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Pensamiento :: 19/01/2010

La segunda década. El mundo en 2020

Michael T. Klare
Para 2020 serán bastante más pronunciadas las transformaciones decisivas en las relaciones de poder globales, además del cambio de guardia imperial

Cuando se inicia la segunda década del siglo XXI, nos encontramos en uno de esos momentos relativamente raros en la historia en los que se hacen visibles para todos considerables desplazamientos de poder. Si la primera década del siglo fue testigo de profundos cambios, el mundo de 2009 parecía al menos de algún modo semejante al mundo de 1999 en ciertos aspectos fundamentales: los Estados Unidos seguían siendo la potencia militar suprema, el dólar continuaba como divisa mundial dominante, y la OTAN continuaba siendo su alianza militar primordial, por mencionar sólo tres.

Sin embargo, para finales de la segunda década de este siglo, es probable que nuestro siglo tenga un aspecto de veras distinto. Para 2020 serán bastante más pronunciadas las transformaciones decisivas en las relaciones de poder globales, además del cambio de guardia imperial, que ahora mismo empiezan a hacerse evidentes, a medida que dominen el espacio global nuevos actores, nuevas tendencias, nuevas preocupaciones. No obstante, todo esto lo tiene por norma la historia, no importa lo drástico que pueda parecernos.

Menos normal -- y por tanto comodín de la segunda década (y más allá) -- es la intervención del planeta mismo. El contragolpe, algo en lo que pensamos como fenómeno político, habrá adquirido un componente natural. La naturaleza parece a punto de devolver el golpe en formas impredecibles cuyos efectos podrían resultar desconcertantes y posiblemente devastadores.

¿Cuáles serán entonces las características dominantes de la segunda década del siglo XXI? Las predicciones de este género son un riesgo en sí mismas, pero extrapolando a partir de las actuales tendencias, pueden discernirse cuatro aspectos clave de la vida en la segunda década: el ascenso de China; el (relativo) declive de los Estados Unidos; el papel en expansión del Sur global, y por último, y posiblemente de la forma más espectacular, el impacto cada vez mayor de un medio ambiente enturbiado y una creciente escasez de recursos.

Empecemos por la historia humana y abrámonos luego paso hacia la desconocida historia futura del planeta mismo.

El dragón en ascenso

Que China se ha convertido en una potencia mundial destacada ya no es cosa que se discuta. Esa que el país acaba de descubrir se puso plenamente de manifiesto en la cumbre de Copenhague sobre el clima, celebrada en diciembre pasado, cuando quedó claro que no sería posible ningún avance relevante en relación con el calentamiento global sin el asentimiento de Beiying. Su importancia cada vez mayor se hizo también evidente en la forma en que respondió a la Gran Recesión, distribuyendo miles de millones de dólares en proyectos de recuperación internos, y evitando de ese modo una ralentización significativa de su economía. China ha gastado muchas decenas de miles de millones más en materias primas y nuevas inversiones en África, América Latina y el Sudeste de Asia, contribuyendo a estimular la recuperación también en estas regiones.

Si China es hoy un gigante económico, para 2020 será un centro neurálgico. De acuerdo con el Departamento de Energía de los Estados Unidos (DoE), el producto interior bruto (PIB) dará un salto de unos 3,3 billones de dólares aproximadamente en 2010 a 7,1 billones de dólares en 2020 (en dólares constantes de 2005), fecha para la que su economía sobrepasará ya a cualquier otra, excepción hecha de la de los EE.UU. De hecho, su PIB sobrepasará para entonces al de todas las naciones de África, América Latina y Oriente Medio juntas. Conforme avance la década, se espera que China ascienda con paso seguro por la escala de la mejora tecnológica, elaborando productos cada vez más sofisticados, entre los que habrá que contar sistemas avanzados de energía verde y transporte que se demostrarán esenciales para las futuras economía post-carbono. Estos progresos se traducirán a su vez en un peso creciente en los asuntos internacionales.

