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Mundo :: 23/12/2007

La crisis de Pakistán y el segundo golpe de Estado del general Musharraf

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Pakistán, un país que nunca ha estado en calma incluso en tiempos normales, ha entrado en una turbulencia todavía más intensa desde que el general Musharraf, presidente del país y jefe del ejército, declaró el estado de emergencia.

La única razón por la que el gobierno de emergencia de Musharraf no se ha etiquetado como dictadura militar es que él se tomó toda la autoridad en sus propias manos como presidente civil, no como jefe de las fuerzas armadas, aunque fue un golpe militar lo que lo hizo presidente en 1999.
El gobierno de emergencia significa la suspensión de la constitución, incluyendo el derecho de una persona arrestada a ser informada de los cargos en su contra y a tener un abogado, la libertad de movimiento y otros derechos individuales. Aunque la mayoría del pueblo en Pakistán nunca ha disfrutado de ningún derecho en absoluto en los hechos, ni hablar de palabras, esto le dio a Musharraf el poder de actuar arbitrariamente contra cualquiera. De más importancia, le permitió despedir a todos los jueces de la Suprema Corte y detener al juez en jefe, Iftikhar Chaudhry. Luego lanzó medidas drásticas de represión contra las fuerzas políticas de oposición, los activistas de derechos humanos y abogados. Las estaciones de televisión privada fueron forzadas a salir del aire por un tiempo, y cuando empezaron a transmitir de nuevo enfrentaron restricciones severas sobre lo que podían mostrar y decir. Cerca de 6.000 personas fueron arrestadas y detenidas; a pesar de los anuncios de la liberación de 3.000 personas el 21 de noviembre, varios miles más están todavía encarceladas y los arrestos de periodistas y estudiantes continúan.
Musharraf justificó el gobierno de emergencia en nombre de luchar contra el terrorismo islámico, pero como muchos observadores han señalado, de hecho ha apuntado la represión contra las fuerzas no fundamentalistas que se han atrevido a oponerse al régimen, incluyendo un sector de las masas, mientras que también está usando sus poderes para maniobrar en contra y extraer acuerdos de sus dos rivales políticos principales, los ex primeros ministros Benazir Bhutto y Nawaz Sharif, ambos tan identificados como el mismo Musharraf con la islamización de Pakistán.

