hermosas, ¿pero amar es clavar alfileres?
No entiendo, ya te digo, soy un insecto.

Pero hay seres a los que les gustamos, si si, nos coleccionan también en cajitas
que dan semanalmente los periódicos, para mí que están un poco locos…
No sé, al menos no se espantan de nuestras patas y antenas, les parecemos curiosos,
nos observan, nos enseñan, sonríen contentos al tenernos cadáveres ahí metidos.

De verdad, nunca pensé que mi presencia y mi fealdad llegara más allá,
que se quedara en la filosofía cotidiana de quienes piensan lo que viven
en sus experiencias al cohabitar con más seres.

Estoy contenta de que exista este texto y si alguien lo lee… que piense un poco
en la distancia que nos causa la fealdad.