China hará también uso sin duda su creciente riqueza y su destreza tecnológica para hacer aumentar su poder militar. De acuerdo con el SIPRI (el Instituto Internacional de Investigación por la Paz de Estocolmo), China es ya el segundo país del mundo en gasto militar, aunque los 85.000 millones de dólares que invirtió en sus fuerzas armadas en 2008 sean una pálida sombra de los 607.000 millones destinados por los EE.UU. Además, sus fuerzas siguen siendo tecnológicamente poco sofisticadas y sus armas no son rival para el equipamiento moderno norteamericano, japonés y europeo. Sin embargo, esa distancia se irá estrechando de modo notable en la segunda década del siglo, conforme China dedique más recursos a la modernización militar. La pregunta crucial es: ¿Cómo usará China este poder añadido para lograr sus objetivos?

Hasta ahora, los dirigentes chinos han blandido su creciente fortaleza de modo precavido, evitando un comportamiento que suscitase temor o sospechas por parte de sus vecinos y socios económicos. Han utilizado en cambio el poder del monedero y el "poder blando" -- una vigorosa diplomacia, ayudas al desarrollo y lazos culturales -- para cultivar amigos y aliados. ¿Pero continuará China este enfoque "armonioso" y no amenazante a medida que disminuyan los riesgos de perseguir enérgicamente sus intereses nacionales? Eso parece poco probable. Una China más afirmativa, que mostraba lo que el Washington Post llamaba "pavoneo", era ya evidente en los últimos meses de 2009 en las reuniones en la cumbre entre los presidentes Barack Obama y Hu Yintao en Beiying y Copenhague. En ninguna de las dos buscó la parte china un resultado "armonioso": en Beiying restringió el acceso de Obama a los medios y se negó a conceder nada respecto al Tíbet o unas sanciones más duras contra un socio energético clave como Irán; en un momento crucial en Copenhague, llegó a enviar funcionarios de rango inferior a que negociaran con Obama un desaire inequívoco - y forzó un compromiso que absolvía a China de restricciones vinculantes en las emisiones de carbono.

Si estas cumbres sirven de indicativo, los dirigentes chinos están preparados para participar en un juego de pelota global, insistiendo en la conformidad con sus demandas centrales y cediendo escasamente aún en materias de importancia secundaria. China se verá cada vez más capaz de actuar de esta forma debido a que la fortuna económica de tantos países se halla ahora entrelazada con sus patrones de consumo e inversión -- un papel global crucial otrora desempeñado por los Estados Unidos - y gracias a que sus dimensiones y ubicación le conceden una posición de dominio en la región más dinámica del planeta. Por añadidura, en la primera década del siglo XXI los dirigentes chinos se han mostrado especialmente hábiles a la hora de cultivar sus lazos con dirigentes de países grandes y pequeños de África, Asia, y América Latina que tendrán un papel cada vez más importante en la energía y otros asuntos mundiales.

¿Con qué fines blande China su creciente poder? Para el máximo liderazgo de Beiying, tres metas quedarán por encima de todo: garantizar la continuidad del monopolio político del Partido Comunista Chino (PCC), mantener el crecimiento económico acelerado que justifica su dominación y devolver al país su grandeza histórica. Los tres guardan, de hecho, relación: el PCC continuará en el poder, creen los dirigentes más veteranos, sólo en la medida en que orqueste una expansión económica continua y satisfaga las aspiraciones nacionalistas de la opinión pública, así como del alto mando del Ejército de Liberación Popular. Todo lo que hace Beiying, nacional e internacionalmente, se dirige a esos objetivos. A medida que el país se haga más fuerte, hará uso de sus acrecentados poderes para configurar el entorno global en beneficio suyo, tal y como han hecho los Estados Unidos durante largo tiempo. En el caso de China, esto vendrá a significar una apertura a escala mundial a la importación de productos chinos y de inversiones que permitan a las empresas chinas devorar recursos globales, mientras deposita cada vez menos confianza en el dólar norteamericano como medio de intercambio internacional.

