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Estado español :: 18/01/2003

Limpieza étnica en España e Italia

Cruz Negra Anarquista

X Miguel A. Badal

Hace poco, en la carretera que une la sierra conquense con Teruel, una familia de inmigrantes magrebíes encontró la muerte en un accidente de tráfico. Alguien, que estaba tomando el fresco en la calle, señaló al enterarse : «No hay problema. ¿Cuántos han muerto, tres o cuatro ? Bueno, seguro que al mismo tiempo otros setenta llegaban de Marruecos». La persona que lo decía se había sentido conmocionada semanas antes cuando un joven del pueblo encontró la muerte en un accidente similar. La crueldad y el cinismo de su comentario, puede herirnos de manera despiadada a todos los que nos esforzamos por sentir, propagar y desarrollar un ideal humano como el nuestro ; pero hay que reconocer que la responsabilidad del mismo es arena de otro costal. Sí, de un cabo a otro de la Península se escuchan acerbos comentarios que disparan el rencor, el odio, ¿el miedo ? que sentimos hacia todo aquello que es diferente a «lo nuestro» ; pero es necesario valorar que el despropósito no es responsabilidad de un pueblo que se deja dominar y que delega sus responsabilidades, sino precisamente de aquellos que han relegado a los que habitan esta tierra de un cabo a otro de su función de seres humanos.
¿Cómo podemos pedir a la gente de la calle un gesto de humanidad para con nuestros hermanos de otras razas o nacionalidades, cuando la clase política y la casta dirigente tratan a los desposeídos -que mañana podemos ser nosotros mismos- como a simples gozques lastimeros para los que no hay ni un chusco de pan ? La falta de respeto que las clases políticas española e italiana demuestran por los inmigrantes que llegan hasta nuestras costas -y digo «nuestras» sin incidir en un aspecto posesivo, dado que la tierra, y las aguas, son de todos por igual- roza el mayor de los despropósitos y comienza a redundar en una agresión en toda regla a los derechos humanos, y en concreto al derecho a la vida, y al derecho a una vida digna, de nuestros hermanos que llegan del Sur.
Actualmente, varios pescadores sicilianos están siendo investigados por las autoridades italianas por «favorecer la inmigración clandestina». Su único delito es en realidad haber socorrido a más de cien inmigrantes cuyo barco se hundía en alta mar. Los pescadores se limitaron a cumplir con su obligación como humanos, dado que hubieran sido bestias despreciables si hubiesen optado por la omisión de socorro. Pero el Estado italiano no entiende de humanidad. De hecho lo demostró recientemente cuando las fuerzas de seguridad italianas trataron de rescatar en barcas a pedales -sí, como esas en las que montan los turistas los días soleados de playa- a varios inmigrantes que trataban de llegar a la costa italiana. A muchos defensores de los derechos humanos aquello nos pareció una broma de mal gusto, pero el señor Berlusconi se limitó a defender la operación asegurando que «los muertos no se han quejado». Ciertamente, los muertos nunca se quejan, pero los inmigrantes desheredados a los que tratamos como ratas sí. Así que la clase política preferiría hundir los barcos que llegan cargados de inmigrantes a cañonazos, como hace algunos meses señaló uno de los miembros de la clase política en Italia. De esta forma, desde luego, nadie se quejaría.
Pero si lo de Berlusconi nos parece crueldad, entonces es porque ni tan siquiera nos hemos molestado en abrir los periódicos. Berlusconi y su partida de politicastros tiene aún mucho que aprender de las técnicas genocidas del Estado español. Y digo técnicas genocidas porque sólo así se puede calificar la política de expulsiones y reclusiones, y la constante negación de derechos de los hermanos de otras razas y nacionalidades que llegan hasta aquí para ganarse la vida y compartir con nosotros sus capacidades. No vamos a hablar ya de las agresiones y de los asesinatos que contemplamos semanalmente en las calles de nuestras ciudades y barrios, que parecen escaparse de la competencia del Estado -aunque quizá sea el Estado el que se escapa de sus competencias sobre este asunto-, sino de la misma acción estatal sobre el problema de los inmigrantes. Basta con ver como las fuerzas de seguridad del Estado se jactan ahora de haber expulsado de nuestro país a más de cincuenta mil inmigrantes en lo que va de año -una cuidadísima operación de limpieza sin duda-. El mismo Ministerio de Interior ha adelantado que para el año que viene se triplicará la partida presupuestaria destinada a las expulsiones de «ilegales», lo que puede suponer un gasto de más de ocho millones y medio de euros. Mientras, los medios se limitan a hablar de la miseria y de la tragedia que tienen que sufrir los inmigrantes que llegan a ¿nuestras ? costas, acusando a las mafias como las causantes de las mismas ; pero omitiendo decir que si los inmigrantes tuvieran libre acceso a la Península, ni tendrían que gastarse miles de euros en pagar una plaza para una patera, ni arriesgar la vida cruzando el estrecho en un batel de mala muerte. Porque, lo quieran ver o no, son las políticas restrictivas de los gobiernos español e italiano las que empujan a los inmigrantes a su tragedia, y las que los condenan a la clandestinidad.
