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Estado español :: 02/02/2015

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Belén Gopegui
Aacaso el movimiento real no venga de nuestras tristezas sino de la rabia entera, no de quienes malviven sino de quienes no pueden vivir

En el futuro habrá robots amables y baches en las calles, imprimiremos casas en el espacio y faltará combustible para la calefacción, habrá nanomedicina y hospitales de sábanas sucias, genes y biomoléculas bailarán coreografías y habrá problemas con el agua, el aire, el alcantarillado. En el futuro se luchará por el acceso porque quizá ya no queden fuerzas para luchar por la propiedad. O quizá sí. Tal vez el futuro esté empezando ahora. Pues los años de acumulación de infraestructuras, alianzas y armamento, no contaron con estos racimos de rabia.

Las encuestas siguen mirando al contento y al descontento social. Siguen pensando en las llamadas clases medias que ahora claman. Pero acaso el movimiento real no venga de nuestras tristezas sino de la rabia entera, no de quienes malviven sino de quienes no pueden vivir.

Entretanto, parece que el poder avanza imperturbable, así el Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión, una señal entre otras. La red soñada, distribuida, la mente colmena, cae mientras el capital se apropia de cada bit. Aprendimos a rootear nuestros ordenadores, sin embargo, ya casi nadie quiere, ni puede, rootear un móvil o competir con cualquiera de las corporaciones que moldean nuestra existencia a cambio de conexión y comodidad. Con expresión acertada @casiopeaexpres ­dice que hemos pasado de una red P2P a una red de “monopolio de la atención”. Si ni siquiera la atención nos pertenece, tal vez nos quede pensar en una red que sirva, que ­esté sirviendo, para que rooteemos las identidades de explotación y desempleo, de patriarcado y dominio.

Porque las corporaciones son nadie, las entidades bancarias, los cuerpos represivos, los patriarcas y los dueños son nadie si se parte por el eje la confianza que nos mantenía dentro como si hubiera un dentro y un común en lo que sólo es sujeción. Aquel trabajo que impide hacer las cosas bien, aquella relación que daña o aquel tanque, tienen el defecto descrito por Brecht: necesitan manos, vale decir conciencia. Y nuestras manos, si no ahora cuando han de ganarse la vida, al menos bajo el fulgor del momento histórico nos pertenecen. En el futuro, cuando venga la rabia entera, quizá no deba arrasarlo todo pues esas manos le abran paso, y el acceso y la propiedad sean sólo uno, y ya no volvamos a ser clientes sino dueños y dueñas, habitantes de la historia.

Diagonal

 

 

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