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Estado español :: 04/10/2004

La urgente necesidad de lo imposible

M. Relti
Una semana antes de las elecciones de marzo, unos amigos me invitaron a un enyesque de fin de semana en el domicilio de uno de ellos. Eran gente de la medicina, del derecho y de la enseñanza. Todos viejos militantes de la izquierda que no habían sucumbido al tirón pesebrista  del  socialismo de Felipe González.

Entre copa y copa  se coló, como correspondía, el tema de las ya cercanas elecciones generales. Con sorpresa fui detectando, en la deliberada ambigüedad de los comentarios de la concurrencia,  cierta tendencia hacia el voto pro PSOE.
 
-La cuestión es - expresaba el que parecía tenerlo  más decidido-  que nos encontramos ante una situación límite. Aznar y el  PP están fascistizando la vida del país. ¡Y no hay ninguna alternativa a la izquierda!
 
Otra compañera, con más dudas, ahogaba entre vino y vino sus incertidumbres con algunas esperanzas de cambio.
- Sí, sí ya sabemos cual es la política de PSOE. Ya lo hemos visto. Pero, bueno, algunos cambios se podrían producir. La educación, los telediarios, la religión en las escuelas, el estilo Es que esta situación me asfixia, tíos. Tengo a la derecha en todas partes: en la magistratura, en los pasillos del palacio de justicia, en la notaría
 
- Pss ¡anda que yo! No sabes tú bien lo que es tener a un fulano del Opus como jefe de servicio en el Hospital.
 
- ¡Y además, qué coño - terció vehemente un cuarto que ya no se molestaba en ocultar cual iba a ser su voto-,  no podemos olvidar que Arcadio, nuestro antiguo compañero de la Unión del Pueblo Canario, va en las listas del senado!
    
 Estaba cantado. Con mucha vergüenza, casi como si se tratara de una aventura que había que ejecutar a hurtadillas, mis amigos iban a votar al PSOE. Querían mantener aún erguidas las banderas victoriosas de antaño, pero ya agitaban el trapo blanco de  la rendición.

 No resultaba difícil imaginar qué tipo de sentimientos abrumaban aquella noche a mis contertulios. Los socialdemócratas neoliberales del PSOE  habían utilizado hábilmente la expectativa de "lo posible". Ellos, los socialistas, eran "lo posible".  Más allá de ese límite solo se encontrarían las tinieblas y el crujir de dientes. Y, aunque trataran de ocultarlo con aires de dignidad,  el mensaje había cundido entre la concurrencia.
 
Que en la lucha social "lo posible" solo significa cambiar  algunas bagatelas para que esencialmente nada cambie, lo ha demostrado la historia hasta el hartazgo. Pero preciso es reconocer que la esperanza de la "posibilidad’ es un sentimiento muy humano y que suele acompañar siempre el discurso de los vendedores de lociones de crecepelo. ¿Y quién, en su más secreta intimidad, no ha soñado con ver reaparecer la soberbia cabellera que lucía a los veinte años?
 
El Estado, en cambio, a través los poderosos instrumentos que maneja, -instituciones educativas, medios de comunicación, familia - ha logrado que determinados propósitos sean considerados como "imposibles".  Por ejemplo, si usted ve la necesidad de cambiar la sociedad, le dirán que "eso es imposible". Si en alguna ocasión se le ocurre  transmitir a la gente más próxima  la urgente necesidad de impedir  que el actual modelo económico de desarrollo acabe con la vida en el planeta, no dude que le  espetaran un "pero qué dices, ¡eso es imposible!". No se sabe muy bien porqué, pero "es imposible". Son necesidades muy comunes, de elemental supervivencia, pero la posibilidad de su ejecución ha sido expulsada del territorio del "sentido común".  El sistema ha logrado implantar en el cerebro colectivo  una suerte de chip del  "sentido común", que está resultando ser, como se sabe,  el menos común de los sentidos.
 
     Han transcurrido seis meses desde aquella polémica noche de vinos y elecciones. Contra toda previsión, el PSOE ganó los comicios de marzo. Nuestros soldados ya no están en Irak, pero   desfilan marciales por las calles de  Kabul y Puerto Príncipe, a las órdenes de los mismos que los dirigían en Bagdad. La protesta ya no barre las calles de nuestras ciudades.  Tampoco nuestros sindicatos, actores y dirigentes del PSOE se manifiestan en favor de la paz. Sin embargo, las nuevas misiones militares siguen apoyando las acciones decididas y emprendidas por el Imperio. 
 
Ha comenzado el nuevo curso escolar, y faltaría a la verdad quien dijera que la religión va a ser una materia evaluable en el currículo general del alumno, como había decretado el PP. Pero no es menos cierto, que la jerarquía católica ha logrado imponer que esa asignatura se siga impartiendo en las escuelas e institutos, en lugar de en las catequesis parroquiales. Y,  -por si no quieres arroz, dos tazas - aquellos alumnos que no escojan tan celestial materia, tendrán unas horas a la semana, en régimen obligatorio, de una nueva asignatura: "Historia de la Religiones".

Como puede verse, todo sigue en orden. Y para que las cosas vuelvan al punto en que quedaron,  el general Galindo, aquel militar asesino que usaba la cal para hacer desaparecer a sus victimas, ha recobrado, sin que nadie se escandalice, la libertad. Ni Aznar  lo hubiera hecho tan bien.

Hace tiempo que no veo a mis amigos de aquella noche de efluvios etílicos y disquisiciones electorales. De vez en cuando, pienso en Elvirita, una de las participantes en el convite. Sus esperanzas se cifraban en que el PSOE sacara la religión de las escuelas e hiciera que nuestras tropas volvieran a casa. En cierta forma, el cumplimiento de  esas dos reivindicaciones hubiera bastado para justificarla ante su conciencia  consternada.

La pobre Elvira, qué pena. Pese a sus muchos años de militancia izquierdista nunca llegó a aprender que, en la lucha social, la política no es el arte de lo posible.


Fuente: La Haine
 

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