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Mundo :: 27/02/2016

El Salvador: Por qué la guerra social es una guerra

Dagoberto Gutiérrez

La figura de la guerra social recorre todavía un camino pedregoso hacia el punto de la comprensión general del fenómeno, en tanto una guerra diferente a todas las guerras que hemos tenido anteriormente. El hecho no es de fácil comprensión porque una vez terminada la anterior guerra civil, que fue una guerra de 20 años y que enfrentó a una parte de la sociedad con otra parte, entramos formalmente a un mundo de paz. Y los acuerdos que contienen los términos del fin de esa guerra se llaman, precisamente, acuerdos de paz. Estas circunstancias complican más la comprensión porque, entonces, ocurre que esta paz celebrada con alborozo por la población fue el escenario donde se generó la actual guerra. [NdeLH: El autor habla de guerra social porque se calcula que hay entre 50.000 y 70.000 pandilleros en El Salvador, y dado que cada uno tiene el apoyo de unas 10 personas, entre familiares, vecinos y amigos, habría cerca de 700.000 personas simpatizando con las pandillas, el 10% de la población del país].

¿Cómo entender la guerra social?

En primer lugar, constatamos que se da un enfrentamiento de dos agrupaciones armadas: una correspondiente al Estado –las fuerzas policiales y del ejército – y la otra corresponde a fuerzas de pandillas. Ambas buscan el aniquilamiento de la fuerza viva del enemigo. Ya no se trata de una acción policial que actúa como un cuerpo auxiliar de la fiscalía que captura para presentar al detenido ante un juez. Nada de esto se presenta porque se trata del aniquilamiento, en tanto que los policías también son aniquilados. Este es un fenómeno rigurosamente militar que corresponde a toda guerra.

En segundo lugar, se trata de una guerra, reconocida o no, por el control de un territorio, ya que el Estado ha perdido ese control, y éste ha sido ocupado y controlado por las diferentes pandillas. Ambas fuerzas pasan por un proceso de armamentización, de entrenamiento y de coordinación. Las pandillas, por su lado, son fuerzas diferentes, con sus propios intereses, y distintas capacidades militares, y el gobierno ha de coordinar el accionar de la policía, el de las fuerzas armadas, y otros elementos eventuales que participen.

En el caso de las pandillas no conviene excluir la posibilidad de mayores e importantes entendimientos y acuerdos ante las exigencias de una guerra que busca la eliminación de todos los agrupamientos pandilleros. Y las fuerzas gubernamentales también han de prepararse ante la esperable y lógica reacción de las fuerzas que se perfilan cada vez más como la fuerza enemiga.

Estos son los contornos de una guerra que pasa, como ya hemos dicho, por un proceso de armamentización pero de manera diferente. El gobierno equipa a fuerzas gubernamentales y las pandillas simplemente se apoyan en el abundante mercado de armas o en previsibles hechos de corrupción gubernamentales para adquirir variados tipos de armamento. Cada día es más notorio el funcionamiento de campamentos de entrenamiento que, situados preferentemente en áreas rurales, aseguran el descanso, la concentración, el alimento y preparación de más y más fuerzas combativas.

En esta guerra se desarrollan varias guerras, al mismo tiempo, lo que aumenta su complejidad, porque el enfrentamiento entre la policía y la pandilla resulta ser el más evidente y conocido, pero hay otra confrontación entre el ejército y las pandilla, y hay además una tercera que se da entre las pandillas mismas. Y una previsible cuarta guerra entre las pandillas y el narcotráfico. Cuando aparecen en una guerra la multiplicidad de enfrentamientos movidos por diferentes intereses, el fenómeno adquiere una dimensión que dificulta capturar todas sus significaciones.

En todo caso, hay que saber que el control del territorio es la presa perseguida, y no se trata solamente de un espacio físico que asegure el tránsito de mercancías de alto precio, sino el control de la población que ocupa esos territorios.

Esta población controlada es sometida, con o sin su voluntad, a un sistema de normas y criterios, que en algunos casos convierten a las fuerzas de pandillas hasta en factor de solución de problemas comunitarios como el del abastecimiento del agua potable, o el aseguramiento de la defensa y la seguridad. Poco a poco van asumiendo funciones que tendría que estar desempeñando el Estado, pero que han sido abandonadas porque así lo indica la filosofía neoliberal imperante.

Se trata, en realidad, de un enfrentamiento en el que en una primera mirada solo impera la necesidad de aniquilar a la contraparte, pero siguen estando presentes los objetivos políticos que mueven a los contendientes. Este hecho, como ocurre en otros fenómenos similares, resulta ser la base para probables y eventuales niveles útiles de solución no militar a esta confrontación.

Pero este camino aún no se perfila ni se vislumbra en la luz de los fogonazos. Aún falta un trecho que recorrer,  la crisis de la sociedad que ha producido esta guerra sigue moviéndose y sigue agravándose, y siguen pendientes los cursos reales y definitivos de la actual conflictividad. Por ahora, es posible afirmar que esta guerra es el hecho político cuya solución puede abrir las compuertas para el abordaje de otras problemáticas pendientes.

Voces

 

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