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Argentina :: 27/03/2009

A 33 años del 24 de Marzo de 1976: Seguimos luchando contra el sistema capitalista

Reconstrucción Guevarista

Con el ejemplo de los compañeros que dieron su vida por la revolución

Salimos a la calle para demostrar que la lucha contra la miseria planificada sigue con firmeza y decisión.

La plaza es nuestra, de los luchadores; y nunca será de los que se alimentan por la basura mediática de la pena de muerte y la mano dura.

Ya pasaron tres décadas de la última dictadura militar, donde las fuerzas revolucionarias fueron derrotadas y el enemigo pudo contener la lucha de clases a nivel mundial.

El golpe del 76 hay que enmarcarlo en la ofensiva imperialista contra los pueblos explotados de la periferia. Frente a la crisis capitalista y el aumento de la miseria y opresión que eso implicaba, las clases dominantes tuvieron que exterminar físicamente a la clase revolucionaria mundial, poniendo las relaciones de fuerza a su favor.

Los métodos que utilizó la burguesía son conocidos: la cárcel, el terror, la tortura, el fusilamiento, la desaparición forzada. Para cumplir con el objetivo de seguir explotando y dominando, el exterminio físico de lo revolucionarios y de la clase trabajadora fue una necesidad del sistema capitalista, que cumple los parámetros de la racionalidad de la clase burguesa, y no un capricho o locura de tres milicos sueltos.

El Estado es el instrumento de dominación de clase de la burguesía. No es un árbitro neutral, ni responde a los intereses de toda la sociedad. De acuerdo a la lucha de clases y al nivel de confrontación social, el Estado presenta distintas características. Pero su esencia como herramienta de dominación de clase permanece inalterable. Es así, que el Estado actual es exactamente el mismo que aquel que impulsó y ejecutó una guerra de exterminio contra las organizaciones revolucionarias.

Los procesos históricos, motorizados por la lucha de clases, van moldeando las formas de dominación más convenientes para que la burguesía pueda explotar diariamente a los trabajadores y al pueblo pobre. Es por eso, que una vez aplastada la posibilidad de una crisis revolucionaria, los pueblos de América Latina atravesamos el proceso de “transición a la democracia”, tan alabado por las voces “progresistas y democráticas”.

Desde entonces, el sentido común popular fue bombardeado con la “teoría de los dos demonios”, según la cual se igualaban a los compañeros que sacrificaron su vida por un mundo mejor con los milicos asesinos y torturadores. Esa teoría sostiene que ambos bandos eran lo mismo porque impulsaban la violencia, apoyándose en posiciones tales como que “la violencia genera más violencia”, responsabilizando y culpabilizando a los revolucionarios por el terrorismo de Estado.

La república parlamentaria es una forma de gobierno del Estado capitalista. Incluso es su forma más efectiva, al punto que los intereses de clase no son fáciles de desentrañar y el Estado genera una serie de trincheras institucionales que lo legitiman “democráticamente”. Luego de más de 30 años de política neoliberal, impulsada por las democracias latinoamericanas, nuestro pueblo sabe muy bien que con la democracia (burguesa) no se vive, ni se come, ni se educa.

En ese sentido, el Estado capitalista se apoya más en la violencia o más en el consenso, de acuerdo a las relaciones de fuerzas entre los explotadores y los explotados. Es falsa la alternativa entre democracia o dictadura, en tanto que la burguesía sigue teniendo el poder y explotando bajo condiciones de hambre y miseria cada vez más extremas.

El Che Guevara fue muy claro al respecto:

“no debemos admitir que la palabra democracia, utilizada en forma apologética para representar la dictadura de las clases explotadoras, pierda su profundidad de concepto y adquiera el de ciertas libertades más o menos óptimas dadas al ciudadano. Luchar solamente por conseguir la restauración de cierta legalidad burguesa sin plantearse, en cambio, el problema del poder revolucionario, es luchar por retornar a cierto orden dictatorial preestablecido por las clases sociales dominantes; es, en todo caso, luchar por el establecimiento de unos grilletes que tengan en su punta una bola menos pesada para el presidiario”.

El problema de la violencia es fundamental. Debemos distinguir la violencia de arriba, de la violencia popular. La violencia injusta de la violencia justa. El poder del Estado se concentra fundamentalmente en su fuerza material, es decir, en su aparato represivo; y siempre que se vea amenazado lo va utilizar, por más instituciones de consenso o parlamentos que despliegue.

Si los revolucionarios queremos destruir el sistema capitalista y hacer la revolución socialista, debemos ser responsables y asumir el papel de la violencia en la historia. Los compañeros muertos y desaparecidos eran conscientes de que la violencia popular era el método de lucha principal para derrotar este sistema, que es esencialmente violento, fundado en la explotación del hombre por el hombre. La violencia de arriba es permanente: la represión, el hambre, la falta de trabajo, salud y educación.

Hoy más que nunca, el 24 de Marzo no puede ser una fecha nostálgica ni un fetiche democrático del sentido común. Este día tiene que ser, como todos los días, un día de lucha para hacer la revolución socialista; para que la memoria del pasado sea la lucha del presente, el socialismo del porvenir. Porque los compañeros que pelearon y cayeron eran conscientes de su condición de revolucionarios, de que “en una revolución se triunfa o se muere, se es verdadera”. Y fueron consecuentes, pusieron sobre la mesa el problema central para los revolucionarios, el problema del poder.

Retomemos esas experiencias de lucha, sabiendo que la lucha contra el enemigo es larga, que hay mucho por hacer; sintámonos continuadores históricos de los compañeros desaparecidos, reflotemos sus métodos y sus convicciones para hacer la revolución.

A LOS COMPAÑEROS CAÍDOS NO SE LOS LLORA, SE LOS REEMPLAZA EN LA LUCHA

 

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