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Pensamiento :: 14/03/2007

Mundo mestizo

Miquel Amorós
Los desplazamientos de cientos de millones de personas a las conurbaciones del mundo industrializado constituyen el mayor éxodo de nuestro tiempo. El fenómeno migratorio es el acontecimiento principal de nuestra época...

Los desplazamientos de cientos de millones de personas a las conurbaciones del mundo industrializado constituyen el mayor éxodo de nuestro tiempo. El fenómeno migratorio es el acontecimiento principal de nuestra época y está destinado a tener repercusiones enormes, tanto en los países receptores como en los emisores, donde es un factor de transformación social y económica de primera magnitud: en los primeros es instrumento del desarrollo capitalista, en los segundos, del subdesarrollo. Muchas son las causas que obligan a las personas a abandonar el país donde nacieron: miseria, explosión demográfica, desempleo, atraso económico, inestabilidad política, crisis social, guerras civiles, etc., pero todas ellas se remiten a una, a saber, la formación de un mercado internacional del trabajo. Dicha formación es un hito del capitalismo globalizador que en unos países aparece como victoria de la economía y en otros como derrota de los habitantes, con consecuencias diferentes para todos. Se trata de una auténtica guerra económica: para los vencedores sus reglas son de oro, para los perdedores, son de hierro. Las que he llamado causas de la inmigración mundial son en realidad los resultados del capitalismo en su fase de globalización, perversos o esperanzadores según opine un campesino africano o un banquero alemán. El capital ha realizado el viejo sueño imperialista de conquistar La Tierra y la ha proletarizado por completo.

Las leyes de la economía capitalista determinan sin oposición el modo de vida y los movimientos de todos los individuos del planeta. Las fronteras nacionales son permeables a la movilidad del capital, es decir, los estados no constituyen ninguna barrera para el funcionamiento del sistema. Las disputas entre grupos de poder locales se han vuelto irrelevantes. La clase dirigente es internacional en el sentido más literal del término; la opresión económica también. Las formas particulares de descomposición social que correspondan a dicha opresión son sólo detalles. Para los dirigentes capitalistas, los Estados nación son ya inviables, y por lo tanto, políticamente no deseables. La "independencia nacional", en lo mejor es un mito del populismo, una frase, y en lo peor, un escollo, un obstáculo relativo. En la primera etapa imperialista del capitalismo se destruían los sistemas de economía natural de las colonias, desdeñosamente llamada "de subsistencia", para forzar la emigración de sus habitantes hacia las metrópolis colonialistas. Lo que ahora se están destruyendo no son economías marginales sino sistemas productivos capitalistas de alcance regional o nacional, incapaces de funcionar dentro del circuito internacional. Merced a la integración en el mercado mundial la población entera de decenas de países se convierte en un ejército de reserva de mano de obra. La fuerza de trabajo barata es la principal exportación de esos países, condición necesaria para que el mercado puede ofrecer productos baratos. A juzgar por los desastres sociales ocasionados de los que informan con más o menos asiduidad los medios de comunicación, la intervención capitalista en las economías estúpidamente llamadas "no desarrolladas" no puede ser más salvaje, por lo que la emigración adquiere visos de estampida, ante lo cual surge la primera paradoja. Las instancias dirigentes mundiales -la BM, el FMI, la OMC, el Tesoro americano, el Grupo de los Ocho, etc.,-- exigen una total libertad para la circulación de capitales y mercancías, pero en cambio los países beneficiados son partidarios de controlar férreamente la circulación de personas. La movilidad individual no es pues un derecho garantizado por leyes internacionales, sino un favor supeditado a la demanda de brazos; ha de someterse entonces a las reglas del mercado laboral.

