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Pensamiento :: 25/03/2010

La hostilidad pública hacia la investigación del clima

George Monbiot
No existe una forma sencilla de combatir la hostilidad pública hacia la investigación del clima. Como muestran los psicólogos, los hechos apenas si influyen en nosotros.

Hay una pregunta que nadie de quienes niegan el origen humano quiere responder: ¿qué haría falta para persuadirle a usted? En la mayoría de los casos, la respuesta parece ser que nada. Ningún volumen de evidencias puede conmover la creencia cada vez mayor de que el cambio climático es una gigantesca conspiración tramada por científicos y gobiernos para cobrarnos y controlarnos. El nuevo estudio [1] de la Met Office [Oficina Meteorológica británica], que pinta un panorama aún más sombrío que el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), [2] nada hará por cambiar esta visión.

El ataque a los científicos del clima se está ampliando hasta convertirse en una guerra en toda regla contra la ciencia. En una columna reciente en el Daily Telegraph, Gerald Warner descalificaba a los científicos como "prima donnas y narcisistas....cabezas cuadradas con bata de laboratorio [que] han retomado el papel de cascarrabias dementes...La gente ya no se siente intimidada por los científicos. Como pendencieras iglesias evangélicas decimonónicas, pueden formar muchas sectas cismáticas a su gusto, nadie les presta ya oídos". [3]

Puntos de vista de este tenor pueden explicarse en parte como venganza de los estudiantes de humanidades. Apenas si hay editores o ejecutivos de alguna de las principales empresas de comunicación – y son muy raros los periodistas – licenciados en ciencias, pero todo el mundo sabe que los anoraks [prenda con la que comúnmente se identifica a los científicos] se están apoderando del mundo. Pero el problema lo agrava la complejidad. Arthur C. Clarke observó que "cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia". [4] Podría haber añadido que cualquier conocimiento experto de algo es indistinguible de un galimatías. La especialización científica es hoy tan extrema que hasta la gente que estudia temas próximos dentro de la misma disciplina ya no puede entenderse entre si. Los detalles de la ciencia moderna son incomprensibles para casi todo el mundo, lo que significa que hemos de tomar lo que nos dicen los científicos como si nos fiáramos. Pero la ciencia nos dice que no confiemos en nada, que creamos sólo lo que puede demostrarse. Esta contradicción resulta fatal para la confianza pública.

La desconfianza se ha multiplicado merced a quienes publican revistas científicas, cuyas prácticas monopolistas hacen parecer unos angelitos a los supermercados, y a quienes habría que haber remitido hace mucho a la Comisión de Competencia. No pagan nada por la mayoría del material que publican, y a menos que esté uno vinculado a una institución académica, te cobrarán 20 libras o más por acceder a un solo artículo. En algunos casos cobran a las bibliotecas decenas de miles de libras por una suscripción anual. Si los científicos quieren que la gente intente por lo menos entender su trabajo, deberían encabezar una revuelta a fondo contra las revistas que los publican. Ya no es de recibo que los guardianes del conocimiento se comporten como guardabosques decimonónicos que hostigan a los proletarios hasta echarlos de las grandes fincas.

Pero existe también en ello una sospecha más honda. La mitología popular – de Fausto, pasando por Frankenstein, al Dr. No – retrata a los científicos como siniestros conspiradores que aprovechan sus negras artes para hacer aumentar sus diabólicos poderes. A veces no está lejos esto de la verdad. Hay quienes utilizan su genio para convertir el ántrax en armamento para los gobiernos ruso y norteamericano. Hay quienes aíslan genes exterminadores para impedir que los agricultores conserven sus propias semillas. Y hay quienes prestan su nombre a artículos escritos por otros en nombre de las empresas farmacéuticas, que confunden a los médicos sobre los medicamentos que venden.[5] Mientras no exista un código global de prácticas o un juramento hipocrático que obligue a los científicos a no causar daño, la reputación de la ciencia se arrastrará por el barro a causa de los investigadores que conciben nuevos medios para hacernos daño.

En el Guardian de ayer, 7 de marzo, Peter Preston reclamaba un profeta que nos sacara del páramo. "Nos hace falta un científico apasionado, persuasivo que pueda comunicar y convencer (...) Hace falta que nos enseñe a creer un verdadero creyente". [6] ¿Eso funcionaría? No. No hay más que ver el odio y el escarnio que suscita el apasionado y persuasivo Al Gore. El problema no es sólo que la mayoría de los científicos del clima no puedan hablar ningún idioma humano reconocible sino también la expectativa de que la gente se muestra susceptible de ser persuadida.

En 2008, el Washington Post resumía recientes investigaciones sobre desinformación. [7] En ellas se demuestra que en algunos casos desacreditar una falsa historia puede hacer aumentar el número de gente que se la cree. En un estudio, el 34% de los conservadores a los que se les explicaron los argumentos del gobierno de Bush de que Irak disponía de armas de destrucción masiva se sentían inclinados a creerlos. Pero entre aquellos a los que se les mostró que los argumentos del gobierno fueron después completamente refutados por el informe Duelfer, [8] el 64% terminó creyendo que Irak poseía armas de destrucción masiva.

