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Brasil, Brasil :: 05/09/2016

De la liquidación de Dilma a su herencia negativa

Os Editores de odiario.info
El discurso de defensa de Dilma fue valiente; habló mucho de su pasado, pero simuló ignorar su desastrosa gobernanza

Nota de los editores

El pueblo brasileño tiene motivos para sentirse humillado.

La decisión adoptada por el Senado de destituir a Dilma Roussef de la Presidencia de la República constituyó un golpe de estado parlamentario. El impeachment fue aprobado por 61 votos contra 20.

El Senado, durante el debate, parecía más el palco de una comedia dramática de Molière que un Plenario de la Alta Cámara del Congreso. Unos días antes, Renan Calheiros, su presidente, en una respuesta airada a una senadora del PT, calificó al plenario de “manicomio”,

El discurso de defensa de Dilma fue valiente; habló mucho de su pasado, pero simuló ignorar su desastrosa gobernanza. No hubo sorpresas. El veredicto ya había sido definido con mucha antelación por los mecanismos montados por las fuerzas más reaccionarias de Brasil

Las acusaciones contra Dilma eran de una fragilidad transparente. No la responsabilizaron por su implicación en crímenes de corrupción. Se le acusó de utilizar ilegalmente fondos públicos (aunque no en beneficio personal), de manipular el presupuesto y de violar la normativa fiscal.

Es de dominio público que sobre el actual presidente Michel Temer, así como sobre el presidente del Senado y sobre decenas de senadores y diputados pesan gravísimas acusaciones de corrupción; muchos de ellos están envueltos en el Lava Jato, y pradójicamente, en el juicio contra Dilma actuaron de acusadores en vez de encausados.

En toda América latina, el golpe parlamentario provocó una ola de indignación y una lluvia de protestas. Pero Washington reaccionó con satisfacción. Las fuerzas que derrocaron a Dilma cuentan con la confianza de Obama y de Wall Street. El gobierno de Temer ejecutará dócilmente una política de total sumisión al imperialismo.

La deprimente farsa del juicio a Dilma no va a contribuir sin embargo a mejorar la opinión del pueblo brasileño sobre su gobierno. La imagen que de él queda para la Historia es pésima.

Dilma Roussel, en sus dos mandatos, violó ostensiblemente los compromisos asumidos con su electorado.

Al contrario de lo que afirma, su política tuvo un cariz neoliberal. Favoreció al gran capital, cedió desde el principio a las exigencias del imperialismo americano, privatizó, promovió alianzas espurias con partidos de la derecha, se mantuvo pasiva ante la corrupción galopante del PT.

Su ministra de Agricultura, Katia Abreu, aliada con los latifundistas, bloqueó el avance de la Reforma Agraria, y Dilma asistía pasiva al criminal desmantelamiento de la Amazonía.

La solidaridad de Lula no hizo más que perjudicarla. El ex-presidente, implicado en sucias negociaciones, está hoy enfangado en un mar de corrupción. Desprestigiado, de momento tiene cuentas con la Justicia.

No hay atenuantes para el golpe institucional que destituyó a Dilma. Pero la gravedad de la conspiración que la derrocó de la Presidencia de la República no tiene la capacidad de apagar lo obvio: la herencia devastadora de su política.

www.odiario.info. Traducción: Red Roja

 

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