La pregunta que sigue sin respuesta es: ¿empezará China a ejercitar su musculatura militar? Desde luego, Beiying actuará de ese modo, al menos de una forma indirecta. Suministrando armas y consejeros militares a su creciente red de aliados en el exterior, establecerá su presencia militar cada vez en más zonas. Mi sospecha es que China continúa evitando el uso de la fuerza en toda situación que pueda desembocar en un enfrentamiento con potencias occidentales importantes, pero puede que no dude en comprometer a sus militares en cualquier choque de voluntades nacionales que implique a países vecinos. Podría surgir una situación así, por ejemplo, en una disputa marítima por el control del Mar de China meridional, rico en energía, o en Asia Central, si una de las antiguas repúblicas soviéticas se convierte en santuario de militantes uigures que traten de socavar el control chino sobre la provincia de Xinyiang.

El águila se viene al suelo

Lo mismo que el ascenso de China se da ahora por hecho, otro tanto sucede con el declive de los EE.UU. Mucho se ha escrito sobre la pérdida inevitable de primacía de Norteamérica conforme este país sufre las consecuencias de la mala gestión económica y el sobreesfuerzo imperial. Esta perspectiva se hallaba presente en Global Trends 2025, una valoración estratégica de las próximas décadas preparada para la nueva administración de Obama por el Consejo de Inteligencia Nacional (NIC, Nacional Intelligence Council), una filial de la Agencia Central de Inteligencia, la CIA. "Aunque lo probable es que los EE.UU. continúen siendo el agente más poderoso [en 2025]," predecía el NIC, "menguará la fortaleza relativa de los EE.UU. incluso en el terreno militar— y se verá constreñida su capacidad de maniobra".

Sin embargo, aparte de alguna imprevista catástrofe, no resulta probable que los EE.UU. sean más pobres en el 2020 o estén más retrasados tecnológicamente. De hecho, de acuerdo con las proyecciones más recientes del Departamento de Energía, el PIB de Norteamérica será en el año 2020 aproximadamente de 17,5 billones de dólares (en dólares de 2005), casi un tercio mayor de lo que es hoy. Además, es probable que algunas de las iniciativas ya lanzadas por el presidente Obama para estimular el desarrollo de sistemas de energía avanzados comiencen a dar fruto, otorgando a los EE.UU. un margen en ciertas tecnologías verdes. Y no se olvide que los EE.UU. siguen siendo la potencia militar preeminente, China está muy rezagada en esto y ninguna otra potencia rival es capaz de movilizar siquiera recursos a la misma escala de China para desafiar la ventaja militar norteamericana.

Lo que cambiará es la postura norteamericana respecto a China y otras naciones, y por tanto, por supuesto, su capacidad para dominar la economía global y la agenda política mundial. Por usar de nuevo las proyecciones del DoE, encontramos que en 2005, el PIB norteamericano de 12,4 billones de dólares sobrepasaba el de todas las naciones de Asia y América del Sur juntas, contando a Brasil, China, India y Japón. Para 2020, el PIB combinado de Asia y América del Sur será un 40% mayor que el de los EE.UU. y crecerá a un ritmo mucho mayor.

Para entonces, los EE.UU estarán profundamente endeudados con naciones extranjeras más solventes, sobre todo con China, debido a los fondos necesarios para sufragar el continuado déficit del presupuesto causado por las guerras de Irak y Afganistán, el presupuesto del Pentágono, el paquete federal de estímulos y la absorción de los "activos tóxicos" de bancos y empresas con problemas.

Hay que contar, sin embargo, con esto: en una economía mundial cada vez más competitiva en la que las empresas norteamericanas disfrutan de una ventaja cada vez más menguante, las perspectivas de los norteamericanos del común serán cada vez más obscuras. Algunos sectores de la economía y algunas partes del país seguirán prosperando, desde luego, pero hay otros que sufrirán a buen seguro el destino de Detroit, quedarán económicamente desahuciados y experimentarán un empobrecimiento generalizado. Para muchos, quizás para la mayoría de los norteamericanos, el mundo de 2020 puede que proporcione todavía un nivel de vida bastante superior al que disfruta la mayor parte del mundo; pero los beneficios y ventajas que la mayoría de la gente de clase media daba por sentadas - educación universitaria, atención médica relativamente accesible (y asequible), comer fuera de casa y viajar al extranjero - se harán notablemente más difíciles de conseguir.

