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Mundo, EE.UU., Mundo :: 09/04/2018

López Rivera: "Decidí­ que mi tiempo en prisión no se lo iba a regalar a los carceleros"

Luismi Uharte
Entrevista con Oscar López Rivera, militante independentista portorriqueño

Fue dirigente de las FALN (Fuerzas Armadas Liberación Nacional) y ha sido preso polí­tico durante más de 35 años en prisiones de los EEUU. En mayo del año pasado, finalmente quedó en libertad. Este es un extracto de la entrevista concedida para 7K en su casa de San Juan de Puerto Rico. Oscar López es de esa clase de personas que te cautiva desde el primer momento. Alguien que, a sus 75 años, conserva una mirada que sigue brillando con la misma intensidad que la de un niño. Alguien que, tras haber sufrido más de tres décadas y media de presidio, transmite una serenidad en sus palabras, en sus convicciones, en sus gestos fascinante. Alguien que a pesar de los pesares, te dice que la lucha, que la revolución, no se hace con odio, que se hace por amor. Alguien que sonrí­e cuando te cuenta que está orgulloso de su vida y su militancia.

Usted nació en Puerto Rico, pero siendo niño le llevaron a Chicago. ¿Cómo vivió aquel cambio?

Mi madre me envió con mi hermana mayor a EEUU a causa de una enfermedad. Tení­a 14 años (año 1957) y habí­a vivido hasta ese momento en el campo. Era de familia campesina y, al llegar a EEUU, lo primero que siento es un cambio de dieta muy brusco, porque estaba acostumbrado a comer sano, alimentos frescos de nuestra tierra. Pero lo más difí­cil fue sentir el rechazo, por mi piel oscura. Era una época de mucho racismo en Chicago, especialmente hacia los portorriqueños.

Fue a la guerra de Vietnam y eso le cambió la vida. ¿Qué ocurrió?

En 1695, me llama el Ejército para ir a Vietnam. Yo tení­a 22 años y creí­a que EEUU iba a llevar allí­ la democracia, pero, una vez que llegué, fui despertando poco a poco. Entrábamos en las aldeas campesinas y ocupábamos sus casas, les registrábamos constantemente. Era un trato muy deshumanizante. Un dí­a, en una ocupación de una aldea, se me acercó un vietnamita y me dijo: «The same thing, the same thing». Es decir: «Somos la misma cosa, somos lo mismo, el mismo tamaño, el mismo color de piel». Yo también era campesino, como él. Aquel momento me marcó para siempre. En 1967, regresé a EEUU y me puse a investigar, a leer sobre las razones reales de la guerra. Para mí­ fue un despertar, una toma de conciencia, no solo con Vietnam sino también con Puerto Rico. Si los vietnamitas luchaban, ¿por qué nosotros no podí­amos luchar también?

De regreso y concienciado, empieza a hacer trabajo comunitario en Chicago

La comunidad portorriqueña en Chicago estaba muy marginada y la Policí­a era brutal con nosotros. Empezamos a organizar a la gente para luchar contra la discriminación laboral y educativa. Siendo portorriqueño era muy difí­cil encontrar trabajo, incluso en los peores empleos. El acceso a las universidades también era prácticamente imposible.

También se vincula a la lucha polí­tica independentista.

Sí­, yo no vení­a de una familia independentista, pero cuando regresé de Vietnam me hice independentista. Me vinculé a la campaña por la excarcelación de los presos polí­ticos portorriqueños que habí­an atacado el Congreso en 1954 y, poco a poco, fui integrándome más en la lucha.

Y decide incorporarse a las FALN (Fuerzas Armadas de Liberación Nacional).

Las leyes internacionales decí­an que toda colonia tiene el derecho a usar la fuerza para liberarse. Las FALN surgieron en EEUU con portorriqueños que viví­an allá, y con la idea de que parte de la lucha habí­a que darla en ese paí­s. Querí­amos demostrar que era posible descolonizar a Puerto Rico. Nuestras acciones eran de propaganda armada, por lo que tení­amos mucho cuidado de no afectar a vidas humanas. Nuestros objetivos eran las grandes corporaciones empresariales.

¿Cuándo le detienen y qué recuerda del juicio?

En 1980 ya habí­an detenido a once compañeros. A mí­ me detuvieron al año siguiente, al norte de Chicago y me aplicaron los mismos cargos que a ellos: conspiración y sedición. Habí­amos decidido no defendernos, porque no reconocí­amos la jurisdicción yanqui. No tení­an el derecho a juzgarnos. Finalmente, me condenan a 55 años.

