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Estado español :: 10/10/2014

Virus Ébola: la culpa la tienen los trabajadores (como siempre)

Armando B. Ginés
La culpa del contagio la tiene la propia trabajadora enferma. Como siempre. Y, como siempre, las autoridades políticas se lavan las manos

Según noticias de última hora, la enfermera infectada recientemente por el virus del Ébola, por error o accidente al entrar en contacto su piel con el exterior de su traje especial, es la única responsable de haber contraído la temible enfermedad. Son palabras suyas al habla con El País, que también han sido hecho públicas por un alto responsable médico de La Paz.

Como siempre, todas las presuntas negligencias políticas y de planificación sanitaria de cuadros ejecutivos, medios e intermedios se quedarán en nada ante la asunción de la autoría por parte de la trabajadora infectada, asunción sonsacada en circunstancias vitales que poco dicen a favor de la ética del rotativo mencionado ni de la entereza moral del médico que las ha difundido, guareciéndose en que tenía autorización para ello de la propia enfermera. No es aventurado señalar que la enfermera se encuentra ahora mismo bajo un impacto emocional fuerte, dado su cuadro clínico de pronóstico cuando menos incierto.

Resulta curioso observar la diligencia con la que El País y los mandamases políticos y técnicos han interrogado a la enfermera en tan críticas circunstancias personales. Y, además, lanzan la primicia  sin haberse cerrado aún la investigación en marcha ni haber pulsado otras posibles causas con expertos y especialistas. Priman, obviamente, el titular y el interés político por encima del rigor y la verdad.

Es el proceder acostumbrado: echar la culpa al trabajador para irse de rositas por enésima vez los verdaderos responsables del desaguisado político y sanitario acerca del virus del Ébola. Con el accidente mortal del Alvia a Santiago de Compostela ha sucedido tal cual, el único responsable que se sentará en el banquillo es el infortunado maquinista, habiéndose desestimado por el fiscal y el juez la imputación de dirigentes de RENFE y Adif.

Como estamos en mitad de la vorágine informativa, las noticias ligeras se suceden a velocidad de vértigo. Intentemos en breves líneas hacer una historia sucinta, con algún comentario al margen, de los principales hitos de la crisis por el virus del Ébola en España.

El Gobierno de Rajoy decide repatriar a dos misioneros afectados gravemente por la infección poniendo todos los medios a su alcance aun sabiendo de los riesgos que asumía y de la casi certeza de que el virus acabaría con la vida de los dos infectados. De esta manera, Rajoy y los suyos se apuntaban un tanto humanitario, con fines electoralistas y mediáticos que favorecieran y suavizaran su imagen pública tan deteriorada en la actualidad, más acusada en cuestiones sanitarias si cabe, llegando incluso a negarse la atención de urgencia a inmigrantes indocumentados o en situación irregular gracias a sus modificaciones regresivas de negación del principio de universalidad de la Seguridad Social. Un misionero español vale más que un inmigrante africano: esa es la cruda realidad de los recortes neoliberales de Rajoy y sus huestes derechistas.

Su afán, desde luego, no era ayudar a la resolución de la candente y dramática situación en África Occidental, antes al contrario, simplemente perseguían cubrir un expediente mediático que, por desgracia, terminó con sendas muertes de los dos repatriados. Como era de esperar, lamentablemente.

Cuba, por el contrario, enviará material sanitario y 500 médicos a Sierra Leona y la región afectada, un contingente sin parangón con ningún país europeo. Ni tan siquiera EE.UU. se acerca, ni en calidad ni cantidad (manda militares, sobre todo), a la expedición de solidaridad cubana. Hasta el influyente The Washington Post se ha hecho eco de la decisión valiente, consecuente con sus principios y loable a todas luces del Gobierno de Cuba. España, por su parte, ha girado unos milloncejos de euros de alivio que no servirán para casi nada.

Pero sigamos con el relato veloz de los hechos. Ante la llegada del primer afectado, había que elegir un centro hospitalario de referencia que diera cobijo al misionero repatriado. Se pensó en La Paz, pero gran parte del personal sanitario indicó que no se trataba de un hospital adecuado por su enorme tamaño y el peligro de irradiar exponencialmente la posibilidad de contagios no deseados. Además, arguyeron los profesionales, no se contaba con personal específico debidamente preparado para atender una patología como el virus del Ébola.

La situación fue salvada deprisa y corriendo adecuando una planta en el hospital de infecciosos Carlos III, medio desmantelado por los recortes salvajes en sanidad del PP y su ministra del ramo, Ana Mato. La preparación profesional se dio en cursillos raudos y elementales (de 15 a 20 minutos), obligando a algunos enfermeros y médicos de La Paz a realizar turnos en el Carlos III bajo amenaza verbal, que nunca deja huella, de despidos o sanciones disciplinarias.

Allá que van con su vocación y su miedo más que racional las enfermeras y los enfermeros a cumplir con rigor sus cometidos profesionales. Su formación fue completada in situ por compañeros y compañeras más avezados en patologías infecciosas que trabajan en el ya citado hospital Carlos III, dependiente de La Paz.

Fallecen ambos misioneros y parecía que el virus del Ébola se había convertido en una mala pesadilla para los protagonistas sanitarios de La Paz. Tuvieron que aprender a marchas forzadas cómo ponerse y quitarse los trajes especiales de aislamiento y memorizar como pudieron los protocolos de actuación, que no siempre se llevaron a rajatabla como consta en denuncias previas ante la justicia, comunicados sindicales y declaraciones anónimas de directos intervinientes en el tratamiento de los dos misioneros fallecidos.