Hay una explicación posible en un artículo publicado por Nature en enero pasado.[9]

Muestra que la gente tiende a "seguir el hilo de lo que deberían sentir, y a partir de ahí, creer, según los aplausos y abucheos de la multitud de los de casa". Quienes se ven a si mismos como individualistas y quienes respetan la autoridad, por ejemplo, "tienden a desechar la evidencia de riesgos medioambientales, debido a la extendida admisión de que esa evidencia conduciría a restricciones al comercio y la industria, actividades que admiran". Quienes tienen valores más igualitarios están "más inclinados a creer que esas actividades suponen riesgos inadmisibles y que deberían restringirse".

Estas divisiones, según han descubierto los investigadores, explican mejor las diferentes respuestas a la información que cualquier otro factor. Nuestros filtros ideológicos nos animan a interpretar las nuevas evidencias de forma que refuercen nuestras creencias. "En consecuencia, los grupos que poseen valores opuestos a menudo se polarizan aun más, y no menos, cuando se ven expuestos a informaciones científicamente fiables". [10] Los conservadores del experimento de Irak pueden haber reaccionado contra algo que vinculaban al informe Duelfer, en lugar de hacerlo contra la información que contenía.

Si bien este análisis suena a cierto, la descripción de dónde queda la línea divisoria no es muy correcta. No describe la extraña postura en la que me encuentro. A despecho de mis instintos iconoclastas y antiempresariales, paso mucho tiempo defendiendo al estamento científico de los ataques del tipo de agitadores a los que suelo estar vinculado. Mi corazón se rebela contra este proyecto: preferiría tirar huevos a los científicos en lugar de intentar entender el conjunto de datos que les es propio. Pero mis creencias me obligan a tratar de dar sentido a la ciencia y explicar sus implicaciones, lo cual termino por ser el proyecto más divisivo en el que me haya comprometido alguna vez. Cuanto más me ciño a los hechos, más virulentos se vuelven los insultos.

Esto no me molesta – tengo una pieI como la de un gliptodonte –, pero refuerza la perturbadora posibilidad de que nada funcione. La investigación discutida en el artículo de Nature muestra que cuando los científicos se visten discretamente, se afeitan la barba y ponen títulos conservadores a sus artículos, pueden llegar al otro lado. Pero al actuar así, sin duda alejarán a gente que, si no, se inclinarían por darles su confianza. Como muestra la saga de la vacuna MMR [measles, mumps & rubella, o sea, sarampión, paperas y rubeola], la gente que desconfía de la autoridad tenderá probablemente a patalear contra la ciencia tanto como quienes la respetan.

Quizás hayamos de aceptar que no existe una solución sencilla a la incredulidad pública en la ciencia. La batalla sobre el cambio climático sugiere que cuanto más claro se habla de un problema, más gente lo rechaza. Si no quieren saber, nada ni nadie llegará hasta ellos. Así se deshace la labor de mi vida.


NOTAS: [1] Alok Jha, "Met Office analysis reveals clear foingerprint of man-made climate change", The Guardian, 5 de marzo de 2010.[2] Peter A. Stott et al, 2010, "Detection and attribution of climate change: a regional perspective", WIREs Climate Change. DOI: 10.1002/wcc.34. [3] http://blogs.telegraph.co.uk/news/geraldwarner/100022443/government-scientific-advisers-who-needs-these-nuts-in-white-coats/[4] Arthur C. Clarke, [1917-2008, célebre escritor de ficción científica y autor de 2001: Una odisea del espacio]. Se atribuye a “Profiles of The Future”, de 1961, que no he leído [la frase se conoce como Tercera Ley de Clarke]. [5] http://www.guardian.co.uk/commentisfree/2009/aug/08/ben-goldacre-bad-science-research[6] http://www.guardian.co.uk/commentisfree/2010/mar/07/climate-change-inertia-prophet. [7] http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/content/article/2008/09/14/AR2008091402375.html[8] [El informe Duelfer, que recibe su nombre de Charles A. Duelfer, inspector jefe norteamericano de armamentos en Irak, concluyó en octubre de 2004 ante el Congreso de los Estados Unidos que no había armas de destrucción masiva en el país. [9] http://www.nature.com/nature/journal/v463/n7279/full/463296a.html#a1. [10] Ibid.

George Monbiot es uno de los periodistas medioambientales británicos más consistentes, rigurosos y respetados, autor de libros muy difundidos como The Age of Consent: A Manifesto for a New World Order y Captive State: The Corporate Takeover of Britain, así como de volúmenes de investigación y viajes como Poisoned Arrows, Amazon Watershed y No Man's Land.

dian, 8 marzo 2010. Traducción para sinpermiso.info: Lucas Antón

 

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