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Estado español, Estado español :: 11/01/2021

Las diferencias entre el asalto al Capitolio y Rodea el Congreso

Ander Moraza
Quienes enarbolan el discurso del “todos son iguales” buscan con toda seguridad banalizar y disimular el mal.

Conviene desconfiar siempre del vago y facilón recurso de los paralelismos, pues quienes enarbolan el discurso del “todos son iguales” buscan con toda seguridad banalizar y disimular el mal.

No tardaron los férreos defensores del orden y la ley, los mismos que tratan cada movilización ciudadana como una amenaza contra su monosémica España, en defender el asalto de ciertos ciudadanos estadounidenses al Capitolio. Por paradójico que eso pueda resultar, menos aun han tardado en generar otra paradoja más profunda al comparar el “Rodea el Congreso” de 2016 ─con connotación golpista─, al mismo asalto capitolino que ellos defienden como patriotismo. Paradojaception, la llamaremos.

Y es que tras el histórico evento, estamos viendo un intento por asemejar ambas circunstancias, al tiempo, como decimos, de legitimar una sobre otra. Esto, como tantas otras cosas, cae por su propio peso, pero tratándose la política actual de no consentir que la mentira se asimile como verdad, conviene hacer un análisis sobre esta cuestión. ¿Son el Capitolio y el Rodea el Congreso lo mismo?

El asalto al capitolio se llevó a cabo a petición de un presidente, el cual ha mentido deliberadamente, sin ofrecer pruebas, sobre un falseamiento electoral, y ha llamado en repetidas ocasiones a actuar a grupos paramilitares neonazis (proud boys entre otros) a las calles.

Rodea el congreso era un movimiento ciudadano que no formaba parte del gobierno, cuya actuación fue autorizada por la Delegación del Gobierno en Madrid, y en respuesta a unas políticas de recortes sociales salvajes, de desmantelamiento del Estado de Bienestar, a raíz de que el partido entonces en el gobierno, el PP, prometió que no llevaría a cabo.

El Capitolio fue asaltado por hombres armados, que, de manera violenta, se disponían a detener los resultados electorales legítimos que iban a llevar un cambio de gobierno.

El congreso fue rodeado pacíficamente (no asaltado, pues no buscaron entrar, algo que aunque se quede en lo simbólico no deja de tener peso) para que no se pudiera ignorar la voz de una ciudadanía cada vez más precarizada.

Parece que se busca oscilar el debate a un relato por el que estos colectivos han hecho lo que han hecho, en defensa de la democracia o de los valores de la republica estadounidense. La búsqueda de este objetivo es lógica, pues nadie estaría en contra de tal defensa de la “libertad”, aunque pueda disentir en las formas.

El problema es que esto no es en absoluto cierto, y sería más que peligroso hacer pasar a grupos paramilitares fascistas y supremacistas blancos perfectamente organizados (que fueron en exclusiva quienes fueron al capitolio) por entrañables “rednecks” desorientados y ciudadanos de carácter heterogéneo, pues invisibiliza una sombra que está cogiendo fuerza. Vimos a un tipo (de tantos) que se paseaba por las salas del capitolio con una bandera confederada, la bandera de quienes defienden abiertamente la regresión de derechos de la población no blanca. Vimos banderas de los mencionados proud boys, también fascistas y supremacistas blancos. Vimos indeseables con camisetas que celebraban el exterminio industrializado que perpetraron campos de concentración como el de Auschwitz. Vimos un crisol de organizaciones de extrema derecha, la mayoría armados, entrando a la fuerza al capitolio, buscando a voz en grito a los congresistas que allí se encontraban, a grito de “where the fuck are you” (dónde cojones estáis). Cinco muertos hubo en el asalto, pero nadie puede saber qué podría haber pasado si hubieran llegado a la cámara en la que se hallaban los congresistas.

Y es que Trump basó su mandato en volver a poner sobre el debate público y relegitimar discursos supremacistas, machistas, ultraliberales etc. Por ellos venció y para ellos ha gobernado y legislado. Estos colectivos, fascistas, supremacistas, cristianos ultraconservadores y grandes lobbies empresariales-financieros han visto sus ideas relegitimadas por un hombre que lejos de ser un loco, conoce muy bien la clase social a la que pertenece y defiende.

El asalto al capitolio no ha sido un acto de defensa del país, sino un acto de defensa de SU país. Un país en el que a la población negra, hispana y a las mujeres debería prohibírseles el voto porque en primer lugar jamás se les debió reconocer. Un país en el que la sindicación debería estar penada con la cárcel o la (muy defendida por ellos) pena de muerte por atentar contra la respetable y siempre hecha a sí misma oligarquía empresarial. Un país en el que la libertad religiosa en la que se amparan, se entienda por fin por la teocracia que siempre han buscado imponer. La libertad, en definitiva, de poder preservar sus privilegios.

Y es que cuando un bien no puede ser disfrutado de forma universal por el colectivo, no es un derecho, sino un privilegio, y los asaltantes del 6 de Enero no entraron al capitolio para defender sus derechos, entraron para defender sus privilegios. No entraron para defender las elecciones. Entraron porque precisamente no les importaba el resultado de las elecciones, porque para ellos, como todas las extremas derechas, las instituciones solo están ahí para servirles.


Rodea el congreso fue un acto de defensa de derechos básicos (vivienda, sanidad), y para acabar con los privilegios económicos de quienes precisamente, atacaban esos derechos. Rodear un congreso porque tu gobierno está facilitando desahucios, flexibilizando el mercado laboral, recortando la sanidad la educación y los cuidados a las personas discapacitadas, cuando ganó las elecciones en base a la promesa de no hacer nada de esto, de ninguna manera se asemeja a la situación vivida en Estados Unidos.

No. El Capitolio y Rodea el Congreso no tienen nada que ver. El golpe de Tejero, otros fascistas que buscaron de forma armada la perpetuación de un gobernante autoritario mediante la interrupción de un proceso democrático, tiene que ver, pero curiosamente no hemos visto esa comparativa con lo ocurrido en el Capitolio.

Conviene desconfiar siempre del vago y facilón recurso de los paralelismos, pues quienes enarbolan el discurso del “todos son iguales” buscan con toda seguridad banalizar y disimular el mal y la opresión que unos de esos “todos son iguales” ejercen indiscriminadamente sobre los otros “todos son iguales”.

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