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Colombia :: 07/03/2006

Carta de un kompañero anarquista detenido en al penitenciaria de la picota-Bogota/Colombia

El Piojo Editorial
Este escrito es elaborado por un compa que se encuentra en la penitenciaria la picota.Es un poco largo pero te pedimos que te tomes el esfuerzo de que lo leas y difundas. Si deseas mandarle cartas de solidaridad envialas a los correos electronicos: floresmagon_cna@yahoo.com / alekospanagulis_cna@hotmail.com LIBERTAD ES ACCION!!!! ABAJO LOS MUROS DE LAS PRISIONES!!!

El Estado y la cárcel -"Una bodega humana"-
El Estado y la utilidad de las cárceles.

Más de seis meses han pasado desde mí llegada a este lugar, pero igual podrían ser másde seis días o seis lustros, pues un día sucede a otro sin ninguna diferencia, sin saber a ciencia cierta si es un día menos de los que tendré que vivir acá o si es un día más de los que tendré que morir acá. La cotidianidad en este espacio-tiempo lo defino como vertiginosa quietud, pues se vive el afán de quien nada tiene que hacer más que esperar, y parece que la dialéctica de la vida entrara en un marasmo eterno, en un estado catatónico profundo.

Entonces se reflexiona acerca del sentido que tiene y ha tenido el estar acá, y la única respuesta a la que se llega es que mi paso por acá no tiene sentido, que
tampoco lo tiene el de ninguno de los seres humanos que acá convivimos.

Queda preguntarse entonces, para que o para quién es útil que miles de vidas humanas se consuman día a día en esta lúgubre rutina. L a respuesta parece sencilla, si el Estado es el que históricamente construyó este lugar, si él es el que cada año invierte esfuerzos humanos y económicos en preservar lo que ya existe y en construir otros cada vez más grandes, entonces es al Estado a quien este lugar presta utilidad; pero, ¿ que utilidad presta?

Una primera posibilidad teórica es que, como en la novela de Dostoiesky "crimen y castigo", sean causa y consecuencia, entonces la cárcel será el sitio donde el criminal reciba "justo y merecido castigo".

La efectividad de dicho castigo reside en que quien lo sufre sea persuadido de manera tal que no desee reincidir en su perniciosa conducta, y en que quienes lo han recibido lo vean temor suficiente para no realizar acto alguno que merezca tan indeseable suplicio.

Sin embargo para que esto suceda es premisa que dicho castigo sea percibido como "justo" y que la autoridad desde la que se impone sea reconocida como "legitima". Vemos que quien impone dicho castigo es el juez administrando justicia en nombre del Estado; que los ciudadanos piensan, con razones de sobra, que los funcionarios que dictan y los que hacen cumplir las leyes son corruptos y sus decisiones están atravesadas por innobles intereses, además los ciudadanos ven el Estado como un aparato burocrático poco eficiente y al servicio de un muy exclusivo sector de la sociedad.

Entonces tendremos que la "justicia" del castigo y la "legitimad’ de la autoridad no se cumplen, razones por las cuales se explica que el 70% de quienes caen presos reinciden, y que el común de quienes delinquen no encuentran, en el temor al castigo, razón para no hacerlo.

En estas condiciones el castigo termina carente de contenido, convirtiéndose en un ritual sin sentido, donde los excesos de forma (mecanismo jurídico, procedimientos legales, instituciones represivas) intentan esconder la ausencia de contenido (función socializadora del castigo). Caemos en un rito banalizado, donde los actores juegan una farsa mintiéndose continuamente, donde jueces y carceleros sin ética reprimen a "delincuentes", sin que haya en ninguna de las partes interés en que el acto se cierre.

Exploremos ahora otra perspectiva: la de la cárcel como institución disciplinadora, espacio donde los individuos que no han sido reglados por las escuelas, las iglesias y los ejércitos, son recluidos para que aprendan los patrones de comportamiento necesarios para una vida "social productiva"

Para esto es necesario que el establecimiento cuente con un reglamento que determine con precisión qué, como y cuando se debe y se puede hacer; y qué, como y cuando no se debe hacer; los premios y castigos correspondientes al buen o mal comportamiento; y las estrictas rutinas cotidianas. Entonces, así como los colegios cuentan con un manual de convivencia y los ejércitos con unas normas de comando y un régimen particular interno, la cárcel debe contar con un reglamento acorde a su realidad y función.