El propósito de este golpe de Estado

Unas cuantas horas después de la declaración del gobierno de emergencia, el general Musharraf salió en la televisión estatal para justificarlo. Dijo: “Pakistán se encuentra en una encrucijada peligrosa y la unión de Pakistán está en peligro.” El terrorismo y el extremismo, continuó, han alcanzado “niveles extremos” y el “funcionamiento del gobierno está paralizado en este momento”. El problema más importante, concluyó, era: “Las agencias de orden público están desmoralizadas especialmente en Islamabad y han perdido la esperanza porque sus oficiales han sido castigados. Tenemos una fuerza desmoralizada con baja moral”.
La mayoría de la gente estaría de acuerdo con la evaluación de la situación del general, dadas las humillaciones y reveses que su régimen ha enfrentado en los últimos meses. La desmoralización de sus fuerzas armadas se volvió muy obvia recientemente cuando 300 soldados se rindieron voluntariamente a los fundamentalistas islámicos a los que estaban combatiendo en la región noroccidental del país.
Musharraf le echó la culpa de la situación a la Corte Suprema y su cabeza Chaudhry. El gobierno estaba paralizado y las fuerzas armadas desmoralizadas, dijo, porque “todos los altos representantes del gobierno están constantemente yendo a las cortes, especialmente a la Corte Suprema…. [y] están siendo sentenciados”. Musharraf también le echó la culpa a la corte por poner obstáculos a la lucha contra los fundamentalistas ordenando su liberación. Además, dijo, “Ciertos canales y ciertos programas de ciertos canales de los medios también han contribuido a esta caída, a este pensamiento negativo, a esta proyección negativa. Y estoy triste por esto también”.
El general no ocultó su amargura por los sucesos de la primavera pasada, que resultaron desastrosas para él. Había despedido a Chaudhry una vez antes, en marzo, acusándolo de corrupción. Esto encendió una protesta por parte de abogados y defensores de derechos humanos. En el apogeo del movimiento en mayo, cuando el juez estaba por presentarse en un mitin en Karachi, Musharraf mandó a los matones del MQM (Movimiento Mutahida Qaumi, uno de los escasos grupos que lo apoyan) para perturbar el acto y asaltar a la multitud, quienes mataron a 49 personas. Chaudhry no pudo dejar el aeropuerto de Karachi y el mitin fue cancelado.
En mayo las tiendas y los mercados de las ciudades principales cerraron para protestar por el ataque en Karachi. Se hicieron otras manifestaciones contra Musharraf por todo el país. Finalmente la Corte Suprema tomó la decisión de que el despido de Chaudhry era ilegal, y lo restituyó como juez en jefe. Aunque el movimiento contra Musharraf en general y la lucha determinada de los abogados en las calles no fueron el único factor en esta decisión, sí dio fuerza a algunos de los jueces y especialmente a Chaudhry para oponerse más firmemente contra las acciones arbitrarias de Musharraf. Por ejemplo, la Corte Suprema dictaminó en contra de la decisión de Musharraf de deportar a Sharif pocas horas después de que regresó de su exilio en Arabia Saudita. Lo que rebasó la copa fue cuando la Corte Suprema amenazó el arreglo entre Musharraf y Bhutto, negociado abiertamente por Estados Unidos, rehusando retirar los cargos de corrupción que enfrenta Bhutto cuando regresara del exilio en Dubai.
Pero en su declaración del gobierno de emergencia, la principal acusación de Musharraf contra la corte era que se había vuelto un obstáculo en la lucha contra el fundamentalismo islámico. “Los terroristas que habían sido declarados ‘negros’ por las agencias de inteligencia, que significa ‘terroristas confirmados’, fueron liberados por la Corte”, dijo. No es posible aquí examinar completamente las relaciones contradictorias de Musharraf con las diferentes fuerzas islámicas fundamentalistas pakistaníes y las formas en que se ha aliado con varios de estos grupos y que a su vez los ha combatido en momentos distintos. Lo importante es que está sosteniendo abiertamente que cualquiera que sea llamado “negro” por sus agencias de inteligencia es automáticamente un “terrorista confirmado” y no hay necesidad de más procedimientos legales.
Desde el 11 de septiembre de 2001 y especialmente en los últimos dos años Pakistán ha sido el escenario de muchas “desapariciones”. Los pasos de muchos que han desaparecido llevan al Servicio Interno de Inteligencia y otras agencias de inteligencia. A menudo la gente es recogida en la calle, en las paradas de los buses, sitios de trabajo y otros lugares. Sus familias nunca son informadas; simplemente no reciben noticias de sus seres queridos por meses. Algunos de los desaparecidos tienen antecedentes fundamentalistas islámicos. Pero muchos no; de hecho, no han estado involucrados con ninguna actividad religiosa. Muchos son activistas políticos de la oposición. Muchos de estos casos están relacionados con la insurgencia que está intentando lograr la autonomía local en la provincia oriental de Baluchistán. Algunos son abogados o defensores de derechos humanos o sólo oponentes políticos. Bajo la presión de las familias, en enero de 2007 la Corte Suprema dio el paso extremadamente tímido de ordenar que las agencias trataran con más firmeza de “encontrar” a 41 personas reportadas como desaparecidas. En consecuencia la mitad de ellos fueron liberadas discretamente. Estas son algunas de las personas a las que Musharraf se refiere cuando se queja de que la Corte liberó a “terroristas confirmados”.