Pese a que el mercado mundial no reconoce ningún derecho a emigrar, la emigración es una solución para los países con exceso de mano de obra y la inmigración, una solución para los países con déficit de trabajadores. Las remesas de los emigrantes permiten financiar el subdesarrollo en una parte, y la presencia de inmigrantes mantiene bajos los salarios en la otra. Las transferencias de divisas llegan hasta el 25% del PIB de los países pobres y su trabajo aporta el 7% del PIB de los países ricos; los inmigrantes resultan imprescindibles tanto para el mantenimiento de la seguridad social y el sistema de pensiones como para la reproducción de la mano de obra amenazada por los descensos de la natalidad -- la tasa de fertilidad europea es de 1"4, muy por debajo del umbral de renovación generacional que es el 2"1. El atraso de unos sostiene el desarrollo capitalista de otros. La pobreza de la periferia capitalista es consecuencia y a la vez condición del despilfarro consumista del centro. Hipócritamente, los gobernantes europeos hablan de desarrollo sostenible y silencian su condición primera, la insostenibilidad en los demás continentes. Las formas agudas de explotación se alejan del centro para reproducirse en la periferia; en efecto, en las metrópolis los derechos sociales son mantenidos mal que bien gracias a los residuos de una legislación garantista y de una protección social en declive, producto de épocas caducas en las que existía la lucha de clases, pero en los países empobrecidos reviven los guetos, la esclavitud, la explotación de niños y las mil formas de marginalidad. La deslocalización de las industrias en el centro no significa la prosperidad en la periferia; los productores son del Tercer Mundo pero las ganancias van al Primero. En aquél se reproducen las condiciones de miseria extrema típicas de los primeros tiempos de dominio capitalista. Las mujeres y a los niños son alejados de las faenas agrícolas para llevarlos a las fábricas donde compiten con los hombres: el campo se arruina y los campesinos sin medios se amontonan en las chabolas de los barrios degradados de las capitales.

El intento de adecuación de los flujos migratorios a las necesidades del mercado de trabajo levantó barreras administrativas a la emigración pero éstas, lejos de detenerla, simplemente la ilegalizaron. Los inmigrantes clandestinos reventaron el mercado laboral aceptando salarios imposibles que prolongaron la pervivencia de sectores económicos marginales en países tradicionalmente exportadores de obreros como Italia, Grecia, Portugal o España, de pronto convertidos en países receptores. En España por ejemplo, los inmigrantes solamente eran el 1% de la población en 1991; en el 2005 ya eran el 8"3% (cuatro millones) aunque en regiones como Catalunya y Madrid superaban el 13%, alcanzando el 22"3% de la mano de obra. Todo ello supuso un cambio drástico de la estructura poblacional y laboral en muy poco tiempo. Los inmigrantes del 2000 recuerdan a los obreros agrícolas que acudieron masivamente a las ciudades entre 1960 y 1974 en busca de trabajo, sólo que a escala mucho mayor. Si la reforma fiscal fue la respuesta del Estado a los problemas causados por la subida de los precios del petróleo y el principal justificante de la "transición", la economía sumergida fue la respuesta de los empresarios a dicha reforma. En 1980 sirvió para aliviar la carga del paro causada por la reconversión y la incorporación de la mujer al trabajo, pero en los noventa dejó de ser un paliativo, y, con la abundancia de dinero "negro", pasó a formar parte del sistema. La parte sucia y oculta. La economía informal creó un extenso mercado "negro" del trabajo que no podía ser surtido sino por inmigrantes. Las sucesivas regularizaciones emprendidas por el Estado español no obedecieron pues ni a los imperativos morales de los gobernantes ni a programas políticos progresistas. Simplemente, al dotar de papeles a los trabajadores ilegales, se hacía la vista gorda a las ganancias ilegales y al blanqueo de dinero que el trabajo clandestino posibilitaba, reflotando de una tacada la economía sumergida y recuperándola para el fisco.

Existe una doble moral a la hora de juzgar la conducta laboral de los inmigrantes. A menudo se les trata de desleales por aceptar salarios bajos, trabajar fuera de horario o realizar horas extraordinarias, cuando en la práctica no están en plano de igualdad con el resto de obreros, cuando sus alternativas son menores y su situación mucho más condicionada. La culpa de la desregularización del mercado laboral no la tienen ellos, sino los sindicatos y quienes les siguieron. Por otra parte no compiten por el mismo puesto porque los empleos que consiguen son de tan mala calidad que no los quiere nadie. Trabajan en la hostelería, la construcción, el servicio doméstico, el pequeño comercio, la limpieza, el campo, etc., con alto grado de temporalidad, sueldos deleznables, desplazamientos obligatorios y legalidad imprecisa. Aún así se les considera competidores como lo demuestra el hecho de que los sindicatos pidieran una moratoria a la libre circulación de trabajadores búlgaros y rumanos cuando sus países entraron a formar parte de la Unión Europea. Comisiones Obreras, que acapara la representación de la fuerza de trabajo extranjera, ha criticado las medidas restrictivas porque defiende la contratación en origen, es decir, que dichas restricciones se impongan en los lugares de partida. Comisiones da por sentado algo completamente falso, a saber, que la oferta real de empleo es la misma que la oficial, y en consecuencia propone que las burocracias gubernamentales han se desempeñar allí un papel mediador y controlador semejante al de las burocracias sindicales aquí. Sin embargo, no se pueden poner barreras a la miseria. El deseo de emigrar es tanto más fuerte cuanto más aprietan el hambre, el desespero o la dignidad, y bajo un capitalismo salvaje la inmigración correspondiente es salvaje, no puede atenerse a reglas ni someterse a condiciones. Finalmente, los inmigrantes podrían contestar a quien pone trabas a su movilidad o les invita a regresar a su país, que por culpa de la escasa combatividad de los obreros de aquí y por las traiciones de los sindicatos, los progresos del capitalismo han arruinado el futuro en su casa, empujándoles a la emigración. La presencia de inmigrantes revela claramente que el proletariado autóctono no hizo en su momento lo que debía, y, si quiere al menos mantener la cabeza alta, que ayude o que se calle.