Son decenas los inmigrantes que un día tras otro acaban muriendo en las aguas del Estrecho, arrojados a ellas por una situación injusta y como consecuencia de la restricción de las leyes. Pero a los Estados español e italiano, lo único que les preocupa es preservar limpio «su» territorio nacional, aunque esa limpieza se construya con la muerte de unos cuantos africanos. Para los que llegan sanos y salvos a tierra, la miseria que les espera es aún mayor. Para los menores, malos tratos y abusos físicos, ya sea a manos de la policía o de los cuidadores o internos de los Centros de Internamiento a los que son llevados, tal y como denunciaba el informe de la ONU Observaciones finales del Comité de los derechos del niño. Los adultos no corren mejor suerte. Diariamente más de un centenar son detenidos junto a la costa. La única atención que reciben es la de algunas ONGs y la de alguna persona solidaria -aunque conocemos el caso de algún individuo multado por acoger a inmigrantes en su casa-. Pero todas esas atenciones son simplemente la antesala del proceso de expulsión que se inicia inmediatamente después de su detención. En los Centros de Internamiento de las ciudades del Sur, los inmigrantes son hacinados y masificados. La vulneración de derechos humanos en ellos es constante, y su funcionamiento similar a los de los campos de concentración nazis, salvo por un aspecto : la muerte no es el objetivo final, sino simplemente la expulsión, lo que en decenas de casos, lo quieran aceptar los Gobiernos español e italiano o no, redunda en la muerte del inmigrante. Estos Centros de Internamiento son verdaderas prisiones que no tienen nada que envidiar a las de la India, Brasil, etc. y tantos países cuyas cárceles aparecen en documentales solidarios de alguna cadena televisiva en los que se denuncia la vulneración de derechos humanos. En estas cárceles para inmigrantes, la desatención médica provoca todo tipo de enfermedades e infecciones, desde varicela, sarna, plagas de pulgas y piojos, etc. En la mayoría de ellas el personal sanitario se reduce a un médico, un ATS y un trabajador social que tienen que atender a cientos de inmigrantes. Las condiciones higiénicas son lamentables, como el caso de la terminal del aeropuerto de Fuerteventura en el que cuatrocientos inmigrantes compartían cuatro retretes encharcados, con el agua fecal llegando hasta los colchones habilitados en el suelo. Las condiciones de los Centros son calamitosas, pretendiendo el Gobierno español hacernos creer que terminales de aeropuertos y antiguos cuarteles militares son lugares perfectos para la custodia de los inmigrantes en proceso de expulsión. Actualmente incluso se habla de rehabilitar la antigua prisión Tenerife I para el efecto, lo que demuestra cuál es el valor de la vida de estas personas para nuestra clase política. Sólo basta ver el modelo de funcionamiento de estos centros para comprender que son simples «campos de concentración», y que no merecen otro calificativo : en muchos casos las familias y matrimonios son separados ; las visitas del exterior están prohibidas, y los inmigrantes no tienen ni tan siquiera acceso a un asesoramiento jurídico mínimo ; los recursos básicos, vestido y comida, no llegan para todos dado el hacinamiento en el que se vive -los centros canarios están al doble de su capacidad, y en Ceuta, en un par de centros de Acogida y de Estancia Temporal, los inmigrantes se ven obligados a dormir al raso-, y en el mejor de los casos presentan una calidad deleznable -la comida en la terminal del aeropuerto de Fuerteventura, por ejemplo, es simplemente el catering que sobra de los vuelos.
Las soluciones que se plantean al problema son más restricción, endurecimiento de leyes y construcción de nuevos «campos de concentración». De hecho, la construcción del Centro de Internamiento que sustituirá a la terminal del aeropuerto de Fuerteventura, presenta un esquema de celdas de cinco por seis metros aproximadamente en las que tendrán que dormir hasta dieciséis personas que tendrán que compartir ese espacio con un retrete y una ducha carentes de todo principio de intimidad. El Gobierno ya ha hablado de restringir aún más las leyes, suponemos que con el propósito de que los inmigrantes desistan de cruzar el Estrecho ante la vara de hierro que les espera ; y de aumentar el número de expulsiones -quizá con la intención de que se consiga expulsar a un número mayor de inmigrantes que el que llega-. Al mismo tiempo, se ha iniciado una ardua campaña de «defensa de los nuestro» que incluye homenajes a la bandera, a la lengua, a nuestras tradiciones -por bárbaras que sean-... con el fin de que los que vienen «no nos arrebaten nuestra identidad». Por su parte, el Gobierno italiano todavía no ha pasado de la retórica del cañonazo. Tienen razones para ello según su presidente, ya que «Si no reaccionamos, los inmigrantes nos echaran del país», tal y como declaró el pasado mes de marzo. De momento, la mejor idea del ejecutivo italiano es seguir intentando que los inmigrantes «se quejen lo menos posible», y eso, ya nos han enseñado recientemente como se consigue.

 

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