Hasta la ventaja militar de Norteamérica quedará muy erosionada. Los colosales costes de de las desastrosas guerras de Irak y Afganistán pondrán límites a la capacidad de llevar a cabo misiones militares de consideración en el exterior. Téngase en cuenta que en la primera década del siglo XXI, una proporción significativa del equipamiento básico de combate del Ejército y el Cuerpo de Marines ha quedado dañada o destruida en estas guerras, mientras las misma unidades de combate han quedado muy maltrechas a causa de sus múltiples periodos de servicio. Reparar estos daños exigirá al menos una década de relativa quietud, lo que no se avizora por ningún lado.

El presidente Obama reconoció hace poco las crecientes limitaciones del poder norteamericano en un marco inusual: su discurso en West Point [la academia militar de Infantería de los EE.UU.] anunciando el envío de más tropas a Afganistán. Lejos de constituir una expresión triunfalista del poder y la preeminencia norteamericanos, como los discursos del presidente Bush sobre la guerra de Irak, el suyo contenía una aceptación implícita del declive. Aludiendo a la arrogancia de su predecesor, Obama señaló que "no hemos conseguido darnos cuenta de la ligazón entre nuestra seguridad nacional y nuestra economía. En medio de la crisis económica, son demasiados los vecinos y amigos nuestros que están sin trabajo y luchan por poder pagar las facturas (...) Mientras tanto, la competencia se ha hecho más feroz en la economía global. De manera que no podemos permitirnos ignorar el precio de estas guerras".

Muchos han preferido interpretar la decisión de Obama de enviar más tropas como una expresión típica, al estilo del siglo XX, de la disposición de América a intervenir en cualquier lugar del planeta en un santiamén. Yo lo considero una medida de transición destinada a impedir el colapso total de una empresa militar mal concebida en un momento en el que los EE.UU. se ven cada vez más obligados a depender de medios de persuasión no miliares y de la cooperación, por atemperada que sea, de sus aliados. El presidente Obama vino a decirlo: "Tendremos que ser ágiles y precisos en el uso de nuestro poder militar (...) Y no podemos contar únicamente con la fuerza militar". Cada vez más será éste el mantra de nuestra planificación estratégica que gobernará al águila norteamericana en declive.

El Sur remonta

La segunda década del siglo será también testigo de la creciente importancia del Sur global: las zonas antiguamente colonizadas y todavía en desarrollo de África, Asia y América Latina. En otro tiempo desempeñaban un papel marginal en los asuntos mundiales, se las consideraba territorio abierto, que estaba ahí para ser invadido, saqueado y dominado por las principales potencias de Europa, Norteamérica y (durante algún tiempo) Japón. Hasta cierto grado, el Sur global, también conocido como "Tercer Mundo" todavía desempeña un papel marginal, pero eso está cambiando.

Otrora miembro apreciado del sur global, China es hoy una superpotencia económica e India va camino de alcanzar dicho estatus. Estados de segundo orden del Sur entre los que se cuentan Brasil, Indonesia, Sudáfrica y Turquía están económicamente en ascenso, y hasta la más pequeña y menos opulenta de las naciones del Sur ha comenzado a atraer la atención internacional como proveedora internacional de materias primas o como escenario de intratables problemas entre los que se cuentan el terrorismo endémico y las mafias criminales.

En cierta medida, esto es producto de las cifras: de poblaciones en crecimiento y de una riqueza en aumento. En el año 2000, la población del Sur global se estimaba en 4.900 millones de personas; para 2020, se espera que esa cifra alcance los 6.400 millones. Muchos de estos nuevos habitantes del planeta Tierra serán pobres y sin derechos, pero la mayoría de ellos serán trabajadores (bien en la economía formal o en la informal), muchos participarán en el proceso político de algún modo, y algunos serán empresarios, dirigentes sindicales, profesores, delincuentes o activistas. Sean lo que fueren, dejarán sentir su presencia.

Las naciones del Sur tendrán también un papel económico creciente como proveedoras de materias primas en una época de creciente escasez y núcleos de vitalidad empresarial. De acuerdo con una estimación, el PIB conjunto del Sur global (excluyendo a China) dará un salto de de 7,8 billones de dólares en 2005 a 15,8 billones en 2020, un aumento de más del 100%. Sobre todo, muchos de los depósitos principales de petróleo, gas natural y los minerales esenciales que se precisan en el Norte global para que siga funcionando el sistema industrial se enfrentan a un completo agotamiento tras décadas de hiperactiva extracción, lo que nos deja únicamente con los depósitos del Sur para su explotación.

