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Chile, Chile, Cuba :: 19/07/2025

Beatriz Allende o cuántas vidas caben dentro de una vida

Faride Zerán
Beatriz era hija de Allende pero también era hija de su tiempo y no quería estar al margen de los desafíos marcados por el triunfo de la Revolución Cubana

La historia está llena de silencios y omisiones pienso mientras recorro las trescientas y tantas páginas del libro escrito por la investigadora y académica británica Tanya Harmer, doctora en historia y especialista en la Guerra Fría en América Latina.

Autora del libro "El gobierno de Allende y la Guerra Fría Interamericana", editado en español en 2013, reaparece hoy con "Beatriz Allende. Una vida revolucionaria en América Latina durante la Guerra Fría", que LOM ediciones incorpora a su catálogo de biografías fundamentales.

Pero esta no es una biografía común. Es el pulso de una época, el relato de un tiempo vertiginoso, el espíritu de una generación y el aire revolucionario que lo cruza desde fines de los años cincuenta o inicios de los sesenta y que culminan ese fatídico 11 de septiembre de 1973, marcando al siglo 20 con luchas y conquistas sociales ahogadas a sangre y fuego.

Sin embargo, el libro es también un homenaje a esta mujer nacida el 8 de septiembre de 1942 como la segunda de las tres hijas de Salvador Allende y Hortensia Bussi.

Una mujer que fue educada en buenos colegios como lo hacía la clase media de izquierda de la época; que estudió medicina primero en la Universidad de Concepción y luego del terremoto del '60, en la Universidad de Chile, donde llegó a ser profesora de su Escuela de Salud Pública a la vez que ejercía como pediatra en los centro y hospitales públicos de Santiago.

Militante del Partido Socialista y de las Brigadas Universitarias Socialistas, Beatriz acompañaba a su padre en las campañas electorales no solo como la hija que compartía con mayor fuerza su pasión por la política, sino como una joven que sentía la pulsión de los cambios y las luchas populares que con fuerza fueron empujando los movimientos sociales durante esa década.

Así, los sesenta se hacían sentir con las tomas de terrenos protagonizadas por pobladores sin casas; las protestas estudiantiles que dieron paso a la reforma universitaria, abriendo un clima de efervescencia social que en muchos casos era enfrentado con una fuerte represión contra las manifestaciones obreras, campesinas y estudiantiles.

Y si bien Beatriz era la hija de Allende también era hija de su tiempo y de una generación que no quería estar al margen de los desafíos marcados por el triunfo de la Revolución Cubana, la emergencia de los movimientos insurgentes latinoamericanos, y la campaña del Che en Bolivia.

Todos hitos que junto al nacimiento del MIR, su amistad con Miguel Enríquez, Bautista van Schowen y otros líderes de la época la fueron radicalizando hasta hacer de ella una militante de las filas revolucionarias latinoamericanas, con vínculos con la guerrilla boliviana y el Ejército de Liberación Nacional, y un fuerte compromiso político no solo con Chile sino también con Cuba.

Era la época de consignas como crear un, dos, tres Vietnam, la lucha armada y el internacionalismo marcaron en Beatriz una adhesión política asumida con la discreción que no solo exigía la necesaria clandestinidad ante las tareas encomendadas, sino además la lealtad a su padre y a su proyecto electoral de un socialismo a la chilena con empanadas y vino tinto.

Eran las dos vías que enfrentaban a las izquierdas de la época en ásperos debates pero que no paralizaban a Beatriz, una activa y fiel colaboradora de Allende que más tarde y ya instalada en una oficina en La Moneda junto a su padre, articuló apoyos, contactos y alianzas en pos de este inédito proceso político. Una vía pacífica al socialismo que en plena Guerra Fría concitaba la atención mundial.

Este mundo, esta atmósfera, este vértigo de tiempos que cambian la historia y, de paso, las biografías de quienes los viven, está narrado en las páginas de un libro imprescindible escrito con talento y sobriedad.

Me detengo en la calidad de un texto articulado en múltiples textos, testimonios y fuentes primarias que denotan la seriedad de la investigadora capaz de recorrer los hitos relevantes de la infancia, adolescencia y juventud de Beatriz, a la luz de los hechos políticos y sociales que envuelven su biografía, entregando un contexto que permite comprender las complejidades de la vida breve e intensa de una mujer lúcida y comprometida.

