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Estado español :: 18/11/2014

Reflexiones ante la movilización en Burgos

Diario de Vurgos
Si salimos a las calles a gritar que el sistema es corrupto no es sólo la mancha del individuo lo que nos preocupa, sino, sobre todo, el sistema.

No quiero que perdamos la oportunidad suscitada por este nuevo ciclo de movilizaciones en Burgos para hacer una reflexión necesaria sobre quiénes somos y adónde queremos ir. Ante futuras concentraciones y la posible expansión de estas por toda España quiero remarcar ciertos puntos.  Un artículo de opinión de nuestro colaborador Jan Urdín sobre las actuales movilizaciones contra la especulación urbanística que se están desarrollando actualmente en Burgos.

 

La rabia ciudadana viene y va y es, por tanto: espontánea, espectacular y relativa. Así pues, tenemos que aprender a analizar nuestros males y fijar nuestros objetivos en la lucha, ya que, si no, sufriremos nuevas y profundas decepciones. Una movilización masiva no puede estar reñida con transmitir un mensaje claro, primero a nuestras instituciones, y segundo, a nosotros mismos.

Si Burgos quiere llegar a ser palanca de cambio o alternativa de algo no basta solo con empuñar el estandarte de la corrupción. Si salimos a las calles a gritar que el sistema es corrupto no es sólo la mancha del individuo lo que nos preocupa, sino, sobre todo, el sistema.

Es así, el sistema, el que nos lleva a esta tesitura y tenemos que empezar a formarnos y a conocer alternativas reales. No podemos vivir en la ambigüedad como respuesta y en la indignación sin salida. La lucha es limitada y agotadora, por eso tenemos que plantear autocrítica y reflexión sobre nuestros argumentos.

Estos días en Burgos, y también durante las manifestaciones de enero en Gamonal, he visto  recuperar elementos que jamás pensé ver en Burgos, acciones de grupo propias de sociedades maduras como Euskal Herria y Cataluña, como las cajas de ayuda para los presos o la identificación de clase. Clase, por cierto, que nunca hemos dejado de ser y que tiene un ideal que debe ser reivindicado sin ambajes.

Aquel ideal al que aspiramos debe poner fin a la explotación del hombre por el hombre, al esquema de competición capitalista que nos tiene secuestrados en nuestras burbujas. Parece que muy facilmente hemos olvidado las enseñanzas del mundo rural que nuestros padres y abuelos sí conocían: el trabajo en común, la solidaridad y la cooperativa como medio para que todos avancemos sin desigualdades. Preguntad en vuestras casas quién contruía en los pueblos las carreteras, cómo se mantenían las acequias o se compartía la propiedad de los pinos en la sierra. Nosotros, los pobres y los no-pobres somos los herederos de esa sabiduría popular que es el contrapunto del sistema de los ricos, es decir, el capitalismo.

Nosotros, los que no somos ricos, los que somos pobres, y los que somos no-pobres: aquellos que nunca han sido pobres y, sin embargo, nunca serán ricos. Ambos, clase obrera y la clase media que camina por el alambre, compartimos objetivos y tenemos tres herramientas para que el poder vuelva a nosotros:

Primero: el apoyo mutuo que nos enseñaron los anarquistas. Segundo: el amor al prójimo que nos lega el cristianismo y que nunca fue hecho realidad. Y, por último: la propiedad conjunta de los medios de producción.

Venimos de la larga noche de los esclavos y somos la clase que nunca llegó a ser héroe. En este largo camino todavía nos queda lastre que soltar, material y espiritual: hay que señalar y purgar a los traidores de su clase, es decir, los chulos del poder, muertos de hambre que se arriman siempre al sol que más calienta, consumidores de Holas y Sálvames sin orgullo alguno. Todos sabemos quiénes son. Y tenemos la obligación de olvidar la moral de los esclavos. Ser esclavo significa no ser libre, pero también no tener responsabilidades. Si, como tanto hemos hablado, el pueblo es su propio gobierno, esto nos implica a todos y nos obliga a hacer de la política un elemento más en nuestro día a día.

Salgamos a la calle a manifestarnos con alegría y esperanza. Con conciencia y responsabilidad. Reconociéndonos en nuestras caras como pueblo y como hermanos. Aún sabiendo que sonará ñoño me despido con una frase de Mario Benedetti que resumen lo que yo siento en cada manifestación: “en la calle, codo a codo, somos mucho más que dos”.

 

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