El desarrollo de la crisis en Pakistán

En el curso de los últimos años Pakistán ha saltado de una crisis a otra, y esta es la más seria. ¿Cuáles son la dinámica y las características de esta inestabilidad?
Un factor es geopolítico: Pakistán está situado en una parte muy intensa del mundo, y este es un momento muy intenso en los asuntos mundiales. Pakistán es la puerta a tres regiones críticas del mundo. Al norte está Asia Central, al este India y el Sur de Asia, y, de más importancia, al oeste está el Medio Oriente. Otro es el rol que el país ha jugado en sus 60 años de existencia, incluyendo sus relaciones contenciosas con India (que Inglaterra y Estados Unidos quieren que le contrarreste) y su historia como un Estado clientelar de Estados Unidos en la Guerra Fría, incluyendo la forja de una interrelación especial con Afganistán. Estos factores solos harían al país muy volátil y vulnerable a los sucesos en los Estados vecinos.
Ahora hay un nuevo elemento en esto: la profundización de la crisis en el Medio Oriente y especialmente las ondas de choque de una inminente guerra contra Irán. Ya hemos visto como en la marcha de los acontecimientos en Turquía, Kurdistán e Irak está siendo condicionada por la campaña de Estados Unidos para reestructurar el Medio Oriente. Esto es ciertamente al menos verdad para Pakistán, un importante aliado de Estados Unidos “de fuera de la OTAN”, como lo llaman los estrategas políticos de Estados Unidos, al que se le ha asignado un papel indispensable en llevar a cabo los planes en la región.
Esto ha llevado a que Estados Unidos apoye a fuerzas sociales y políticas particulares dentro del país, y juegue un papel potencialmente decisivo en su política. Esta no es ni mucho menos la única razón de las desgracias del país (la dominación imperialistas obra por medio de las propias clases dominantes reaccionarias del país), pero es una importante razón por la cual Pakistán ha vivido una tras otra crisis desde su fundación hace 60 años, y por qué estas crisis, en diferentes formas, se han intensificado en los últimos años.
Por más de dos años, el gobierno ha enfrentado una insurgencia étnica en Baluchistán, una provincia al occidente con grandes reservas de petróleo y gas. La guerra del ejército en contra de pueblo de esta región sigue en marcha. La abrumadora mayoría de raptos registrados por la Comisión de Derechos Humanos son de Baluchistán.
La Provincia Fronterizo Noroccidental ha sido un importante escenario de las actividades de los fundamentalistas islámicos. El vecino Waziristán, supuestamente un paraíso seguro para los talibanes del vecino Afganistán y algunos activistas de Al-Qaeda, está fuera del control del gobierno. Recientemente los fundamentalistas islámicos han extendido su movimiento armado más allá de la frontera, hacia Swat, donde antes no había bases y la actividad era escasa. El gobierno de Pakistán ha estado involucrado oficialmente en la lucha para poner freno a los fundamentalistas islámicos en el zona de la provincia Fronteriza Noroccidental. Sin embargo, hubo un cese al fuego de 10 meses entre el gobierno y las tribus armadas de Waziristán.
A pesar de los esfuerzos de Musharraf, este cese al fuego se terminó en julio, no mucho después de que los comandos del ejército bombardearan el complejo de mezquitas Lal Masjid (Mezquita Roja) y mataron a cientos de personas. La mezquita había sido ocupada por un grupo de fundamentalistas islámicos. El general Musharraf estaba determinado a usar esta crisis para reestablecer la autoridad que había perdido en el conflicto con la Corte Suprema durante los meses anteriores. Pero en vez de restaurar la autoridad del general y resolver sus problemas, esta operación sangrienta hizo caer al régimen en una crisis más profunda, ocasionando una inusitada serie de bombas suicidas y otros actos de represalia de las fuerzas fundamentalistas islámicas. Dichas actividades han estado pasando esporádicamente en Pakistán desde 2001, especialmente en relación a la disputa religiosa entre fuerzas chiítas y sunitas, pero el nivel de intensidad ha sido tolerable para el gobierno de Musharraf. Desde la masacre de la Mezquita Roja, las bombas suicidas se han incrementado dramáticamente. La situación se volvió incluso peor cuando poco después los combatientes tribales en el norte de Waziristán abandonaron unilateralmente su acuerdo de cese al fuego con el gobierno y comenzaron a atacar directamente a las fuerzas armadas allí. Hasta ahora. El ejército no ha logrado en absoluto controlar la zona.

