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Cuba, Argentina, Mundo :: 27/10/2017

Cuando el Che predijo el futuro

Santiago Brunetto
De todo lo que ocurriría si los pueblos latinoamericanos no superaban el reformismo impulsado por EEUU; de las contradicciones al interior de esas reformas

En el año del cincuenta aniversario del asesinato de Ernesto Guevara comenzaron a circular por la web varias entrevistas inéditas. En todas ellas se ve a un Guevara ya Ministro de Industria, en 1964, a tan solo un año de dejar Cuba para emprender sus viajes al Congo y Bolivia, respondiendo las preguntas de distintos periodistas internacionales.

En su despacho del Ministerio, en un febrero cubano, el Che brindó una entrevista especial a la periodista Lisa Howard para el noticiero de la cadena estadounidense ABC. Se trata de una de las pocas entrevistas que Guevara realizara con medios norteamericanos, a la que se le puede sumar la que otorgara más tarde, en ese mismo año, en el marco de su histórica participación en la Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York, a una especie de tribunal judicial conformado por dos periodistas de la CBS [en el programa 'Face to nation', De cara a la nación] .

Pero con Howard el Che juega de local, y se nota en su postura corporal y sus gestos. La recibe como un niño risueño, dispuesto a jugar el juego que la comitiva estadounidense ha armado de antemano. A cada pregunta notablemente guionada de Howard, responde con unos segundos de pausa, una pitada de habano y los argumentos para rebatir: “Usted tiene alguna tendencia a deslizar afirmaciones en las preguntas, y yo tengo que destruir primero la afirmación para después contestar su pregunta”, desliza con una sonrisa, luego de escuchar que la periodista afirmara que “muchas evidencias externas indican que el sistema económico marxista no funciona”.

Otra afirmación: “El gobierno de EEUU está muy consciente de los problemas de la América Latina y mediante la Alianza para el Progreso (ALPRO) está tratando con mucha fuerza de elevar el nivel de vida de las personas en todo el hemisferio”. La citada Alianza para el Progreso fue creada por John F. Kennedy en 1961 con el implícito objetivo de encauzar, mediante un impulso reformista, el impacto y la influencia de la Revolución Cubana en el conjunto del pueblo latinoamericano. La Alianza proyectó una inversión de veinte mil millones de dólares en el transcurso de diez años, a cambio de que se establecieran gobiernos democráticos que se comprometieran a realizar una política profunda de redistribución del ingreso y de bienestar social, en el marco de determinadas reformas económicas que garantizaran la estabilidad productiva para el desarrollo de la región: libre comercio entre países, reformas agrarias, etcétera.

“Por su propia gravitación el imperialismo no puede hacer sino reformas que no llegan al fondo del asunto. La base de sustentación del imperialismo es el intercambio desigual, el intercambio de productos manufacturados por materias primas, la toma de todos los factores decisivos de cada gobierno a través de las oligarquías vendidas, si eso cambiara el imperialismo habría perdido sus fuerzas. Estaría entonces afrontando la crisis general del capitalismo, la crisis con la propia clase obrera del país, explotada hoy pero cuya explotación no se ve porque se traslada a América, al África y al Asia, y el conflicto estaría directamente en el interior de los EEUU”, destruye Guevara la afirmación. Y nos deja tela para cortar en el análisis de la cíclica intervención estadounidense en América Latina; en el de las experiencias populistas/ reformistas, con todos sus matices, de la última década, estrelladas o a punto de estrellar ante el resurgimiento de la derecha gerenciada por la CIA; en el del propio giro al interior de la política estadounidense y esa, supuestamente extraña, sensación de que Mauricio Macri se llevaba mejor con Barack Obama que con Donald Trump; en el de por qué Trump no puede sacar tan fácilmente a patadas del país a la mano de obra barata latina.