Tomemos el caso del petróleo: en 1990, el 43% de la producción diaria mundial lo suministraban los miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, la OPEP (los productores principales del Golfo, además de Argelia, Angola, Ecuador, Libia, Nigeria y Venezuela), y otros productores africanos y latinoamericanos, además de los países del Mar Caspio; para 2020, su cuota aumentará hasta llegar al 58%. Se producirá un desplazamiento similar en el centro de gravedad de la producción mundial de minerales, y países insólitos como Afganistán, Kazajistán, Mongolia, Níger (proveedor importante de uranio), y la República Democrática del Congo tendrán un papel potencialmente crucial. Inevitablemente, el Sur global desempeñará un papel visible en una serie de cambios potencialmente arrolladores. Combínese la persistencia de una honda pobreza, desesperación económica, crecimiento demográfico y degradación del clima en aumento, y se tendrá una receta de turbulencia política, insurgencia, extremismo religioso, aumento de la delincuencia, migraciones en masa y extensión de enfermedades. El Norte global tratará de inmunizarse ante estos desórdenes construyendo barreras de toda clase, pero por la sola fuerza del número, quienes pueblan el Sur dejarán sentir su presencia de un modo u otro.

El planeta contraataca

Todo esto podría no representar nada más que el normal cambio de guardia imperial en el planeta Tierra, si no fuese porque el planeta está atravesando cambios más profundos que los cualquier potencia concreta o cualquier conjunto de potencias, no importa lo fuertes que sean. Las realidades cada vez más invasivas del calentamiento global, la escasez de recursos e insuficiencia de alimentos serán innegables para finales de la segunda década de este siglo y, si no para 2020 entonces en las décadas siguientes, tendrán la potestad de dejar en la sombra al poder militar y económico habituales, por impresionantes que sean.

"Hay pocas dudas respecto a las principales tendencias", afirmó el profesor Ole Danbolt Mj0s, presidente del Comité Noruego del Nobel al conceder el Premio Nobel de la Paz al Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) y a Al Gore en diciembre de 2007: "Hay cada vez más científicos que han llegado a un mayor acuerdo respecto a las consecuencias cada vez más drásticas que se seguirán del cambio climático". De modo semejante, un número creciente de expertos en energía ha llegado a la conclusión de que la producción global de petróleo convencional pronto llegará a su máximo (si es que no ha llegado ya) y comenzará a caer, lo que tendrá como resultado una escasez de energía a escala mundial. Mientras tanto, los temores sobre futuras emergencias alimentarias, a los que mueve en parte el calentamiento global y los elevados precios de la energía, son cada vez más generalizados.

Todo esto era ya manifiesto cuando los dirigentes mundiales se reunieron en Copenhague y fracasaron a la hora de establecer un régimen internacional efectivo para reducir la emisión de gases de invernadero que alteran el clima. Aunque se pusieron de acuerdo en seguir conversando y ajustarse a un voluntarioso programa para recortar los gases de invernadero, los observadores creen que es poco probable que dichos esfuerzos conduzcan a avances notables para poder controlar el calentamiento global en un próximo futuro. Y son pocos los que dudan de que el ritmo del cambio climático se vaya a acelerar de modo destructivo en la segunda década de este siglo, de que el petróleo (líquido) convencional y otros recursos claves serán más escasos y difíciles de extraer, y de que los suministros de alimentos disminuirán en muchas zonas pobres y ambientalmente vulnerables.

