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Colombia, Colombia :: 17/07/2019

¿Nació torcido el árbol del ejército?

Coce -ELN
Degradación de las tropas estatales y paraestatales

Gracias a un diario de Nueva York en mayo pasado se supo que en el Ejército estatal seguían existiendo órdenes operativas que obligan a las tropas a presentar bajas numerosas, sin importar cómo las obtengan.

Organizaciones internacionales defensoras de DDHH también alertaron sobre la composición del comando de las tropas durante este Gobierno, debido al ascenso de varios Generales responsables de Crímenes de Lesa Humanidad perpetrados contra civiles inocentes durante el Gobierno de Uribe Vélez (2002-2010), los que en Colombia llamamos Falsos Positivos.

La semana pasada una revista nacional sacó a la luz pública documentos que revelan cómo existe un estado de corrupción generalizado al interior de las Fuerzas Militares, que enloda hasta a los Generales que ahora son los principales integrantes de la cúpula militar de este Gobierno.

Las leyes dicen que la función de las Fuerzas Armadas es cuidar a los ciudadanos y a los bienes públicos, pero la realidad demuestra lo contrario y habría que preguntar si ¿Colombia asiste a un escándalo de “manzanas podridas” o es que el propio árbol se pudrió?

Para encontrar responsabilidades, algunos piden revisar la mutación que ha sufrido el Ejército desde que lo creó el Libertador Simón Bolívar, precisamente el 7 de agosto hace 200 años, en la Batalla de Boyacá que selló nuestra independencia del imperio español.

Si hubo algo en que Bolívar insistió fue en que los soldados le sirven a la patria de manera altruista y desinteresada, al tiempo que clamó para que el Ejército se dedicara a cuidar las fronteras sin intervenir en las disputas internas por el poder, además de recalcar en el buen uso de las armas. Entonces, no le echemos la culpa al Libertador, ni digamos que “el árbol nació torcido”.

Todas las guerras civiles del siglo XIX son la mejor muestra de lo pronto que olvidamos las enseñanzas de Bolívar y demuestran cómo él “aró en el mar”.

En los inicios del siglo XX, asumamos que el Ejército cumplió su deber en las escaramuzas fronterizas con el Perú, pero en la Masacre de las Bananeras del 6 de diciembre de 1928 torció su rumbo al colocarse al servicio de la United Fruit Company. Gaitán lo dijo con claridad: pesó más el oro yanqui que la vida de los trabajadores.

Desde entonces la mutación no ha dejado de agravarse en las Fuerzas Armadas, gobernada por el siniestro binomio de matar y lucrarse.

En este debate sobre las armas de la República, varios creen que el problema se arregla con fortalecer una Inspectoría General de las Fuerzas Armadas, mientras otros piensan que a las “ovejas negras” las pueden cazar los lobos de las Secciones de Contrainteligencia; cuando estos remedios apenas se ocupan de las consecuencias, dejando intactas sus causas.

La degradación de las tropas estatales y paraestatales recuerda la necesidad de pasar la página de la guerra y de hacer transformaciones para la paz.

¿Por qué no revisar la Doctrina de seguridad y colocarle fin al conflicto armado? De esta forma Colombia no necesitaría gastar un tercio de su presupuesto en la guerra ni tener medio millón de soldados y policías, sin contar las fuerzas paraestatales. Sacar la violencia de la política es la solución, pero el ex presidente Uribe sigue obsesionado en hacer trizas la paz.

En agosto pasado 12 millones de compatriotas votaron en una Consulta Popular contra la corrupción y por la paz, ¿por qué la élite gobernante no los acata? Esta sordera obliga a persistir en acrecentar las mayorías nacionales por las paz y las transformaciones, hasta que estas las volvamos una realidad.

Insurrección

 

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