El último enfrentamiento de Musharraf

Estas crisis separadas pero entrelazadas y las subyacentes fallas sociales han llevado al régimen al borde del colapso. Esto plantea problemas sin precedentes e incluso peligros para Estados Unidos y sus intereses y objetivos regionales. El que el régimen de Bush no haya actuado con más decisión, sin embrago, quizás de debe a que no hay una solución clara. Hasta ahora, parece que ha estado trabajado para remediar la situación lo mejor posible bajo las circunstancias.
Su principal remedio, hasta ahora, ha sido Benazir Bhutto, dos veces primera ministra a finales de los años 1980 y 1990. Aunque actualmente ha sido promovida como una figura laica, al menos para el consumo del público de occidente, cuando ella gobernó no hizo nada para dar marcha a atrás a la creciente islamización del país (incluyendo las tristemente célebres leyes islámicas anti-mujeres Hudood) y la alianza entre los militares y los fundamentalista; de hecho, ella presidió la instauración de los talibanes en el poder en Afganistán a instancias de Estados Unidos. Hasta hace poco, mientras el régimen de Musharraf parecía estable, Estados Unidos ignoró sus esfuerzos de ganar los favores de Estados Unidos. De repente Condoleezza Rice acogió a Bhutto en su regazo y anunció que Estados Unidos quería un arreglo en que Musharraf se quitaría el uniforme de militar y sería transformado mágicamente en un presidente civil (mientras retenía su puesto como comandante en jefe, como los presidentes civiles en muchos países). Bhutto sería su primera ministra y al poner fin al “gobierno de un solo hombre” transformaría al régimen ampliamente odiado y aislado en algo más estable. Inglaterra también apoyó este esquema.
Algunos apologistas de Bhutto alegan que ella tenía que aceptar dicho acuerdo porque no podría gobernar sin el apoyo del ejército. Una forma más sincera de decirlo es que ella ayudaría a darle una cara civil a un régimen básicamente militar. El futuro de este arreglo todavía no está claro, pero es razonable pensar que Musharraf empiece a dudar si Bhutto lo podría rescatar realmente, y por lo tanto si este arreglo de compartir el poder realmente le ofrece algo. Los estrategas políticos de Estados Unidos bien podían haber dudado acerca de si dicho acuerdo “salvaría” la situación en términos de sus intereses, e incluso si el régimen sería fortalecido o debilitado por él. No puede haber duda de que un régimen fuerte, bajo la batuta de Estados Unidos, por supuesto, es lo que Estados Unidos más quiere.
Este acuerdo de repartirse el poder estaba bajo una presión tremenda desde diferentes círculos de la realidad de Pakistán. Estas presiones llevaron a Musharraf al segundo golpe de Estado. El que se lanzara con la aprobación de los imperialistas y especialmente cuáles imperialistas, no está claro. Hay razones para pensar que Inglaterra podría haber estado más entusiasta acerca del regreso de Bhutto y mucho menos indulgente que Estados Unidos acerca del golpe de Estado de Musharraf. (Los “intereses” y la influencia de Inglaterra en Pakistán ocupan el segundo lugar después de Estados Unidos). Pero lo que es cierto es que fue otro intento y tal vez un intento final desesperado de Musharraf y del ejército para restaurar y consolidar la autoridad que habían ido perdiendo en los últimos años, y para ponerlo en una posición más fuerte frente a otro compromiso o reparto de poder, lo cual podría funcionar bien una vez la supremacía de Musharraf estuviera asegurada.
Desde el principio el golpe de Estado ha sido un gran riesgo. Podría fortalecer la posición de Musharraf y permitirle avanzar en el acuerdo con Bhutto, o podría terminar el acuerdo de reparto de poder por completo, y más aún, empeorar la situación para el régimen. Aunque el golpe de Estado no fuera aprobado previamente por Bush y su administración, Musharraf probablemente calculaba que en este momento, Estados Unidos no se iría en contra de él y que no tendrían ninguna alternativa mejor. No lanzar el golpe de Estado y dejar las cosas como estaban podría hacer las cosas peores para él y para ellos.
Esta orientación fue expresada por Tariq Azim, ministro de Información: “Ellos preferirían a un Pakistán estable, aunque con algunas normas restrictivas, que tener una democracia propensa a caer en manos de extremistas… Dada la opción, sé lo que nuestros amigos escogerían”. (Esta y las citas que siguen son de: David Sanger y David Rohde, “Es probable que Estados Unidos continúe apoyando a Pakistán”, International Herald Tribune, 4 de noviembre de 2007.)