Los científicos no se ponen de acuerdo sobre la naturaleza precisa, el ritmo y el impacto geográfico de los efectos del cambio climático, pero coinciden en que, a medida que avance el siglo, veremos un aumento exponencial en la densidad de la capa de gases de invernadero que retienen el calor en la atmósfera, conforme crezca el consumo de combustibles fósiles y las pasadas emisiones de chimenea pasen a la atmósfera exterior. Los datos del DoE indican, por ejemplo, que entre 1990 y 2005, las emisiones mundiales de dióxido de carbono aumentarán en un 32%, de 21.500 millones a 31.000 millones de toneladas métricas. Los gases de invernadero pueden llegar a tardar cincuenta años en alcanzar la capa de invernadero, lo que significa que su efecto aumentará, aun cuando empiecen a reducir las naciones del mundo - lo que parece improbable - sus futuras emisiones.

Dicho de otro modo, las primeras manifestaciones del calentamiento global en la primera década de este siglo -huracanes y tifones cada vez de mayor violencia, lluvias torrenciales seguidas de graves inundaciones en algunas zonas y sequías prolongadas e incluso sin parangón en otros, el derretimiento de los casquetes polares y los glaciares y el ascenso del nivel del mar - todo ello se hará más pronunciado en la segunda década. Tal como sugiere el IPCC en su informe de 2007, aparecerán zonas inhabitables de sequías y tormentas de polvo en grandes áreas del noroeste y centro de Asia, México y el sudoeste norteamericano, y la cuenca mediterránea. Es probable que partes considerables de África queden devastadas por las temperaturas en aumento y la disminución de la pluviosidad. Habrá más ciudades que sufran inundaciones y destrucciones semejantes a las de Nueva Orleans tras el paso del huracán Katrina en 2005. Y los veranos abrasadores, así como una pluviosidad infrecuente o insignificante, limitarán el rendimiento de los cultivos en regiones clave para la producción de alimentos.

Se harán evidentes los avances en el desarrollo de sistemas de energías renovables, como la eólica, solar y los biocombustibles. Con todo, pese a las ingentes sumas destinadas a su desarrollo, sólo proporcionarán una porción relativamente pequeña de la energía mundial en 2020. De acuerdo con las proyecciones del DoE, las renovables cubrirán únicamente el 10,5% de las necesidades mundiales de energía en 2020, mientras que el petróleo y otros formas de crudo líquido todavía supondrán el 32,6% de los suministros globales; el carbón, el 27.1%; y el gas natural, el 23.8%. Dicho de otro modo, la producción de gases de invernadero continuará con vigor -e irónicamente, cómo no, gracias al esperado descenso en el suministro de petróleo, que en si mismo supondría otro tipo de desastre, al presionar en el aumento de los precios de todas las fuentes de energía y poner en peligro la estabilidad económica. La mayoría de los expertos industriales, incluyendo los que trabajan en la Agencia Internacional de la Energía (AIE) en París, creen que será casi imposible seguir aumentando la producción de petróleo convencional y no convencional (incluyendo el petróleo del Ártico de difícil extracción, las arenas bituminosas canadienses y el petróleo de esquistos bituminosos) sin nuevas y cada vez más inverosímiles inversiones de billones de dólares, buena parte de las cuales se destinarían a zonas inestables, destruidas por la guerra, como Irak, o estados corruptos y poco fiables como Rusia.

En el último taquillazo cinematográfico, Avatar, la exuberante luna de Pandora, rica en minerales, es atacada por intrusos humanos que tratan de extraer un mineral de fabuloso valor llamado "unobtainium". Frente a ellos se encuentra no sólo una raza de humanoides llamados Na'vi, libremente inspirados en los nativos de Norteamérica y los moradores de la jungla amazónica, sino también la flora y fauna semisensibles de la misma Pandora. Aunque puede que nuestro planeta no posea tan extraordinarias capacidades, está claro que el daño medioambiental causado por los seres humanos desde el inicio de la Revolución Industrial está produciendo un efecto de contragolpe natural que se hará cada vez más visible en la década entrante.

Así pues, estas son las cuatro tendencias que muy probablemente dominarán la segunda década de este siglo. Quizás haya otras que demuestren ser más significativas, o algún conjunto de acontecimientos catastróficos altere aún más el paisaje global, pero por ahora podemos esperar que ascienda el dragón, descienda el águila, se levante el sur y posiblemente el planeta muestre sus triunfos por encima de todo ello.

www.tomdispatch.com, 5 enero 2010. Traducción para sinpermiso.info: Lucas Antón

 

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