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Pensamiento :: 18/10/2009

[Libro] Los condenados de la tierra

Frantz Fanon
Libro completo. Prefacio de Jean-Paul Sartre :: La violencia de los colonizados, además de oponerse a la violencia institucional, también es una manera de unir al pueblo

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Texto introductorio
Jane Okpala

En Los condenados de la tierra, Frantz Fanon, dentro del marco de la revolución argelina, se dirige a los problemas del Tercer Mundo recién liberado. Para él, la liberación en sí no es suficiente. Si no se reconstruye la sociedad, las burguesías nacionales, enfocándose en sus propios intereses, mantendrán los vínculos ya vigentes entre su país y la Europa que lo colonizó. El resultado es que el grupo pequeño de ex-colonizados que domina el país se enriquece al tomar los puestos antes ocupados por los colonizadores mientras que la gran mayoría de las masas continúa en su miseria, como si la revolución nunca hubiera ocurrido.

Para prevenir que lo antedicho pase, es necesario que las masas rurales tomen conciencia de su situación, y aquí se ve el lazo entre la obra de Fanon y los presupuestos de la teología de la liberación. Según Fanon, “ser responsable en un país subdesarrollado es saber que todo descansa en definitiva en la educación de las masas, en la elevación del pensamiento, en lo que suele llamarse demasiado apresuradamente la politización” (180). Esta educación de las masas no debe restringirse a los países subdesarrollados. También “será necesario…que las masas europeas decidan despertarse, se desempolven el cerebro y abandonen el juego irresponsable de la bella durmiente del bosque” (98). El educar a las masas significa más que lanzar una campaña de alfabetización o hacer que se entienda la situación actual; además, hay que “hacer comprender a las masas que todo depende de ellas, que si nos estancamos es por su culpa y si avanzamos también es por ellas, que no hay demiurgo, que no hay hombre ilustre y responsable de todo, que el demiurgo es el pueblo y que las manos mágicas no son en definitiva sino las manos del pueblo” (180).

Fanon desarrolla su argumento en cinco partes. Primero, habla del uso de la violencia para lograr la liberación. Desde su perspectiva, la violencia es imprescindible en una revolución verdadera contra el colonialismo y, luego, el imperialismo. Los colonizados han vivido en una atmósfera de violencia creada por los colonizadores, sea implícita o explícita; de ahí que la neutralidad o la pasividad por parte de los colonizados no logre su liberación sino la dominación continuada desde los centros colonizadores. La violencia por parte de los colonizados, más que ser una contrabalanza a la violencia institucional (de los colonizadores), también es una manera de unir al pueblo. La acción violenta compartida por las masas hace inútil la táctica de los centros colonizadores de dividir a los colonizados para mantener su poder. De hecho, la violencia de los colonizados es positiva: “Desintoxica. Libra al colonizado de su complejo de inferioridad, de sus actitudes contemplativas o desesperadas. Lo hace intrépido, lo rehabilita ante sus propios ojos[…]. Eleva al pueblo a la altura del dirigente[…]. Confiere a las masas un gesto voraz por lo concreto” (86-87). Usando la violencia, los colonizados pueden eliminar por completo de su país todo vestigio de las estructuras coloniales. Sólo entonces podrán los colonizados empezar a recrear a su país y a sí mismos.

En la segunda parte de su argumento, Fanon habla más de la violencia. Ahora, el enfoque es cómo usarla mejor. Fanon explica, por un lado, todo lo malo que puede pasar si la violencia no se usa sabiamente. Por otro lado, explica todo lo que se puede lograr con el uso prudente: “el pueblo que lucha, el pueblo que, gracias a la lucha, dispone esta nueva realidad y la conoce, avanza, liberado del colonialismo, advertido por anticipado contra todos los intentos de mixtificación, contra todos los himnos a la nación” (135). O sea, la violencia es un modo de asegurar una toma de conciencia plena del pueblo, la cual permitirá que el pueblo no sea manipulado ni por los ex-colonizadores ni por los nuevos gobernantes de su país.

Fanon prosigue en la tercera parte señalando lo que pasa con frecuencia después de la liberación de una región antes colonizada. Aquí se exponen los métodos con los cuales la burguesía nacional se enriquece al abandonar el desarrollo a largo plazo de su país a favor de ganar inmediatamente lo máximo posible, aunque ello implique mantenerse atado y subyugado a los intereses de los países desarrollados.

En la cuarta parte, se trata del desarrollo de una cultura que ni se mida ni se preocupe por la cultura europea. Esto es importante porque, como el éxito de todos depende de las masas, la cultura internacional depende de la construcción de la cultura de cada nación subdesarrollada: “Lejos de alejarse, pues, de otras naciones, es la liberación nacional la que hace presente a la nación en el escenario de la historia. Es en el corazón de la conciencia nacional donde se eleva y se aviva la conciencia internacional. Y ese doble nacimiento no es, en definitiva, sino el núcleo de toda cultura” (227).

La parte final del argumento de Fanon es, quizás, la más impactante. Se describen aquí algunos pacientes de Fanon que han experimentado trastornos mentales debido al estado de guerra en Argelia. Al incluir esta dimensión, Fanon muestra que, aunque la violencia sea necesaria para la liberación, no se pueden ignorar las consecuencias.

En su conclusión, Fanon exige que sus hermanos —los ex-colonizados— trabajen para mejorar la situación actual del mundo. Como Jean-Paul Sartre dice en el prefacio de la obra, Fanon no escribe para sugerir una manera específica de lograr los cambios anhelados; lo que hace es describir la situación para que todos puedan tomar conciencia y así decidir por sí mismos qué hacer. Cualquiera que sea el método, la meta está clara: “Por Europa, por nosotros mismos y por la humanidad, compañeros, hay que cambiar de piel, desarrollar un pensamiento nuevo, tratar de crear un hombre nuevo” (292).

* Frantz Fanon (1925-1961) nació en la colonia francés de Martinique. Aunque trabajó como médico y psiquiatra, es conocido por sus aportes al campo de los estudios postcoloniales. Escribió varias obras, incluyendo el libro muy influyente Piel negra, máscaras blancas (1952). Los condenados de la tierra, su último libro, fue publicado en el año de su muerte por Jean-Paul Sartre (Poulos).

 

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