Estados Unidos y el golpe de Estado

La administración Bush insistió en que no jugó ningún rol en el golpe de Estado y que lo habían desanimado y advertido en contra de dicho movimiento. La crítica más fuerte a Musharraf fue del secretario de Defensa Robert Gates, que durante una rueda de prensa llamó al golpe de Estado “perturbador”. Pero no condenó la declaración de estado de emergencia y señaló que “Pakistán es un país de gran importancia estratégica para Estados Unidos y un socio clave en la guerra contra el terror… Nos cuidamos de no hacer nada que socave los actuales esfuerzos contraterroristas”.
La secretaria de Estado estadounidense Rice tampoco se negó a condenar o criticar el estado de emergencia. Su mayor amenaza fue que Estados Unidos reconsiderara su ayuda a Pakistán, pero aclaró que la ayuda militar destinada a la llamada guerra contra el terrorismo no sería afectada. Dijo que lo que más le interesaba a Bush era “proteger a Estados Unidos y proteger a los ciudadanos estadounidenses continuando la lucha contra los terroristas”.
El subsecretario de Estado John Negroponte fue a Pakistán y sostuvo conversaciones con Musharraf y Asfaq Kiani, el sucesor designado por Musharraf como jefe del ejército cuando el general renuncie. (Identificado por los medios del Occidente como pro-estadounidense y “moderado”, Kiani es el jefe de inteligencia militar y ha sido llamado el “arquitecto” del papel de Pakistán con el apoyo de Estados Unidos para colocar a los talibanes en el poder en Afganistán.) Antes de ir a Pakistán, Negroponte le dijo a un comité del Congreso de Estados Unidos: “La línea divisoria es que no hay duda de que tenemos un interés en Pakistán” (International Herald Tribune, 7 de noviembre de 2007).
El hombre no lo pudo haber dicho de manera más contundente. Sus acciones no fueron menos contundentes de acuerdo a los reportes que el mismo Negroponte confirmó más tarde, pasó la mayor parte del tiempo con Kiani. Puede que Estados Unidos no lo esté apostando todo a la supervivencia de Musharraf, pero sin importar lo que pase aún está determinado a tener al ejército pakistaní, el cual se puede asegurar seguirá recibiendo la tajada del león de los cerca mil millones de dólares que Estados Unidos le envía a Pakistán cada año.
Pero mientras se abstienen de criticar los actos de represión de Musharraf (hasta hace poco cuando el golpe de Estado parecía estar dando resultados negativos), en sus comentarios sobre Pakistán los funcionarios estadounidenses e ingleses enfatizaron que debía celebrar elecciones. Eso satisfaría las preocupaciones de Estados Unidos acerca la democracia y no tendría que preocuparse acerca de nada más. No importa si la constitución esté suspendida y el ejército y Musharraf hagan lo que quieran hacer. No importa si arrestan, persiguen e intimidan a millones de masas y a miles de oponentes y manifestantes. En sus comentarios públicos acerca de la situación en Pakistán, Bush no denunció al gobierno de emergencia de Musharraf y no expresó el más ligero disgusto acerca del reino del terror. Dijo que su mensaje a Musharraf era: “Creemos fuertemente en las elecciones, y usted debería celebrar elecciones pronto, y necesita quitarse el uniforme… No puede ser el presidente y el jefe del ejército al mismo tiempo” (International Herald Tribune, 7 de noviembre de 2007). Rice, reiterando esta posición, dijo: “Tenemos un punto de vista muy claro de que las elecciones tienen que celebrarse a tiempo, lo que significa a principios del año”.
