Lo viejo y lo nuevo


¿Por qué somos capaces de describir y analizar lo viejo que se está disolviendo pero no somos capaces de imaginar lo nuevo? Quizás porque creemos más o menos inconscientemente que lo nuevo es algo que viene –nadie sabe de dónde– después del fin de lo viejo.
La incapacidad de pensar lo nuevo queda así delatada en el uso descuidado del prefijo post: lo nuevo es lo posmoderno, lo poshumano; en cualquier caso, algo que viene después.
Lo cierto es precisamente lo contrario: la única manera que tenemos de pensar en lo nuevo es leerlo y descifrar sus rasgos ocultos en las formas de lo viejo que pasan y se disuelven.
Así lo afirma con claridad Hölderlin en el extraordinario fragmento sobre “La caída de la patria”, en el que la percepción de lo nuevo es inseparable del recuerdo de lo viejo, que se hunde y debe, de algún modo, retomar amorosamente su forma.
Lo que ha tenido su día y parece disolverse, pierde su relevancia, se vacía de su significado y de alguna manera vuelve a ser posible.
Benjamin sugiere algo similar cuando escribe que en el momento del recuerdo el pasado que parecía completo aparece incompleto y nos regala así lo más preciado: la posibilidad.
Sólo lo posible es verdaderamente nuevo: si ya fuese actual y vigente, siempre sería ya caduco y envejecido. Y lo posible no viene del futuro, es, en el pasado, lo que no fue, lo que quizá no será nunca, pero lo que pudo ser y que por eso nos concierne.
Percibimos lo nuevo sólo si somos capaces de captar la posibilidad que el pasado –es decir, lo único que tenemos– nos ofrece por un momento antes de desaparecer para siempre.
Es de esta manera como debemos relacionarnos con la cultura occidental que se está desmoronando y disolviendo en todas partes a nuestro alrededor hoy en día.
Ariannaeditrice.it