Al parecer, los protocolos que esgrimen como escudo protector de sus presuntas negligencias o responsabilidades las autoridades políticas y sanitarias no se llevó a efecto con el rigor exigible en estos casos tan singulares en España. Las recomendaciones de la OMS explicitan un nivel de seguridad 4 en los trajes especiales para entrar en las salas de aislamiento con pacientes afectados de Ébola, mientras que las medidas realmente adoptadas solo se situaban en el nivel 2.

Ante una contingencia tan extraordinaria como el virus del Ébola, una vez fallecidos los misioneros, la única recomendación que se adoptó fue aconsejar a los facultativos y personal de enfermería tomarse la temperatura dos veces al día como medida de control excepcional. En pura lógica mundana, no de especialista o experto en la materia, da la sensación de que los controles debieron haber sido más exhaustivos y concienzudos, con un seguimiento pormenorizado de cada profesional que había prestado sus servicios en el hospital Carlos III. Incluso no es tan descabellado pensar que hubiera sido lo más óptimo establecer aislamientos preventivos de todo el personal mencionado.

No vale decir ni argumentar en defensa de las decisiones tomadas que 38,6 grados de fiebre era la raya para tomar en consideración el posible contagio del maldito virus. Especialistas en enfermedades tropicales han precisado que ese factor no es más que estadístico, que hubiera sido aconsejable tomar medidas de prevención más severas aunque solo emergieran síntomas vagos relacionados con el Ébola.

Y en esto estábamos, cuando saltó la noticia espectacular. Una enfermera de Alcorcón había dado positivo, estaba contagiada por el virus de procedencia africana. Durante unos días, mientras inoculaba el virus con sintomatología leve o difusa, fue un foco no responsable de contagio ciudadano. Incluso llamó a sus superiores para informarles de su incipiente febrícula: vete de vacaciones fue su alegre y despreocupara respuesta. Cuando, por fin, la hospitalizaron en Alcorcón, tampoco se tomaron con celeridad medidas eficaces de protección para los profesionales sanitarios. Un médico, en concreto, entró y salió de la habitación asignada en numerosas ocasiones para atender a la enferma, con riesgo evidente para su integridad física. Una vez más, la heroicidad, pericia profesional y vocación individual salvan los muebles a la improvisación y tapan las vergüenzas de los gobernantes de turno.

Tras ser evacuada la enfermera  en ambulancia al Carlos III, se han aislado o hecho seguimiento de personas que han podido estar en contacto con la enfermera afectada por el virus. La ministra Mato elude las críticas a su nefasta gestión de la crisis contestando que ahora hay que dejar trabajar a los expertos, escapando otra vez a la carrera y con evasivas de su responsabilidad directa en el desaguisado relatado. Dejar trabajar a los especialistas y, añadimos nosotros, rezar en comunión familiar con tanto ministro devoto del PP y miembros del Opus Dei que pululan por su alrededores gubernamentales y partidistas.

Todavía hay más. La enfermera hospitalizada tenía perro y la Comunidad de Madrid decide con contundencia inusitada que hay sacrificarlo de inmediato, desoyendo las voces y opiniones de especialistas internacionales que consideran que al infortunado animal había que estudiarlo en su posible contagio con rigor científico para ver cómo su organismo lucha y crea anticuerpos contra el virus del Ébola. En las aldeas africanas abundan los canes, domésticos y asilvestrados, y existen estudios que indican que combaten la enfermedad con mayor eficacia y efectividad que los humanos. Tampoco se toma en consideración, por el momento, esta vía alternativa por las autoridades españolas.

Y tampoco se sabe a ciencia cierta como eliminar los residuos de los afectados ni como limpiar las salas que han albergado a los enfermos. Al día siguiente de pasar por el hospital de Alcorcón la enfermera afectada, los mandos y jefecillos varios del centro ordenan la limpieza del box a los trabajadores de una empresa privada. Éstos, con lógica y razones aplastantes, preguntan qué protocolo y cautelas han de seguir. La respuesta es el ordeno y mando de siempre y el desprecio más absoluto a la salud laboral ajena, con una bata es suficiente. Los protocolos, como se ve, son como la Constitución, papel mojado que sirve a los políticos, jefes y empresarios para hacerse fotos conmemorativas muy estéticas y esgrimirlas en ilegítima defensa de sus poderes arbitrarios.

Todo lo expuesto ha sido publicado en medios de comunicación españoles. Sencillamente hemos sintetizado el puzzle informativo para hacerlo más digerible a efectos exclusivos de una mayor claridad que facilite la comprensión de los hechos anejos a la primera persona contagiada directamente en España por la crisis del Ébola.

Hoy mismo se ha cerrado un bucle preocupante, recurrente en sucesos trágicos similares al comentado. La culpa del contagio la tiene la propia trabajadora enferma. Como siempre. Y, como siempre, las autoridades políticas se lavan las manos ante la opinión pública. Nadie asume responsabilidades. Y aquí hay mucha enjundia, no solo de carácter político sino también de índole penal y civil. ¿Habrá algún movimiento de la Fiscalía General del Estado en este nuevo affaire delictivo, aunque presunto of course, en defensa y amparo del interés general? Mientras tanto, recemos en silencio. La historia continúa…


 

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