Eso es, de hecho, lo que Musharraf ha dicho que va a pasar. En su discurso para justificar el gobierno de emergencia, Musharraf concluyó con este argumento: “A mi parecer, los tres pilares del Estado, o sea, el judicial, el ejecutivo y el legislativo, deben estar en armonía. Es la única forma de recuperar el gobierno... antes de que se desbarate”. Todas sus acciones, “aseguró” Musharraf al pueblo de Pakistán, tienen un solo objetivo: eliminar “los obstáculos en el camino a la democracia”. (Todas las citas de Musharraf fueron traducidas por Barnett Ruben y publicadas en el diario digital Informed Comment Global Affairs: www.icga.blogspot.com.)
Hablan tanto de las elecciones para que Estados Unidos pueda decir que promover la democracia es la esencia de su plan para el Medio Oriente y ocultar las atrocidades que han estado ocurriendo en Pakistán, especialmente en los últimos años, con la ayuda de Estados Unidos. Pero la ironía es que aunque fuéramos a aceptar las demandas de los gobernantes de Estados Unidos de que celebrar las elecciones significa que el pueblo puede ejercer su voluntad (una noción particularmente ridícula en un país donde las potencias extranjeras siempre han tenido la última palabra), nunca estaba en los planes determinar en las urnas los resultados de esta elección que han estado tan ansiosos de ver. Las elecciones fueron planeadas para legitimar las decisiones que ya se habían tomado antes por los imperialistas de Estados Unidos e Inglaterra. La explicación de Musharraf de que su golpe de Estado apuntaba a deshacerse de los “obstáculos” a una elección exitosa (los conflictos en el Estado y las clases dominantes y la incómoda oposición de parte de algunos sectores de la población) es verdad si se entiende a esa luz.
Hasta ahora, ningún observador informado ha dudado de que esto haya significado Musharraf como presidente, Bhutto como primera ministra y Kiani como jefe del estado mayor del ejército. El que se tenga que modificar o abandonar este arreglo no está claro por ahora, pero eso no cambia nada en cuanto a cómo los imperialistas buscan finiquitar la situación.
No es de sorprenderse que las masas de Pakistán odien tanto a Estados Unidos. Ese es otro factor que opera, que hasta ahora, desafortunadamente, ha sido canalizado principalmente por partidos encabezados por varias facciones de las clases dominantes o fundamentalistas islámicos. Sin importar lo que Estados Unidos y el general Musharraf deseen, la marcha de los acontecimientos que se ha desenvuelto después de la imposición del gobierno de emergencia tiene el potencial de peligrar todo el plan y tal vez más. Cada intento de las clases dominantes y sus amos estadounidenses de sacar al país de la crisis han profundizado la crisis. Y la situación mundial que hace que tenga tanta importancia para Estados Unidos un régimen estable en Pakistán dominado por Estados Unidos, incluyendo la amenaza de un ataque militar estadounidense a Irán, hace que las ondas de choque sean más probables.

 

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