Esta perspectiva, vista desde la cotidianidad del lugar en que me encuentro, no resiste su confrontación en la práctica. Al llegar a este penal no se me hizo conocer reglamento alguno, la guardia no me informó acerca de las normas de comportamiento, ni por escrito ni de manera verbal, no supe que se debía hacer ni de los mecanismos de regulación de las relaciones entre los internos, y entre estos y la guardia, no supe acerca de las dependencias administrativas y sus funciones, parece que todo se diera por sobreentendido, que uno ya debiera saberlo todo acerca de la cárcel y su funcionamiento. Fueron los mismos internos los que me informaron acerca de unas mínimas normas de convivencia y de las sanciones que su infracción implica; pero estas normas no son institucionales, son el esfuerzo de los reclusos por convivir de la mejor forma posible, aunque la mayor parte de estas normas se quedan en palabras y se termina viviendo en permanente ambiente de tensión y zozobra. Por ejemplo, se supone que esta prohibido portar "platinas" (cuchillos artesanales), sin embargo muchos internos las tienen y no hay quien tenga la autoridad y la fuerza para hacer cumplir esta norma, ni siquiera la guardia logra hacerlo, pues más tardan en quitar una "platina" en una de las esporádicas requisas, que los internos en conseguir una nueva, más grande y peligrosa que la perdida.

Otro aspecto que hace de una institución disciplinadota un instrumento eficaz de control, son los horarios estrictos que hacen que los individuos tengan un ritmo de vida controlado permanentemente por el reloj y terminen esclavizando a el recluso. Saber con exactitud qué se debe hacer con cada hora, cada minuto de nuestro día, crea el hábito de la dependencia, aplastando la individualidad y destruyendo la posibilidad de darle rienda suelta a la creatividad a cada uno de nuestros impulsos vitales. Pero esto tampoco se da en este penal, nos podemos levantar a la hora que queramos, podemos dormir en cualquier momento del día, podemos asearnos o no, podemos hacer artesanías igual que pasar el día jugando parques. Incluso las actividades institucionales no tienen tiempos definidos, un día hacen el conteo a las 7:15 am y al siguiente lo puede ser a las 9:00 am, un día se va a estudiar a las 8:00 am, el siguiente a las 8:20am, luego pasan dos o tres días sin clases; un día nos reparten el almuerzo a las 9:00 am, otro a las 10:30am, pero igual uno puede ingerirlo a las 12:00 m o simplemente tirarlo a la basura; un día llaman a talleres a las 8:30am, al siguiente lo hacen después de repartir el almuerzo, o simplemente no llaman.

Podríamos entonces pensar que al no haber unos horarios estrictos, los internos tendríamos algún momento para utilizar la "libertad’ del tiempo de manera constructiva, que podríamos, libres de los afanes cotidianos de afuera, crear y recrear una vivencia colectiva, pero esto es imposible porque, si bien no hay horarios, el uso que demos a nuestro tiempo no depende de nosotros, si un día uno decide sentarse a leer, en el momento justo en que más lo disfruta, llaman a una reunión en educativas; si una noche estamos conversando acerca de lo humano y lo divino, en el punto más álgido de la controversia oímos la voz del guardia llamando a conteo frente a las celdas; si se planea tallar un hermoso caballo para regalarlo a la compañera, el día destinado a darle el toque final , no llaman a talleres; si un interno se esmera en escribir un poema para un taller de literatura, el taller se cancela sin motivo alguno. Entonces terminamos esclavos de algo peor que los horarios, somos esclavos de la "rutina de la no rutina"; sabemos que finalmente siempre hacemos lo mismo pero nunca sabemos cuando y como lo vamos a hacer, así que terminamos haciendo todas nuestras actividades con un solo fin; que el tiempo se consuma lo más rápido posible, sin aprovechar de manera alguna nuestra capacidad creativa.

El discurso moderno del Estado social de derecho, plantea la responsabilidad del Estado en los comportamientos criminales, por no habérsele garantizado los mecanismos apropiados al individuo para su inserción positiva en la sociedad. Entonces la cárcel más que un escenario represivo, sería el espacio donde el establecimiento construiría las herramientas que le permitan saldar su deuda con el individuo, resocializándolo y asegurando su inserción en la vida social y productiva.

Puedo analizar esta tesis a la luz de la realidad de este centro penitenciario, pero parto aclarando que guardianes y funcionarios me han manifestado en varias oportunidades que el INPEC (Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario) no está en absoluto interesado en nuestra resocialización; así que es poco lo que se puede esperar de este análisis.

Para que se de un eficiente proceso de resocialización, la ONU recomienda un primer paso a saber; una adecuada clasificación de los internos que tenga en cuenta sus características socioeconómicas y sus delitos, para distribuirlos en el penal de manera organizada y para desarrollar el tratamiento penitenciario según las necesidades de cada interno. Sin embargo, acá no se nos clasifica de manera alguna y convivimos en un mismo patio hombres de todas las características e incursos en toda la gama de delitos que contempla el código penal, y solo a partir de los actos de violencia ejecutados por los internos contra los "violos" (acusados de crímenes sexuales) se ubicó a estos últimos en un patio aparte donde conviven con los internos de la tercera edad.