En los primeros años de cárcel sufre un montaje.

Nada más llegar a prisión me pusieron un preso delator y, aunque lo identifiqué, me siguieron poniendo otros. A los cinco años me acusaron de intentar fugarme. Fue un montaje, pero en el juicio me condenaron a quince años más, por lo que ya tení­a setenta años acumulados de condena.

Luego vienen los largos años de aislamiento en cárceles de máxima seguridad.

Después del montaje y juicio, en 1986 me llevaron a la prisión de máxima seguridad de Marion, que se ha bí­a convertido en la sustituta de la prisión de Alcatraz tras su cierre. Durante doce años seguidos estuve en aislamiento. La prisión de Marion estaba a ocho horas de Chicago, de mi familia. Allí­ permanecí­ ocho años, en un régimen diario de aislamiento de 22 horas y 45 minutos. En 1994, me trasladaron a una cárcel aún peor, en Colorado. En la prisión de Marion habí­a rejas y, por lo menos podí­a de vez en cuando ver a presos pasar, pero en Colorado todo era cemento y no se veí­a nada. Además solo podí­a salir de la celda tres dí­as a la semana. Las pocas horas que me sacaban de la celda, salí­a esposado. Así­ estuve cuatro años, hasta 1998.

¿Cómo pudo soportar ese trato tan inhumano?

Desde que entré en la cárcel lo principal era mi tiempo y mi salud. Comer bien y hacer ejercicio fue vital, y además aprendí­ a practicar la respiración profunda para relajarme. Recuerdo que, en Colorado, durante 58 dí­as seguidos los carceleros estuvieron despertándome cada media hora. Fue algo muy duro, querí­an que me volviera loco, pero no pudieron. Practicar la meditación me salvó.

¿Cómo era el régimen de visitas?

En primer lugar, yo siempre estuve solo, nunca pude compartir cárcel con ningún preso polí­tico portorriqueño, excepto una época muy corta en 1998. Por otro lado, al mes me daban solo dos llamadas de 15 minutos cada una. En cuanto a las visitas, me llevaban siempre esposado. Mi familia estaba al otro lado y no podí­amos tocarnos. Era un trato bien deshumanizante. Recuerdo a mi nieta, que desde muy pequeña poní­a la mano en el cristal y yo también poní­a la mí­a. Hicimos eso durante siete años.Como estaba muy lejos de Chicago, a 6 horas de avión, la familia agrupaba las horas de visita y vení­a a verme una vez al mes. A mi madre la veí­a cinco o seis veces al año. Fue muy duro, porque durante doce años no pude tocar a un ser querido.

Bill Clinton ofreció un indulto, pero usted lo no aceptó. ¿Por qué?

Habí­a una campaña muy fuerte en la calle para que saliéramos y, además, Clinton estaba haciendo campaña para su esposa y consideró que le convení­a este ofrecimiento. El problema es que éramos quince presos polí­ticos y el indulto era solo para trece, incluido yo. Para mí­ era algo inaceptable, eran mis principios. Ellos querí­an que alguno de nosotros muriera en prisión. Me negué a salir.

Después vino una campaña muy importante para su liberación.

Tení­a que esperar hasta 2026 para que revisaran mi condena y se activó una campaña con un nivel de unidad muy amplio, en la que también participaban sectores no independentistas.

¿Cuándo queda en libertad definitivamente?

En febrero de 2107 me aplicaron el confinamiento domiciliario y salí­ libre definitivamente tres meses después, el 17 de mayo, cuando me quedaban doce dí­as para cumplir 36 años en prisión.

Y en el recuerdo, otros presos polí­ticos que quedan dentro.

Sí­, tantos años en prisión me dieron la oportunidad de compartir con presos polí­ticos nativos americanos, como Leonard Peltier y del movimiento negro, como Mutulu Shakur, Sekuo Odinga. Recientemente me encontré, ya en libertad, con Sekuo Odinga, que habí­a estado 33 años en prisión. Fue como encontrarse con un hermano. Lamentablemente es el único de todos ellos que está libre.

¿Cómo pudo resistir después de tantos años preso?