La globalización convierte al planeta en un mundo de megalópolis entrelazadas por flujos de mercancías, trabajadores y dinero. El envejecimiento de la población y la llegada de inmigrantes altera la estructura poblacional, desborda las instituciones asistenciales y reproduce fenómenos equivalentes al chabolismo de los años cincuenta y sesenta como las "camas calientes", el hacinamiento de familias en locales, sótanos y "pisos patera", la ocupación de edificios abandonados, etc. La negativa de la población a reproducirse, consecuencia del modo de vida que padece, hace que la viabilidad y el desarrollo de los estados dependa cada vez más de los hábitos natalistas de los recién llegados. Los habitantes del estado español serán en 2020 los más viejos del mundo, lo que significa que en poco tiempo éste será un estado multiétnico. El fin de la homogeneidad étnica, de la nacionalidad única, de las costumbres peculiares, de la exclusividad nacional, etc., es inevitable. La pretendida "crisis de la cultura nacional" o la "crisis de la ciudadanía" que aducen los fundamentalistas autóctonos es el realidad la constatación del fracaso de esos "valores universales mínimos" sobre los que se asentaba la explotación política y social de las masas. Es en realidad la crisis de la ideología burguesa liberal y del Estado nacional homogéneo. Para el capitalismo globalizador todos pertenecemos a la misma nación, y de la misma manera, todos somos extranjeros; la diversidad, es a lo sumo un instrumento de separación y de dominio en manos de sus servidores.

La tentación de la clase dirigente a considerar la cuestión de la inmigración como un problema de seguridad es mucho más que un reflejo identitario ante las transformaciones culturales, religiosas y sociales que aquella ha provocado. Las sofisticadas alambradas fronterizas o los campos de internamiento para los que navegan en pateras o en cayucos, obedecen al deseo de controlar la mano de obra barata disponible, excluyendo brazos innecesarios. Destruir barreras económicas y erigir fronteras policiales es una estrategia capitalista: cuando hablan de libertad de movimientos, se trata de la movilidad de los capitales, no de las personas. La inmigración es tratada conforme las leyes infames del mercado y, por lo tanto, aceptada o expulsada según la magnitud de la demanda. Los trastornos ocasionados en la manera de relacionarse los individuos o los múltiples cambios en el panorama social son aprovechados por los dirigentes para arrastrar a posiciones xenófobas y racistas, supuestamente en defensa de condiciones laborales mediocres que ya se consideran privilegiadas, pero en realidad, en defensa de la necesidad capitalista de depósitos de fuerza de trabajo sumisa, maleable y a precios de saldo. Como reacción, ocurre un repliegue identitario entre los inmigrantes. Nada menos deseable, pues no se trata de ser diferente a cualquier precio y contra quien sea, sino de ser o sentirse diferente sin problemas, sin miedo alguno. Los inmigrantes son ante todo trabajadores deslocalizados que han a quedarse. El capitalismo los trajo y quemó sus barcos de regreso. Su sumisión será no un rasgo racial concreto sino el resultado de la sumisión de todos. Por eso los trabajadores locales no tienen intereses diferentes a los suyos. Sus respectivos status cada vez son más próximos. Lo más urgente es que no coincidan a la baja. Precisamente por ser los más explotados, la defensa de los trabajadores inmigrantes constituye el elemento principal de la lucha contra la explotación. La lucha por los derechos de los más oprimidos es la pieza clave de la lucha por los derechos de todos los oprimidos. En el futuro, ninguna protesta será eficaz sin la presencia de los inmigrantes. Adorno dijo que "una sociedad emancipada no sería un Estado unitario, sino la realización de lo general en la reconciliación de las diferencias." Esa reconciliación no ha de destruir los aspectos comunitarios que los inmigrantes reconstruyen, sino formar mediante el cruce, la mezcla y el mestizaje, una comunidad de índole superior. El sujeto histórico será mestizo o no será.

Enero de 2007

 

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