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Estado español :: 29/10/2020

Toque de queda a las consciencias

TrinCHEra - Organización Obrera Popular Revolucionaria
Presenciamos, en verdad, un ataque durísimo a derechos y libertades colectivos propio de gobiernos dictatoriales, que se aplica ante el silencio atónito de la izquierda

El pasado domingo día 25 de octubre, el presidente del Gobierno aplicó un nuevo estado de alarma, que incluye restricciones a diversos derechos fundamentales, entre otros, al derecho de circular libremente por el territorio, incluyendo un toque de queda en horario nocturno, restricciones al derecho de reunión, con la prohibición expresa de las reuniones de más de seis personas tanto en el espacio público como en espacios privados, o limitaciones al derecho de manifestación, como sucedió al limitar el aforo en la manifestación de médicos del día 27. Además se mantienen o endurecen otras medidas impuestas anteriormente, como la obligatoriedad del uso de la mascarilla en el espacio público, el cierre o la limitación de aforos de diversos espacios públicos y privados fundamentales para la vida social, como los espacios culturales o socio-culturales, los bares y restaurantes y otros locales de ocio. Más allá de las medidas concretas, entendemos que el estado de alarma es un primer paso en la línea de poner limitaciones a derechos fundamentales desde el poder, de forma unilateral.

Presenciamos, en verdad, un ataque durísimo a derechos y libertades colectivos propio de gobiernos dictatoriales, que se aplica anteel silencio atónito de la izquierda, síntoma de la dispersión y la desorientación más absoluta de aquellos que históricamente han liderado a las masas populares a la hora de crear un sentido crítico y construir una línea de acción política que defienda sus (nuestros) intereses. Ante esta omisión, el consenso construido durante los últimos meses sobre la necesidad de estas medidas para garantizar la salud de todos y en defensa del bien común, ha calado profundamente entre la población. Y en la práctica se aceptan los recortes de derechos y libertades en un contexto de crisis económica que pone a cada vez más de nosotros contra las cuerdas para sobrevivir. Parece que no hay más alternativa que encajar el ataque, mientras que toda propuesta de acción se pospone hasta que “se vaya el bicho”.

La fatalidad que rodea la pandemia y la crisis supuestamente desencadenada por ésta, conduce a las y los trabajadores a la pasividad y el desánimo. No es de extrañar. A día de hoy no hay ninguna propuesta real ni prácticamente ningún discurso ligado a una práctica que pueda desencadenar la rabia y la desesperación de las y los trabajadorse. Ni que decir de contrarrestar, ni siquiera parcialmente, la desinformación y propaganda del poder. La defensa bélica y belicista de la lucha “de todos” contra el virus y criminalización de toda persona que sea crítico con las medidas, ya sea por la desproporción, la ineficiencia o los intereses espúreos a los que sirven en realidad, se ha convertido en parte del “sentido común”.

Las y los trabajadores somos los verdaderos perdedores de esta guerra, que no es una guerra contra un virus, sino una guerra de clases contra nosotros. Y somos perdedores porque estamos sufriendo pérdidas a todos los niveles, de derechos y libertades como decíamos, pero también despidos, rebajas salariales, recortes de condiciones laborales, el desmantelamiento aún más profundo de servicios públicos como la educación, el servicio de empleo o la salud. El hecho de que no seamos capaces ni siquiera de darnos cuenta del cinismo de un Estado y un Gobierno, supuestamente progresista, que ni siquiera menciona ya la necesidad de reinvertir en Sanidad cuando habla de luchar contra una epidemia, es un terrible síntoma de la derrota que hemos sufrido las y los trabajadores y del maltrecho estado de la conciencia de clase de las mayorías.

Lo que no se dice es que punto esta crisis económica, que recién acaba de empezar y que no es sino una prolongación de la de 2008, no ha sido causada sino desencadenada por la pandemia. No se dice que la crisis económica es inherente al funcionamiento irracional del capitalismo y que son sus defensores y principales beneficiarios quienes están ahora decidiendo que medidas tomar para encararla. Tampoco se dice que la crisis está llevando a la desesperación a millones de personas y que las medidas de represión y control recientemente aprobadas van a dificultarles aún más la superviviencia. Más aún, se está normalizando un estado policial, dando plenos poderes a los cuerpos de seguridad del Estado, que de nuevo, como en marzo, podrán actuar con impunidad contra todo aquel que se encuentren.

La situación es grave. El silencio de la izquierda y su pérdida absoluta de iniciativa política lo es aún más. Hoy, más que nunca, es necesario repetir una y otra vez, que esta violencia que sufrimos no es fortuita ni una fatalidad. Que las medidas tomadas no buscan nuestro bien, sino justamente desactivar la justa rabia y desesperación a la que nos empuja la burguesía en su irrefrenable búsqueda de beneficios a nuestra costa. Que podemos, debemos, tenemos que organizarnos para luchar, contra este estado de cosas.

Si algo quedó claro durante la primera fase de la pandemia es que sin nosotros, trabajadoras y trabajadores, nada funcionaba. Sin agricultores y peones del campo ni trabajadores del sector de la alimentación, incluyendo a los trabajadores de los supermercados, no llegaba la comida a las estanterías. Sin trabajadores de la salud, sin médicos, sin enfermeras, pero también sin auxiliares, limpiadoras, celadores, no había ninguna “lucha contra el virus”. Sin trabajadores industriales, en fábricas y plantas de todo el país, no había combustible para el transporte de bienes, ni para calentar las casas, ni para producir absolutamente nada. Todas y todos los que teníamos trabajo nos dimos cuenta de hasta que punto somos absolutamente imprescindibles. Los que no teníamos, estuvimos muchas veces cuidando, supliendo escuelas, atendiendo ancianos. Manteniendo a los nuestros con vida, cuidados, alimentados y limpios y con la mejor salud mental que pudimos ayudarles a mantener.

Sin embargo, nosotros, los que hacemos que el mundo ande, los imprescindibles, los que estamos en primera línea cada día, no nos dejan ni voz ni voto sobre qué hacer con esta pandemia, qué hacer con esta crisis. Las medidas se imponen desde arriba, con ningún criterio de salud real, para beneficio de las y los explotadores y empujándonos a los demás rápidamente hacia el abismo. Pero no son aleatorias. Tienen un objetivo no declarado de frenar toda protesta, de desactivar toda resistencia, fomentar el aislamiento, la alienación y la desconfianza entre nosotros, premiando la delación a las autoridades de toda conducta “incívica”. Mientras, el Gobierno nos endeuda y privatiza y las empresas nos explotan cada vez más o nos condenan al paro y la miseria. El miedo campa y la alternativa se hace cada vez más urgente.

Desde Trinchera, no podemos quedarnos callados. Tenemos pocas virtudes y muchos defectos. Tenemos muchas dudas y pocas certezas. Pero sabemos que hoy la inacción es equivalente al suicidio. No sólo es necesario repetir nuestra verdad, es necesario construirla. Frente a sus ataques, necesitamos tener la cabeza fría y conscientes de nuestras fuerzas, con el bagaje histórico de las luchas de los que se negaron a aceptar sin rechistar la barbarie capitalista, poner la primera piedra de esta etapa. Para recuperar la iniciativa, qué mejor que empezar por cuestionar la verdad del enemigo. Pero sólo eso no es suficiente. Las y los trabajadores nos necesitan a su lado, luchando y poniendo el cuerpo, por nuestros derechos y libertades, pero también por un mundo sin explotadores ni explotados, sin pandemias capitalistas ni crisis depredadoras.

 

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