La ALPRO fue la base del desarrollo de la doctrina de seguridad nacional y del Plan Cóndor. Ejemplo evidente es que ella fue una de las razones que llevaron al golpe militar ejecutado contra el presidente Arturo Frondizi en nuestro país, en 1962. Su resonante reunión con el Che, por la cual terminó arrodillándose para pedir disculpas antes las fuerzas militares y la CIA, y su negativa a expulsar a Cuba de la OEA, influyeron profundamente en el derrocamiento de un mandatario que había aceptado, casi sin reparos, la política económica propuesta por la ALPRO, con la excepción de solicitar que los fondos recibidos sean destinados al desarrollo productivo de las naciones y no a fines asistenciales (recordemos que Macri se anuncia desarrollista y que su Rogelio Frigerio es nieto del Rogelio Frigerio de Frondizi). Aun así, y habiendo sido el gobernante que abrió las puertas definitivamente a la multinacionalización de la producción argentina, la CIA no pudo soportarlo y debió agenciar tras las sombras su caída.

De allí a hoy no hay muchos pasos. Recién llegado de la famosa conferencia de Punta del Este, donde la OEA debatió la ALPRO y la expulsión de Cuba, Guevara afirmaba en una conferencia televisiva: “Quedó demostrada la naturaleza falsa de la Alianza para el Progreso, la intención imperialista que tiene (…) pues se basa en un armazón de suposiciones y falsedades que, en el mejor de los casos, debe ser todavía sancionada por la realidad y, lo más probable, es que la realidad demuestre que se estaba frente a una gran estafa que se hace a los pueblos de América”.

Hubiera querido el Che, claro, que los pueblos latinoamericanos acompañaran a Cuba y se alzaran en un grito -como el “¡Al carajo!” de Chávez- para rechazar la ALPRO. Pero no fue así, y en 1962 la mayoría de los países votaron la expulsión de Cuba de la OEA. Pero sí fue que “por su propia gravitación el imperialismo no puede hacer sino reformas que no llegan al fondo del asunto” y esa dilución del “¡Al carajo!”, cimentada en el desarrollo veloz y feroz del extractivismo imperialista a escala continental (“…los materiales venían para fábricas de EEUU que elaboraban y vendían productos aquí, y convertían los pesos en dólares que iban a EEUU, esa es una fase del dominio imperialista sobre un país”, afirma el Che más adelante en la entrevista, sobre el despliegue imperialista en la Cuba previa a la Revolución con base en la inversión privada y más allá del intercambio comercial), en la lenta pero inflexible retoma de las relaciones carnales que le marcaron, en algunos casos en escritorios de burguesías nacionales, en otros casos con sangre en las calles, el límite al desarrollo de los proyectos políticos de la última década para encauzarse más plácidamente en la retoma del poder por parte de la vieja/nueva derecha.

Y ahí está Macri. ¿Macri/Frondizi? ¿“Lluvia de inversiones”? ¿Por qué el proyecto macrista se llevaba tanto más bien con la política económica de Obama que con la de Trump? ¿Por qué desplegó el gobierno nacional semejante parafernalia ante la visita del por entonces presidente norteamericano en 2016? “ALPRO”, “ALCA”, “Alianza del Pacífico”, esa propuesta firme que trajo Obama para incluir a la Argentina en el mayor bloque de libre comercio del mundo, el que iba a desarrollar Hillary y del que finalmente EEUU se retiró en enero de este año por decisión de Donald Trump, explicando la necesidad imperiosa de Mauricio Macri de salir corriendo a Asia.

