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Andalucía :: 28/02/2016

La “vaskitis” siempre vuelve

Jesús Jiménez Cabello
Asistí con el SAT a una concentración frente a la cárcel. Estaba organizada en el marco de la salida desde Euskal Herria de setenta y cuatro autobuses

De los primeros tiempos de la militancia política recuerdo la inexperiencia, la inocencia, algunos proyectos como mínimo extraños, el orden de prioridades completamente cambiado, las fiestas… y la vaskitis. Vale, pero, ¿Qué es la vaskitis?

De todas las cosas enumeradas, muchas de ellas perviven, pero pensaba que estaba curado de esa idealización hiperbólica de lo vasco o más concretamente de lo abertzale, que abundaba entre la militancia independentista andaluza hará unos 5 años. A eso le llamábamos así en broma vaskitis, y podía expresarse por medio del canto de un ‘Eusko gudariak’ o una de Kortatu en mitad de una caseta de la feria, a través de un dibujo en la mesa de la biblioteca de un bonito ‘lauburu’, o comprando por internet una ikurriña para colgarla en la habitación junto al póster del Ché Guevara. Está claro que la idealización de la lucha del pueblo vasco es inútil, como lo son todas las idealizaciones. Crean imágenes distorsionadas de cosas que sí pueden ser reales y dejando atrás los impulsos adolescentes, ciertamente debajo de todo eso, sí que había unas cualidades reales del pueblo vasco que le hacen admirable.

El sábado asistí con el SAT a una concentración frente a la cárcel. Estaba organizada en el marco de la salida desde Euskal Herria de setenta y cuatro autobuses dirigidos a decenas de cárceles distribuidas por todo el estado español. En la de Córdoba, tuve la oportunidad de vivir algunos momentos y de percibir un ambiente especial que no había vivido nunca.

 Lo primero que me sorprendió fue la alegría reinante en el acto. Hablamos de familiares de presos llegados en tres autobuses que habían hecho 12 horas seguidas de camino desde su pueblo y a los que le esperaban otras 12 horas de vuelta. Sonrientes, haciendo bromas, transmitiendo una vitalidad desbordada. Esa actitud la percibí como una forma de combatividad especial, una suerte de escudo que interponer entre ellos mismos como colectividad, y la dura realidad de tener durante décadas a tu familiar encerrado, los controles durante los viajes, los de la propia cárcel, las torturas recibidas por los presos políticos, los kilómetros hechos, etc.

 Observé el grado de organización. No sé cómo sería organizado el dispositivo entero de setenta y cuatro autobuses, pero los tres que vinieron a Córdoba lo tenían todo organizadísimo. Su equipo de música grande para que los presos pudieran oír desde sus celdas el acto, su ‘txalaparta’, su pancarta enorme con globos atados para subirla y que pudieran verla los presos que estaban en sus celdas, montones de ikurriñas, una especie de marionetas gigantes que me consta que forma parte de alguna de sus fiestas tradicionales, de todo. Todo el acto estaba más que calculado y así fue como se realizó. Cuando la lucha es al máximo nivel, como es el caso de la lucha por la emancipación del pueblo vasco, la organización es algo obligatorio que permite avanzar. En Andalucía nos vendría bien aprender esto ahora que planean sobre nuestras cabezas las amenazantes sentencias dictadas contra Francisco Molero y Andrés Bódalo, que podrían acabar en prisión con todo lo que conlleva eso, y podrían no ser los únicos.

 También pude disfrutar del cariño fugaz que nos brindaron. En las pocas horas que estuvimos por allí la palabra más escuchada aparte de las consignas que se gritaban, fue “gracias”. Nos dieron vino, queso, una taza de caldo. Que hubiera andaluces allí les encantó y se deshicieron en elogios con nosotros por la presencia y con nuestro Portavoz Nacional Óscar Reina, que pronunció un discurso a la altura de las circunstancias y a la altura del SAT, que siempre ha demostrado un compromiso intenso con la causa de los presos políticos, siempre tan espinosa y que tantas reservas ha provocado a la hora de mojarse a otras organizaciones sindicales o políticas. Nadie como Óscar para resumir el sentir general en el SAT cuando dijo que no es necesario entrar a valorar y debatir sobre la cuestión política en profundidad para llegar a una conclusión mucho más simple que todo eso: Los presos políticos tienen que disfrutar de los mismos Derechos Humanos y del trato digno que se merece cualquier Ser Humano.

Si en las cárceles españolas hay desigualdad y se produce la dispersión, las torturas, y los malos modos que no coinciden ni con la propia legalidad burguesa que ellos mismos aprueban, está claro que nuestro lugar es junto a los presos políticos. Después si queremos debatimos sobre asesinatos en ambos bandos, la Doctrina Parot, lo que opinamos de la lucha armada, la Ley de Partidos, la Ley de “Patada en la puerta”, el GAL, si los presos con delitos de sangre deben ser beneficiarios de la amnistía o no, el Proceso de Paz, la Zona Especial Norte, etc, etc. Etc. Pero quien esté dentro de la cárcel debe tener los mismos derechos que todos y aquí ya no entra ningún tipo de debate político ni moral.

 El acto fue emocionante a su manera, aunque como decía antes, teñido de alegría por los cuatro costados. Se tocó la ‘txalaparta’, un par de compañeros tocaron unas canciones con sus guitarras, subieron la pancarta al cielo aunque por desgracia el viento la dejó enganchada a una valla de dentro de la cárcel, se realizaron danzas populares vascas con música de un ‘txistu’, bailaron las marionetas gigantes, etc. Todo dirigido a las celdas de las que salían pañuelos blancos en señal de agradecimiento. Para mí ese fue el momento más emocionante. Esos metros que separan a un preso de su familia y amigos que están ahí cerca, pero en el fondo tan sumamente lejos en el espacio y sobre todo en el tiempo cuando se trata de condenas de años y años.

 Finalmente después de amagar con ocupar un olivar pegado a la cárcel para atravesarlo y que los compañeros presos que estaban en otra parte pudieran oírles y verles desde dentro, el acto terminó definitivamente. Tenía gracia el asunto, porque según ellos “si vamos con el SAT podemos ocupar la finca”. Algunos de muy buena gana lo hubiéramos hecho, no sería la primera vez, pero era inviable atravesar aquél olivar, así que así terminó el acto. Nuevos agradecimientos y abrazos de personas que habíamos conocido sólo unas horas antes, y que personalmente hicieron que me sintiera un gran anfitrión en mi ciudad, cuando lo único que hicimos fue acudir con nuestra verde y blanca a apoyar una causa que debería apoyar cualquier demócrata como es la dignidad de aquellos que están presos.

Como les dije a algunos, son bienvenidos siempre que quieran venir, pero que la próxima sea una visita por gusto, y no una paliza de 24 horas seguidas de autobús para tener que ver a un familiar presos a casi 1000 kilómetros de distancia.

 Así que sí, la ‘vaskitis’ volvió fugazmente a mí unos años después. Pero emociones aparte, es evidente que el pueblo vasco a causa de la lucha tan dura que ha llevado a cabo con todas sus consecuencias, se ha curtido mucho. Esperemos que el sufrimiento baje su intensidad por ambas partes del conflicto y que más pronto que tarde la voluntad de los pueblos sea lo que determine su propio destino. Eso es lo apropiado en democracia, si es que eso ha existido en el estado español en los últimos 77 años.

 Jesús Jiménez Cabello

 

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