Después debería organizarse el estudio y el trabajo, partes fundamentales del proceso resocializador, a partir de la misma clasificación teniendo en cuenta el nivel de escolaridad y las aptitudes individuales, así como la profesión u oficio ejercido por el interno antes de su captura, e incluso si es habitante del campo o la ciudad. Pero en este reclusorio encontramos personas que no saben sumar fraccionarios asistiendo a clases de cálculo para once grado, vemos internos sin mayor capacitación académica o pedagogía como "instructores" de sus compañeros, o internos que brindan "asesoría jurídica" sin nunca haber cursado un semestre de derecho. En el área laboral no hay programas de capacitación adecuados y casi el único trabajo es ebanistería, en el que encontramos a hombres de todas las extracciones, laborando indistintamente, no como parte de su resocialización sino como única forma de rebuscarse unos pesitos mientras se mata el tiempo.

Llego a una encrucijada, pues ninguno de los planteamientos sobre los que he reflexionado muestran el para que de la cárcel, no explican la utilidad que presta al Estado esta institución, y menos aún justifican que año tras año se gasten millones de dólares en mantenimiento y construcción de centros de reclusión en todo el país.

Una noche viendo un informe que presentó RCN sobre los colombianos detenidos en cárceles ecuatorianas escuché a un recluso llamar a la prisión "Bodega humana"; este concepto ha rondado mi cabeza desde ese día, como posible explicación para la situación que vivimos en este lugar, así que lo desarrollaré a continuación.

Una bodega es un espacio cerrado, un espacio que limita la interrelación entre el "adentro" y el "afuera"; ya sea para proteger lo que está al interior, como los "cuartos fríos" o para separarlo del exterior por ya no ser viable en su funcionalidad, como el cuarto de "San Alejo".
En el primer caso se busca que cierto stock de mercancía esté en condiciones óptimas mientras llega el momento oportuno para que entren al circuito económico; en el segundo caso objetos que han sido útiles o importantes en algún momento, y que ya no lo son, son guardados sin mucho cuidado por su pertenencia, mientras de pronto los volvemos a necesitar, y aunque se piense que es mejor botarlos se mantienen ahí dejando que el tiempo y el ambiente nocivo los deteriore.

Esta cárcel es una bodega del segundo tipo, somos como objetos inútiles, pues nuestros comportamientos no son social ni económicamente funcionales para el Estado, somos hacinados en este "cuarto de San Alejo" hediondo, frío y húmedo, sucio, esperando que sus paredes viejas y descascaradas, que su arquitectura decadente y desordenada, que su abrumadora tristeza nos destruyo los deseos de vivir, ya que escrúpulos burgueses le impiden al aparato estatal deshacerse de nosotros de una sola vez y para siempre.

Sin embargo esta no es una bodega cualquiera, pues al alojar en su interior a seres humanos, también es obligada a soportar las relaciones sociales que estos implican. Así al pesado ambiente físico de las instalaciones, se suma el pesado ambiente social de las relaciones; a la corrupción que cada uno de nosotros trae de afuera, al llegar aquí se suma la de los otros habitantes, tanto internos como guardianes y funcionarios, creándose así un putrefacto ambiente social que descompone a todos y cada uno de los que acá sobrevivimos. Cualquier posibilidad de afecto, de honestidad, de solidaridad, de dignidad, es consumida por las fuerzas degradantes de relaciones sociales basadas en el autoritarismo, la violencia y el engaño.

El resultado de este doble proceso de corrupción, producido por el ambiente físico y por las relaciones sociales, es un profundo resentimiento que se refleja en el total desapego a los más básicos valores humanos y en la incapacidad de construir alternativas individuales o colectivas que rompan con la marginación a que son sometidos los internos durante su reclusión y aún después de salir del penal.

Esta es la real utilidad que estas "bodegas humanas" prestan al Estado, pues así se mantiene la sociedad fraccionada, se refuerza el sentimiento de marginación y de frustración, y se justifica la existencia de los mecanismos y de los aparatos de represión.

Sin embargo, si día a día son más los individuos que ingresan a las cárceles, por no ser funcionales para el Estado, cabe pensar que tal vez la realidad sea que día a día el aparato estatal se hace menos funcional para los individuos y, consecuentemente, para la sociedad. Por lo tanto, nuestra tarea no es transformar la realidad carcelaria para humanizarla y hacerla resocializadora, sino destruir el Estado hasta su cimientos y crear una sociedad libertaria para que la cárcel se convierta en una institución innecesaria, en un triste recuerdo de la miseria y la explotación.

PRESO POLITICO
CARCEL LA PICOTA
BOGOTA
MARZO/2006

 

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