Claro que Guevara no se imaginaba que la bipolaridad del mundo que él vivió se transformaría en una bipolaridad al interior del capital, esa que disputan Occidente y Oriente, de un modo tan distinto, y que abre la puerta al dominio oriental. Allí aparece la contradicción trumpista, entre el discurso proteccionista y la imposibilidad de su ejecución. Fue curioso lo ocurrido con la multinacional StarBucks a principios de este año. Luego de que Trump firmara la autorización para la construcción del famoso muro, los mexicanos se propusieron realizar una campaña en las redes sociales para boicotear a las multinacionales estadounidenses, llamando a no consumir sus productos. La propuesta se implementó a través del hashtag #AdiosStarbucks y caló tan hondo que las acciones de la empresa de café bajaron esa semana un 4 por ciento en la bolsa estadounidense. Al día siguiente, el presidente de EEUU anunció el “veto migratorio” sobre personas de países musulmanes y recibió la condena, por medio de una solicitada, de cien empresas multinacionales (entre las que están Apple, Microsoft, Facebook, Netflix, Airbnb, etc.), que se dispusieron a realizar actos en solidaridad con las víctimas de la política migratoria. Starbucks anunció ese día que contrataría a diez mil refugiados a lo largo de todo el mundo. Además, la cadena emplea a siete mil personas en México, a través de la empresa ALSEA (que también opera Burger King y The Cheescake Factory en el país, entre otros), cuya ganancia aumentó un 9 por ciento en 2016, llevándose 1.126 millones de pesos mexicanos, algo así como 59 millones de dólares. Su CEO, Howard Schultz, no dudó en asegurar que la empresa seguirá invirtiendo allí, pese la amenaza de Trump de aplicar aranceles del 20 por ciento a los productos mexicanos que ingresen a EEUU.

Lo sucedido con StarBucks no es más que la expresión de lo que sucede con toda la burguesía multinacional estadounidense: no puede permitirse, de ningún modo, que Trump cierre las puertas del país, ni una retraída imperialista que deje el paso libre al ascenso oriental; no puede permitirse perder los mercados de mano de obra barata, que son la base de sus exorbitantes ganancias; mucho menos puede permitirse que esa mano de obra sea expulsada del propio país, lo cual representaría, potencialmente, una “crisis con la propia clase obrera del país, explotada hoy pero cuya explotación no se ve porque se traslada a América, al África y al Asia”, tal como dijo el Che. Casi doce millones de mexicanos se encuentran hoy registrados en EEUU, sin contar los ilegales que alcanzan el 58 por ciento, de un total de once millones provenientes de todo el mundo. El 10 por ciento de la economía total de los EEUU depende del trabajo mexicano, que genera más de 1.500 millones de dólares anuales.

“EEUU necesita más inmigrantes”, tituló New York Times una nota del 9 de agosto de este año, graficada con una foto de un peón rural mexicano con la siguiente bajada: “Cada noche, trabajadores mexicanos cruzan la frontera de forma ilegal desde México a California, donde trabajan de jornaleros rurales en el Valle Imperial de California”. Sin ningún tapujo, la nota comienza diciéndonos que “tomemos en cuenta la enorme demanda de trabajadores de escaso nivel educativo. Ocho de los quince empleos que tendrán el crecimiento más rápido entre 2014 y 2024 no requiere de ninguna preparación. Sin inmigrantes, van a faltar trabajadores para cubrir estas funciones.
‘Dentro de diez años habrá adultos mayores y relativamente escasos trabajadores poco calificados que puedan cambiar sus bacinillas’, afirmó David Card, profesor de Economía en la Universidad de California en Berkeley”. Sí, eso dice: cambiar sus bacinillas.

Allí la contradicción que encara Trump con su discurso proteccionista: el que promete cerrar las puertas, pero al mismo tiempo no puede dejar de competir el mercado mundial con China; el que se retira de la Alianza del Pacífico pero mantiene la política extractivista a lo largo de todo el mundo (no olvidemos que la riqueza del propio presidente está basada en la explotación de la mano de obra internacional a través de su cadena hotelera); el que quiere expulsar a los mexicanos que representan el 10 por ciento de la riqueza de su país.

De todo esto nos habló el Che hace 53 años, en una pequeña entrevista, en un pequeño despacho, con una pequeña periodista, en una pequeña frase. De todo lo que ocurriría si los pueblos latinoamericanos no superaban el reformismo impulsado por el imperialismo estadounidense; de las contradicciones al interior de esas reformas; de eso que seguro pensó cuando sintió la ineludible necesidad de viajar a Bolivia.

El Furgón

 

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