Recuerdo a un teólogo alemán que fue sentenciado a muerte, quien decí­a que lo más valioso que tiene el ser humano es su tiempo. Yo decidí­ que mi tiempo en prisión no se lo iba a regalar a los carceleros. Por otra parte, para hacer frente a la privación sensorial de la cárcel, por ejemplo la falta de colores (todo es muy monocromático), empecé a pintar en 1991. Era la época de aislamiento y empecé a utilizar colores diversos en mis cuadros. También empecé a dedicar parte de mi tiempo a enseñar a otros presos. A su vez, los prisioneros también me ayudaron mucho a sobrevivir en la cárcel. Los presos en aislamiento me enseñaron a usar los pantalones para hacer ejercicios de tensión muscular y también me enseñaron a cocinar con el calor de una bombilla.

¿Y esa serenidad que trasmite a pesar de todo lo vivido?

Mi madre y mi padre murieron cuando yo estaba aún preso y no fue fácil. Pero lo que siempre he tenido claro es que no podemos permitir que el odio y el miedo envenenen nuestros corazones. EEUU es un paí­s con mucho odio, que fue fundado con odio y con miedo y eso no ha cambiado. Mira cómo regresan los soldados de Afganistán, vuelven locos. Las luchas se hacen por amor, la revolución se hace por amor, ya lo dijo el Che Guevara. Si lo hacemos de otra manera, no va a funcionar.

Desde los 14 años usted habí­a vivido en EEUU y, sin embargo, después de salir de prisión decide venir a Puerto Rico. ¿Por qué?

Primero querí­a pasar tiempo con mi hija y con mi nieta, que viven aquí­. Además, querí­a ver cómo estaba polí­ticamente el paí­s. Cuando salí­ EEUU ya habí­a impuesto la Junta de Control Fiscal, y las y los estudiantes universitarios ya estaban en huelga. Sentí­a que habí­a un cambio de actitud y eso me animó a volver a Puerto Rico.

Insiste mucho en la importancia de descolonizar las mentes.

Sí­, porque yo mismo fui un colonizado y la mentalidad colonizada es muy destructiva. En la escuela nos repetí­an constantemente que éramos un paí­s demasiado pequeño. Cuando tení­a 5 años, la maestra nos poní­a una canción que decí­a: «Yo quiero ser como Jorge Washington porque nunca dijo una mentira». Todo el dí­a la cantábamos. Cuanto llegué a Chicago, con 14 años, una maestra nos dijo que identificáramos un héroe. Yo dije que mi héroe era Jorge Washington y ella me preguntó por qué. Respondí­: «¡Porque Jorge Washington nunca miente!». Y toda la clase empezó a reí­rse. Pensaba que se reí­an de mi mal acento en inglés. Al terminar la clase, un compañero que siempre me ayudaba se me acercó y me dijo: «Oye, ¿por qué tú dices ese disparate de que Jorge Washington nunca dijo una mentira? ¡Jorge Washington no solo era un mentiroso, sino además un dueño de esclavos, un esclavista!». Hemos sufrido una adoctrinación tremenda. Además, mucha gente tiene miedo a la independencia porque reciben ayudas sociales de EEUU y amenazan con quitárselos.

¿Cuál considera usted que es la prioridad polí­tica en este momento?

La prioridad es trabajar por la unidad de todos los que queremos la descolonización. Hay diferentes movimientos con ideologí­as diferentes, pero tenemos que trascender eso y tenemos que buscar un denominador común. No podemos seguir el rumbo que llevamos actualmente, de cada cual con su pequeño quiosco. O nos unimos o nos hundimos, y hundirnos no es una opción. No solo hay que unirse aquí­, sino también con la diáspora. Puerto Rico nunca ha desarrollado su propia economí­a local, pero aquellos portorriqueños que están en la diáspora podrí­an aportar mucho en términos económicos. Hay que impulsar proyectos cooperativos, de energí­a limpia, pesqueros...

Para concluir, creo que sabe que todaví­a hay casi trescientos presos polí­ticos vascos encarcelados en prisiones españolas y francesas, a pesar del fin de la lucha armada. ¿Qué reflexión hace sobre ello?

Para mí­ la excarcelación de las y los presos polí­ticos debe ser una prioridad, no solo en el Paí­s Vasco, sino en todo el mundo. Estuve en el Foro de Sao Paulo y contacté con compañeros vascos y estuvimos conversando un buen rato. Hay que mostrar que no es una lucha local, sino una lucha internacional. Cada prisionero polí­tico que sale libre puede aportar mucho a la lucha; su contribución es muy importante. Y la contribución no es solo para la lucha local, sino para la lucha global, porque estamos en un único planeta.

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