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Mundo, Mundo :: 07/03/2018

¿Una vacuna contra el "mal holandés"?

Eric Toussaint y Damien Millet
Cuando un país tiene un recurso natural abundante, el crecimiento del PIB puede ser muy fuerte los primeros años, pero los beneficios son para las multinacionales

¡El mal holandés! Esta historia empieza en 1959 en Slochteren, en la provincia de Groningue en el norte de los Países Bajos, con el descubrimiento del mayor yacimiento de gas natural de Europa occidental, uno de los más importantes del mundo.

Usted acaba de sentarse ante su nuevo escritorio. Acaricia el terciopelo rojo de los reposabrazos, cierra los ojos. Hace un año -todo aquello parece muy lejano- en este pequeño Estado petrolero de un continente desfavorecido el dictador parecía sólidamente asentado en su puesto, pero hacia finales de año muchos pueblos vecinos se sublevaron y la revolución se extendió como una mancha de aceite. Enseguida usted se implicó en la movilización. El dictador huyó tras varias masacres, el apoyo de algunos ministros de la Europa occidental que pasaban placenteramente sus vacaciones en alguna de sus ciudades no fue suficiente. El movimiento popular recibió el apoyo de una parte del ejército y durante las discusiones entre movimientos sociales y responsables militares unidos a la causa que usted defendía, surgió su nombre. Laborioso al principio, el proceso electoral finalmente llegó a buen puerto. Usted fue elegido ayer con una mayoría cómoda y acaba de instalarse en el palacio presidencial. Tiene la impresión de que Emmanuel Macron le tuteará, pero a fin de cuentas no le va a ayudar.
Sabe que Donald Trump le va a zarandear, pero usted se enfrentará a él.
Piensa que tiene los ases en la mano.

Usted sabe que otros gobernantes progresistas llegaron al poder, pero las experiencias no fueron concluyentes, ni mucho menos. No ignora que la partida es complicada. No le faltan opositores: dentro del país los grandes medios de comunicación privados se ensañan con su movimiento, las grandes empresas extranjeras y los capitalistas locales que se beneficiaron de las privatizaciones realizadas por su predecesor, las rentas más altas preocupadas por sus fortunas. En el extranjero las grandes potencias no ven con buenos ojos sus declaraciones sobre un proyecto de desarrollo endógeno. El FMI y el Banco Mundial, al servicio de los grandes acreedores, quieren que el nuevo régimen reconozca la deuda contraída por la dictadura derrocada. Quieren también que usted imponga nuevas medidas de ajuste estructural con el fin de reducir el déficit presupuestario y reembolsar la deuda. Pero usted tiene la confianza de su pueblo y no quiere decepcionarle. Una expresión pronunciada por un amigo economista, a quien usted confió la cartera de Finanzas, ha llamado su atención: «¡Siempre que no seamos víctimas del mal holandés!».

¡El mal holandés! Esta historia comienza en 1959 en Slochteren, en la provincia de Groningue en el norte de los Países Bajos, con el descubrimiento del mayor yacimiento de gas natural de Europa occidental, uno de los más importantes del mundo: 2.820 billones de metros cúbicos. En los años siguientes las autoridades holandesas incitaron a particulares y empresas a volverse hacia el gas natural. Las minas de carbón se cerraron. En 1965 el primer contrato de venta del gas de Groningue en el extranjero se firmó con la empresa alemana Ruhrgas por más de 3.000 millones de metros cúbicos anuales, es decir, en torno al consumo anual de Suiza en la actualidad. Las exportaciones se desarrollaron rápidamente hacia los países vecinos. Las divisas fluían, las perspectivas eran florecientes.

Puerto de Waal de noche

En suma la economía se volvió dependiente de su principal fuente de exportación. Pero la realidad es menos rosa. Porque después del rápido crecimiento de las exportaciones la moneda holandesa, el florín, se revalorizó largamente con respecto a las demás divisas. Por eso las exportaciones de los demás sectores se volvieron menos competitivas en los mercados extranjeros, lo que provocó una fuerte contracción del sector industrial. El sector del gas –con todo lo que le estaba vinculado en un primer tiempo, como la construcción de las infraestructuras necesarias- tendía a acaparar la mayoría de las inversiones mientras los otros sectores se ralentizaban. Cada vez más las rentas de la exportación servían para financiar las importaciones de bienes y servicios que el sistema productivo del país no podía suministrar a precios competitivos. En suma, la economía se vuelve dependiente de su principal fuente de exportación. He ahí por qué a mediados de los años 70 La Haya sufrió grandes dificultades económicas mientras la producción de gas natural llegaba al máximo: 81,7 billones de metros cúbicos en 1976 (1), antes de estabilizarse entre 60 y 70 billones de metros cúbicos en 1982. El 26 de noviembre de 1977 The Economist sacaba el titular de lo que denominó «the Dutch disease». Había nacido el mal holandés.