Al respecto la propia historiadora explica que este libro se basa en investigaciones efectuadas en siete países y con acceso exclusivo a la correspondencia privada de Beatriz, incluidas las cartas de amor manuscritas que envió a Luis Fernandez Oña, su marido cubano y padre de sus hijos Maya y Alejandro.

Porque sin duda no es fácil escribir la historia de una mujer que en sus 35 años de vida desafió los mandatos de género de una época en que ni la revolución ni el cambio llegaban a cuestionar las lógicas patriarcales, y que destinaba a las mujeres a roles que estaban muy lejos del de guerrillera o combatiente internacionalista como ella deseaba.

"Beatriz no es un sujeto particularmente fácil o sencillo de abordar y acercarse", señala la autora. Era una persona reservada, sobre todo por su rol en operaciones revolucionarias clandestinas. Quienes la conocieron la describen como una persona fuerte y vulnerable a la vez. Fue fieramente política y sectaria en algunos aspectos y, sin embargo, sumamente abierta en otros. Era de compartimentar su vida, moviéndose entre grupos con aparente facilidad, una característica que le permitió operar de forma encubierta para movimientos revolucionarios y desempeñar un rol mediador entre fracciones, aunque aquello implique que su posicionamiento histórico sea más difícil de precisar".

Y es que la autora sostiene que el hecho de que Beatriz Allende fuera revolucionaria y mujer la condenaban doblemente a ser invisible.

Es probable que esa sea una de las razones por la que hasta hoy desconocemos la vida apasionante de esta mujer que a los 35 años y en pleno exilio en Cuba decidiera terminar con su vida un 11 de octubre de 1977, como epílogo de sus muchas luchas y derrotas en Chile.

Que no sepamos, por ejemplo, que conduciendo un viejo jeep se internaba por el norte de Chile en rutas interminables que la llevaban a sus contactos con militantes clandestinos que combatían en Bolivia; que en sus viajes a La Habana exigía entrenamiento guerrillero ; o que munida de armas sorteó los controles militares ese 11 de septiembre de 1973, con siete meses de embarazo, decidida a resistir junto a su padre el asalto a La Moneda.

Cuántas vidas contiene una vida, me pregunto cuando leo sobre sus desgarros al abandonar Chile sabiendo que su padre ha muerto y que la vía chilena al socialismo ha sido ahogada a sangre y fuego; cuando la veo en una imagen en blanco y negro en ese primer acto público luego del Golpe, en la Plaza de la Revolución en La Habana, con Fidel y su madre a su lado, hablando a la multitud que corea Chile, Allende, tragándose las lágrimas; o, bien intentando unir, articular a los distintos partidos y grupos de la izquierda diseminados por el mundo mientras trabajaba arduamente en la condena internacional al régimen, en la denuncia de sus crímenes, en la solidaridad con el interior, y en la rearticulación de una resistencia.

"Idealmente, Beatriz quería dejar la solidaridad para luchar clandestinamente por la resistencia en Chile, escribe Tanya Harmer, la autora de este libro. Al visitar a Ariel Ulloa, su amigo de Concepción y miembro del frente interno del PS durante el gobierno de su padre, ahora en el exilio en Santa Clara, Cuba, le habló de este deseo. Su anhelo era "romántico" y "no tenía sentido" reflexionaba él; su rol como figura clave de la solidaridad global era mucho más importante que "irse a Chile a morir" y, sin embargo, ella, como buena revolucionaria, estaba desesperada por poner en práctica la idea de patria o muerte.

Cada vez que Juan Carretero y su esposa Nancy, la visitaban en su casa, Beatriz les mostraba la foto de Juan enseñándole a disparar su Uzi en el Cajón del Maipo, la cual estaba exhibida en un lugar prominente de su hogar.

Y, aunque en privado admitía que la insurgencia guerrillera ya no era la única respuesta para América Latina, sigue la autora, no estaba lo suficientemente convencida como para abandonar dicha vía para si misma. A finales de septiembre, concluye, al visitar a Ulises estrada, se arrodilló y suplicó que la dejaran regresar a Chile para combatir."

Termino señalando que esta historia que culmina en una tragedia nos enfrenta no solo a nuestro pasado.

También interpela a una memoria omitida, clausurada, que invisibilizó a una figura clave como lo es Beatriz Allende. Una figura que condensó en su vida tanto la ética y la épica así como los triunfos y derrota de un tiempo.

Una figura intensa, a veces secreta a quien las nuevas generaciones qué duda cabe, merecen conocer.

Le Monde Diplomatique

 

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