Sin embargo el fenómeno nació mucho antes de los años 60. Ya en el siglo XVI España, gracias al saqueo del Nuevo Mundo, se benefició de la llegada masiva de oro y metales preciosos procedentes de América. Pero en unos decenios su sector manufacturero retrocedió y comenzó un período de declive financiero. Lo mismo pasó en Australia en el siglo XIX en el momento de la avalancha del oro. Más recientemente Nigeria, Argelia, Venezuela o México, todos fuertemente dependientes de la renta petrolera, se han contagiado.

Las amenazas planean también sobre los países donde podría emprenderse ese proceso: En el Norte Canadá, con el petróleo de Alberta, o Rusia. En el Sur el Chad y Guinea Ecuatorial, nuevos exportadores de petróleo, así como Paraguay con la soja transgénica y Bolivia con el litio…

Cuando un país en desarrollo es afectado por el mal holandés, el crecimiento del PIB puede ser muy fuerte los primeros años, pero las rentas enriquecen a las multinacionales del sector, a los capitalistas locales que se especializan particularmente en la importación de bienes de consumo adquiridos en el extranjero gracias a las materias primas exportadas, y a una minoría de personas próximas al poder, sin permitir el desarrollo de una industria sobre el terreno. Por ejemplo, la explotación del petróleo del Chad ha permitido la creación de algunos miles de empleos in situ (35.000 durante la construcción del oleoducto, alrededor de 2.300 de forma permanente después) mejor pagados que en los demás sectores, lo que ha atraído a los productores de algodón, antes primer producto de exportación: el cultivo del algodón se ha marginado y finalmente toda la economía local se ha desorganizado, sin olvidar los múltiples daños medioambientales y las repetidas violaciones de los derechos de las poblaciones que viven en la zona. Algunos países como Argentina y Brasil, dotados de industrias de tecnología avanzada en los años 1960-1970, conocieron una inquietante regresión debido a una dependencia creciente de la exportación de bienes primarios (minerales, soja transgénica, carne…). Cuando se trata de un país industrializado, el crecimiento se debilita rápidamente en los demás sectores y la economía puede entrar en recesión. Cuando el recurso se hace escaso o el precio en el mercado baja tan fuertemente que su explotación ya no es rentable la situación se deteriora muy deprisa. Por lo tanto es urgente encontrar una vacuna innovadora.

Argelia lo ha intentado, pero en lugar de invertir en la economía productiva desarrollando un modelo de industrialización innovador, el Gobierno ha utilizado las rentas petroleras y gasísticas para reembolsar de manera anticipada una gran parte de la deuda. Noruega también tomó opciones muy discutibles con sus rentas procedentes de los hidrocarburos: creó un fondo soberano para realizar inversiones en el extranjero limitando fuertemente las subidas salariales. Para las poblaciones el beneficio es mínimo. Por el contrario los acreedores y las instituciones financieras privadas se lucran ampliamente.

Otra vía se impone, sentemos las bases

Si el mal holandés llega a provocar tantos daños es porque las economías de los países concernidos son frágiles previamente. La lógica impuesta al Sur por el FMI y el Banco Mundial desde los años 80 a través de los planes de ajuste estructural tiene la mayor parte de la culpa: con el fin de recuperar las divisas necesarias para el reembolso de la deuda, erigido como prioridad absoluta, los países superendeudados son obligados a abrir sus economías y eliminar cualquier forma de protección de sus sectores vitales, a poner en competencia desleal a sus productores con las multinacionales, a reducir las superficies dedicadas a cultivos de subsistencia y a especializarse en monocultivos de exportación. Después de la crisis de la deuda de principios de los años 80, todo ese proceso condujo a un duro sometimiento de los pueblos del Sur a los poseedores de capitales. Ese modelo de desarrollo extractivo, basado en las exportaciones de bienes primarios y la importación de alimentos y bienes manufacturados, ha conducido a un callejón sin salida, con los derechos humanos fundamentales pisoteados a gran escala y un impacto medioambiental desastroso. 

Frente a los promotores de la globalización neoliberal, la única alternativa es un enfoque a largo plazo dirigido a disminuir la dependencia de los mercados financieros y de las exportaciones/importaciones, a redistribuir la riqueza de forma más justa con el fin de reducir las desigualdades, a repartir mejor la producción de la riqueza nacional, en un círculo virtuoso basado en la satisfacción y la promoción de la demanda interna, con prioridad acordada de los derechos económicos, sociales y culturales de toda la población, en detrimento del consumo de lujo frenético de las clases favorecidas. Deben establecerse programas sociales de acceso gratuito a la sanidad, a la educación (desde la primara a la universitaria) y a la cultura. Con el acompañamiento de la integración regional entre los países cuyos gobiernos compartan una misma visión de los cambios estructurales necesarios (en el terreno de la propiedad, los derechos sociales, los derechos de las mujeres, los de los pueblos originarios, los derechos civiles y políticos) rechazando la lógica capitalista, extractiva y exportadora [un poco como Venezuela y Bolivia].

El valor añadido de la riqueza natural afectada por el mal holandés debe crearse in situ: el fin no debe ser exportar petróleo bruto para importar gasolina o queroseno a precio mucho más elevado. En el caso del petróleo debe existir una empresa pública para refinarlo, producir los derivados y comercializarlos en sus diferentes formas. El conjunto del continente africano solo posee unas cuarenta refinerías, a menudo mal mantenidas, que por supuesto no alcanzan a satisfacer la demanda regional. Por ejemplo en Nigeria tres de las cuatro refinerías fueron reactivadas en julio de 2015, pero no funcionan al máximo de sus capacidades. Incitada a volver su economía hacia la exportación para procurarse las divisas necesarias para reembolsar su deuda, Nigeria saca el 70 % de sus rentas y alrededor del 90 % de sus recursos en divisas de las exportaciones de crudo. Solamente el 10 % de su producción se refina en el país. La economía nigeriana es muy frágil y dependiente del petróleo que sin embargo no permite al país salir de la pobreza.

Más allá hay que desarrollar un sector manufacturero con el fin de instaurar un modelo de industrialización para sustitución de las importaciones, disminuir el número de productos importados, especialmente completos y semicompletos, y gestionar localmente su fabricación. Los gobiernos deben optar radicalmente por la soberanía alimentaria de los países apoyando la producción de subsistencia local. El financiamiento de tales sectores debe ser garantizado por los recursos de exportación, pero también por la creación a nivel regional de un organismo público multilateral que podría financiar tales enfoques, una especie de «Banco del Sur» que permitiera a los países signatarios mutualizar las inversiones (2). En contrapartida dichos países podrían beneficiarse de los bienes y servicios de los otros estados implicados a una tarifa inferior a la de los precios mundiales.

El presidente venezolano Hugo Chávez lanzó la iniciativa Petrocaribe gracias a la cual Venezuela establecía una rebaja consecuente (del 20 %) sobre la venta del petróleo a los países del Caribe mientras vendía a precios altos a EEUU. También se establecieron trueques (por ejemplo de petróleo por servicios de personal sanitario), especialmente con Cuba, para reducir la exposición financiera. Pero con la caída del precio del petróleo, a partir de 2015, el Gobierno venezolano se enfrentó a una fuerte bajada de sus rentas y tuvo que poner fin [parcialmente] al programa Petrocaribe. Como vemos tampoco fue capaz de librarse del mal holandés, lo que nos deja muchas enseñanzas: hay que redoblar esfuerzos y operar una auténtica transformación del modelo de desarrollo para liberarse de la dependencia total con respecto a las materias primas. Y no pretender encontrar una vía progresista dentro del modelo capitalista.

Un Banco del Sur muy tímido vio la luz por iniciativa de Venezuela, Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Paraguay y Uruguay. Dicho banco habría podido financiar la conexión de las redes ferroviarias de esos países relanzando la industria de producción de todo el material necesario para vías de calidad modernizando las redes nacionales existentes. También habría podido financiar el desarrollo de una industria farmacéutica regional con el fin de producir medicamentos genéricos y promover las plantas medicinales tradicionales. La creación de una moneda común de esos países habría podido constituir un objetivo. Pero los [nuevos] dirigentes brasileños y argentinos, vinculados a los intereses de los capitalistas del Norte y del Sur, sabotearon la estructura desde dentro.

Con el fin de reducir la dependencia de los mercados financieros, que vuelven al país más vulnerable por una eventual revalorización de su moneda, también hay que emprender una serie de medidas valientes: realizar una auditoría de la deuda pública para determinar la parte odiosa o ilegítima, en vistas a una repudiación impuesta a los acreedores sobre la base de textos jurídicos internacionales. Mientras tanto declarar una moratoria del reembolso de esa deuda sin penalizaciones de demora. Abandonar las políticas de ajuste estructural. Dejar definitivamente el FMI, el Banco Mundial y la OMC e incitar a los demás países a hacer lo mismo. Exigir en justicia la expropiación de bienes mal adquiridos por los regímenes dictatoriales precedentes y su retrocesión al Estado. Reinstaurar el control sobre los movimientos de capitales. Gravar fuertemente los beneficios de las multinacionales instaladas en el país y los patrimonios de las grandes fortunas. Nacionalizar el sector bancario y el sector petrolero.

Ustedes saben que para triunfar tendrá que enfrentarse a todos los que se benefician del sistema actual. Y saben que son poderosos. Pero también saben que la gran mayoría de su pueblo les apoyará porque ustedes son precisamente la punta de lanza de una lucha que es la suya. Ustedes tienen en su mano los ingredientes de la vacuna contra el mal holandés. Ciertamente algunos han ganado el Premio Nobel por menos de eso… Abran los ojos y sonrían: ¿El de Economía o el de Medicina? Entonces empiecen a reírse de ustedes mismo porque saben que los revolucionarios nunca ganan el Premio Nobel, que ustedes no tienen ninguna posibilidad de recibirlo.

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Notas:

(1) BP, Statistical Review of World Energy 2002.

(2) Ver de Éric Toussaint El Banco del Sur y la nueva crisis internacional, El Viejo Topo 2008.

www.cadtm.org. Traducido del francés para Rebelión por Caty R. Revisado por La Haine

 

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